PAÍS RELATO

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thomas bernhard

escarmiento

El cronista de tribunales es quien está más cerca de la miseria humana y de su absurdo y, como es natural, sólo puede tener esa experiencia por poco tiempo, pero no, desde luego, durante toda la vida, sin volverse loco. Lo verosímil, lo inverosímil, incluso lo increíble, lo más increíble, se le representa cada día ante el tribunal en el que, informando sobre crímenes reales o sólo supuestos pero, como es natural, vergonzosos siempre, se gana el pan y, como es natural, pronto no le sorprende ya absolutamente nada. Con todo, quiero hablar de un solo caso que, lo mismo ahora que entonces, me parece el más notable de mi carrera de cronista de tribunales. El magistrado de audiencia territorial Ferrari, durante años enteros personaje dominante de la Audiencia de Salzburgo, en la que, como queda dicho, informé durante muchos años sobre todo lo que allí era posible, después de haber condenado a doce años de prisión y al pago de ocho millones de chelines a un, como dijo en sus palabras finales, vil chantajista, como recuerdo muy bien, un exportador de carne de buey de Murau, se puso otra vez en pie, tras pronunciar la sentencia, y dijo que iba a hacer un escarmiento. Después de ese anuncio insólito, se metió la mano con la velocidad del rayo bajo la toga y en el bolsillo de la chaqueta, sacó una pistola sin seguro y, para espanto de todos los presentes en la sala, se disparó un tiro en la sien izquierda. Murió en el acto.