PAÍS RELATO

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robert bloch

la modelo

Antes de que empiece esta historia, debo decirles que yo no creo ni una palabra de ella.
Si lo hiciera, simplemente estaría tan loco como el hombre que me la contó, y se halla en un asilo.
Hay ocasiones, de todos modos, en que me lo pregunto. Pero eso es algo que deberán decidir por ustedes mismos.
Acerca del hombre en el asilo… llamémosle George Milbank. Edad treinta y dos años, según los registros, aunque parecía mayor; ligeramente calvo, algo gordo, con una voz chillona y un tic facial que me hacía poner nervioso cuando lo miraba. Pero no actuaba ni hablaba como un chiflado.
—No lo soy —dijo, mientras nos sentábamos en su habitación la tarde de mi visita—. Es por eso por lo que el doctor Stern deseaba que usted me viera, ¿verdad?
—¿Qué quiere decir? —Me lo tomé con tranquilidad.
—El doc me dijo lo que era usted, y sé el tipo de cosas que escribe. Si está buscando material…
—No he dicho eso.
—No se preocupe. Me alegra hablar con usted. He estado mucho tiempo esperando hablar con alguien. Alguien que haga algo más que trasladar lo que yo digo a una historia clínica y archivarlo. A mí también me han archivado y no me dejan salir de aquí, pero alguien tiene que saber la verdad. No me importa si usted escribe luego una historia, siempre que no la saque de sus casillas. Porque voy a contarle las cosas tal cual, y que Dios me ayude. Si existe un Dios. Lo cual me preocupa, porque… quiero decir, ¿qué tipo de Dios pudo crear a alguien como Vilma?
Fue entonces cuando me di cuenta de su tic facial, y aquello me puso nervioso. Observó mi reacción y agitó la cabeza.
—No me crea si no quiere —dijo—. Pero simplemente mire a las mujeres que salen en las revistas. Modelos de alta costura, conoce el tipo, ¿no? Altas, delgadas, todo brazos y piernas, sin pecho. Y esos pómulos altos, esos ojos grandes, el rostro congelado en esa irritante mirada de no-me-toques.
«Creo que fue eso lo que me atrapó. Claro que es una suposición. Tomé la mirada de Vilma como un desafío. —Su rostro se contorsionó de nuevo.
—A usted no le gustan las mujeres, ¿verdad? —dije.
—¿Está tomándome el pelo? —Por primera y única vez sonrió—. ¡Amigo, está usted hablando con uno de los mayores mujeriegos de este mundo! —Entonces su sonrisa se borró—. O al menos lo era, hasta que conocí a Vilma.
«Todo empezó en un crucero… en el Morland, uno de esos nuevos monstruos escandinavos construidos para efectuar tours por el Caribe. Nueve puertos en dos semanas, excursiones con guía a todos esos exóticos lugares nativos donde se esquilma a los turistas.
»Pero yo estaba a bordo por negocios, no por placer. La McKay-Phips, la agencia de publicidad para la que trabajaba, había firmado con Cámara Apex una campaña de anuncios a página entera y a todo color en las revistas de modas. Ya sabe lo que es eso… grandes y artísticas fotos de una modelo contra un fondo encantadoramente tropical, con simplemente unas breves líneas para hacer babear a los snobs Ella viaja con estilo. Su equipo… un Condesa D’Or original. Su cámara… una Apex. Ese tipo de asquerosidad, ¿comprende?
»De acuerdo, era su dinero, ¿y quién demonios soy yo para decirles cómo deben tirarlo? Además, ni siquiera se trataba de una de mis cuentas. Pero Ben Sanders, el ejecutivo que la llevaba, tuvo que ser internado de urgencia con un ataque al corazón precisamente tres días antes de zarpar, y me encargaron a mí el trabajo.
»No sé absolutamente nada ni de alta costura ni de cámaras, pero no había ningún problema. La gente de D’Or enviaron a Pat Grigsby, su principal consultora de diseño, para que se hiciera cargo de todo lo relativo al vestuario. Y yo tenía a Smitty Lane para efectuar las fotos de verdad. Es uno de los mejores en el negocio, y lo tenía todo preparado ya antes de que zarpáramos… un esquema completo de las fotos que tenía que hacer y dónde, con momentos y localizaciones, permisos correspondientes y todos los detalles. Todo lo que yo tenía que hacer era acompañarles durante todo el viaje y ver que todo funcionara correctamente, en su momento y lugar.
»Así que las cosas no estaban del todo mal. Hay cosas peores que dos semanas en un crucero por las Indias Occidentales en febrero con todos los gastos pagados. El barco era completamente nuevo, con una docena de camarotes en la cubierta superior, y habían reservado uno para cada uno de nosotros. No se parecían en nada a esos pequeños armarios convertidos en cabinas que suelen encontrarse en los barcos, y si lo deseábamos podíamos hacer que nos sirvieran la comida en ellos y librarnos así del barullo del comedor.
»Pero no crea que fueron unas vacaciones, en absoluto. Realmente hubo que trabajar.
»Como ya le he dicho, el Morland tocó nueve puertos en dos semanas, y teníamos calculado hacer fotos en cada uno de ellos. Smitty deseaba trabajar con luz natural, lo cual significaba que teníamos que estar en el sitio y listos para la acción a las 11 a. m. Como sea que la mayoría de los lugares elegidos eran complejos turísticos a medio camino entre las varias listas, teníamos que levantarnos antes de las siete, engullir un rápido desayuno, y cargar todo el vestuario y equipo en un autobús alquilado a las ocho. ¿Ha conducido usted alguna vez un minibús Volkswagen por una asquerosa carretera secundaria bajo una temperatura y una humedad de sauna? No puede haber peor viaje.
»Luego venía la realización de las fotos. Smitty era bueno pero un maníaco del más mínimo detalle, ya sabe lo que quiero decir. Y cuando finalmente Pat Grigsby se sentía satisfecha de la apariencia de la modelo y de cómo quedaba recortada contra el fondo, y hacíamos un número infinito de fotos extra para asegurarnos, eran generalmente las dos. Teníamos nuestras fotos, pero nos habíamos quedado sin comer. Así que volvíamos, riendo y rascándonos, en la Volkswagen que se había pasado toda la mañana horneándose al sol, y si abordábamos el barco antes de las cuatro y media podía llegar justo a tiempo para el Bingo de la Tarde.
»En cuanto al crucero en sí, bueno, tuve malas noticias y buenas noticias.
»Primero las malas noticias. Smitty no jugaba al Bingo de la Tarde. Jugaba al bar… mañana, tarde y noche. Y Pat Grigsby era una lesbiana macho. Debió insinuarse a Vilma desde el primer momento y recibir como respuesta un gracias-pero-no-gracias, porque al tercer día las dos ya no se hablaban excepto para cuestiones de trabajo. Así que la cosa nos dejaba solos a Vilma y a mí.
»Esas fueron las buenas noticias.
»Ya le he dicho que esas modelos de alta costura parecen todas iguales, e imagino que eso le sonará como el gruñido de un cerdo machista y chauvinista, pero se lo digo debido a lo que sé. Por aquel entonces, Vilma Loring era algo distinto. Una cosa respecto a las modelos… saben cómo vestirse, cómo moverse, qué hacer con el maquillaje y los perfumes. Todo lo cual les da un mayor aplomo. Aplomo, y lo que ellas acostumbran a llamar femineidad. Y Vilma era toda femenina.
»Quizá los Movimientos de Liberación de la Mujer sean una buena cosa, pero esos tipos intelectuales de mujer, con diplomas de psicología en el bolsillo, el pelo enmarañado y tejanos, siempre me han revuelto las tripas.
»Vilma me revolvía otras cosas con solo mirarla. Y la mirada siempre que podía. Las posturas que adoptaba cuando estábamos en sesión y Smitty disparaba su cámara… era una auténtica profesional. Mientras los demás estábamos friéndonos y agonizando bajo el sol del mediodía, ella permanecía tranquila, fría y controlada. Ni una gota de sudor, ni un cabello fuera de su sitio, ninguna queja. Era una verdadera dama.
»Tenía ángel, y yo deseaba ese ángel. Esto hacía que procurara estar con ella tan a menudo como me era posible, lo cual no era mucho en los días en que estábamos en puerto. Ella siempre se retiraba a su camarote cuando volvíamos de una sesión, de modo que ni hablar de cenar con ella; le gustaba comer en privado a fin de no tener que preocuparse con su vestuario ni maquillaje. Naturalmente, podía intentar el manido mi-camarote-o-el-tuyo, pero ese no era su estilo. Así que durante los días de trabajo tenía que conformarme con las veladas.
»En cuanto a los otros días… ya conoce usted el tipo de diversiones y juegos que hay en los cruceros. Películas antiguas para las viejas damas de pelo teñido de azul, baile en una pista del tamaño de un centavo a la música de un combo que haría que Lawrence Welk tirara su batuta. Y los programas de espectáculos… claqué, actos de magia, vocalistas excedentes en el night club.
»Así que pasábamos mucho tiempo juntos simplemente paseando por cubierta. Yo sugiriendo ir a mi camarote para tomar una última copa, y ella diciendo el acostumbrado se-está-tan-bien-aquí-por-qué-no-echamos-una-mirada-a-los-delfines.
»Capté el mensaje, pero no estaba dispuesto a abandonar. Y durante los días que permanecimos en el mar seguí insistiendo. Acostumbraba a llamar a Vilma cada mañana después del desayuno, y cuando no estaba descansando o arreglándose las uñas tenía suerte. Definitivamente era del tipo tranquilo, y permanecía muda cada vez que le hacía alguna pregunta personal, pero era una buena oyente. Mientras no la presionaran, se mostraba alegre. Aposté a ello, y jugué a esperar.
»¿No deseaba nadar? De acuerdo, entonces nos sentábamos en las hamacas de cubierta y observábamos la piscina. ¿Nada de tejo o tenis de cubierta porque el sol era malo para su piel? Bien, pues bajábamos al salón para la hora del cóctel, aunque ella no bebiera. Mis progresos no eran muchos, y a medida que pasaba el tiempo tenía que admitir que cada vez me sentía más atraído por ella.
»Quizá fuera el propio crucero el que me hacía sentir así, y desanimarme. La atmósfera, con todo el mundo exhibiéndose. No solamente las parejas, casadas o no: aquello estaba pensado también para las personas que acudían solas. Secretarias y maestras de escuela que acudían a correrse su gran orgía anual, mezclándose con vendedores de coches usados y sableadores profesionales. Divorciadas con injertos de silicona y trabajos recién estrenados liándose con tipos de plateadas sienes que se tomaban la presión cada mañana antes de salir de su camarote. Al entrar en la segunda semana, incluso las viejas damitas con el pelo teñido de azul habían emparejado con los jóvenes camareros que se alquilaban como sementales. El último trecho, dos días de mar de Puerto Rico a Miami, fue algo parecido a un film porno, con todo el mundo al trabajo. Todo el mundo menos yo, sentado allí mirando a los demás con un periódico en las rodillas.
»Fue entonces cuando tuve una pequeña charla conmigo mismo. Ahí estaba yo, perdiendo mi tiempo con una individua que no bailaba, que no bebía, que ni siquiera comía conmigo. No se estaba tomando las cosas fríamente, sino que se las estaba tomando frígidamente.
»De acuerdo, quizá fuera la cosa más maravillosa sobre la que hubiera puesto mis pecadores ojos, pero uno no puede pasarse la eternidad mirando cuando no se le permite tocar. Tenía aquella voz profunda y ronca, que parecía surgir de su pecho en vez de surgir de su garganta, pero nunca la usaba para otra cosa más que para pronunciar unas breves frases. Tenía una forma de mirarte sin parpadear, pero uno desea que te miren a ti, no a través de ti. Se movía y andaba como un sueño, pero llega un momento en que uno tiene que despertar.
»Cuando desperté era nuestra última noche, o sea demasiado tarde. Pero no demasiado tarde para ir a hacerle una visita al bar. Había la habitual fiesta de despedida del barco, y había quedado con Vilma en el salón principal. No la llamé para decirle que no iría; simplemente le di plantón.
»Quizá sea lento en aprender, o tal vez sea un mal perdedor. No me preocupé en averiguarlo, simplemente estaba harto. No iba a subirme por las paredes; iba a coger una buena, y a eso fui.
»Me dirigí a la pequeña barra del bar, un poco apartado de la acción general, y me puse al trabajo. Todo el mundo estaba en plena fiesta, así que yo era el único cliente de la barra. El camarero tenía ganas de hablar, pero le dije que se callara. No estaba de humor para dar conversación; tenía demasiado en qué pensar. ¿Qué infiernos había estado haciendo aquellas dos últimas semanas? Corriendo tras una farsante provocadora como un maldito chiquillo acalorado… no tenía sentido. No después del primer trago, o del segundo. Cuando pedí el tercero, doble, estaba dispuesto a ir al encuentro de Vilma y pegarle directamente en la boca.
»Pero no tuve que ir al encuentro de nadie. Porque ella estaba allí. De pie junto a mí, con aquella estúpida luna tropical brillando a través del tragaluz y reflejándose en su brillante cabellera.
»Me dirigió una amplia sonrisa.
»—Te he estado buscando por todas partes —dijo—. Tenemos que hablar.
»Le dije que lo olvidara, que no teníamos nada de qué hablar. Ella simplemente se quedó allí mirándome, y ahora la luz de la luna se reflejaba en sus ojos. Le dije que me olvidara, que no deseaba verla de nuevo. Y ella puso su mano sobre mi brazo y dijo:
»Estás enamorado de mí, ¿verdad?
»No respondí. No podía responder, porque acababa de meter el dedo en la llaga. Era cierto, estaba enamorado de Vilma. Por eso deseaba pegarle, agarrarla y arrancarle aquel vestido y…
»Vilma tomó mi mano.
»—Vamos a mi camarote —dijo.
»Fue como un mazazo. Dos semanas de supercongelación, y ahora esto. La última noche, además… llegaríamos a puerto dentro de unas pocas horas, y aún tenía que hacer las maletas y estar preparado para salir del barco a primera hora de la siguiente mañana.
»Pero no importaba. Lo que importaba es que fuimos directamente a su camarote y cerramos por dentro la puerta, y todo estaba preparado y esperando. Las luces eran tenues, la cama tenía la colcha convenientemente abierta y el champán se enfriaba en el cubo de hielo.
»Vilma me sirvió una copa, pero ninguna para ella.
»—Adelante —dijo—. No me importa.
»Pero a mí sí me importaba, y se lo dije. Había algo en todo aquello que carecía de sentido. Si era eso lo que deseaba, ¿por qué esperar hasta el último minuto?
»Ella me miró de una forma que nunca olvidaré.
»—Porque primero tenía que estar segura.
»Bebí un largo sorbo de champán. Me golpeó fuertemente en la cúspide de todo lo que había bebido ya, y vi estrellitas por todos lados.
»—¿Estás segura de eso? —dije—. ¿Qué ocurre, crees que no puedo…?
»La expresión de Vilma no cambió.
»—No comprendes. Tenía que conocerte y decidir si eras adecuado.
»Dejé mi copa vacía.
»—¿Para irme a la cama contigo?
»Vilma negó con la cabeza.
»—Para ser el padre de mi hijo.
»Me la quedé mirando.
»Espera un minuto…
»Volvió a mirarme de aquella manera.
»—He esperado. He estado esperando durante dos semanas, observándote y analizándote. Pareces tener buena salud, y no hay razón para que nuestra descendencia no sea genéticamente sana.
»Sentía dentro de mí aquella última copa, pero sabía que no estaba borracho. La oía fuerte y claramente.
»—Más vale que te pares —le dije—. El matrimonio no va conmigo, y mucho menos el criar chicos.
»Se alzó de hombros.
»—No te estoy pidiendo que te cases conmigo, y no necesito ninguna ayuda económica. Si concibo esta noche, tú nunca lo sabrás. Mañana tomaremos caminos distintos… Te prometo que jamás volverás a verme.
»Se me acercó, se me acercó demasiado, lo suficiente como para sentir su calor inundándome a oleadas. Su calor, y su perfume, y una especie de vibración que resonó en su ronca voz.
»—Necesito un hijo —murmuró.
»Todo tipo de pensamientos llamearon en mi cabeza. Parecía estar drogada, era como una ninfomaníaca, estaba loca.
»—Mira —dije—. Nunca nos hemos conocido realmente de veras…
»Entonces se echó a reír, y su risa también era ronca.
»—¿Y qué importa? Me deseas.
»La deseaba, de acuerdo. Los pensamientos se hicieron confusos, mezclados con el alcohol y la rabia, y lo único que quedó fue mi deseo de ella. Deseaba su hermoso cuerpo rubio, deseaba su calor, la necesitaba.
»Avancé hacia ella y ella retrocedió, girando su cabeza cuando intenté besarla.
»—Desvístete primero —dijo—. Oh, apresúrate… por favor…
»Me apresuré. Quizá le había echado algo a mi bebida, porque tuve problemas para desabrocharme la camisa, y finalmente la rasgué, junto con todo lo demás. Pero me hubiera dado lo que me hubiera dado estaba excitado, excitado como nunca antes lo había estado.
»Me eché en la cama, de espaldas, y todo pareció congelarse; no podía moverme, mis brazos y piernas estaban como entumecidas, porque todas las sensaciones se habían concentrado en un solo sitio. Estaba dispuesto, tan dispuesto que no hubiera podido evitarlo, aunque lo hubiera intentado.
»Lo sé porque me quedé allí mirándola, y no pude moverme ni siquiera cuando ella alzó los brazos hasta su cuello y se quitó la cabeza.
»Dejó la cabeza encima de la mesa, y el largo cabello rubio colgó a un lado, y sus resplandecientes ojos se apagaron en aquel rostro parecido de pronto al caucho. Pero no podía moverme, estaba aún excitado, y todo lo que recuerdo es haber pensado para mí mismo: ¿cómo puede ver sin cabeza?
»Entonces se desvistió, y allí estaba mi respuesta, avanzando hacia mí. Inclinándose sobre mí en la cama, con sus pequeños pechos casi directamente encima de mi rostro, de tal modo que podía ver sus duros pezones protuberantes. Protuberantes y abriéndose hasta que aparecieron los ojos… los auténticos ojos, verdes y brillando en las profundidades de las aureolas.
»Y ella se acercó; observé su vientre alzarse y caer, sentí su calor, la jadeante respiración procedente de su ombligo. Lo último que vi fue la cosa que había dejado de todo aquello… la barbada boca de labios rosáceos, abriéndose para tragarme. Grité una sola vez, luego me desvanecí.
»¿Comprende ahora? Vilma me había dicho la verdad, o parte de la verdad. Era una modelo de alta costura, de acuerdo, pero… ¿una modelo para qué?
»¿Quién la hizo, y cuántas más hizo? ¿Cuántos centenares o miles como ella hay aquí, repartidas por todo el mundo? Las modelos… ¿ha observado alguna vez cómo se parecen todas? Parecen hermanas, y quizá lo sean. Una familia, una raza de algún lugar desconocido, desparramándose por todo el mundo, emparejándose con los hombres cuando lo creen necesario para perpetuar la especie, emparejándose a su propia manera. La forma en que se emparejó conmigo…».
Entonces me fui, cuando perdió el control y empezó a gritar. Acudieron los enfermeros y supongo que lo tranquilizaron, porque cuando entré en el despacho del doctor Stern en la planta baja ya no se oía nada.
—¿Y bien? —dijo Stern—. ¿Qué opina usted de eso?
Agité la cabeza.
—Usted es el doctor. Se supone que es usted quien debe hablar.
—No hay mucho que decir. Esa Vilma… Vilma Loring, se llamaba, existió realmente. Era una modelo profesional hace un par de años, registrada en una agencia de Nueva York, viviendo en un apartamento alquilado al sur del Central Park. Mucha gente recuerda haberla visto, haber hablado con ella…
—Está utilizando usted el pasado —dije.
Stern asintió.
—Porque desapareció. Debió abandonar su camarote, debió abandonar el barco apenas amarró aquella noche en Miami. Nadie ha conseguido localizarla desde entonces, aunque Dios sabe que lo hemos intentado, visto lo que ocurrió.
—Realmente, ¿qué ocurrió?
—Acaba de oír la historia.
—Pero él está loco… ¿no?
—Profundamente alterado, sí. Así es como lo encontraron a la mañana siguiente, tendido en la cama, en un charco de sangre. —Stern se alzó de hombros—. Entienda, eso es lo único que nadie se ha podido explicar. Hasta hoy, nadie ha podido averiguar qué fue de sus genitales.
Así que aquí estamos.
Cabe suponer que ustedes las han leído todas —las catorce historias y los comentarios añadidos—, incluida «La modelo», que fue publicada en el número de noviembre de 1975 de la revista Gallery.
Y siguen preguntándose… bien, ¿qué se están preguntando?
¿Que Bloch se ha pasado con este último relato, escribiendo basura para la chusma?
¿O que ha dramatizado una de las más antiguas fantasías sexuales y/o fobias de la humanidad?
¿O simplemente están dándole gracias a Dios de que el libro se haya acabado por fin?
Si es que sienten ustedes inclinaciones hacia Dios, por supuesto.
Porque, por lo que veo, puede que se sientan más bien atraídos hacia el Demonio. De modo que, según hacia donde se incline la balanza, este libro caerá en la gloria o en el deshonor.
Por otra parte, si resulta que ustedes sienten una atracción visceral hacia la ciencia ficción, entonces toda esta cháchara acerca de inspiraciones divinas o diabólicas carece por completo de sentido. En cuyo caso tienen ustedes libertad para sustituir a Dios por el superego y a Satán por el id.
Aunque dudo que todo ello les diga de una manera más clara de dónde provienen realmente estas historias.
Llevo escribiéndolas la mayor parte de mi vida, y yo mismo sigo sin saber la respuesta.
Y les diré un pequeño secreto.
Realmente, no me preocupa de dónde provengan… siempre y cuando sigan viniendo… y ustedes sigan leyéndolas.