PAÍS RELATO

Autores

zenna henderson

el regreso

Estaba asustada. Cuando el bulto hinchado de la tierra tapó las portillas tuve miedo por primera vez. El miedo se convirtió en un latido repentino en mi garganta y, casi como un eco, el súbito latido de Bebé Interior me recordó por qué la tierra se hinchaba en nuestras portillas después de semejante adiós. Impulsado por mi estado de ánimo, Thann se unió a mí mientras los lentos giros de nuestra nave dejaban la Tierra fuera del alcance de la vista.
—¿Preocupada? —me preguntó, apoyando firmemente una mano sobre mi hombro.
—Un poco. —Me acerqué a él—. Este asunto de tratar de regresar es un poco perturbador. No se puede entrar fácilmente en los viejos moldes. Ha cambiado el mundo, o ha cambiado uno… o ambos. Es evidente.
—Bueno, lo mejor que podemos hacer es esforzarnos realmente —dijo—. Todo sea por Bebé Interior. Espero que él lo valore.
—O ella. —Miré mis desmesuradas proporciones—. Sea lo que fuere. Pero me comprendes, ¿verdad? —La necesidad de recobrar la serenidad me hizo levantar un poco la voz—. Thann, teníamos que regresar. No soportaba la idea de que Bebé Interior naciera en ese raro… orden. —Mi voz se perdió y me apoyé más aún contra Thann. Empecé a sollozar.
—Escucha, Debbie, cariño. —Thann me sacudió suavemente y me estrechó contra su pecho—. ¡Lo sé, lo sé! Aunque no comparto la enorme necesidad que tú tienes de estar en la Tierra, estuve de acuerdo, ¿verdad? ¿Acaso no sudé la gota gorda en esa maldita escuela de Movilizadores para aprender a gobernar esta nave? ¿No estamos a punto de llegar?
—¡A punto de llegar! ¡Oh, Thann, Thann! —Nuestra nave había completado otra de sus pequeñas revoluciones y la Tierra volvía a pasar decididamente por las portillas. Me apoyé en el cristal y sentí el deseo de estirarme… de fundirme en la niebla monótona, en las bellezas borrosas del mundo, y estrecharlas contra mi pecho, con tanta fuerza que incluso Bebé Interior quedara conmovido por tanta maravilla.
Soy muy mala calculando el tiempo. Aunque sólo ha pasado un año, no podría decir cuánto tiempo hacía que Shua había hecho elevar la nave desde Cougar Canyon y habíamos emprendido el viaje desde la Tierra hasta el Hogar. Recordé lo entusiasmada que me sentía. Incluso la cola de caballo me había temblado al principio de esa grandiosa aventura. Thann jura que él estaba tan cerca de mí durante el Despegue que mi cola de caballo le hizo cosquillas en la nariz. Pero yo no lo recuerdo. Ni siquiera recuerdo haberlo visto en todo el viaje, cuando la excitación de ser evacuado de la Tierra quedó apagada por la rutina del viaje y renació más tarde, con la ansiedad por saber cómo sería el Hogar.
No recuerdo haberlo visto nunca, hasta ese triste día en que me encontraba en el Hogar, en el margen del pulcro jardín que arrancaba encantadoramente de la eficiente autopista. Con los ojos empañados por las lágrimas contaba los veintiséis árboles perfectamente salpicados a intervalos regulares por siete grupos de arbustos. Casualmente él pasaba en el momento en que yo levantaba la vista y murmuraba:
—Ni una semilla. ¡Ni una sola!
Sorprendido, dobló las piernas y quedó suspendido un poco por encima del nivel de los ojos.
—¿Para qué sirven las semillas?
—¡Al menos poseen individualidad! —Cerré los ojos, sin que me importara el que al hacerlo las lágrimas empezaran a caer por mis mejillas—. ¡Estoy harta de tanta perfección!
—¿Perfección? —Se elevó un poco más y fijó la vista en un punto distante—. Sin duda, yo aún no diría que el Hogar es perfecto. Desde aquí puedo ver el Tramo Norte. Apenas lo hemos empezado. El equipo que hace los estudios preliminares del terreno acaba de comenzar los análisis. —Se dejó caer a mi lado—. No podemos desperdiciar tiempo y espacio en semillas, tardaremos demasiado en hacer de todo el Hogar un sitio habitable, y eso sin utilizar energía en las cosas no esenciales.
—¡Lo sabrán! —proclamé con obstinación—. Algún día descubrirán que las semillas son esenciales. El hombre no fue hecho para semejante… pulcritud. ¡Tiene que tener cosas sin importancia con las cuales relajarse!
—¿Por qué no has presentado estas doctrinas fundamentales a los Ancianos? —dijo, riendo.
—¡Como si no lo hubiera hecho! —repliqué—. Bueno, tal vez no a los Ancianos, pero ya me he expresado y, más aún, señor… oh, lo siento, me llamo Debbie…
—Yo soy Thannel —dijo con una sonrisa.
—Thannel, debes saber que mentes más preclaras que la mía han llegado a la misma conclusión. Tal vez no lo han dicho con las mismas palabras, pero expresaban lo mismo.
Esta artificialidad… esta… esta… El Pueblo no está hecho para vivir divorciado de la… —Extendí las manos—. Del suelo, supongo que se podría decir. Se pierde algo cuando todo está pavimentado.
—Oh, supongo que nos arreglaremos. —Me sonrió—. La memoria puede sustentarnos.
—¿La memoria? Oh, Thann, ¿recuerdas la maraña de zarzamoras que había detrás de casa de los Kroginold? Solíamos meternos bajo la penumbra fría y verde de esas enredaderas para coger zarzamoras… las frías, que estaban a la sombra, y las calientes, al sol; y siempre recibíamos al menos un pinchazo en el dedo como castigo por haber invadido el lugar. Hmm… —Cerré los ojos, perdida en mis recuerdos.
Entonces los abrí repentinamente.
—¿O tú eres del otro Hogar? Tal vez ni siquiera has visto la Tierra.
—Sí, la he visto —respondió él, repentinamente serio—. Soy de Bendo. No tengo demasiados recuerdos felices de la Tierra. Hasta que tu Grupo nos encontró, lo pasábamos muy mal allí.
—Oh, lo siento —dije—. Cuando yo era pequeña, Bendo estuvo durante mucho tiempo presente en nuestras oraciones.
—Gracias. —Se irguió y sonrió—. ¿Qué me dices de una carrera hasta el árbol número veintitrés, sólo para consumir un poco de energía?
Ambos nos elevamos y nos alejamos a toda velocidad, un metro por encima de la cuidada grava del jardín; pero sufrí un ataque de risa tan terrible que tropecé con la copa del árbol número veintitrés y tuve que desenredarme de las ramas. Dominados por un sentimiento de culpabilidad, entre los dos enterramos al pie del árbol la diminuta rama que yo había roto al caer y luego, riendo y mirando de vez en cuando hacia atrás, cada uno siguió su camino.
Aquella noche me acosté y esperé que la pálida luna azul del Hogar se elevara en el cielo, y pensé en la Tierra y en el Otro Hogar.
El Otro Hogar era el primero, por supuesto el prototipo de este Hogar. ¡Pero aquél tenía semillas! Y el enmarañado esplendor de las colinas pobladas de árboles y los elevados picos pelados, y la dulce y despreocupada profusión de vida, igual que en la Tierra. Pero el Hogar había muerto… había estallado en el cielo debido a un Algo cósmico que lo destrozó y diseminó al Pueblo como pájaros que abandonan un árbol que cae. Algunos de ellos encontraron este Hogar… o los restos de él, y comenzaron a reconstruir el Hogar. Otros encontraron refugio en la Tierra. Lo pasamos mal durante un tiempo porque quedamos separados. Además, éramos Diferentes, con D mayúscula, y algunos de los nuestros no sobrevivieron al período de adaptación. Sin embargo, lentamente, fuimos Reunidos hasta que se formaron dos Grupos principales: el de Cougar Canyon y el de Bendo. Bendo vivió en un infierno de ocultamiento y temor mucho tiempo después de que el de Cougar Canyon hubiera logrado adaptarse al mundo de los Extraños.
Entonces, aquel día… incluso ahora se me paraliza el corazón al pensar en el prodigio de aquel día, cuando la enorme nave proveniente del Nuevo Hogar se deslizó en el cielo y acabó posándose en el llano, más allá de la escuela.
Y todos tuvimos que elegir. Quedarnos o irnos. Mi familia eligió irse. La mayoría se quedó. Pero el Más Anciano, el líder de Cougar Canyon, ciego, tullido y a punto de morir por el daño que el Cruce le había hecho, se marchó. ¡Y tendríais que verlo ahora! ¡Tendríais que verlo! Y también Obla regresó. A veces voy hasta su casa sólo para tocarle las manos. Cuando estaba en la Tierra, como sabéis, no tenía ni piernas ni ojos, y apenas tenía cara. Una explosión se los había arrebatado. Pero ahora, gracias a un transgráfico y a la regeneración empieza a estar completa… salvo su corazón, quizá. Pero ésa es otra historia.
Una vez que el asombro del viaje y la excitación de vivir sin ocultamientos, sin tener que vigilar constantemente cada movimiento para no alarmar a los Extraños, se desvanecieron, empecé a sentir cada vez más nostalgia. Al principio pensé que era una tontería, un producto de la decepción, o de la ociosidad. Pero la docena de nuevos intereses y de actividades frenéticas que ocupaban cada momento de la vigilia no sirvieron para aliviar mi melancolía. Siempre pensé que la nostalgia del Hogar era algo pueril, pasajero. Bueno, en general es así, pero de vez en cuando hay alguien que se enferma realmente de nostalgia y no se recupera, a menos que Regrese. Y supongo que yo era una de ellas. Era como si estuviera respirando con un sólo pulmón, o intentando ver con un solo ojo. En ocasiones, el dolor creciente se convertía en un dolor físico que me hacía encoger de desdicha, abrazando mi congoja, intentando contenerla entre mis rodillas y mi pecho… intentando aliviarla. A veces lograba soltar alguna lágrima que me aliviaba un poco… como aquel día que me encontré en el jardín con Thann.
—¿Thann? —Me aparté de la portilla—. ¿No es hora de…?
—Enseguida estoy contigo, Debbie, cariño —me respondió Thann desde la sala de Movilización—. En este momento estoy entrando en órbita. Tengo que lograr que aminoremos la marcha antes de que nos quememos el trasero y tal vez incluso chamusquemos el de Bebé Interior.
—¡No hagas bromas con eso! —protesté—. Recuerda la primera vez que la atmósfera nos dio un cálido recibimiento al llegar a la Tierra. Pregúntale al Más Anciano.
—El Poder sea con nosotros —fue la rápida respuesta mental de Thann.
—Y con el Nombre y la Presencia —contesté, inclinando la cabeza mientras mis dedos se elevaban haciendo la Señal y caían luego sobre Bebé Interior. Me acerqué al sofá y me acosté, sintiendo el descenso casi imperceptible de nuestra pequeña nave.
Thann y yo empezamos a salir en pareja poco después de conocernos y con los flahmen de la época de la Recolección nos prometimos. Nos casamos exactamente antes de la época del Festival.
Tal vez durante todo ese tiempo yo abrigaba la esperanza de que formar un hogar propio borraría mi nostalgia de la Tierra, y es posible que Thann esperara lo mismo. El Hogar le ofrecía casi todo lo que él quería, y tenía un trabajo que le gustaba. Sentía el entusiasmo que experimentan los primeros pobladores al crear un mundo nuevo, y estaba satisfecho. Pero mi necesidad no desapareció. Más aún, se agudizó. Hablé del tema con una Reparadora de nuestro Grupo (los Reparadores se ocupan de nuestros problemas mentales y emocionales) porque empezaba a odiar… El odio es un veneno que te carcome la mente. Pero mi perspectiva empezaba a quedar tan deformada que también estaba haciendo desdichado a Thann. Ella reparó mi espíritu totalmente… y me fui a casa con Thann y él empezó a entrenarse para desarrollar su capacidad latente como Movilizador. Los dos sabíamos que podíamos muy bien perder la vida en el intento de regresar a la Tierra, pero teníamos que intentarlo. De todas formas, yo tenía que intentarlo, sobre todo después de descubrir la existencia de Bebé Interior. Se lo dije a Thann, y su rostro se iluminó, tal como yo imaginaba que ocurriría, pero…
—Esto debería crear un vínculo entre tú y el Hogar —me dijo—. Ahora encontrarás virtudes insospechadas en esta tierra que has estado despreciando.
Sentí que se me helaba el corazón.
—¡Oh, no, Thann! —insistí—. Debemos irnos, ahora más que nunca. Nuestro hijo no puede nacer aquí. Debe ser de la Tierra. Y quiero tener la posibilidad de disfrutar de este Bebé Interior…
—Y éste es un Bebé Exterior —concluyó Thann, suavizando el fastidio de su voz con una caricia en mi mejilla— que llora por un caramelo con sabor a Tierra. ¡Bueno! —Me cogió entre sus brazos—. ¡Una golosina para esta niña!
Un agudo y delgado silbido indicó el primer roce de la atmósfera terrestre contra nuestra nave… como si la Tierra se estirara para rozar sus dedos tenues e incandescentes contra la panza de la nave. Aparté los demás pensamientos de mi mente y me concentré en la tarea que nos aguardaba. No soy una Movilizadora, pero Thann podía necesitar mi fuerza antes de aterrizar.
¡Antes de aterrizar! ¡Volver a pisar el llano, debajo de Old Baldy! ¡Y volver a verlos a todos! Valancy, y Karen, y Francher. ¡Oh, las canciones que éste cantaría no eran nada comparadas con las que entonaría mi corazón! ¡El Hogar! ¡Bebé Interior! ¡Otra vez el Hogar! Apoyé las manos en mi vientre. «Presta atención», le advertí. «Prepárate para tu primer contacto con la Tierra. No miraré», me dije. «Hasta que aterricemos en el llano. ¡Dejaré los ojos cerrados!» Y así lo hice.
Por eso, cuando se produjo el primer choque no pude creerlo. Abrí los ojos ante el repentino torrente de agua y empecé a jadear y a manotear, absolutamente desconcertada, en busca de aire.
—¡Thann! ¡Thann! —Empecé a patalear torpemente, intentando mantener la cabeza por encima del agua. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo era posible que hubiéramos fallado de ese modo, a pesar de lo inexperto que era Thann como Movilizador? ¿Agua? ¿Agua en la que hundirse en algún lugar cercano al cañón?
Se oyó un gorgoteo y la última burbuja de aire abandonó la nave. Fui expulsada a través de un agujero junto con el aire.
«¡Thann! ¡Thann!» Abandoné la comunicación verbal y envié mi llamada a través de la frecuencia habitual entre ambos. No obtuve respuesta… Me agité en la superficie del agua, jadeando. «Oh, Bebé, quédate dentro. Ten cuidado. ¡Ten cuidado! ¡Aún no es el momento! ¡Todavía no!»
Me aparté el pelo empapado de la cara y sentí un golpe contra las rodillas. Bajé en la oscuridad, buscando a tientas… ¡y allí estaba Thann! Lo levanté en mis brazos: era un peso muerto, totalmente inerte e insensible. La jadeante agonía del esfuerzo acabó en el fango resbaladizo de una costa rocosa. Lo arrastré lo suficiente para que su cabeza quedara fuera del agua, escuché atentamente sus latidos y mediante un boca a boca volví a insuflar vida en su cuerpo; luego me quedé tendida a su lado, sintiendo con una mano el esfuerzo de sus pulmones por recuperar el ritmo. Con la otra mano serenaba a Bebé Interior. «¡Todavía no, todavía no! ¡Espera, espera!»
Cuando mi propia respiración se normalizó corté en tiras mi estropeado traje de viaje y le vendé la cabeza, restañando la sangre que brotaba insistentemente del corte que tenía encima de la oreja izquierda. Me quedé escuchando su corazón, mi corazón, durante horas y horas, demasiado débil para moverlo, demasiado débil para moverme. Entonces el ritmo de su respiración se alteró y sentí sus pensamientos inseguros, que preguntaban, pedían. Mis pensamientos respondieron a los suyos, hasta que él supo todo lo que yo sabía acerca de lo ocurrido. Rió débilmente.
—¿Este desorden es suficiente para ti?
En ese momento me quebré y me eché a llorar.
Permanecimos tendidos, rodeados de barro y desdicha, recuperando las fuerzas. Me sobresalté cuando el barro me salpicó y sentí que el agua me lamía los pies. Me apoyé en un codo y observé la colina pelada. Un fragmento enorme se había desprendido y resbalaba hasta el agua. Quedó una marca profunda que brilló bajo el sol del atardecer.
—¿De dónde salió? —me pregunté, desconcertada—. ¡Tanta agua! Y ahí está Baldy, rodeada de agua. ¿Qué ocurrió?
—La lluvia llueve —dijo Thann, asfixiado por la risa, haciendo girar la cabeza sobre los ásperos trozos de pizarra de la orilla—. La lluvia llueve… ¡y no se parece al agua! —Su disparatada frase concluyó con un débil gemido que me destrozó el corazón.
—¡Thann, Thann! Salgamos de este lio. Vamos. ¿Puedes levantarte? Ayúdame…
Levantó la cabeza y la dejó caer otra vez contra las rocas, produciendo un ruido sordo. Su absoluta inmovilidad me llenó de pánico. Sollocé mientras buscaba en mi memoria la técnica de la elevación inanimada. Tuve la impresión de que pasaba toda una vida hasta que por fin logré apartarlo del barro y lo mantuve suspendido a cierta distancia de la orilla. Lo empujé cautelosamente, guiándolo con cuidado entre los arbustos y los árboles hasta que encontré un lugar llano; el suelo estaba cubierto de hojas de roble crujientes. Trencé los haces y lo bajé suavemente hasta el suelo y durante un largo rato me quedé tendida a su lado, con la mano apoyada en su manga, incapaz incluso de pensar coherentemente en lo que había ocurrido.
El sol se había ocultado y me desperté temblando. Estaba helada y Thann se sacudía a intervalos, muerto de frío. Me arrastré por el lugar en penumbras, reuní leña y traté de encender una fogata. Me arrodillé junto al montón de leña y me concentré para reunir fuerzas. Finalmente, cuando el sudor se había acumulado en mi frente y rodeado mis ojos, logré que surgiera una diminuta chispa que saltó, vaciló y dio un centelleante mordisco a una hoja seca. Me froté las manos encima de la diminuta llama y esperé que se hiciera más intensa. Entonces coloqué a Thann en mi regazo y logré que la circulación nos hiciera entrar en calor.
Cuando dejamos de temblar recuperé el aliento e hice una mueca. ¡Con qué rapidez olvidamos! ¡Me estaba volviendo tan ineficaz como un Extraño! Activé mi escudo personal, extendiéndolo para incluir en él a Thann. El calor nos arropó y lo miré, toqué suavemente su mejilla manchada de barro y dejé que mi amor fluyera en su interior como un río de fuerza. Oí que el ritmo de su respiración cambiaba y noté que Thann se movía.
—¿Estamos en el Hogar? —preguntó.
—Estamos en la Tierra —le dije.
—Dejamos la Tierra hace años —me regañó—. ¿Por qué me duele todo?
—Regresamos. —Hice un esfuerzo por hablar en un tono normal—. Por mí… y por Bebé Interior.
—Bebé Interior… —Su voz se tensó—. Una golosina para esta niña —recordó—. ¿Qué ocurrió?
—El cañón ya no está aquí —dije, levantando sus hombros con cuidado—. Caímos en el agua. Todo ha desaparecido. Lo hemos perdido todo. —Mi corazón se encogió por las diminutas ropas que Bebé Interior nunca usaría.
—¿Dónde está nuestro Pueblo? —preguntó.
—No lo sé —respondí—. No lo sé.
—Cuando los encuentres, estarás bien —dijo en tono adormilado.
—Estaremos bien —dije bruscamente, tensando las manos alrededor de su cuerpo—. Por la mañana los encontraremos y Bethie descubrirá lo que tienes y te curaremos.
Se incorporó lentamente; se lo veía ojeroso y sucio a la luz de la fogata. Se tocó la cabeza vendada.
—Estoy roto —dijo—. En varios sitios. Tengo los huesos donde nunca deben estar. Recibiré la Llamada.
—¡No digas eso! —Lo estreché desesperadamente entre mis brazos—. ¡No digas eso, Thann! ¡Encontraremos al Pueblo! —Se desplomó contra mi cuerpo, con la mejilla apretada sobre la curva de Bebé Interior.
Entonces grité, en parte porque mi corazón se estaba rompiendo hasta quedar convertido en un montón de harapos doloridos, en parte porque mi pequeña y descuidada fogata se alejaba de mí chisporroteando, mordiendo las hojas secas, probando la maleza, rugiendo suavemente entre las ramas más bajas de los arbustos. ¡Estaba incendiando la colina! Y el antiguo terror volvió a invadirme, el terror recordado de una ladera de Baldy cubierta de manzanillos ardientes, hacía tantos años.
Acuné a Thann entre mis brazos. Hasta ese momento el fuego se alejaba de nosotros, pero pronto… pronto…
—¡No! ¡No! —grité—. Volvamos a casa. ¡Thann! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Volvamos a casa! ¡No quería traerte a la muerte! ¡Odio este mundo! ¡Lo odio! ¡Thann, Thann!
He intentado olvidarlo. A veces vuelve. A veces, vuelvo a sentirme tan conmocionada que ya no puedo protegerme y trago humo y llamo a Thann a gritos. Otras veces vuelvo a oír las palabras ásperas y furiosas: «¡Estúpidos novatos! ¡Incendiar toda la maldita montaña! ¡Hay una ley que respetar!»
Esas fueron las primeras palabras que oí pronunciar a Seth. La primera imagen que tuve de él fue la de un gigante que se cernía sobre mí, desfigurado por las llamas, por el humo que flotaba y por mis propias lágrimas.
Pasó otro día hasta que pude volver a pensar. Me desperté sobre un catre de campaña, tapada hasta la barbilla con una tosca manta de color caqui. Mis brazos desnudos estaban limpios pero llenos de rasguños. Bebé Interior abultaba suavemente la manta. Cerré los ojos y me quedé quieta, por un instante envuelta en una nube de paz. Entonces abrí los ojos y grité:
—¡Thann! ¡Thann! —Y haciendo un esfuerzo aparté la manta.
—¡Calma! ¡Calma! —Unas manos fuertes me obligaron a apoyarme otra vez en la almohada con olor a moho—. Estás completamente desnuda, sólo tienes la manta. No puedes salir corriendo en estas condiciones. —Esas fueron las primeras palabras que oí pronunciar a Glory.
Me dio una bata de algodón desteñida y arrugada y me ayudó a ponérmela.
—A esos trapos extravagantes que llevabas puestos habrá que hacerles un buen remiendo antes de que puedas volver a ponértelos. —Los movimientos de sus manos eran torpes pero cuidadosos. Rió entre dientes—. Evidentemente, en esta bata caben dos como tú.
Me arrodillé junto al catre que estaba en la otra habitación. Sólo había tres habitaciones en la casa. Thann, delgado e inmóvil como un papel, estaba acostado bajo un edredón apelmazado.
—Desea con todas sus fuerzas volver a casa. —Glory intentó que el tono de su voz fuera adecuado al de la habitación de un enfermo—. No lo superará —dijo bruscamente.
—Sí, lo logrará. ¡Sí, lo logrará! Lo único que tenemos que hacer es encontrar al Pueblo…
—¿Qué pueblo? —preguntó Glory.
—¡El Pueblo! —grité—. ¡El Pueblo que vive en el cañón!
—¿El cañón? ¿Te refieres a Cougar Canyon? Hace tres o cuatro años que allí no vive nadie. Desde que quedó terminado el dique y empezó a formarse el lago.
—¿A dónde… a dónde fueron? —pregunté sollozando, tensando las manos alrededor del borde del catre.
—No sé. —Glory golpeó bruscamente la cabeza de una cerilla con la uña del pulgar y encendió un cigarrillo liado a mano.
—¡Pero si no los encontramos, Thann morirá!
—Es lo que de todas formas le ocurrirá, a menos que esos individuos sean magos —opinó Glory.
—¡Lo son! —grité—. ¡Son magos!
—¡Vaya! —exclamó Glory, entrecerrando los ojos detrás del remolino de humo—. ¿Sí?
Thann movió la cabeza y abrió los ojos. Me incliné para oír sus susurros, pero su voz sonó alta y clara.
—Lo único que tenemos que hacer es arreglar la nave, y así podremos regresar al Hogar.
—Sí, Thann. Nos iremos enseguida. Bebé Interior esperará hasta que lleguemos al Hogar. —Sentí que Bebé Interior se movía con el sonido de mis palabras.
—No debería hablar —intervino Glory—. Tiene lesiones internas. Volverá a sangrar en cualquier momento.
—¡Basta! —Giré sobre mis rodillas y la miré con furia—. ¡Tú no sabes nada de esto! No eres más que una estúpida Extraña. ¡Él no morirá! ¡No morirá!
Glory dio una chupada a su cigarrillo.
—Yo también grité cuando mi hijo Davy quedó atrapado en ese socavón. Estaba hecho pedazos. Murió. —Tiró la ceniza al suelo de madera—. Dios los llama… Y ellos van…
—¡Recibo la Llamada! —Thann captó la conocida palabra—. ¡Recibo la Llamada! ¿Qué harás, Debbie, cariño mío? ¿Qué será de Bebé Interior…? —De pronto, una espuma brillante apareció en la comisura de sus labios y Thann me cogió la muñeca—. El Hogar está muy lejos —dijo con un suspiro—. ¿Por qué tuvimos que marcharnos? ¿Por qué lo hicimos?
—¡Thann, Thann! —Hundí mi rostro en el costado inmóvil de su cuerpo.
El dolor de mi pecho se hizo cada vez más agudo y sentí deseos de que alguien interrumpiera ese espantoso balbuceo y esos gritos. ¿Cómo podía decir adiós a toda mi vida si seguía oyendo ese espantoso sonido? Entonces mis dedos se levantaron como movidos por una palanca y perdí el contacto con Thann. El negro y ruidoso caos se apoderó de mí completamente.
—Está muerto. —Me desplomé en la crujiente mecedora. ¿Dónde estaba? ¿Cuánto tiempo había estado aquí? Mis palabras surgían tan fácilmente, tan acostumbradas, que seguramente eran la repetición de una repetición—. Él está muerto y te odio. Odio a Seth. Odio la Tierra. Sois todos Extraños. Odio a Bebé Interior. Me odio a mí misma.
—Toma —dijo Glory mientras cortaba un hilo con los dientes y se pinchaba la aguja en la pechera de la camisa de cuadros. Mis palabras no la afectaron, aunque yo casi quedé impresionada al oírlas. ¿Por qué no se daba cuenta de lo que yo había dicho? ¿Mis palabras le resultaban demasiado familiares?—. Ahora al menos tendrás algo de ropa para Bebé Interior. —Rió—. Cuando yo tenía tu edad, cualquiera se habría muerto de impresión de sólo pensar que alguien pudiera llamar de esa forma a un bebé que aún no ha nacido. Sabía que estos sacos de azúcar me resultarían útiles alguna vez. No sabía que serían para hacer la ropa de un bebé.
—Te odio —dije, venciendo la conmoción—. Ninguna mujer se viste con Levi’s y camisas de cuadros con botones que no hacen juego. Ni se corta el pelo como un hombre y deja que se le arrugue la cara. Bueno, ¿y eso qué importa? No eres más que una estúpida Extraña. No perteneces al Pueblo, de eso estoy segura. No estás a nuestro nivel.
—Y por eso le doy las gracias a Dios. —Glory alisó la pequeña bata contra su rodilla—. Me enseñaron que las personas son personas, al margen de la ropa que lleven, o cómo se peinen. No sé nada de tu gente ni de su nivel, pero me alegro de que mi artritis no me permita caer tan bajo como… —Se encogió de hombros y dejó la bata a un costado, se estiró hasta la estropeada cómoda, cogió algo y me lo dio—. Hablando de aspecto, echa un vistazo a lo que Bebé Interior tendrá que soportar.
Le arrebaté el espejo de las manos y vislumbré la delirante imagen del pelo revuelto, los ojos hinchados, la cara desencajada y una horrenda sonrisa de desprecio en los labios flojos. Lo lancé al aire, detuve su vuelo a medio camino, lo hice girar hasta el hundido cielorraso de yeso, caer en picado chocando contra uno de los pocos cristales de las ventanas que quedaban sanos y dejé que se estrellara contra un pino del patio de la casa.
—¡Haz eso! —grité en actitud triunfante—. ¡No puedes hacer ni una cosa de niños como ésa! ¡Eres estúpida!
—Quizá. —Glory cogió un trozo de cristal roto—. Pero hoy le di de comer a mi esposo y a la desconocida que apareció en mi puerta. Hice un vestido para un bebé que está desnudo. ¿Y qué has hecho tú con tu inteligencia? Has roto, has estropeado, gemido y odiado. Si eso es ser inteligente, prefiero seguir siendo estúpida. —Quitó los cristales rotos de la ventana—. Y si vuelves a romper algo, te abofetearé como a una criatura malcriada.
—¡Oh, Glory, oh, Glory! —Apreté los ojos—. ¡Lo maté! ¡Lo maté! Yo lo obligué a venir. Si nos hubiéramos quedado en el Hogar… Si yo no hubiera insistido… Si…
—Si… si… —dijo Glory en tono apesadumbrado mientras levantaba el vestido del bebé—. Si Davy no hubiera muerto, lo más probable sería que este vestido fuera para mi nieto. Los lamentos son la manera más rápida que conozco de ponerse melancólico.
Dobló el vestido del bebé y lo guardó en un cajón de la cómoda.
—Aún no me has dicho cuándo se supone que Bebé Interior se convertirá en Exterior. —Se estiró para coger el papel y el tabaco y empezó a liar un cigarrillo.
—No lo sé —dije, con la vista fija en mis manos—. No me importa. —¿Qué era Bebé Interior comparado con el dolor que sentía en mi interior?
—Te importará mucho —me dijo Glory desde la curva del papel de cigarrillo—, si lo pasas mal y no tienes un médico. Puedes seguir así y morir, si lo deseas, pero estoy pensando en Bebé Interior.
—Sería mejor que él también muriera —grité—. Mejor que tener que crecer en este mundo estúpido e ignorante, entre salvajes…
—¿Entonces por qué sentías tantos deseos de volver? —preguntó Glory—. Has admitido que eras tú la que quería regresar.
—Sí —gemí, retorciéndome las manos—. Yo lo maté. Si nos hubiéramos quedado en el Hogar… Si yo no hubiera…
Me acosté en la penumbra del crepúsculo, con la cabeza apoyada en la tumba de Thann. La tumba de Thann… Las palabras tenían un sabor amargo.
—¿Cómo podré soportarlo, Thann? —dije sollozando—. Estoy perdida. No puedo ir al Hogar. El Pueblo ha desaparecido. ¿Qué haré con Bebé Interior? ¿Cómo podremos soportarlo, teniendo que vivir con Extraños? ¡Oh, yo también quiero recibir la Llamada, yo también! —imploré, y dejé que la tosca grava de la tumba me raspara la mejilla.
Y sin embargo no sentía realmente que Thann estaba allí. Él era parte de otra vida… una vida que no terminaba en el barro y en la miseria de un lago. Era parte de una aventura feliz, una alegre bienvenida de regreso a la Tierra que, pensábamos, era algo del pasado, una agitada reunión con todos los queridos amigos que habíamos dejado atrás… las horas interminables de intercambio verbal y mental de noticias… y Thann era parte de eso. No una parte de este yo macilento, de esta sórdida choza que se tambaleaba al borde de un arroyo seco, esta poco encantadora y torpe criatura que se embarraba la cara en la tosca grava de una colina pelada.
Me desperté al oír pasos en la oscuridad y unas voces.
—… más loca que una cabra —dijo Glory—. Hay que ponerse en su lugar, está embarazada y encima sufre este otro golpe…
—¿Con qué ha salido ahora? —Era la gruesa voz de Seth.
—Oh, siempre lo mismo. Hace magia. Hace volar las cosas. Me rompió ese espejo que Davy me regaló para Navidad antes del derrumbamiento. —Carraspeó—. Recogí los trozos. Están en el cajón.
—¡Se merece una buena paliza! —La voz de Seth estaba cargada de ira.
—¡Y si vuelve a hacer algo así, se la daré! Oh, y dijo algo más acerca del Hogar y de volar por el espacio, y que quiere otra vez a su pueblo.
—Ya sabes —dijo Seth en tono pensativo—. Oí decir algo así de unos individuos que solían vivir por aquí cerca. Una gente rara.
—Toda la gente es rara. —La voz de Glory sonó más cerca—. Será mejor que la llevemos a la casa antes de que coja el constipado de su vida.
Levanté la vista y miré el cielorraso. El tiempo volvía a ser una palabra sin validez alguna. No tenía idea de cuánto había estado acurrucada y concentrada en mi desgracia. ¿Cuánto tiempo había estado aquí, con Glory y Seth? Sentí cierta curiosidad por Seth y Glory. ¿De qué vivían? ¿Qué hacían aquí, en estas colinas inhóspitas? Esta choza era el resto olvidado de una antigua población fantasma… sin electricidad, ni agua… paredes sostenidas por un techo desvencijado al que a su vez mantenían en pie. En cuanto a la comida, judías, pan de maíz, patatas, ciruelas, café.
Me apreté las sienes con ambas manos: la cabeza me daba vueltas. ¿Pero qué importaba? ¿Qué importaba cualquier otra cosa? Una delirante congoja se acumuló en mi garganta y grité:
—¡Mamá, mamá! —Y sentí que me hundía en la helada inmensidad de un espacio solitario por el que me había movido a la deriva…
Enseguida sentí unos brazos alrededor de mi cuerpo y un hombro debajo de mi mejilla; el suave roce del pelo contra mi cara y una mano tosca que me apretaba suavemente la cabeza para darme calor y energía.
—¡Bueno, bueno! —La voz de Glory retumbó desde su pecho hasta mi oído—. Ya pasará. El tiempo y la clemencia de Dios lo harán soportable. ¡Bueno, bueno! —Me estrechó contra su pecho y me dejó derramar las lágrimas en él. No supe cuándo me soltó, pero me dormí apaciblemente.
A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, antes de lo cual me lavé la cara y me cepillé el pelo enredado, detuve la cuchara junto al plato de gachas de avena y leche.
—¿Qué hacéis para vivir, Seth? —le pregunté.
—¿Para vivir? —Seth agregó otra cucharada de azúcar a las gachas—. Nos ganamos las judías en Skagmore. Es una mina que ya no está en funcionamiento, pero quedan una o dos vetas. Trabajamos duro, y salimos adelante… pero tenemos que trabajar los dos. Glory es tan buena como cualquier hombre… y mejor que algunos.
—¿Y cómo es que no estáis trabajando en Golden Turkey, o en Iron Duke? —Mientras los pronunciaba me pregunté de dónde había sacado esos nombres.
—No podemos —respondió Glory—. Él tiene silicosis y artritis. No puede trabajar regularmente. Hay veces en que, cuanto tose, parece que va a echar los pulmones. Desde que tú llegaste no ha sufrido ningún ataque.
—Si yo fuera una Sanadora —dije—, te curaría los pulmones y las articulaciones. Pero no lo soy. En realidad, no soy demasiado de nada. —Miré el plato y parpadeé. No soy nada. Sin Thann no soy nada. Tragué saliva—. Glory, lamento haberte roto la ventana y el espejo. No tendría que haberlo hecho. Tú no tienes la culpa de ser una Extraña.
—Disculpa aceptada. —Glory sonrió con expresión severa—. Pero sigue habiendo corriente de aire.
—En esa choza que está arroyo abajo, hay una ventana entera —comentó Seth—. Cuanto tenga tiempo, iré a buscarla. Aunque empiezo a tener la impresión de que la Skagmore durará hasta bien entrado el invierno.
—Ojalá pudiéramos conseguir parte de las tablas de chilla… lo que queda de ellas… y rellenar algunos agujeros —dijo Glory, inclinando la estropeada cafetera azul y blanca para aprovechar hasta la última gota de café.
—Iré a buscarlas en cuanto repare esta junta —prometió Seth.
Después del desayuno bajé por el arroyo, sintiendo por primera vez el sol en mi rostro, viendo por primera vez la enmarañada e irreflexiva profusión de vida que me rodeaba, el sueño que me había arrastrado hasta esta tragedia. Me senté apoyada contra una roca y me cogí las rodillas. Mis pies conocían el camino hasta esa roca. Mi espalda estaba familiarizada con su firmeza caliente, aunque yo no la recordaba. No tenía idea del tiempo que hacía que mi nostalgia se había aliviado.
Ahora que esa necesidad concreta estaba cubierta y que ese dolor se había aliviado, me resultó difícil recordar lo importante y lo urgente que había sido todo aquello. Era como el recuerdo del dolor… algo puramente intelectual. Pero alguna vez había sido acuciante… tan acuciante que a causa de ello Thann había encontrado la muerte.
Me miré y por primera vez me di cuenta de que llevaba puestos tejanos y una camisa de cuadros… evidentemente de Glory. Los tejanos estaban precariamente sujetos con un alfiler y abultados debajo de la camisa. Sonreí. Una improvisación digna de un Extraño… bien, dejémoslo estar. No saben más.
Enseguida me levanté y seguí caminando arroyo abajo hasta que encontré la choza que Seth había mencionado. Le quedaban dos buenas ventanas. Me detuve delante de la primera, buscando en mi memoria mi entrenamiento informal. Entonces puse manos a la obra.
Lenta, firmemente, los clavos empezaron a salir de las ventanas. Con esfuerzo y sudor y algunas lágrimas de frustración, logré sacar limpiamente las dos ventanas aunque las paredes de alrededor nunca volverían a ser las mismas. No tenía idea de cómo se colocaban las ventanas en una casa. Después me resultó bastante fácil retirar las pocas maderas que quedaban. Las apilé pulcramente, una por una, trasladándolas en el aire. Di un salto al oír un repentino crujido y eché a reír al ver que la miserable choza se había desintegrado completamente una vez privada de sus pocos miembros sólidos. Después de levantar el montón de maderas salvadas hasta una altura adecuada para trasladarlas, empecé a retroceder arroyo arriba, entre jadeos, sudando, tropezando y empujando mi caravana aerotransportada.
Glory y Seth estaban en la mina. Descargué las cosas junto a la casa y luego, repentinamente consciente de mi cansancio, caminé hasta la tumba de Thann. Di unos golpecitos suaves a la grava y susurré: «A ellos les gustará, ¿verdad, Thann? Son como niños. Ahora Glory se olvidará de lo del espejo. ¡Pobre Extraña!»
Glory y Seth quedaron estupefactos cuando vieron mi botín apoyado contra una esquina de la choza. Les dije dónde había conseguido el material y cómo lo había llevado hasta allí.
Seth escupió, adoptó una expresión pensativa y miró a Glory de reojo.
—¿Y ahora quién es el loco? —preguntó.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Glory—. Ve y dile a ese Jick Bennett cómo conseguiste todo eso. Tal vez te crea.
—¿Hice algo mal? —pregunté—. ¿Esto le pertenece al señor Bennett?
—No, no —dijo Glory—. Ni a él ni a nadie. El simplemente es un amigo nuestro. Él y Seth están siempre de palique. No, simplemente se trata de que… —Hizo un gesto de impotencia y se volvió hacia Seth—. ¿Y bien? Ve a buscar el martillo. ¿O quieres que ella también se ponga a martillear?
Los tres trabajamos hasta que el sol se puso y la luna trepó hasta el rellano de Baldy. La luz brillaba sobre la arrogante integridad de las dos ventanas de la choza y Glory lanzó un suspiró de cansancio y satisfacción. Hizo una pelota con los trapos que había sacado de la ventana rota y se dispuso a tirarla.
—Desde que estamos aquí es la primera vez que las ventanas cierran a la perfección. ¡El invierno que viene no tendremos que estornudar!
—¡Estornudar! —Seth lanzó una silenciosa carcajada—. ¡No tendremos que estornudar!
—¡Glory! —grité—. ¿Qué tienes ahí? ¡No lo tires!
—¿Qué? —Glory recuperó el bulto de la pila de maderas—. Sólo son los trapos que os quitamos antes de meteros en la cama. Y otro montón que cogimos para avivar el fuego. Están hechos jirones. De todos modos, no son más que lonas viejas.
—Dámelas, Glory —le indiqué y cogí el bulto de sus manos—. Esto es tekla —le informé—. Nunca es inútil. Mira. —Extendí unos cuantos harapos sobre una piedra chata que había junto al arroyo. En la irreal combinación de la puesta del sol y la salida de la luna, pasé una uña por dos bordes superpuestos. Se fundieron perfectamente, formando un todo. Enseguida uní los otros trapos y, levantando el fragmento de tekla, lo sacudí, eliminando el polvo y las arrugas—. ¿Lo ves? Está tan bien como si fuera nueva. Llevemos el resto a la casa. Podemos volver a tener ropa decente. —Sonreí al ver el dolorido silencio de Glory—. Después de todo, Glory, debes reconocer que este alfiler no soportará demasiado tiempo más a Bebé Interior.
Seth colocó la lámpara de aceite sobre la mesa y yo extendí la tekla encima de ésta, arreglando algunas roturas que había pasado por alto.
—Aquí tienes un poco más —me dijo Glory—. La había metido en la tubería de la cocina. Es lo que usamos para alimentar el fuego. Está lleno de agujeros.
—No importa —dije, apretando las quemaduras para eliminarlas—. Lo que queda aún está en buenas condiciones. —Ella y Seth me miraban fascinados. No me permití pensar en el rostro enrojecido de entusiasmo de Thann, e intenté mostrarme tan natural como él en su traje de viaje hacía tanto tiempo… tanto tiempo… ayer, en realidad.
—Aquí tienes un trozo que se te cayó —dijo Seth levantándolo.
—Es demasiado pequeño para que sirva para algo —opinó Glory.
—¡Oh, no! —dije un poco contagiada por su asombro y por la repentina conciencia de que era capaz de obrar lo que para ellos eran milagros—. Nada es demasiado pequeño. Mirad. Esa es una de las razones por las que lo hacemos tan grueso. Para estirarlo cuando lo utilizamos. —Cogí el diminuto fragmento de tekla y empecé a estirarlo y a darle forma alisándolo. Lo estiré cada vez más hasta que rebasó los bordes de la mesa y el gastado dibujo del hule empezó a verse a través de él.
—¿Qué color te gusta, Glory? —le pregunté.
—Azul —susurró Glory sorprendida—. Azul.
Con un roce teñí la tekla de azul, igualé rápidamente los bordes y, levantando el material frágil como la gasa, lo acomodé sobre la cabeza de Glory. Durante un breve instante vi a mi propia madre que me miraba con ojos brillantes a través de la encantadora mezcla de color. Entonces abracé a Glory y le dije:
—¡Esto es por los tejanos y la camisa! —Ella empezó a tocar la delicada tela con expresión incrédula. «Vaya —pensé—, la he abrazado. Y en realidad no me importa, no me importa que sólo sea una Extraña».
—¡Esto es magia! —exclamó Glory—. ¡No lo toques! —gritó, mientras Seth estiraba una mano para tocarlo.
—No puede estropearla —dije riendo—. Es lo suficientemente fuerte para que se pueda utilizar como paracaídas… o como cama elástica.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Seth, levantando otro pequeño fragmento de tekla y tironeándolo con los dedos.
—Bueno, primero tienes que… —Busqué a tientas una explicación—. Verás, primero… Bueno, así, después de… ¡Oh, no lo sé! —grité—. Simplemente sé hacerlo. —Cogí el trozo que él tenía en la mano y lo estiré dándole la longitud de una bufanda; le puse color rojo y consistencia de lana y envolví el cuello de Seth, que me miraba desconcertado.
Esa noche dormí con un camisón de tekla, pero Glory prefirió su camisón de cuello alto y crepe arrugado, y Seth despreció la ropa para dormir. Pero después de apagar la lámpara y antes de desaparecer detrás de la cortina de saco, gracias a la cual parte de la habitación delantera se convertía en mi dormitorio, Glory se acercó a mí y me dijo en un susurro:
—Tiene esa cosa roja debajo de la almohada. ¡Le sobresale un trozo!
A la mañana siguiente me concentré en la preciosa tekla, haciéndola más delgada, quitando las pelusas, y preparé la ropita que Bebé Interior necesitaría en algún momento. Glory no fue a la mina y se quedó en casa para ayudarme. Cuando estuvo terminado el primer vestido, me quedé mirándolo y fantaseando, como hace cualquier madre con el primer vestido. Volví a la realidad al oír que un cajón se cerraba suavemente, y vi que Glory desaparecía en la cocina. Me levanté, me acerqué al cajón y lo abrí. El desgarbado vestido de arpillera había desaparecido. Sonreí compasivamente. «Se dio cuenta —me dije—. Se dio cuenta de lo inadecuado que sería un vestido como ése para una criatura del Pueblo».
Esa noche, Seth dejó caer el tubo de cristal de la lámpara, que quedó hecho añicos.
—Bueno, nos iremos temprano a la cama —dijo Glory con un suspiro—. Pero quería terminar esta camisa para Seth. —Alisó la tekla suave y lanosa sobre su regazo. Habíamos imaginado que era un trozo pequeño pero salió un vestido para cada una de nosotras y una camisa para Seth, además de unas pocas prendas para Bebé Interior. Volví a bendecir la generosidad de nuestras ropas de viaje y el único trozo pequeño de manta que había sobrevivido.
—Si tenéis una moneda de diez centavos… —dije, volviendo al problema de la luz—. Yo no tengo ni un centavo, pero si tenéis una moneda de diez puedo crear luz…
Seth chasqueó la lengua.
—Si tenemos una moneda de diez me gustaría verla. Estamos a punto de hacer un viaje a la ciudad para vender nuestro mineral. ¿Te queda algo de cambio, Glory?
Glory vació su maltrecho monedero sobre la cama y revolvió enérgicamente el contenido.
—Un billete de un dólar —anunció—. Café y azúcar para la semana próxima. Una moneda de cinco centavos y tres de uno. Ni una sola de diez…
—Tal vez una de cinco sirva —dije en tono vacilante—. Siempre utilizamos monedas de diez, o discos de argén. Nunca lo intenté con una de cinco. —Cogí la moneda y la toqué. ¡Caray! ¡Esto sí que los dejaría asombrados! Si es que podía recordar las instrucciones de Dita. Hice girar la moneda y me concentré frunciendo el ceño. Hice girar la moneda. Me sonrojé. Empecé a sudar—. Funcionará —tranquilicé a Seth y a Glory, que me miraban con expresión escéptica. Cerré los ojos y susurré en voz muy baja—: La necesitamos. Bendíceme. Bendíceme.
Hice girar la moneda.
Vi el brillo detrás de mis párpados y abrí los ojos y vi el puñado de luz ligeramente azul en que se había convertido la moneda de cinco centavos. Seth y Glory no dijeron nada, pero parpadearon y abrieron los ojos desorbitadamente, con un asombro capaz de complacer a cualquiera, mientras miraban mis manos ahuecadas.
—Una moneda de diez brilla más —comenté—, pero creo que ésta es suficiente en este caso. Lo que ocurre es que no podréis apagarla.
Intercambiaron una mirada y Seth sonrió débilmente.
—Como una cabra —dijo—. ¡Pero tiene un brillo fantástico!
Toda la habitación estaba inundada por una luz suave. La dejé en medio de la mesa, pero era demasiado directa para nuestros ojos, así que Seth la colocó en la parte más alta de un alféizar y Glory recogió del suelo la camisa a medio terminar y preguntó con voz ligeramente temblorosa:
—¿Podrías hacer este ruedo, Debbie? Así terminaría la manga.
Esa noche, cuando nos fuimos a dormir, tuvimos que poner la luz dentro de una lata de polvo de hornear, con la tapa cerrada. En el armario se filtraba demasiada luz, lo mismo que en la cómoda. No quise apagarla porque tenía miedo de no poder volver a encenderla la noche siguiente. Una Señora Generosidad tiene que cuidar su reputación.
Me senté en la orilla del lago que crecía imperceptiblemente y observé otro montón de tierra de la base de Baldy que se deslizaba en el agua. A mi alrededor estaba la colina quemada y el pequeño llano en el que yo había encendido la fogata. En algún lugar, debajo de esas plácidas y sucias aguas estaba nuestra nave y todo lo que teníamos del Hogar. Sentí que mi rostro se endurecía y se tensaba a causa de la pena. Me puse torpemente de pie y bajé la inclinada pendiente de la orilla. Me apoyé contra una roca y moví el agua fangosa con la punta de la zapatilla. Ese trozo de tekla, la caja de las semillas, las fotos, las cartas. Dejé que las lágrimas rodaran por mis mejillas. Tantos sueños y planes. El dolor se hizo tan agudo que estuvo a punto de doblarme. Mis labios se tensaron. ¡Hasta qué punto el dolor mental podía convertirse en dolor físico! Si al menos pudiera ser amputado como… el dolor volvió a atacarme. Jadeé y me cogí a la roca que tenía detrás. «Esto es dolor —me dije—. No es Bebé Interior. ¡Y menos aquí en medio de esta soledad!» Regresé a la choza como buenamente pude, tambaleándome, y me metí en la cama.
Cuando Glory y Seth regresaron me apoyé en un codo y los miré con expresión insegura; aunque parezca perverso el dolor me había abandonado exactamente antes de que llegaran.
—¿Te parece que estoy a punto? No tengo forma de saberlo. Aquí, el tiempo es… diferente. No puedo unir los dos tiempos y resolver algo. ¡Tengo miedo, Glory! ¡Tengo miedo!
—Tendríamos que haberte llevado al médico de Kerry hace tiempo. Él podría decírtelo, salvo que… —Vaciló—. Eres diferente, así que primero notaría…
Sonreí débilmente.
—No seas tan cautelosa, Glory. No me ofenderé. No, él no notaría nada diferente hasta que comenzara el parto. Podemos evitar lo más terrible de los dolores… —Tragué saliva y apreté las manos ante el repentino vacío que se abría en mi interior—. ¡Eso es lo que se supone que debo aprender de los miembros del Pueblo que viven aquí! —gemí—. No sé nada de esto. Nuestro primer hijo es el del aprendizaje. No se puede aprender de antemano.
—No te preocupes —dijo Glory en tono seco—. Bebé Interior se las arreglará para salir, te duela o no. Si eres una mujer, podrás soportar la carga que las mujeres sufren desde los tiempos de Eva.
Así que decidimos ir a la ciudad al día siguiente y simplemente decirle al médico que aún no me había visitado, cosa que hace mucha gente incluso hoy. Pero por la noche empezó a llover. Primero me desperté con el sonido suave de la lluvia sobre el techo de hojalata de la cocina… Un ruido suave que creció y creció hasta convertirse en un estruendoso rugido. Incluso ese sonido era como música. Y la visión de la lluvia que caía, golpeando el suelo cubierto de polvo, rizando la superficie del lago, agitando el borde de las hojas arqueadas, me ayudó a dormir. Más tarde me desperté por el sonido de la tos de Seth. Ese no era un sonido relajante. Y cada vez era peor. Empezaba a parecer que realmente estaba echando los pulmones, como había dicho Glory. Y entre uno y otro espasmo no podía respirar. Me quedé despierta en la oscuridad, escuchando los murmullos de Glory y oyendo que iba a la cocina y de nuevo al dormitorio arrastrando los pies. Pero la tos siguió y siguió y empecé a impacientarme. Me agité en la cama súbitamente inquieta y molesta. Tenía que pensar en Bebé Interior. Ellos sabían que yo necesitaba descansar. No harían ningún esfuerzo por ser silenciosos… Finalmente, no puede soportarlo más. Me acerqué de puntillas al dormitorio de ellos y me asomé. Seth estaba apoyado contra el cabezal de hierro de la cama, luchando por respirar. Glory estaba sentada a su lado, rompiendo una vieja funda de almohada para hacer pañuelos. Me miró bajo la débil luz que salía de la lata abierta de polvo de hornear y vi su rostro desencajado y agotado.
—Esta vez es terrible —me dijo—. Supongo que está recuperando el tiempo perdido.
—¿No puedes hacer nada para que deje de toser? —le pregunté. En realidad, no había tenido la intención de ser tan brusca y directa. Pero mis palabras sonaron así, y Glory dejó que sus manos cayeran lentamente sobre su regazo mientras fijaba sus ojos en mí.
—Oh —dijo—. Oh. —Entonces sus ojos se encendieron y me preguntó—: ¿Tú puedes?
—No soy una Sanadora —dije, casi a la defensiva—. Si lo fuera podría darle…
—Tú no le darías nada a nadie —afirmó Glory, con expresión fría—. A menos que quisieras exhibirte, o lograr tu comodidad. Vuelve a la cama.
Me fui; me ardían las mejillas. ¡Cómo se atrevía a hablarme así! ¡Una Extraña a un miembro del Pueblo! No tenía derecho… Mi furia estalló en lágrimas y lloré sin parar en esa estrecha cama de Extraños de esa destartalada casa de Extraños, pero detrás de mi ira y mi furia, tan perfectamente ocultas que apenas podía admitirlas, había un núcleo de congoja. Había pensado que le caía bien a Glory.
La mañana era gris, fría y húmeda. La lluvia caía regularmente y la luz azulada de la lata de polvo de hornear era fría y triste. El día se arrastraba hacia un final lluvioso y nada, salvo el débil aumento de la luz de fuera, distinguía una hora de la siguiente. La tos de Seth se alivió un poco y al llegar la segunda mañana lluviosa finalmente se detuvo.
Seth iba de un lado a otro de las habitaciones, con los hombros caídos y el pecho hundido como si realmente hubiera echado los pulmones. Ya no tosía, pero seguía respirando con dificultad.
—Seth —dijo Glory tironeándole de la manga—, si sigues yendo de un lado a otro, te agotarás y me agotarás a mí.
—No me alivia no tener nada que hacer —dijo Seth con voz ronca—. Déjame tranquilo. Deja que me mueva mientras puedo. Tengo la impresión de que después del próximo ataque no podré moverme demasiado.
—Está bien, Seth —respondió Glory en tono sereno y un poco regañón, aunque percibí su terror y su pena. Me sobresalté al comprender lo parecidos que eran sus sentimientos a los míos cuando estaba agachada junto a Thann viéndolo agonizar. «¡Pero ellos son viejos y feos, y ya han llegado al final de su vida!», protesté. «Pero se aman —fue la respuesta—, y el amor nunca puede ser feo ni viejo, ni haber llegado al final de su vida».
—Además, estoy preocupado —comentó Seth, limpiando el vaho de su aliento de la ventana recién instalada—. Una lluvia como ésta llenará todos los arroyos de los alrededores. Luego veremos cómo se llena el dique. Nos dijeron que antes de la primavera estaríamos viviendo en una isla. Cuando el lago esté lleno a rebosar nosotros estaremos a un metro ochenta de profundidad. Toda esta lluvia… —Volvió a quitar el vaho de la ventana, se volvió y reanudó su inquieto paseo—. Esa pendiente que está entre este lugar y la carretera se está poniendo terriblemente delicada. Si se moja un poco en la base se derrumbará como una tonelada de ladrillos. Si el dique se llena, el torrente nos pasará por encima, y no tengo demasiadas ganas de nadar. —Sonrió débilmente y se inclinó sobre la mesa. Seth respiraba con dificultad e irregularmente—. Glory, estoy cansado.
Glory lo llevó a la cama. Pude oír el murmullo de su voz marcado a intervalos por los pesados monosílabos de Seth.
Me estremecí y me acerqué a la pequeña cocina de hierro, que tenía las patas torcidas. Levanté una de las cuatro tapas y observé el tronco de pino que ardía lentamente en su interior. La pesadez de fuera empujó una delgada y acre nube de humo hasta mi rostro y bajé la tapa ruidosamente sintiendo una repentina exasperación ante la ineficacia de los Extraños.
Calenté la cocina hasta que la tapa se iluminó con un brillo rojo y me deleité con su calor.
Glory volvió a la cocina y se agachó cerca del calor, frotándose las manos.
—¿Cómo conseguiste encender ese leño? —me preguntó finalmente—. Estaba húmedo. Es todo lo que queda.
—No encendí el leño —respondí—. Calenté la cocina.
—Gracias —dijo Glory brevemente, sin sorprenderse siquiera de que yo pudiera hacer algo así.
Ambas escuchamos el murmullo de la lluvia sobre el techo y las explosiones y los crujidos del metal de la tubería que se dilataba a medida que el calor subía.
—Lo siento —se disculpó Glory—. No tendría que haberte hablado tan bruscamente la otra noche, pero estaba preocupada.
—Está bien —dije en tono magnánimo—. Cuando llegue mi Pueblo…
—Mira, Debbie. —Glory se puso de espaldas a la cocina y colocó las manos detrás de su cuerpo—. No digo que no tengas amigos y que no vengan algún día y todo quede arreglado, pero ahora no están aquí. Ahora no pueden ayudar, y tenemos problemas… montones de problemas. Seth está preocupado porque la orilla se desmorona y cambia el nivel del agua. Bueno, él no lo sabe, pero anoche volvió a caer y estamos casi en medio de una isla. Asómate a la ventana.
Lo hice y una fría aprensión me carcomió las entrañas. Por el arroyo corría agua. No un hilillo, sino un caudal que parecía una ancha y acerada carretera, llena de barro donde no quedaba cubierta por las sombras de las densas nubes. Corrí hasta la otra ventana. Una estrecha montaña escarpada se extendía a través del entrelazamiento de un millar de corrientes de agua convergentes y se fundía en el pesado gris de la montaña que se alzaba más allá de nosotros. Era el sendero… el sendero de montaña que Glory y Seth recorrían para ir a Skagmore.
—Detesto tener que pedírtelo —me aseguró Glory—. Sobre todo después de regañarte como lo hice, pero tenemos que salir de aquí. Tenemos que salvar lo que podamos y refugiarnos en la mina. Ahora será mejor que empieces a rezar para que pasen algunos días más hasta que el agua llegue a esa altura. Entretanto, recoge tu cama y vete.
La miré sorprendida, y luego miré el agua; corrí hasta mi catre, levanté el improvisado y gastado colchón y fui corriendo hasta la puerta.
—¡Aguarda! ¡Aguarda! —me llamó—. Tienes que plegarlo para moverlo mejor. Ponte este sombrero viejo de Seth. Te protegerá los ojos de la lluvia durante un rato, supongo. Espera hasta que yo recoja mis cosas. Yo iré delante.
«¡Oh, no! ¡Oh, no! —grité para mis adentros mientras el pánico me hacía temblar las manos y recogía con dificultad la ropa de mi cama—. ¿Por qué esto me ocurre a mí? ¿No era suficiente con arrancar a Thann de mi lado? ¿Por qué tengo que seguir sufriendo?»
—¿Preparada? —Glory me miró atentamente desde detrás de su carga—. Espero que hayas empezado a rezar. Si no lo has hecho será mejor que empieces enseguida. Tenemos que ir hasta allí y volver. Seth descansará un poco antes de salir.
—¡Pero yo puedo elevarme! —grité—. ¡No necesito caminar! Tengo mi escudo. ¡No tengo por qué mojarme! Puedo ir…
—Vete, entonces —dijo Glory, en tono duro y poco amistoso—. ¡Lárgate!
Sentí que me dominaba el pánico y me mordí los labios… Necesitaba a Glory.
—Simplemente quería decir que podría llevar tu carga y también la mía —dije, aunque no era lo que había querido decir en un principio—. Así podrías llevarte algo más. Yo puedo trasladar todo esto sin que se moje.
Levanté mi propia carga y la mantuve suspendida mientras cogía la de Glory. Junté los dos bultos y salí por la puerta, abriendo mi escudo personal para cubrirlo todo.
—¿Cómo… llego hasta allí? —pregunté con voz débil y asustada.
—Sigue esa montaña escarpada —me indicó Glory en tono aún frío, como si hubiera captado mis emociones ocultas, como sólo pueden hacer los miembros del Pueblo—. Verás la entrada en la colina en cuanto llegues a la cumbre. No te internes demasiado. Los puntales están podridos en varios sitios.
—De acuerdo —dije—. Regresaré.
—Quédate allí —me dijo Glory—. Y ahora vete. Tengo que lograr que Seth se levante.
La seguí con la mirada y me aparté de la pequeña serpiente que el agua había formado en un rincón de la habitación. Me marché.
Aunque estaba protegida por mi escudo me aparté haciendo una mueca al oír el súbito rugido de la lluvia. No veía más allá de un metro y tuve que desplazarme por la estrecha montaña escarpada yendo de una roca a otra. Pasó toda una eternidad hasta que vi la oscura entrada de la mina y logré meterme con mi carga. Varios centímetros alrededor de la entrada el suelo estaba embarrado, pero más adentro estaba seco y el techo se elevaba dejando libre un espacio bastante amplio.
Dejé en el suelo la cama improvisada y miré a mi alrededor. Unas vías de trocha angosta desaparecían en el interior de la mina y a un costado había un vagón de mineral medio caído, con dos ruedas afuera y casi cubierto de tierra. Desenterré una rueda y, al tirar hacia arriba, logré hacerla rodar tambaleándose de mala gana. Empecé a calentar la rueda, trabajando lentamente porque había practicado poco las Señales y Creencias básicas… las prácticas de mi Pueblo.
De pronto tuve la impresión de que había pasado mucho tiempo desde que había salido de la choza. Corrí hasta la entrada y miré hacia fuera. No vi a Glory ni a Seth. ¿Dónde estarían? No podía quedarme sola, sin alguien que me ayudara. Salí a la tormenta tan rápidamente que me quedó la cara empapada antes de que mi escudo se abriera por completo. Estuve a punto de perder de vista la montaña escarpada. Era una cadena irregular de pequeñas islas rocosas que regresaban a la choza. Avancé a tientas bajo la fuerte lluvia mientras le decía entre jadeos a Bebé Interior: «¡Oh, espera! ¡Espera! No puedes llegar ahora». Intenté pasar por alto un leve pero creciente malestar.
¡Entonces ocurrió el milagro! Por encima de mi cabeza oí el zumbido de un helicóptero. ¡Un helicóptero de rescate! Ahora se acabaría este delirante terror y todo este malestar. Lo único que tenía que hacer era llamar con señales al helicóptero y lograr que me subieran y me llevaran lejos de allí… Me volví para localizarlo y hacerle señas de que se acercara, cuando de repente me di cuenta de que no podía elevarme hasta él… No podía elevarme delante de Extraños que tuvieran alguna importancia. Esta regla básica del Pueblo estaba profundamente arraigada en mí. Bajé a toda velocidad hasta quedar precariamente encaramada en una de las rocas expuestas del sendero. Agité las manos delirantemente al helicóptero que se movía con lentitud. ¡Tenían que verme!
—¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí! —grité desesperada, cuando el helicóptero se alejó bajo la lluvia gris y recurrí al llamado mental, extendiéndolo a la frecuencia completa, rezando para que algún receptor captara mi mensaje—. ¡Es un caso de necesidad! —Entre sollozos lancé el viejo grito infantil del Grupo—. ¡Es un caso de necesidad!
¡Y llegó la respuesta!
—¿Eres de los nuestros? —La pregunta mental estaba dominada por la sorpresa—. ¿Quién eres? ¿Dónde estás?
—¡Estoy aquí abajo, en medio de la lluvia! —dije sollozando, en voz alta y al mismo tiempo mentalmente—. ¡Soy Debbie! ¡Antes vivía en el cañón! Nos fuimos al Hogar. Venid a buscarme. ¡Oh, venid a buscarme!
—Enseguida voy. ¿Qué demonios estás haciendo en la Tierra, Debbie? Se suponía que nadie iba a regresar tan alegremente…
—¡Tan alegremente! —La carcajada quedó ahogada en mi garganta. Todo el tiempo que había pasado en la Tierra quedó borrado y me vi atrapada por la intensidad del encuentro ahora que Thann no estaba conmigo… Por esta lluviosa bienvenida a la Tierra en la que Thann estaba ausente—. ¿Quién eres tú? —pregunté. Había olvidado muy pronto las pautas individuales del pensamiento.
—Soy Jemmy. Estoy en una Unidad de Rescate de Extraños. ¡No hacemos más que recoger gente de este maldito lago! —Lanzó una risita—. Se lo merecen por construir un dique en Cougar Creek y estropear el cañón. Pero dime, ¿cuál es el problema? No tendrías que estar aquí. Tú volviste al Hogar, ¿no es así?
—El Hogar…
Me eché a llorar y mientras el helicóptero trazaba círculos y buscaba un espacio para aterrizar sobre un llano que ya estaba cubierto por cinco centímetros de agua, Jemmy y yo seguimos hablando. La que más habló fui yo. Dejamos de lado la verbalización y nuestros pensamientos avanzaron a toda prisa hasta que le conté a Jemmy todo lo que había ocurrido desde aquel horrible día en que nos estrellamos. Era como hablar de otra persona… de otra lejana y triste historia de tragedias y terrible desvalimiento… de las improvisaciones de los Extraños. Acababa de concluir mi relato cuando la puerta del helicóptero se abrió repentinamente y Jemmy salió y quedó suspendido por encima del agua que me empapaba las zapatillas.
—Oh, gracias al Poder —exclamé, cogiendo las manos de Jemmy, tropezando con mi propio escudo—. ¡Oh, sácame de aquí, Jemmy! ¡Llévame otra vez junto al Pueblo! Estoy harta de vivir como una Extraña. ¡Y Bebé Interior no quiere nacer en el sucio suelo de una mina! ¡Oh, Jemmy! Qué horrible es ser una Extraña. Llegaste a tiempo. —Intenté sonreírle y las lágrimas de agradecimiento me humedecieron las mejillas.
—¡Debbie!
¡Ese no podía ser mi nombre! ¡Esa fría y dura palabra acusadora! Ese epíteto… ese…
—¡Jemmy! —Dejé caer mi escudo y me estiré hasta él. Aunque no podía creerlo no quiso recibirme—. ¡Jemmy! —grité, y la lluvia me mojó los labios—. ¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que está mal?
Retrocedió flotando y no pude alcanzarlo.
—¿Dónde están Glory y Seth? —me preguntó en tono severo.
—¿Glory y Seth? —Tuve que pensar para poder recordarlos. Habían quedado en otra vida—. En la cabaña, supongo. —Me sentía desconcertada—. ¿Por qué?
—¿No estás preocupada por ellos? —me preguntó—. ¿Pides que te rescaten y te olvidas de ellos? ¿Qué es lo que te ha hecho el Hogar? Evidentemente, ya no eres de los Nuestros. Si has quedado infectada por algún tipo de virus, no queremos que se propague.
—¿No me aceptas? —ella estaba asombrada—. ¿Vas a dejarme aquí? ¡No puedes! ¡Tienes que llevarme contigo!
—No te estás ahogando —dijo fríamente—. Regresa a esa cueva. En el helicóptero tengo un par de mantas de sobra. Ponte cómoda. Hay otra gente que necesita ser rescatada con más urgencia.
—¡Pero Jemmy! No… no comprendo. ¿Qué ocurre? ¿Qué he hecho? —Se me estaba destrozando el corazón y me estaba haciendo pedazos con sus afilados bordes.
Jemmy me miró con expresión fría y reflexiva.
—Si tienes que preguntarlo, sería muy largo de explicar —respondió. Se volvió y cogió las mantas del helicóptero. Las trasladó hasta la entrada de la mina, las dejó suspendidas y las empujó para que atravesaran la entrada.
»Ahí tienes —añadió—. Ponte cómoda. No te mojes los pies.
—¡Oh, Jemmy no me dejes! ¡Ayúdame! —Me encontraba casi en un estado de colapso y la oscuridad me invadía.
—Mientras estás acurrucada, a salvo —la voz de Jemmy me llegó desde el helicóptero—, podrías tratar de pensar un poco lo siguiente: «¿Quién demonios te crees que eres?» Y si crees que tienes la respuesta adecuada, di: «Estaba muerta de hambre…»
No lo oí marcharse. Me quedé acurrucada, perdida en una desdicha demasiado intensa para intentar siquiera descifrarla. Todas mis esperanzas se habían basado en el momento en que el Pueblo me encontrara. Ellos lo arreglarían todo. Yo sería liberada de todas mis preocupaciones y desdichas, y ahora… ahora…
Me invadió una ola de malestar que había estado creciendo lentamente durante algún tiempo y cuando me aferré a la roca se me pusieron blancos los nudillos. ¿Cómo era posible qué hubiera confundido el otro dolor con éste?
—¡Glory! —grité, sollozando—. ¡Es Bebé Interior! —Ahora recordaba a Glory y a Seth. Volvía a vivir la desdichada etapa de esperar a mi Pueblo. Me puse de pie haciendo un esfuerzo, cerré mi escudo y lo preparé para que me diera calor con el fin de contrarrestar el frío que me calaba los huesos—. ¡No puedo enfrentarme a esto yo sola! ¡Cualquier cosa, cualquier cosa es mejor que estar sola!
Regresé por la estrecha montaña escarpada que casi había desaparecido debajo de la resbaladiza marea fangosa. La cabaña estaba en medio de un lago. La puerta de atrás estaba entreabierta. Toda la estructura se encontraba ligeramente inclinada, como si pensara sumarse al rugido del increíble río que bañaba el lecho del arroyo de orilla a orilla. Me tambaleé contra la puerta mientras otro ataque de dolor me tensaba las manos y me obligaba a lanzar un grito involuntario.
Cuando el dolor se calmó me sequé el sudor del labio superior y abrí la puerta un poco más. Entré y oí el rugido aún más fuerte de la lluvia que caía sobre el tejado, Una luz azul brillaba serenamente en la lata de polvo de hornear que estaba sobre la mesa vacía de la cocina. La cogí rápidamente y fui hasta el dormitorio.
Seth estaba tendido en la cama, pálido y quieto, con los ojos hundidos y el pecho inmóvil. Me llevé rápidamente la mano a la boca y sentí el golpe contra los dientes.
—¡Oh, no! —susurré y suspiré aliviada al ver que un leve soplo levantaba el único edredón delgado que Glory le había dejado.
—Has vuelto.
Miré a Glory. Estaba sentada en el otro costado de la cama, con una caja de zapatos en el regazo y con una mano apretaba un extremo del edredón raído.
—No vinisteis —susurré—. Os esperaba.
—No es necesario que susurres. —Su voz era la habitual salvo que sonó entrecortada al pronunciar la última palabra—. Él no puede oírte.
—¡Pero debéis venir! —grité—. La casa se la llevará el agua en cualquier momento. El arroyo ya está…
—¿Por qué iba a irme? —preguntó sin entusiasmo—. Él no puede moverse.
Ambas miramos al oír la respiración entrecortada de Seth.
—Pero el agua se llevará…
—A ti te pasará lo mismo si no te vas. —Apartó el rostro.
—Pero Glory… —Pronuncié su nombre pero salió mezclado con un grito ahogado de dolor. Me aferré al marco de la puerta con ambas manos y esperé hasta que el dolor se calmó.
—Bebé Interior —dijo Glory, mirándome con fijeza.
—Sí —respondí jadeando—. Supongo que sí.
Glory se puso de pie y dejó la caja de zapatos en el extremo de la cómoda hundida. Se inclinó y acomodó la manta debajo de la barbilla de Seth.
—Regresaré —le dijo. Avanzó lentamente por el agua que le llegaba a la altura de los tobillos y rodeó la cama.
—Será mejor que nos vayamos —señaló—. Tendrás que indicarme el camino. El sendero ha desaparecido…
—¿Me estás diciendo que lo vas a dejar aquí, solo? —pregunté, azorada—. ¡Es tu esposo!
Miró a Seth y sus labios se contrajeron.
—De todas formas, todos morimos solos —concluyó—. Si él pudiera hablar, me diría que me fuera.
Entonces me quedé quieta al percibir la apasionada efusión de su pena y su amor… su último adiós callado a Seth. Con un esfuerzo volvió a mirarme.
—Nos debemos a los vivos —dijo—. Y Bebé Interior no esperará.
—¡Oh, Glory! —La angustia de la pena me oprimió el pecho hasta que pude volver a jadear—. ¡Oh, Glory! ¡No podemos hacerlo, no podemos! —Me dolía la garganta y parpadeé para reprimir unas lágrimas muy distintas a las que había derramado desde la muerte de Thann.
Cogí la moneda brillante de la lata de polvo de hornear y me la guardé en el bolsillo.
—Arrópalo bien —le dije, señalando a Seth—. Y trae todo lo que necesites.
Glory me miró brevemente y en sus ojos brilló la esperanza; luego, con manos temblorosas y ágiles, ajustó el edredón alrededor de Seth, cogió la caja de zapatos y la metió debajo de la ropa de cama. Se oyó un chirrido áspero y toda la choza dio un giro de noventa grados.
—¿Podremos pasar la cama por la puerta? —pregunté en tono agudo.
—No, a menos que la desarmemos —dijo Glory en un tono sereno que me tranquilizó—, y no tenemos tiempo para eso.
—Entonces… entonces…
—El colchón se puede doblar —señaló—. Si las dos…
Con todas mis fuerzas y mi fe me aislé en la quietud de mi interior. «Ayúdame ahora —supliqué—. No puedo hacer nada yo sola. Dame fuerzas, guíame, ayúdame…»
Las últimas palabras las pronuncié en voz alta mientras me aferraba al pie de la cama, esperando hasta que la ola se calmó. Luego, lenta y deliberadamente, con tranquilidad y sin prisa levanté el colchón en el que Seth estaba acostado y doblé los bordes lo suficiente para sacarlo de la habitación. Al llegar a la cocina lo dejé suspendido. Glory y yo nos tambaleamos mientras la casa se sacudía bajo nuestros pies, se balanceaba y se estabilizaba.
—¿Tienes con qué taparlo, para que no se moje con la lluvia? —le pregunté—. No puedo extender más mi escudo y levantar todo esto al mismo tiempo.
—Nuestros impermeables —dijo Glory, mirándome fijamente con una nueva expresión—. Ayudarán.
—Entonces tráelos —le indiqué—. Y tú también tendrás que subirte al colchón para que él no se destape.
—¿Pero podrás…?
—Podré —respondí, conservando la serenidad de mi mente—. De prisa… la casa se mueve.
Glory cogió rápidamente los dos impermeables amarillos que colgaban de unos clavos, detrás de la puerta. Se puso uno a toda prisa y extendió el otro sobre Seth.
—La cabeza también —dije—, o de lo contrario se ahogará. Será mejor que tú también te cubras la cabeza. Así será más fácil. ¡De prisa! ¡De prisa!
Glory echó un vistazo al colchón suspendido en el aire y, frunciendo los labios, trepó hasta él y se tendió junto a Seth, colocando un brazo protector sobre su pecho. Apenas había cerrado los ojos cuando empecé a pasar el colchón por la puerta. En ese mismo momento la casa empezó a girar. Cuando salimos se movió hasta quedar patas arriba y mientras nos alejábamos se derrumbó lentamente en el arroyo y quedó perdida en el tumulto de las aguas.
«No queda más que las ventanas y el armazón —pensé—. En realidad, menos aún, porque no quedan cristales que puedan romperse». Pero mis desesperadas palabras tranquilizadoras no sirvieron de mucho. Aún había dos vidas que dependían de mi capacidad para practicar la elevación inanimada y transportarlas. Seguí empujando obstinadamente, sin poder ver más allá de la cascada de agua que caía sobre mi escudo. Abajo, las aguas se serenaban porque se hacían tan profundas que ya no luchaban contra las rocas y las montañas. Finalmente se deslizaron en silencio. Más adelante y un poco más abajo, la lluvia resbalaba en los impermeables de Seth y Glory y el resto de la cama era un revoltijo empapado.
Finalmente logré ver la entrada de la mina, una mancha más oscura en el gris que impregnaba el aire.
—¡Allí está, Glory! —grité—. Casi hemos llegado. Sólo un poco… —Y el dolor se apoderó de mí. Jadeé y sentí que empezaba a caer. Toda mi fuerza se agotaba… en mi mente sólo había lugar para una angustia arrolladora. Sentí el extremo empapado del colchón bajo mi brazo y luego dos manos fuertes que me cogían y empezaban a tironear de mí haciéndome subir a la cama.
—Inténtalo… —La voz de Glory sonaba en la lejanía—. ¡Colabora! Sube a la cama.
Aparté deliberadamente el dolor de mi mente. Sentí que me elevaba suavemente, como en cámara lenta, y que me deslizaba en el extremo de la cama. Quedé tendida con medio cuerpo dentro y medio cuerpo fuera del colchón, e intenté contener el aliento.
—Debbie. —La voz de Glory sonó serena y firme—. Estamos casi en el agua. ¿Puedes levantarnos un poco?
«Oh, no —pensé—. ¡Eso es demasiado pedir! Necesito… descansar».
Entonces, inesperadamente, volví a oír la voz de Jemmy, que preguntaba: «¿Dónde están Glory y Seth?» Como si en cierto modo yo fuera responsable de ellos. «¡Lo soy! —me dije—. Soy responsable de ellos. La vida de ambos quedó en mis manos en el momento en que salimos del dormitorio. ¡Incluso antes! Yo misma me hice responsable de ellos cuando me recogieron…»
Con un esfuerzo infinito me concentré e intenté aferrarme al Poder y, poco a poco, la cama se separó del agua y, poco a poco, volví a avanzar hacia la entrada de la mina; le cogí la mano a Glory con tanta fuerza que cualquiera habría pensado que estaba dando a luz bajo esa lluvia torrencial.
Los acontecimientos de los minutos siguientes se sucedieron a toda velocidad pero quedaron borrados de mi mente, como si estuviera observándolos desde el extremo opuesto de unos prismáticos. Coloqué el colchón cerca de la rueda encendida. Glory trabajaba de prisa pero serenamente. Extendió la ropa de mi cama y me desvistió iluminada por la luz de la moneda que había colocado en un saliente de la pared. Grité al sentir el calor de mi camisón de tekla contra la cabeza. ¡Había olvidado la ropa de Bebé Interior! El agua llena de fango empezaba a perder su suavidad.
Volví a sentir el dolor y cuando se calmó, Glory sacó de algún sitio un jarro de café, uno de esos enormes jarros esmaltados que suelen llevarse para acampar; lo llenó y lo puso a calentar encima de la rueda que hacía las veces de cocina. Las almohadas ya no tenían funda y éstas estaban a un costado de la cama, acomodadas en cuadrados perfectos, y encima se veía una vieja y arruinada navaja con una hoja abierta. Una de las mantas delgadas había quedado partida en cuatro trozos.
Glory se inclinó sobre mí y vi su rostro tosco y reconfortante.
—Todo está saliendo bien —dijo—. Seth y yo teníamos algunas cosas guardadas aquí en la mina. Él empieza a respirar mejor. Tú no tienes de qué preocuparte, más que de Bebé Interior. Y con respecto a él sólo tienes que preocuparte de cómo vas a llamarlo ahora que dejará de estar en tu interior.
—¡Oh, Glory! —musité y apreté mi mejilla contra su mano.
A partir de ese momento fui tres personas a la vez: una que lloraba y jadeaba, luchaba con el dolor y contra el dolor y que estaba totalmente concentrada en la tarea que tenía ante ella; otra que acusaba y juzgaba. Y una tercera que se encontraba en el banquillo de los acusados, indefensa y culpable.
Se pronunció la sentencia del gran Libro.
«Estaba hambrienta —decía la acusación—, y me alimentaron».
«Comí su comida —reconocí—. Sin habérmela ganado».
«Estaba desnuda y me dieron ropas…»
«Ahora podemos tener ropas decentes», me oí decir.
«Era una desconocida y me aceptaron…»
«Permití que ellos me cuidaran…», admití.
«Me encontraba en la cárcel de mi pena y me visitaron».
«Y yo acepté su preocupación y sus cuidados como si fuera un derecho incuestionable. Tomé y tomé y tomé y no di nada…» El remordimiento era peor que el dolor que hacía que mi otro ser gritara y luchara entre las delgadas mantas.
«No tengas de ti mejor opinión de la que debes». La voz se había interrumpido. Ahora las palabras se sucedían en cintas de llamas, agitándose ante mis ojos cerrados, secando las lágrimas.
«Del que mucho ha recibido, mucho se espera. El primero debe ser el último. El más grandioso debe ser el siervo de todos los demás».
«Hagas lo que hagas al menor de estos…»
La repentina separación concluyó y las tres personas en las que me había convertido se fundieron en un súbito y ciego torrente y oí, dichosa, el llanto anhelante y agraviado de Mi Bebé.
—¡Oh, Thann! —susurré mientras me deslizaba en una nube de bienestar y relajación—. Oh, Thann, ya está aquí. Nuestro bebé… nuestro Thann-Dos.
—Estás absolutamente segura, ¿no? —preguntó Glory en tono divertido—. Pues tienes razón. Es un varón.
Me sacudí el cansancio y dije:
—Déjame ver a mi pobre bebé desnudo. Todas sus ropas…
—No tan desnudo —me corrigió Glory—. Toma, cógelo mientras ordeno todo esto.
Dejó a mi lado al bebé envuelto en una manta y me apoyé en un codo para contemplar el milagro del rostro de mi hijo. Pasé un dedo por el pelo oscuro y húmedo y quedé absorta al comprender que Bebé Interior estaba junto a mí. En esto había estado convirtiéndose, serenamente intacto, en mi interior, mientras ocurrían tantas desgracias. Cuando Glory se acercó para cogerlo, protesté aunque estaba medio dormida.
—Simplemente voy a vestirlo —me tranquilizó Glory—. Luego podrás volver a cogerlo.
—¿Vestirlo? —pregunté, confundida.
—Sí —dijo Glory, apartando la manta—. Había guardado el vestido de arpillera en la caja de zapatos, y esas fundas viejas servirán como pañales. Aunque me temo que no son muy impermeables.
—¿Es un varón? —Eran las primeras palabras que Seth pronunciaba desde que habíamos abandonado la cabaña.
—Un varón —canturreó Glory, agradecida—. ¿Quieres verlo?
—Claro. ¡Los hombres debemos estar unidos!
Volví a recostarme y sonreí para no llorar mientras los oía hablar del niño.
—Moreno, como Davy —dijo Glory suavemente—. Bien, creo que será mejor que lo devolvamos a su sitio. —Lo acomodó a mi lado.
—Glory —dije—, ese vestido podría haber sido para el hijo de Davy. Así que tú y Seth debéis ser los abuelos de mi pequeño Thann-Dos.
—Yo… —Glory se mordió los labios y alisó la manta con mano temblorosa—. Nosotros… —Tragó saliva—. Claro. Es un placer.
—Oye, abuela —la llamó Seth, con voz apenas más alta que un susurro—. ¡Me vendría bien un poco de café!
—De acuerdo, abuelo, ponte la camisa —respondió Glory—. ¡Marchando un café!
Esa noche, después de que Glory nos atendiera a todos y la luz de la moneda quedara suavizada debajo de una lata oxidada y el sueño nos envolviera a todos, me incorporé un poco y me apoyé en un codo curvando el cuerpo instintivamente alrededor del precioso bulto que descansaba a mi lado. La rueda convertida en estufa seguía encendida, aliviando un poco el crudo frío de la habitación de roca. Glory y Seth dormían al otro lado de la rueda y su cama había quedado aumentada por una de las mantas que Jemmy había dejado.
Cuando le dije a Glory dónde estaban, pero no de dónde habían salido, las cogió, me miró por encima de la pila, abrió la boca, volvió a cerrarla y, sin hacer ningún comentario, extendió una manta para mí y una para ellos. Ahora ambos dormían y yo estaba despierta, escuchando la «voz de muchas aguas, cantando alabanzas…», y sumé mi alabanza a la de ellos. Fuera el cielo empezaba a aclarar pero el murmurante chapoteo de las aguas me recordó que la infinidad de arroyos de las colinas aún no se habían vaciado y que la marea se elevaba cada vez más.
Reflexioné una y otra vez sobre la extraña dualidad de los acontecimientos de la noche. Volví a oír y a ver todas las acusaciones, todas las advertencias. Seguramente habían estado esperando semejante oportunidad cuando mi yo distorsionado no miraba, esperando para entrar y enfrentarme a mi propio ser. Había conocido todas las palabras con anterioridad. Esta oportuna sabiduría había resultado familiar para el Pueblo incluso antes de que llegaran a la Tierra, y una de las cosas entrañables de la Tierra era que allí habíamos encontrado paráfrasis maravillosamente rítmicas de ellas.
Así como había dejado a un lado la carga de Bebé Interior para asumir la carga más pesada de Thann-Dos, también debía dejar de lado la carga de mi ser malcriado y asumir la carga más pesada de mi responsabilidad, como miembro del Pueblo, ante Glory y Seth y ante todo lo que el Poder pusiera delante de mí. Jemmy tenía razón. Yo no pertenecía al Pueblo. Me había convertido más bien en una Extraña. Bien, el remordimiento es inútil salvo en la medida en que cambia nuestra manera de hacer las cosas. Y yo cambiaría… con la ayuda del Poder.
Entonces cerré los ojos y sentí que se me empezaban a humedecer y me pregunté con tristeza cuánto tiempo pasaría hasta que Jemmy volviera a aparecer. Thann-Dos se agitó en la curva de mi brazo. Bajé la vista hasta la sombra que lo protegía.
—¡Pero creo que Jemmy fue innecesariamente duro con Bebé Interior! —susurré mientras acercaba al pequeño a mi cuerpo.
—Yo también —fue la pronta respuesta mental.
Sorprendida, miré hacia arriba. En la entrada de la mina vi a dos de ellos.
—Y además se lo dije. —Las figuras avanzaron unos centímetros haciendo crujir el suelo de la mina—. ¿Me recuerdas, Debbie? Soy Valancy. Tal vez has olvidado…
—¿Olvidar? ¡Oh, Valancy! —Nos fundimos en un abrazo. Hubo un encantador y cálido entrelazamiento de ideas entre los tres, y toda clase de explicaciones (que Jemmy no tenía idea de que faltaba tan poco tiempo para que naciera Bebé Interior), y disculpas («No tenía la menor idea, pero cuando tú…»), y aceptaciones y motivos y cosas como las Pautas Necesarias («Considerando que tenías controlada la situación, fui a ver si alguien más…») hasta que, finalmente, aclarada la situación y relajada observé a Valancy, que acunaba a mi pequeño entre sus brazos.
¿Cómo habría podido olvidar a Jemmy y a Valancy, a los encantadores adultos, a los Ancianos del Grupo de mi Pueblo que vivían en Cougar Canyon cuando el cañón todavía era habitable? Nos habíamos despedido de ellos cuando nuestra nave partió rumbo al Hogar, hacía tanto tiempo.
—Puedes mirar —le dijo Valancy a Jemmy—. Pero no tocar —enseguida contradijo sus propias palabras poniendo entre sus brazos al bebé dormido. Hizo chasquear los dedos y un pequeño bulto flotó desde la entrada de la mina.
—Traje algo de ropa —comentó—. Aunque parece que Glory tiene todo previsto. Pero aquí tienes algunas prendas de Nuestro Bebé. La niña creció tan rápidamente que algunas apenas las usó. Si no se lo decimos, Thann-Dos jamás sabrá que usó ropa de chica. —Le quitó al bebé el cuadrado de sábana raída—. Y aquí está el vestido —dijo sonriendo mientras pellizcaba el borde, ahora lamentablemente empapado.
—El vestido —dije—. Oh, Valancy, ¿no soy la persona más afortunada del mundo por haber tenido a Glory a mi lado? ¡No me la merezco! ¡Qué estúpida fui!
—Las Glory de este mundo tienen que vérselas con muchos estúpidos —opinó Valancy mientras cambiaba con destreza la ropa de mi pequeño y volvía a acomodarlo, aun felizmente dormido, entre mis brazos. Dobló la ropa húmeda y la ató en un bulto.
—Tú y el pequeño vendréis con nosotros —me informó Jemmy—. Será mejor que despiertes a Glory y se lo digas.
—¡Glory! —dije en voz suave pero audible.
Se despertó y se levantó inmediatamente.
—Glory, mi Pueblo ha venido —le dije—. Quieren que Thann-Dos y yo vayamos con ellos. Pero volveré en cuanto pueda.
Valancy puso al bebé en brazos de Glory. Y ella lo abrazó.
—Supongo que tenéis que iros —dijo y su voz sonó amortiguada por la manta—. Muy pronto él va a necesitar montones de pañales. Con los que tenemos no daríamos abasto.
—Trajimos algunas provisiones para vosotros —comentó Jemmy—. Son de la unidad de rescate. Estamos trabajando en toda la zona, ayudando a la gente que tuvo que abandonar su casa a causa de la inundación.
—¿Jicker se encuentra bien? —preguntó Seth con voz ronca.
—¿Jicker? —Jemmy hizo un repaso mental rápido—. Oh, sí. —Rió entre dientes—. Lo recuerdo. Lo rescaté del techo de su cabaña. Nunca en mi vida había escuchado una maldición como ésa. ¡Diez minutos sin parar y sin repetirse ni una sola vez!
—¡Ese es Jicker! —Seth rió y volvió a recostarse—. Me alegro de que el viejo se encuentre bien.
Jemmy miraba a su alrededor.
—Esta es la mina Skagmore, ¿verdad? —dijo—. Pensé que había quedado agotada hacía mucho tiempo.
—Y así fue… un par de veces —respondió Seth—. Pero nosotros logramos encontrar algunos filones nuevos. Lo suficiente para sobrevivir durante un tiempo, pero reconozco que a estas alturas, con tanta agua y todo lo demás, está casi acabada.
—Nosotros tenemos una mina al otro lado de Baldy —comentó Jemmy—. Cuando nos mudamos a las colinas pensamos que era poco lo que se podía hacer y que no valía la pena dejar allí un equipo. Pero creo que hay lo suficiente para un par de trabajadores dispuestos a explotarla. También tiene una especie de choza en la que los trabajadores dormían cuando hacían su turno. Creo que el verano pasado colocamos una tubería desde el manantial hasta la cocina. No está mal. En cuanto tengamos a Debbie instalada, volveremos para llevaros hasta allí. Podéis ver el lugar y pensar si os gustaría intentarlo.
—Gracias —dijo Glory con voz ronca—. Le echaremos un vistazo. Aquí ya no tenemos nada que hacer. Esto es todo lo que tenemos. —Señaló sus pocas pertenencias, amontonadas alrededor de la rueda encendida.
—Y la poca ropa que llevan puesta —añadí—. Y la caja con los tesoros de Glory. —Levanté la caja de zapatos del borde de la cama de Seth y la hice flotar hasta las manos de Glory—. Glory —dije, movida por un impulso repentino—, ¿ahí dentro tienes el espejo?
—Los trozos. —Glory se ruborizó ligeramente—. Es una tontería guardar cosas que no sirven.
—Enséñaselos a ellos —le pedí—. Saben que yo lo rompí.
Glory levantó lentamente la tapa y cogió el espejo con sumo cuidado. Había pegado los trozos, que recibían y cortaban en fragmentos la luz de la mina. Cogí el espejo y vi en él mi rostro hecho pedazos y avergonzado.
—Jemmy —dije mientras se lo entregaba—. Yo lo rompí. Estropeé algo que no puedo arreglar. ¿Puedes ayudarme?
Jemmy cogió el espejo y lo miró fijamente, con expresión tensa y concentrada. Unos segundos después, hubo un repentino flujo de luz y los fragmentos rotos de cristal se fundieron en uno solo. Jemmy me lo devolvió y vi mi rostro otra vez entero.
—Toma, Glory —dije, poniendo el espejo entre sus manos—. Esto es sólo una parte de las disculpas y las compensaciones por todo lo que te debo.
Dejó correr un dedo sobre el cristal arreglado y su rostro se enterneció con los recuerdos.
—Gracias —dijo—. Aprecio tu gesto.
Jemmy estaba entrando con un carrito para que yo no tuviera que cansarme durante el viaje de regreso. Glory levantó a Thann-Dos mientras Valancy y Jemmy me acomodaban. Pasó el dedo por el borde de la manta del bebé y lo arrugó para destapar una de las diminutas manecitas sonrosadas. Volvió a arroparlo suavemente, doblando primero el puño del vestido.
—¿Dónde están las otras cosas? —preguntó—. No tiene sentido que te lleves ropa improvisada.
—No —dije—. Pero no te devolveré el vestido, aunque quieras conservarlo. Ha sido el primer vestido de Thann-Dos y podría haber sido el único, si las cosas hubieran salido de otro modo. Ahora será de la familia, hasta la última hebra, y el primer hijo de Thann-Dos también lo usará… —Me interrumpí, muy abrumada por una idea repentina—. ¡Oh, Valancy! ¡Soy madre! ¡Y cuando Thann-Dos crezca, seré abuela!
Todos rieron al ver mi asombro. Y la temperatura emocional de nuestra partida se suavizó.
Cuando Jemmy y Valancy estuvieron listos para trasladarme por el cielo iluminado por la luz de la luna y por las algodonosas nubes que quedaban, Glory se arrodilló para entregarme el bebé. Me estiré y la abracé con fuerza.
—Eres la abuela de Thann-Dos, no lo olvides —susurré—. Volveré. Los dos volveremos y haremos que todo salga lo mejor posible después de un comienzo tan horrible. La verdad es que los miembros del Pueblo no son tan malos como yo he dado a entender. No los juzgues a ellos por mi conducta.
—Tus amigos parecen encantadores. —Glory no hizo caso de las lágrimas que humedecían sus ojos—. Yo… nunca te tomé muy en serio. Las criaturas siempre son criaturas, y además estaba Bebé Interior… —Le acarició la mejilla con un dedo y se levantó de repente—. ¡Santo cielo! ¡Aquí estoy, vestida en camisón delante de todo el mundo!
Retrocedió en las sombras y fue a buscar el impermeable para usarlo como bata.
Saludé con la mano mientras nos lanzábamos por encima de las aguas. Glory alzó el brazo en un breve saludo y antes de que nos alejáramos se volvió, perdiéndose en la oscuridad.
—En realidad tuviste suerte, ¿verdad? —me dijo Jemmy.
—Ya lo creo —murmuré en tono soñoliento—. No esperaba encontrar un ángel con tejanos y camisa de cuadros. Y no es una excusa. Es una explicación.
Jemmy rió entre dientes y atravesamos el cielo en silencio, a toda velocidad. El brillo de la luna me obligó a cerrar los ojos. Me tragué la pena y, estrechando a mi hijo contra mi pecho, musité:
—¡Oh, Thann… oh, Thann, oh, Thann!
Y lo sentí muy cerca de mí.
—¡Vaya! —exclamó Meris lanzando un profundo suspiro.
—Hmm —susurró Mark, estirando sus largas piernas para levantarse a arreglar el fuego—. No es exactamente… —Se interrumpió, concentrado en remover las brasas.
Debbie se echó a reír.
—¿No es exactamente la conducta que uno esperaría de un miembro del Pueblo? —preguntó.
—Supongo que es eso. —Se estiró para coger otro tronco.
—No creáis que no sufrí un golpe duro, cuando finalmente recapacité sobre todo lo sucedido —comentó Debbie con expresión seria; el destello del fuego iluminaba su rostro—. Por supuesto, los miembros del Pueblo están lejos de ser perfectos, pero para mí fue terriblemente humillante darme cuenta de que mi conducta había sido espantosa y que era una verdadera lección para las generaciones más jóvenes. Creedme, he aprendido a actuar según un criterio más generoso que el de mis propias pautas egocéntricas.
—Thann-Dos —reflexionó Meris—. El esposo de Eva-Lee también se llamaba Thann.
—Así es —coincidió Debbie—. Era uno de los antepasados de Thann. Entre nosotros, el nombre es bastante común.
—Hablando de nombres —comentó Meris al pasar—, ¿tú conoces a Timmy y a…?
—¿Y a Lytha? —Debbie se echó a reír—. Cuando venía hacia aquí me crucé con Bethie. Me dijo que te preguntabas… Tal vez algún día puedas oír la historia de labios de ellos. Yo no la conozco lo suficientemente bien para contarla.
—Oh, sólo era una pregunta —dijo Meris sonriendo.
—Es hora de ir a la cama. —Mark se puso de pie y se estiró—. Y de darle las buenas noches a nuestra huésped, además de las gracias. ¿Cuánto tiempo puedes quedarte?
—Sólo esta noche y mañana por la noche —respondió Debbie—. Tengo algunos compromisos con el Grupo, pero Bethie quiere que me quede el tiempo suficiente para hablaros de Shadow.
—¿Shadow? —preguntó Meris con una sonrisa.
Mark se echó a reír.
—¡Mira cómo aguza el oído!
—Sí, Shadow —confirmó Debbie—. Ella también es Dos. En realidad, es Bethie-Dos. Ella y Remy… ya lo conocéis, es su hermano… vivieron toda una experiencia hace muy poco tiempo. Dado que es algo reciente, Bethie pensó que podía gustaros escucharla. Además, todo ocurrió bastante cerca de vuestra cabaña de verano. Veréis, desde donde vivís vosotros, vais hacia el noreste… —Se interrumpió—. A la cama —dijo en tono firme—. A la cama ahora mismo. Hablar produce casi tanto hábito como escuchar.
Al día siguiente por la noche, porque a pesar de que tenían invitados, las clases seguían y Mark tenía que cumplir con sus obligaciones cotidianas, Debbie se acomodó en el sofá, entre Mark y Meris, y dijo:
—Supongo que Bethie se alegró de que la llamaran antes de poder relataros este segmento de nuestra historia. Está relacionado en gran parte con su familia, y ella es muy tímida cuando se trata de hablar de sí misma o de sus parientes cercanos. —Debbie se echó a reír—. Aunque de mala gana, tengo que sonreír al darme cuenta del paralelismo que existe entre mis actos y mis pensamientos y los de Remy, con la diferencia de que él es un adolescente y yo era una mujer casada y responsable.
»Bien, de todas formas, dadme la mano y escuchad la historia de Shadow…