PAÍS RELATO

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robert bloch

ved como corren

2 de abril
De acuerdo, doc, usted gana.
Mantendré mi promesa y escribiré regularmente, pero maldita sea si voy a empezar mis anotaciones con frases como Querido diario o Querido doctor. ¿Desea usted que le diga cómo es esto? De acuerdo. Pero lo haré a mi modo, doc, así que ya lo sabe. Si tiene usted alguna idea preconcebida acerca de entrar a saco en mi consciencia, vaya con cuidado con los cocodrilos que flotan en la corriente.
Sé lo que estará usted pensando. «He aquí a un escritor profesional que cree que solo escribe lo que él quiere. Pidámosle que lleve un diario y escribirá pese a sí mismo. Así verá lo equivocado que está». ¿De acuerdo, doc? ¿Es así, doc?
Solo que éste no es mi auténtico problema. Mi obsesión es exactamente lo opuesto… lo antitético, si le gusta más así. Logorrea. Verbosidad. ¿Palabras insignificantes de un escritor barato? Pero eso es lo que siempre dicen en el estudio: todos los escritores son baratos.
De acuerdo, así que aquí tiene su dinero. Salga y cómpreme una docena de escritores. Déjeme ver… quiero dos Hemingway, un Thomas Wolfe, un James Joyce, un par de Homeros si son frescos, y seis William Shakespeare.
Casi le dije eso a Gerber cuando me echó del show. Pero ¿para qué? Esos productores solo tienen una idea. Señalan el aparcamiento y dicen: «Yo conduzco un Cadillac y tú conduces un Volkswagen. Así que, si eres tan listo, ¿por qué no eres rico?».
Llámelo racionalización si quiere. Ustedes los arreglacabezas son estupendos pegándole etiquetas a todo. Pega la cola al asno, ese es el nombre del juego, y el paciente es siempre el borrico. Perdón, no se le llama «paciente», se le llama «analizado». Por cincuenta machacantes a la hora puede usted permitirse el lujo de inventar alguna palabra imaginaria. Y por cincuenta machacantes a la hora yo me puedo permitir el lujo de imaginar alguna palabra inventada.
Si eso es lo que espera usted de mí, olvídelo. No hay invenciones. Ya no. Erase una vez (como dicen los escritores) que sí hubo una invención, más bien un sueño. Un sueño acerca de llegar a Hollywood y arrasar el mercado de la televisión. Escribir comedias, ganar mucho dinero en el tiempo libre de esta cómoda manera, comprarse una casa de ensueño con piscina incluida, y vivir allí una vida de fábula con una atractiva pollita.
Nadie tiene por qué preocuparse de los sueños. Sólo cuando se convierten en realidad empiezan los problemas. Cuando descubres que las comedias ya no son divertidas, el dinero fácil desaparece, y la piscina se convierte en un fluir de conciencia. Incluso una atractiva pollita como Jean se convierte en algo distinto. Ya no es un sueño, es una pesadilla, y es real.
Ese es el problema para usted, doc. Cúreme de la realidad.
5 de abril
Un hecho histórico poco conocido. Poco después de ser herido en el Perú, Pizarro, siempre un maestro de la subestimación, escribió que estaba Incapacitado.
¡Maldita sea, doc, digo que eso es divertido! No puedo aceptar su teoría acerca de los retruécanos como una forma de agresión oral. Porque yo no soy del tipo agresivo.
Hostil, sí. ¿Por qué no debería serlo? Echado del show, después de tres temporadas de sudar sangre para Gerber y ese asqueroso cómico sin ningún talento que tiene. Lou Lane no hubiera encontrado trabajo ni siquiera como maestro de ceremonias en una lavandería automática hasta que yo empecé a escribir para él, y ahora es Míster Neilsen en persona, si le oyes hablar.
Pero no van a provocarme con ninguna de esas cosas, no voy a hacer ninguna estupidez. No necesito hacerlo. Una temporada sin mí, y lo veremos de vuelta allá donde le corresponde… cuidando del aparcamiento de una Autofuneraria. Venga y Sírvase Usted Mismo Sin Bajar Del Coche. Ja, ja.
Gerber me hizo la misma jugada; mi material se está agriando. No nos gusta la comedia negra. Eso es malintencionado, y nosotros nos dirigimos a un público eminentemente familiar. De acuerdo, quizá esa era mi forma de aliviar la tensión, arrojándola fuera de mí… catarsis, ¿no es esa la palabra? Y aquello hizo que me pasara un poco. Que es precisamente lo que quiero que haga usted. Desempolve mi mente, póngame de nuevo sobre los carriles, y yo conseguiré otro contrato y estaré otra vez trabajando para las familias. ¿Okay?
Mientras tanto, nada de problemas. Jean es quien gana nuestro sustento. Nunca hubiera podido imaginarlo cuando nos casamos. Al principio pensé que su manía de cantar era simplemente una afición y no me opuse. Así estaba ocupada mientras yo trabajaba… era un hobby como cualquier otro. Incluso cuando recibió sus primeros contratos para clubs nocturnos, para mí seguía cantando en la Noche de los Aficionados. Pero luego le ofrecieron aquel otro contrato para grabar el disco, y tras los sencillos vinieron los álbumes, etc. Mi pollita se convirtió en un canario.
Es curioso lo que ocurrió con Jean. Nadie lo hubiera imaginado cuando la conocí. Muy espectacular, eso sí, pero aparte eso, nada. Fue el cantar lo que señaló la diferencia. Descubrir su voz fue como descubrirse a sí misma. De pronto, se sintió segura.
Claro que estoy orgulloso de ella, pero eso no deja de inquietarme un poco. La forma en que se toma las cosas, como eso de insistir en que vea a un psiquiatra. No es que me preocupe mucho, por ello, sé que lo hace por mi propio bien, pero es difícil acostumbrarse a ello. Como la pasada noche, en aquella reunión, cuando su agente nos presentó a algunos de sus amigos como «y ahora deseo que conozcáis a Jean Norman y a su marido».
En segundo plano. No es por mí, doc. Ya soy un chico crecido. Lo último que necesito es una crisis de identidad, ¿correcto? Y mientras estemos jugando al juego de la verdad, debo admitir que Jean tiene razón… le he estado dando un poco demasiado a la botella últimamente, desde que fui despedido.
No mencioné esto en nuestra última sesión, pero es la razón principal por la que ella me obligó a venir a usted. Dice que el alcohol es mi sabanita, como en los Peanuts. Quizá librándome de ello las cosas vuelvan a su lugar. ¿Es posible?
Dicen que la sabanita de un hombre es el sudario de otro hombre.
7 de abril
Estúpido pelmazo. ¿Qué quiere decir con eso de que el alcoholismo es solo un síntoma?
En primer lugar, yo no soy un alcohólico. Claro que bebo, quizá bebo mucho, todo el mundo bebe en este negocio. Es eso o la yerba o las drogas duras, pero le aseguro que no estoy flotando y liando mi vida. Sin embargo, uno tiene que aferrarse a algo para mantener la cabeza en su sitio, y por el simple hecho de que chupe de tanto en tanto no tiene por qué decir que soy un alcohólico.
Pero solo para seguir la discusión, supongamos que fuera así. Usted le llama a eso un síntoma. ¿Un síntoma de qué?
Suponga que me lo cuenta. Sentado en ese sillón demasiado blando, con las manos cruzadas sobre su barriga demasiado gruesa, y dejándome a mi que hable y hable… supongamos que le oigo yo a usted ahora durante un rato, solo para cambiar. ¿Qué es lo que sospecha, Señor Juez, Señor Jurado, Señor Fiscal, Señor Verdugo? ¿Cuáles son los cargos… heterosexualidad en primer grado?
No estoy pidiendo comprensión. Tengo toda la que necesito en Jean. Demasiada. Estoy hasta aquí de la rutina de oh-mi-pobre-pequeño. No quiero tolerancia ni comprensión ni nada de esa hipócrita jerga. Solo presénteme algunos hechos, para variar. Estoy cansado de Jean jugando a la Mamá y estoy cansado de usted, jugando al Gran Papá. Lo que deseo es un poco de ayuda real, quiero que alguien me ayude me ayude por favor por favor ayúdeme.
9 de abril
Dos resoluciones.
Número uno, no voy a beber más. Dejo la bebida desde ahora, definitivamente. Estaba borracho cuando escribí eso último, y todo lo que he tenido que hacer ha sido leerlo hoy cuando estoy sobrio para ver lo que me estaba haciendo a mí mismo. Así que se acabó la bebida. Ahora y siempre.
Número dos. Desde ahora no le mostraré esto al doctor Moss. Cooperaré completamente con él durante las sesiones de terapia, pero eso será todo. Esto es como una invasión de la intimidad. Y después de lo ocurrido hoy, no voy a quedarme allí tendido dejando que hurgue y hurgue. Particularmente sin ningún anestésico; no voy a permitirlo.
Si sigo escribiendo todo esto es únicamente para mi propia información, algo así como una redacción personal. Por supuesto, no voy a decirle nada de esto. Me engañó con esa estúpida cháchara psiquiátrica, dejando que hablara por mí mismo. Tenía que haberlo imaginado… los arreglacabezas son autoridades en eso y saben utilizar bien sus etiquetas y clasificaciones. ¿Pero quién lo necesita?
Lo que necesito es mantener el hilo de lo que está ocurriendo, cuando las cosas empiezan a hacerse confusas. Como pasó en la sesión de hoy.
En primer lugar, la hipnoterapia.
Solo entre nosotros, admitiré que la idea de ser hipnotizado siempre me ha aterrado. Y si hubiera tenido la menor sospecha de que el viejo rastrero estaba intentándolo me hubiera largado de allí en menos de dos segundos.
Pero me pilló con la guardia baja. Estaba en el diván y se suponía que debía decir lo que me viniera por la cabeza. Sólo que estaba en blanco, no podía pensar en nada. Agotamiento emocional, dijo, y apagó las luces. ¿Por qué no cerrar los ojos y relajarme? No echarme a dormir, solo soñar despierto un poco. Soñar despierto es a veces más importante que simplemente soñar. De hecho, él no deseaba que yo me quedara dormido, así que me concentré en su voz y dejé que las cosas siguieran su curso…
Me atrapó. No me di cuenta de que estaba perdiendo el control, no me asusté, sabía quien era y todo lo demás, pero me atrapó. Esa era su intención, pues no dejó de hablar de la memoria. De cómo la memoria es nuestra forma personal de viajar por el tiempo, un vehículo que nos lleva hacia atrás, muy atrás a los primeros años de la infancia, ¿no es cierto? Y yo dije sí, puede llevarnos hacia atrás, puede llevarme hacia atrás, hacia la vieja Virginny.
Entonces empecé a tararear algo en lo que no había pensado desde hacía años. Y él dijo eso es, suena como una cantinela de jardín de infancia, y yo dije así es, doc, usted tiene que conocerla, Los tres ratones ciegos.
Por qué no la cantas para mí, me dijo. Así que lo hice.
Tres ratones ciegos, tres ratones ciegos,
Mira como corren, ¡mira como corren!
Corren tras la mujer del granjero,
¿Has visto algo así en tu vida,
algo como tres ratones ciegos, tres ratones ciegos?
—Precioso —dijo—. ¿Pero no se ha saltado una estrofa?
—¿Qué estrofa? —dije. De pronto, y sin ninguna razón, me sentía como muy tenso—. Así es la canción. Mi madre me la cantaba cuando yo era un bebé. Nunca olvidaría algo así. ¿Qué estrofa?
Él empezó a cantar para mí.
Corrían tras la mujer del granjero,
Ella cortó sus cabezas con un cuchillo de trinchar.
Entonces había ocurrido.
No era como recordar. Precisamente estaba ocurriendo en aquel momento, todo de nuevo.
Es a última hora de la noche. Hace frío. Sopla el viento. Me despierto. Quiero un vaso de agua. Todo el mundo duerme. Está oscuro. Voy a la cocina.
Entonces oigo el ruido. Como un palmear en el suelo. Me asusto. Me giro hacia la luz y la veo. En la esquina detrás de la puerta. La trampa. Algo moviéndose en ella. Una cosa gris y peluda y agitándose arriba y abajo.
El ratón. Su pata ha quedado atrapada en la trampa y no puede soltarse. Quizá yo pueda ayudar. Cojo la trampa y tiro del muelle. Sujeto al ratón. Se agita y chilla, y aquello aún me asusta más. Yo no quiero hacerle daño, solo liberarlo para que pueda irse corriendo. Pero él se agita y chilla, y entonces me muerde.
Cuando veo la sangre en mi dedo dejo de tener miedo. Me vuelvo loco. Todo lo que quería era ayudar, y él me ha mordido. Asqueroso animalito. Chillándome con los ojos cerrados. Ciego. Tres ratones ciegos. La mujer del granjero.
Allá. En el fregadero. El cuchillo de trinchar.
Intenta morderme de nuevo. Lo sujeto. Tomo el cuchillo. Y corto, dejo caer el cuchillo y me pongo a gritar.
Estaba gritando de nuevo, treinta años más tarde, y abrí los ojos, y allí estaba en la consulta del doctor Moss, llorando a gritos como un chiquillo.
—¿Qué edad tenía? —dijo el doctor Moss.
—Siete años.
Simplemente salió. Nunca había recordado cuantos años tenía, nunca había recordado qué había ocurrido… todo había quedado borrado de mi mente, como aquella estrofa en la canción del jardín de infancia.
Pero ahora recuerdo. Lo recuerdo todo. Mi madre encontrando la cabeza del ratón en el cubo de la basura y luego dándome una soberana paliza. Creo que fue aquello lo que me puso enfermo, no el mordisco, aunque el doctor que vino y me curó dijo que había sido la infección lo que había causado la fiebre. Estuve en cama durante dos semanas. Cuando me despertaba gritando a causa de las pesadillas, mi madre venía y me abrazaba y me decía cuánto lo sentía. Siempre me decía cuánto lo sentía… después de haberme zurrado.
Creo que fue entonces cuando realmente empecé a odiarla. No me sorprende que muchos de los gags que escribí para Lou Lane versaran sobre madres y suegras. ¿Agresión oral? Podría ser. Todos esos años y nunca llegué a saberlo, nunca me di cuenta de cuánto la odiaba. Aún sigo odiándola ahora, sigo odiándola…
Lo que necesito es un trago.
23 de abril
Dos semanas desde que escribí eso último. Le dije al doctor Moss que había dejado de llevar el diario y me creyó. Le dije al doctor Moss un montón de cosas además de ésa, y no sé si me creyó o no. No es que me importe ni una cosa ni la otra. Yo tampoco creo todo lo que él me dice.
Esquizofrenia hebefrénica. Esa es la calificación ahora.
Significa que algunos tipos de personalidad, enfrentados a situaciones de tensión que no pueden manejar, regresan a la infancia o a niveles de comportamiento infantiles.
Lo busqué el otro día tras echarle una ojeada a las notas de Moss, pero si eso es lo que piensa, entonces es él quien está chalado.
El doctor Moss no emplea palabras como chalado, ido, loco. Trastornos mentales, dice él.
Eso, y regresión. Está obsesionado con eso de la regresión. No más hipnosis: le dije que aquello había terminado absolutamente, y captó el mensaje. Pero utiliza otras técnicas como la libre asociación, y parecen funcionar. Lo que ocurre realmente es que hablo de mis recuerdos, hablo libremente de mi pasado.
Y han aparecido algunas cosas extrañas. Como el no beber un vaso de leche hasta que tuve cinco años… mi madre me la dejaba beber siempre de la botella del biberón, y hubo un gran follón al respecto cuando fui al jardín de infancia y no quería beber mi leche de otra forma más que de esa. Finalmente ella me dio una buena zurra y me dijo cuánto la había avergonzado cuando tuvo que explicarle aquello al maestro, y el biberón desapareció para siempre. Pero era culpa suya. Estoy empezando a comprender por qué la odiaba.
Mi padre tampoco era una joya. Siempre que teníamos alguien a cenar se ponía a hablar de las cosas que yo le decía, de todas las cosas tontas que dices cuando eres pequeño y no sabes más, y todo el mundo se echaba a reír. Cuesta darse cuenta de que los niños también pueden sentirse avergonzados, hasta que recuerdas lo que era aquello. El viejo siempre me aguijoneaba para que le dijera cosas tontas para poder repetírselas a sus amigos. No es extraño que uno olvide cosas así… duele mucho recordarlas.
Duele mucho.
Por supuesto, había también buenos recuerdos. Cuando uno es niño, la mayor parte de las veces no te importa absolutamente nada, no te preocupas por el futuro, no tienes que comprender el correcto significado de cosas tales como dolor y muerte… y eso es lo que generalmente recuerdas.
Las cosas siempre parecían empezar así en nuestras sesiones, pero luego Moss me conducía hacia lo otro. Catarsis, decía; es bueno para usted. Dejemos que salga. De acuerdo, cooperaba, pero cuando terminábamos con una de esas vueltas a la infancia siempre regresaba a casa con un deseo irresistible de tomarme una buena y generosa copa.
Jean está empezando a chincharme de nuevo con ello. Tuvimos otra discusión la pasada noche, cuando volvió a casa tras su actuación en el club. Cantar es lo único que parece importarle actualmente, nunca tiene tiempo para mí.
De acuerdo, también era asunto suyo, pero ¿por qué entonces se despreocupaba de él y me dejaba solo? Así que si estaba borracho, ¿qué tenía luego que decir? Intenté hablarle de mi terapia, de cómo dolía, y de cómo ayudaba una copa.
—¿Por qué no creces de una vez? —me dijo—. Un poco de dolor nunca ha matado a nadie.
A veces pienso que están todos locos.
25 de abril
Están todos locos, eso es.
Jean llamando al doctor Moss y diciéndole que había vuelto a la botella.
—A la botella —dije, cuando él me habló del asunto—. ¿Qué forma de hablar es ésa? Parece como si usted creyera que ella es mi madre y yo soy su bebé.
—¿No es eso lo que usted piensa? —dijo Moss.
Simplemente me lo quedé mirando. No sabía qué decir. Fue una de esas ocasiones en que él lo dijo todo.
Empezó a hablar muy suavemente, acerca de cómo había esperado que la terapia nos hubiera ayudado a realizar algunos descubrimientos juntos. Y tras un cierto período de tiempo yo había empezado a comprender el significado del esquema que yo mismo había establecido en mi vida. Sólo que la cosa no había parecido funcionar de ese modo, y aunque en líneas generales a él no le importaba correr el riesgo de inducir a un trauma físico, en este caso parecía más indicado que antes clarificara la situación para mí.
Puedo recordar esa parte, casi palabra por palabra, porque tenía sentido. Pero lo que dijo a continuación está todo embrollado en mi mente.
Como decir que yo tengo una fijación oral en la botella debido a que representa la botella del biberón que mi madre me retiró cuando yo era un niño. Y la razón que me condujo a escribir comedias para la televisión era reproducir la situación en que mi padre le decía a todo el mundo todos mis comentarios divertidos… porque aunque se rieran aquello significaba que yo estaba llamando la atención, y yo deseaba llamar la atención. Pero al mismo tiempo me dolía el que fuera mi padre quien se llevara todo el crédito de divertirles, exactamente igual a como me dolía el que fuera Lou Lane quien se llevara la popularidad de lo que yo escribía para él. Fue por eso por lo que yo mismo arruiné mi trabajo, escribiendo material que él no podía utilizar. Deseaba que él lo utilizara y así se hundiera, porque lo odiaba. Lou Lane se había convertido en una imagen de mi padre, y yo odiaba a mi padre.
Recuerdo haberme quedado mirando al doctor Moss y haber pensado que tenía que estar loco. Sólo un tipo mal de la cabeza puede elucubrar esas cosas.
Estaba realmente chalado. Hablando de mi madre. De cuánto la odiaba cuando yo era un niño y de cómo tenía que desplazar mis sentimientos hacia otro lado… transferirlos a otra cosa a fin de no sentirme culpable por ello.
Como la vez en que fui a beber agua. Yo deseaba realmente recuperar la botella de mi biberón, pero mi madre no quería dármela. Y quizá la botella del biberón era un símbolo de algo que ella le había dicho a mi padre. Oírles a ellos era lo que realmente me había despertado, y la odié a ella por eso más que por cualquier otra cosa.
Entonces fui a la cocina y vi al ratón. El ratón me hizo recordar la cancioncilla del jardín de infancia, y la cancioncilla del jardín de infancia me hizo recordar a mi madre. Tomé el cuchillo, pero no deseaba matar al ratón. En mi mente estaba matando realmente a mi madre…
Entonces fue cuando le golpeé. Directamente en su sucia boca.
Nadie habla así de mi madre.
29 de abril
Así está mejor. No necesito a Moss. No necesito terapia. Puedo arreglármelas por mí mismo.
Es fácil. Regresión. Toma un pequeño trago, realiza un pequeño viaje. Un pequeño viaje hacia atrás por los senderos de la memoria.
No hacia las cosas malas. Hacia las cosas buenas. Todos los recuerdos suaves y agradables. Aquella vez que estaba en la cama con fiebre y mamá vino con el helado en la bandeja. Y mi padre trayéndome aquel juguete.
Eso es agradable recordarlo. Lo mejor del mundo. Había un poema que acostumbrábamos a leer en la escuela. Aún lo recuerdo. «Atrás, vuelve atrás, / oh tiempo, en tu volar / hazme de nuevo un niño, / ¡aunque sólo sea por esta noche!». Bien, no había ningún problema. Unos cuantos tragos, y adelante. Un poco de aceite para la vieja máquina del tiempo.
Cuando Jean supo lo del doctor Moss perdió los estribos. Tenía que llamarle inmediatamente y pedirle disculpas, gritó.
—Al infierno con eso —dije—. No lo necesito más. Puedo hacer eso por mí mismo.
—Es probable que tengas que hacerlo —dijo Jean.
Entonces me habló de Las Vegas. Un gran contrato, tres semanas en el club del Strip. Muy excitada porque aquello significaba que realmente lo había conseguido… la gran oportunidad. Lou Lane actuaba en el salón principal, y había llamado al agente de ella y le había dicho que la había propuesto para actuar también en el local.
—Espera un minuto —dije— ¿Lou Lane te ha propuesto?
—Es un buen amigo —dijo Jean—. No hemos dejado de estar en contacto, porque está preocupado por ti. Sería también amigo tuyo, si tú simplemente le dejaras.
Seguro que sí. Con amigos así uno no necesita tener enemigos. Mis ojos se estaban abriendo rápidamente. No era extraño que se quejara a Gerber y me echaran. Así que ahora quería quitarme a Jean. Le había conseguido el contrato, correcto. Los dos actuando en Las Vegas juntos. Jean en el club, él en el salón principal; y luego, tras el espectáculo…
Por un momento me sentí tan trastornado que no pude ver claro, y no sé lo que hubiera hecho si hubiera podido. Pero creo que realmente no vi claro porque me eché a llorar. Y entonces ella me abrazó y todo estuvo bien de nuevo. Cancelaría lo de Las Vegas y se quedaría allí conmigo, y podríamos arreglar aquello juntos. Pero tenía que prometerle una cosa… no más alcohol.
Se lo prometí. Tal como me lo dijo, le hubiera prometido cualquier cosa.
Así que la observé mientras vaciaba el bar, y luego se fue a la ciudad para ver a su agente.
Es una mentira, por supuesto. Hubiera podido llamarle por teléfono y hablar con él desde aquí. Así que está haciendo alguna otra cosa.
Como ir a ver a Lou Lane y contárselo todo. Casi puedo oírla: «No te preocupes, querido, he tenido que transigir esta vez porque parecía sospechar. ¿Pero qué son tres semanas en Las Vegas cuando tenemos toda una vida por delante?». Y entonces los dos se irán juntos a…
No. No quiero pensar en ello. No debo pensar en ello, hay otras cosas, otras cosas mejores.
Por eso tomo la botella. Esa que ella no ha visto cuando ha vaciado el bar, la que había ocultado yo en la parte de abajo.
No voy a preocuparme más. Ella no puede decirme lo que debo hacer. Toma un pequeño trago, realiza un pequeño viaje. Eso es todo.
Soy libre.
Más tarde
Ella rompió la botella.
Entró y me vio, y agarró la botella y me la quitó de las manos, y la botella se rompió. Sé que está loca porque echó a correr hacia la cocina y cerró la puerta de golpe. ¿Por qué la cocina?
Hay una extensión telefónica allí.
Me pregunto si estará intentando llamar al doctor Moss.
30 de abril
Fui un mal chico.
El doctor vino y yo le dije lo que había hecho.
Le dije que ella me tiró la botella.
Él vio el cuchillo en el suelo.
Tuve que hacerlo le dije.
Vio la sangre.
Como el ratón dijo.
No, no un ratón. Un canario.
No mire en la basura le dije.
Pero lo hizo.
La psicoterapia, ¿es un arte o una ciencia?
Francamente, no lo sé.
A lo largo de los años he tratado de trastornos mentales en muchas de mis historias. En el lenguaje de la profesión, parece existir una obsesión en mí… ese compulsivo examen de causa y remedio. Mis novelas El chal y Psico han sido revisadas o discutidas en periódicos de psiquiatría. He recibido cartas de psiquiatras y de pacientes.
Pero aunque he escrito un guión cinematográfico y una novela llamados El diván, nunca me he tendido en uno de ellos en presencia de un psicoanalista. No he ido a la universidad para seguir cursos de psicología. Mi limitado conocimiento en ese campo es todo él de segunda mano o semiinventado.
Lo que sé es que todo el mundo tiene problemas. Y con algunos de esos problemas —como los de los escritores— estoy muy familiarizado.
Eso no significa que me haya enfrentado personalmente a los conflictos que acosan al protagonista de «Ved cómo corren»… como tampoco se me puede acusar de ponerme una peluca, agarrar un cuchillo y dirigirme a la más próxima ducha.
Sin embargo, sorprendentemente, muchos de mis lectores, a lo largo de los años, no acaban de convencerse de que no estoy escribiendo mi autobiografía. Tras la publicación de El chal recibí cartas que me preguntaban si alguna vez había estado enamorado de mi profesora de inglés en la universidad. Me vi obligado a responder que mis profesores en ese campo fueron varios, y aunque apreciaba su habilidad en tejer complicados diagramas acerca de la estructura de una frase, nunca me había quedado después de clase para una lección de anatomía o un experimento de biología.
En pocas palabras, mis historias basadas en la psiquiatría no se fundamentan en experiencias de primera mano. Puesto que tocamos este tema, déjenme asegurarles que he escrito también un cierto número de relatos acerca de Jack el Destripador, sin por ello haber abierto en canal nada más allá de un buen pedazo de salchichón de Bolonia, y mis disertaciones sobre vampiros han sido realizadas siempre sin ayuda de transfusiones de sangre.
Así que repudio totalmente cualquier experiencia personal que haya podido conducirme a escribir «Ved cómo corren», que apareció en el Ellery Queen’s Mystery Magazine de abril de 1973.
Pero he observado las torturas y los traumas que acosan a otros escritores de Hollywood, y de ese escrutinio ha surgido el personaje y las líneas generales de la historia.
En cuanto al estilo de mi narrador, debo remitirles a unos versos de Mefistófeles en Doctor Fausto:
El infierno no tiene límites, no está circunscrito
en un solo lugar: para aquellos que estamos allí es el Infierno,
y esté donde esté, allí debemos permanecer.
Sólo el Demonio podría elaborar una frase como ésta, y puesto que yo situé a mi protagonista en un infierno sobre la tierra, es indudable que esta historia pertenece a los dominios de Satán.