PAÍS RELATO

Autores

thomas bernhard

prejuicio

Cerca de Grossgmain, adonde íbamos con mucha frecuencia los fines de semana con nuestros padres en lo que se llama un landó, que databa del siglo pasado y había sido construido en un taller de Elixhausen famoso en la construcción de landós, vimos de pronto en medio del bosque a un hombre de unos cuarenta a cuarenta y cinco años, que intentó detenernos a nosotros, que subíamos bastante aprisa la pendiente para llegar a tiempo a casa de nuestro tío, gravemente enfermo, que habitaba en un pabellón de caza que nuestro abuelo compró, a principios de siglo, a un príncipe de Liechtenstein y arregló para sus, como decía él siempre, fines filosóficos, poniéndose delante de nosotros en mitad del camino, y que tuvo incluso la audacia de coger a los caballos de los arreos a fin de obligar a nuestro landó a detenerse, lo que, naturalmente, no consiguió. Realmente, aquel hombre sólo pudo saltar a un lado en el último momento y ponerse a salvo dando varias volteretas, como, en la oscuridad que precisamente irrumpía, pude distinguir sólo imprecisamente. El hecho fue que creímos haber tropezado con alguno de esos sujetos que, precisamente aquí, en la frontera bávaro-austriaca, hacen de las suyas y que se han evadido de algunos de nuestros muchos establecimientos penitenciarios, como se dice en el lenguaje forense, lo que fue también la razón de que no nos detuviéramos. Realmente, hubiéramos llegado hasta el extremo de atropellar a aquel extraño tan súbitamente surgido ante nosotros, para no ser víctimas de un crimen, como pensábamos. Al día siguiente, un leñador que trabajaba para mi tío nos comunicó que, en el bosque que habíamos atravesado la víspera en el landó, habían encontrado a un hombre muerto de frío y gravemente herido que, como pronto se supo, era el mejor trabajador y el hombre más fiel que mi tío había tenido jamás. Como es natural, no dijimos nada de nuestra aventura de la víspera y compadecimos a la viuda del que, de forma tan trágica, había perecido.