—Aquél es el hombre —dijo Mrs. Ribmoll, señalando al otro lado de la calle—. ¿Ves aquel hombre sentado en la barrica de alquitrán, delante de la tienda de Mr. Jenkins? Bueno, e
En esta habitación, el sonido de la máquina de escribir semeja el repicar de unos nudillos sobre madera, y mi sudor cae sobre las teclas que pulsan incesantemente mis tembloros