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alfred mclelland burrage

compañeros de juegos
I Aunque todos los que conocían a Stephen Everton convinieron en que era el último de los hombres a los cuales podía permitirse dar crianza a un niño, para Mónica fue una suert
el oxiacanto
Ala salida de Hazelsea la carretera forma una especie de bifurcación, con un ramal que apunta en línea recta al noroeste. En aquella bifurcación hay una faja triangular de césp
el reloj del capitán
Sam Tucker, dueño de la Posada del Lugre de St. Fay, dio la bienvenida a Miss Colworth y barruntó inmediatamente que la recién llegada era una maestra de escuela. Y como nunca
entre el minuto y la hora
En todo el Reino Unido no hay un trozo de vía pública más vulgar que el London Road, de Nesthall, entre el Station Road y la Beryl Avenue. Una hilera de pequeñas villas y una h
figuras de cera
Mientras los uniformados empleados del Museo Marriner empujaban a los últimos visitantes a través de las dobles puertas encristaladas, el director, sentado en su oficina, habla
los naipes de marfil
Desde la edad de dos años, y hasta que cumplí los doce, vi muy poco a mi madre. Yo era el hijo póstumo de un padre que regentaba un modesto negocio y que dejó a mi madre casi e