—¿El sábado por la noche? —dijo Danny—. ¿Qué quiere decir, que voy a morir el sábado por la noche?
Danny intentó enfocar sus ojos en la vieja mujerona, pero no lo consiguió… estaba demasiado impresionado. Ella era apenas una gruesa forma imprecisa, al igual que las cartas esparcidas sobre la mesa entre ellos.
—Lo lamento de veras —murmuró la vieja mujerona—. Yo sólo puedo leer lo que veo. Está en las cartas.
Danny se agarró al borde de la mesa y se puso en pie. El olor a incienso en la penumbrosa habitación le estaba poniendo enfermo. No era fácil permanecer de pie y no era fácil reír, pero consiguió ambas cosas.
—Al infierno con usted, hermana. Con usted, y también con las cartas.
La vieja mujerona se le quedó mirando, pero no había irritación en sus ojos, sólo compasión, y en cierto modo eso era aún peor.
—No pienso morirme el sábado por la noche —le dijo Danny—. No yo. Está usted hablándole a Danny Jackson, ¿recuerda? Soy una estrella. Una gran estrella. Y usted, usted, es tan sólo una…
De pie allí, tambaleándose en la oscuridad, le dijo lo que ella era, utilizando un vocabulario sazonado y enriquecido por treinta años de tablas.
Los ojos de la mujer ni siquiera parpadearon, su mirada no vaciló, y en su expresión siguió sin aparecer nada excepto piedad, hasta que finalmente él se quedó sin aliento.
Entonces salió corriendo de la maloliente habitación, con la piedad de la vieja mujerona persiguiéndole.
—Morirá usted el sábado por la noche.
Maldito eco en sus oídos, incluso cuando puso en marcha su Ferrari y lo apartó rugiendo del bordillo. El coche dio un bandazo, jugando a pisar la línea amarilla; afortunadamente era tarde y la calle estaba vacía de tráfico.
Era tarde y él estaba borracho, borracho hasta más allá de lo que podía soportar. Tenía que estarlo, o nunca hubiera conducido todo el maldito camino hasta South Alvarado sólo para sacar a una farsante, a una charlatana echadora de cartas, fuera de la cama y darle un billete de cincuenta dólares para recibir una estúpida predicción, la vieja bruja, la vieja puta…
Pero todas ellas eran unas putas, todas en absoluto, y Lola era la peor.
Danny se dirigió hacia Bel Air, evitando Sunset y subiendo por Pico hasta que pudo atajar por una calle lateral a través de Westwood. Cuando uno está cargado aprende los caminos más adecuados para tomar, los caminos que lo conducirán a uno con seguridad a través de las calles, con seguridad a través de los minutos y de las horas y de los días y de las noches, incluso cuando tus nervios están chillando y Lola está chillando también.
Y por supuesto Lola estaba chillando, lo había estado esperando y lo soltó apenas él abrió la puerta delantera.
—Maldita sea, ¿dónde estabas, no te das cuenta de que tienes una cita mañana por la mañana a las seis…?
Hubo más cosas, pero Danny les cerró la puerta, la puerta de la habitación de los huéspedes. No había dormido en la misma cama que Lola desde hacía tres meses, y no era simplemente por lo que el doctor Carlsen le había dicho acerca de su corazón.
Era mejor allí en el dormitorio, quitarse las ropas y dejarse caer en la vieja y amplia cama, lejos de las putas, lejos de las brujas.
Sólo que las brujas no querían alejarse. Allí en la oscuridad, Danny podía ver de nuevo aquellos ojos, mirándole como si comprendieran, como si ella supiera. Pero nadie sabía lo que el doc le había dicho, ni siquiera Lola, ni siquiera en el estudio, ni siquiera su propio agente. Así que, ¿cómo podía aquel viejo saco echarle una mirada y adivinarlo?
En las cartas. Está en las cartas.
Sus ojos, recordó sus ojos cuando se lo dijo. Eran tan profundos y negros. Negros como el as de espadas yaciendo allí sobre la mesa. La reina de espadas había aparecido también, y fue entonces cuando ella le dijo que moriría el sábado por la noche.
Mañana era miércoles. Miércoles, jueves, viernes, sábado…
Al infierno con todo aquello. Eso era lo que le había dicho a aquella vieja embaucadora y eso era lo que se había dicho a sí mismo. Mañana era miércoles, y haría mejor en pensar en aquello; Lola tenía razón, tenía una cita a las seis en punto, debía efectuar la prueba, y aquello era lo que contaba. No contaban los días hasta el sábado, sino tan sólo las pocas horas que faltaban para aquella prueba.
Miércoles. Llamado así en honor a Mercurio, el mensajero de los dioses. El nombre de Danny había sido antiguamente Kuhlsberg, no Jackson, y lo sabía, podía recordarlo. Miércoles significaba mensaje, y seguía pensando en ello, en el mensaje, cuando saltó de la cama, con la cabeza aún pulsándole horriblemente. Por fortuna pudo deslizarse fuera antes de que Lola se despertara, y condujo por las brumosas calles antes de que el tráfico empezara a invadir la autopista de San Diego.
Y la lucha empezó. La lucha de sonreír allí bajo los focos mientras Benny aplicaba el maquillaje y daba los últimos toques a sus sienes. Transpiraba, pero era tan sólo el alcohol rezumando fuera de su cuerpo, no era el sudor del nerviosismo, Danny no tenía nada de qué inquietarse. La prueba era únicamente una formalidad, todo lo que deseaban eran seis minutos de película para mostrársela a los directivos de la cadena y a la gente de la agencia en Nueva York. La serie estaba firmada, Fischer se lo había dicho la semana pasada, y Fischer nunca le había engañado. Era el condenado mejor agente en aquel negocio. Así que nada de pánico, se sabía el texto, todo lo que tenía que hacer era entrar en el plató y situarse en escena. Si había algún olvido, Joe Collins se encargaría de cubrírselo. Joe era un buen hombre, nunca llegaría a un puesto estelar pero un auténtico profesional. Y Rudy Moss era un director condenadamente bueno y un viejo amigo suyo. Todos eran amigos suyos allí, y todos ellos sabían cuánto se jugaban en aquella serie.
—Listos para usted, señor Jackson.
Danny sonrió, se puso en pie, avanzó hacia donde estaba Joe Collins aguardándole en el plató. Localizó sus marcas de tiza, alguien de la unidad de cámaras cambió la cinta, bajaron la jirafa y comprobó su voz. Luego encendieron las luces y Rudy Moss dio la señal de acción, y rodaron.
Rodaron, y él lo estropeó.
En la primera toma olvidó el cigarrillo. Cortaron y empezaron de nuevo el principio, y se confundió y cruzó por delante de Joe, saliéndose del campo de la cámara antes de darse cuenta de ello. Así que rodaron de nuevo, y esta vez estaba tenso y a Moss no le gustó como había quedado, así que volvieron al principio una vez más. Entonces Danny empezó a olvidar líneas del texto… pero esas cosas pasan. El único problema era que debía permanecer allí debajo de aquellas luces y todo eran interrupciones cuando un plano no salía o fallaba el sonido y alguien interrumpía en mitad de su largo parlamento y entonces Joe daba el pie y la idiota de la script girl se equivocaba en el apunte y él estaba sudando, realmente estaba empapado, y empezaba a crispar las manos y Moss era muy paciente y era ya la Toma Dieciséis y no se hacía una pausa para comer y podía ver las miradas de toda la gente clavadas en él y finalmente lo dieron por bueno a las tres treinta, ocho horas y media para un asqueroso trozo de diálogo, simplemente un par de planos generales y primeros planos, y era un fracaso.
Todo el mundo fue muy educado y le dijeron, «Buen trabajo, señor Jackson», y, «Excelente», y «Lo conseguiste, muchacho», pero Danny sabía que no lo había conseguido.
La lucha había terminado, y había perdido.
No tenía sentido volver a casa porque Lola le preguntaría cómo le había ido y era probable que Fischer hubiera llamado y al infierno con todo ello. Había una pequeña taberna allá junto al océano, más abajo de Malibu, donde las luces eran agradables y suaves y uno podía conseguir un buen bistec para acompañar a los martinis.
Aquella era la respuesta correcta, y cuando rayó un guardabarros saliendo del aparcamiento después que hubieran cerrado el establecimiento no le importó. Lola no estaba esperándole aquella noche… infiernos noche, era casi el amanecer. Jueves por la mañana… pero la cama en la habitación de los huéspedes era más acogedora que nunca.
Hasta que cerró los ojos y vio lo que había en las cartas. Jueves por la mañana. Jueves. Y dos días después de hoy…
Si la vieja puta era tan buena leyendo la buena fortuna, si podía verlo todo en las cartas, ¿por qué no le había hablado de la prueba? Aquel era un auténtico asunto de vida o muerte para él, y ella ni siquiera lo mencionó. Claro que no lo hizo; ¿qué podía ver ella o cualquier otro en un piojoso mazo de cartas? Eso era todo lo que eran, un mazo de cartas, y ella era simplemente una engañabobos y el sábado era tan sólo otro día de la semana.
Y hoy era jueves. Jueves al mediodía ahora, con Danny levantándose pesadamente y dirigiéndose al cuarto de baño y metiéndose bajo la ducha y lavándose y vistiéndose y bajando tambaleante las escaleras y encontrando la nota y leyéndola dos veces, tres veces, antes de captar finalmente su significado.
Lola se había ido. Lo había abandonado. «Lo siento… intenté hacer algo… no puedo quedarme cruzada de brazos viendo como tú te destruyes a ti mismo… por favor… necesitas ayuda… intenta comprender». Dios, las frases de aquella nota, como un diálogo cotidiano. Pero había algo más. Lola se había ido.
Danny llamó a la madre de ella en Laguna. No obtuvo respuesta. Luego intentó en casa de su hermana en Arrowhead. Nada. Por aquel entonces se había dado cuenta ya que ella se había llevado todas sus cosas, absolutamente todas; debía haber necesitado todo el día para cargar el coche. Aquello significaba que probablemente había estado planeando su marcha durante semanas. Lo que tendría que hacer ahora sería llamar a algún buen abogado, uno de esos chicos brillantes. Cristo, lo menos que hubiera podido hacer hubiera sido esperar a ver si conseguía la serie.
¡La serie! Danny lo recordó en aquel momento, se suponía que debía estar en la Sala de Proyección número Nueve a las dos en punto; iban a pasar la prueba.
Pero era ya la una pasada y, además, no necesitaba ver la filmación. Sabía lo que había dentro de la lata… seis minutos de basura.
Así que en vez de ello tomó el coche y se fue a Scandia a comer; al menos su intención era ir a comer, pero a última hora de la tarde no había pasado todavía del bar.
Allí fue donde lo encontró su agente, en algún punto entre el quinto y el sexto bloody mary.
—Pensé que te encontraría aquí —dijo Fischer—. Vámonos.
—¿Adónde?
—Arriba, a mi oficina. Odiaría tener que ofrecer a toda esa gente educada el espectáculo de darte un puñetazo en la boca.
—Déjame en paz, Fischer.
—Una mierda voy a dejarte en paz. —Arrancó a Danny del taburete—. Vamos.
La oficina de Fischer estaba en el Strip, a tan sólo unas pocas manzanas de distancia. Pero cuando llegaron allí, Danny estaba a la defensiva; sabía lo que iba a decir Fischer.
—Nada de llamadas —le dijo Fischer a la chica de la entrada. Luego condujo a Danny a su oficina privada detrás de su oficina privada y cerró la puerta.
—Muy bien —dijo Fischer—. Ahora cuéntame.
—¿Viste la prueba?
Fischer asintió, esperando. Su boca exhibía una mueca, pero la dureza de su rostro y la dureza de sus palabras nunca habían engañado a Danny; sabía que eran simplemente una pose. En su interior Fischer era un tipo blando, siempre preocupado por sus clientes. Podía verse la compasión en sus ojos, estaba allí ahora, la misma mirada de piedad que había exhibido la echadora de cartas…
Danny intentó explicar lo de la echadora de cartas, pero sabía cómo sonaría allí, y además no serviría de nada. Todo lo que pudo hacer fue decir:
—No estaba borracho. Juro por Dios que no estaba borracho.
—Lo sé. Y nadie ha dicho que lo estuvieras. Me hubiera gustado que lo hubieras estado… te he visto representar una escena con un par de tragos en la barriga y hacer algo grande. —Fischer agitó la cabeza—. Todo el mundo en el plató sabía que algo iba mal contigo ayer, pero eso no importa. El problema es que todo el mundo en la sala de proyección ha podido verlo hoy, allí en la pantalla. Estás acabado.
—¿Tan malo fue, eh?
—¿Malo? —Fischer suspiró, girando su silla para enfrentarse a Danny—. ¿No puedes imaginártelo por ti mismo, Danny? Un tipo hace tres películas seguidas, todas ellas grandes éxitos, y luego de repente eso. Seguro, sé que el asunto de la Metro no fue culpa tuya, pero la noticia está ahí, y no he recibido ninguna oferta en seis meses. Cuando esto ocurre en el mundo del cine, uno está acabado. Moynihan me ha dicho…
—Al infierno Moynihan —dijo Danny—. Es el encargado de mis finanzas. Ni siquiera tendría que hablar contigo.
—¿Con quién quieres que hable si tú no le escuchas? —Fischer abrió una carpeta de encima de su escritorio, le echó un vistazo a una hoja mecanografiada—. Debes ochenta y tres de la casa y nueve de los coches. Estás empeñado con los muebles, son otros veinte incluida la decoración. Tu cuenta está por debajo de cero. Y si te retiran tus cartas de crédito, no vas a poder comprarte ni una pasta en Linny’s.
¿Cartas? ¿Por qué había tenido que mencionar las cartas? Danny sintió una oleada de calor y se aflojó el cuello.
—Que ejecuten —dijo—. Lo que necesito es romper con todo.
—Vas a romper con todo. —Fischer le estaba mirando desde el otro lado del escritorio, exactamente igual a como le había mirado la vieja mujerona desde el otro lado de las cartas—. Durante tres meses he estado batallando con los de la televisión para conseguirte un buen contrato: salario, participación… no hace falta que te diga lo que he tenido que batallar. De haber funcionado, tenías todos tus problemas resueltos de por vida.
¿Vida? ¿Supongamos que sólo me quedan otros dos días? El pecho de Danny pulsaba violentamente, ya no podía resistir más aquello, pero tenía que seguir escuchando. Como a través de una niebla vio el dedo de Fischer apuntando hacia él.
—Así que finalmente hiciste la prueba. ¿Y qué es lo que veo? A ti andando de un lado para otro como un maldito zombie…
Zombie. Danny sabía lo que era un zombie. Los muertos vivientes. Algo estaba golpeando en su interior, golpeando tan fuerte que apenas podía escuchar lo que estaba diciendo Fischer.
—¿Por qué, Danny? Eso es lo que desearía saber. Cuéntame por qué.
Pero Danny no podía contarle por qué debido a que tenía que quitarse la chaqueta, tenía que quitarse la camisa, tenía que arrancarse la piel y hurgar dentro de él para saber qué era lo que estaba latiendo y pulsando, latiendo y pulsando en su carne. Levantó la mano, sintiendo que el dolor recorría como un latigazo su brazo y luego…
La nada.
Danny abrió los ojos y vio un techo blanco. Blanco como en Los Cedros del Sinaí, un techo de hospital.
Así que aún existo. No estoy muerto. ¿Y qué día es hoy?
—Viernes —dijo la gruesa enfermera—. No, no puede sentarse. El doctor quiere que vayamos con precaución.
Gruesas enfermeras y balbuceo infantil, eso era todo lo que necesitaba. Pero el doctor Carlsen se mostró un poco más animoso cuando se dejó ver por la tarde.
—No, no se trata de un ataque al corazón, nada de eso. Por lo que puedo ver ni siquiera tiene nada que ver con el corazón. Deshidratación, malnutrición, cansancio general… ha estado bebiendo de nuevo, ¿verdad?
—Sí.
—Le he recetado un sedante para esta noche. Mañana realizaremos algunas pruebas de laboratorio, sólo para estar seguros.
—¿Cuándo podré irme a casa?
—Después que hayamos obtenido las pruebas. Mientras tanto, un poco de descanso no le hará ningún mal.
—Pero mañana…
Danny se interrumpió. ¿Qué podía decir, que mañana era sábado, que mañana tenía que morir, que estaba en las cartas?
El doctor Carlsen no creía en las cartas; creía en las pruebas de laboratorio y en los gráficos y en los análisis. ¿Y por qué no? Aquellas cosas tenían mucho más sentido que un maldito as de espadas sobre una mesa polvorienta en una decrépita habitación en South Alvarado.
Permanecer allí en el hospital también tenía sentido. Al menos tendría a alguien vigilándole por si se producía algún problema mañana…
Aunque quizá no. Todo lo que tenía que hacer era tragar los tranquilizantes que le habían recetado y dormirse.
Danny se quedó mirando el blanco techo hasta que se volvió negro y de nuevo ya no hubo nada, nada excepto el sueño, el dulce sueño, y la reina de espadas se sentó al otro lado de la mesa y le miró mientras alargaba la mano para coger su bebida sólo que su bebida no estaba allí porque Lola la había retirado se la había llevado con ella cuando lo habían abandonado y ahora sabía que no importaba, era tan sólo una estúpida prueba de laboratorio y podía pasarla sin dejar de dormir, el dulce, dulce sueño…
Danny estaba mucho más animado el sábado por la mañana, e infernalmente hambriento. Pero no quisieron darle el desayuno, ni siquiera una taza de café, hasta después de haber pasado las pruebas de laboratorio.
Por un momento, cuando le extrajeron muestras de sangre, sintió pánico; pero como dijo una enfermera, aquello no iba a matarlo, y no lo hizo.
Y después comió, una espléndida comida, y le dejaron ir al baño, y un agradable enfermero vino a afeitarle, y se durmió de nuevo hasta la hora de la cena.
De modo que el sábado estaba a punto de pasar y él aún seguía allí. Infiernos, incluso empezaba a sentirse bien, y si tan sólo pudiera disponer de una copa y un cigarrillo…
—Lo siento. El doctor desea que tome también su sedante esta noche. —La gruesa enfermera estaba de vuelta, un auténtico corazón de oro. Danny tomó sus píldoras y el agua y se echó hacia atrás, porque eran las nueve, sólo faltaban tres horas, y si conseguía superarlas todo iría bien.
¿Si lo conseguía? Infiernos, lo estaba consiguiendo, lo sabía, podía sentirlo en sus huesos, en su corazón. No había ningún latir, ninguna pulsación; todo estaba en calma, todo correcto. Correcto como el blanco techo que ahora se estaba volviendo gris, derivando de nuevo hacia el negro, negro como el as de espadas.
Algo empezó a latir en el pecho de Danny, pero se tensó, obligándose a relajarse… era curioso, tensarse para relajarse, pero parecía funcionar, estaba funcionando… y ahora todo volvía a estar en calma, calmado y pacífico, podía dormir porque todo estaba quieto. Quieto como una tumba…
Danny gritó.
Se encendieron las luces y la gruesa enfermera apareció corriendo en la habitación.
—¿Qué ocurre, señor Jackson? Es la una de la madrugada…
—¿La una de la madrugada?
La enfermera asintió.
—¿De la madrugada del domingo?
Cuando ella asintió de nuevo, Danny hubiera podido besarla. De hecho intentó besarla, porque era un hombre nuevo, estaba libre.
Fue fácil volver a dormirse. Todo era fácil ahora, puesto que era domingo.
Domingo, con el gran desayuno y el grueso periódico. Domingo, con un buen afeitado y el enfermero trayendo unas flores del estudio… esperen un minuto, ¿qué infiernos era aquello, si los periódicos no habían dicho nada, cómo lo sabían en el estudio?
Danny se abalanzó al teléfono e hizo su primera llamada. Fischer.
—Hola —dijo Danny—. Lamento lo del otro día…
—Yo no —dijo Fischer—. Calla y escucha.
Así que Danny escuchó.
—Quizá fue lo mejor que podía haber ocurrido. De todos modos, me dio una idea. Llamé al estudio y se lo conté.
—¿Tú llamaste al estudio?
—Correcto. Les dije también lo de Lola.
—¿Cómo lo supiste?
—Ella me telefoneó el jueves por la noche. No te preocupes. Le hice prometer que no revelaría la historia a los periódicos hasta que estemos preparados.
—¿Preparados para qué?
—Deja de interrumpirme y escucha —dijo Fischer—. Les dije al estudio la verdad, sólo que cambié un poco las fechas. Les dije que Lola te dejó el martes en vez del miércoles, y que tú lo sabías cuando acudiste a la prueba. El papel del payaso, tu corazón estaba roto pero la función debía continuar… ¿Cómo podían echarte la culpa del resultado si cuando hiciste la prueba estabas moralmente destrozado y de hecho te desmoronaste al día siguiente?
—¿No crees que pareces demasiado optimista al respecto? —preguntó Danny.
—Estoy optimista, y tú también vas a sentirte igual. Porque están dispuestos a reconsiderar la situación. Teniendo en cuenta las circunstancias, van a olvidar la prueba, y te esperan la próxima semana en Nueva York, tan pronto como el doctor dé su autorización, para realizar otra nueva. ¿Qué te parece la noticia, muchacho?
No podía ser mejor, y así tuvo que admitirlo. Y las cosas siguieron por el mismo camino, puesto que la próxima llamada fue de Lola. Llorando desconsoladamente.
—Lo siento… todo fue culpa mía… hubiera debido quedarme cuando más me necesitabas… le he dicho al abogado que lo olvide todo… El doctor ha dicho que podré verte mañana… oh mi pobre querido…
Oh mi doliente…
Pero estaba bien, era excelente, porque un divorcio precisamente ahora, incluso una separación, lo hubiera marcado de por vida. Y él tenía una vida, una nueva vida completa, entera, que empezaba hoy.
El doctor Carlsen apareció aquella tarde.
—Los informes preliminares del laboratorio ya han llegado. Es demasiado pronto para decir algo definitivo, pero parece como si las cosas funcionaran bastante bien ahí dentro. Un pequeño murmullo, una ligera irregularidad ahí, pero nada que no podamos controlar con medicación. Y una dosis de sentido común.
—¿Cuándo podré irme da aquí?
—Quizá mañana.
—Estaba pensando en ahora mismo.
El doctor Carlsen se alzó de hombros.
—A partir de ahora tendrá que pensar por usted mismo. Es su problema. —Se sentó en el borde de la cama—. He hablado de sentido común, Danny. ¿Me deja que se lo explique? Dos, quizá tres copas al día… una antes de cenar, una después, quizás otra a última hora si va a pasar la velada fuera. Un horario regular. Podemos hablar de la dieta y del ejercicio más tarde. Pero lo más importante es que deje de ir asustado por ahí.
—¿Yo? —Danny le dirigió una amplia sonrisa, pero no consiguió mantenerla.
—Aún no está completamente restablecido —dijo el doctor—. Sé lo que hizo que se derrumbara, Danny. Fue el miedo. Miedo por lo que le estaba ocurriendo a su carrera, miedo porque su matrimonio se estaba hundiendo, miedo a un ataque al corazón…
De acuerdo, asno listo.
—¿No comprende, Danny? A veces el miedo es peor que la propia enfermedad. Si puede aprender usted a hacer frente a las cosas que teme…
Danny sonrió, Danny asintió, Danny le dio las gracias, Danny lo envió mentalmente al infierno.
Quizás el doctor tuviera razón en un cierto sentido, en la parte relativa al miedo; era algo que tenía sentido. El único problema residía en que no sabía lo que realmente había temido Danny. Si se lo hubiera dicho, hubiera cogido el teléfono y hubiera llamado a un psiquiatra. Uno simplemente no va por el mundo telefoneando a echadoras de cartas para que le predigan que morirá el sábado por la noche.
Pero aquello ya había pasado. Ahora era domingo, y se sentía mejor que nunca, y ya no tenía miedo de nada.
No tenía miedo de saltar de la cama y tomar sus ropas del armario y vestirse e irse de allí. Ya no tenía miedo de la gruesa enfermera, ni de la jefa de enfermeras siquiera, cuando le dijo simplemente que se marchaba.
Por supuesto, hubo un montón de idas y venidas y amenazas de llamar al doctor y protestas de que todo esto es muy irregular, señor Jackson, pero si usted insiste, está bien, firme aquí.
Danny firmó.
El aire de la noche sabía a gloria mientras esperaba un taxi, y todo estaba tranquilo… había aquella sensación de domingo en las calles. Aquella sensación de domingo.
Danny le dio al taxista la dirección de su casa y se recostó para el largo camino hasta Bel Air. El conductor era un tipo listo, evitó el tráfico en Wilshire y se desvió por Olympic. Una vecindad de mala muerte, multitud de rótulos de neón en las fachadas de los bares baratos…
—Espere, he cambiado de idea. Déjeme aquí.
Qué infiernos, ¿por qué no? ¿No había dicho el doc que podía tomar una copa antes de cenar? Además, no eran las copas, era el miedo. Y ese había desaparecido. Había muerto la noche pasada.
Aquello merecía celebrarse, incluso en un lugar decrépito como aquel, camareras en topless y clientes sin rostros; pero aquella tipa allí al final de la barra no estaba mal del todo, después de todo.
—Un escocés con hielo. —Danny miró al extremo de la barra—. Y pregúntele a mi amiga si quiere uno.
No era su amiga, todavía no, pero aceptó la bebida. Y al cabo de un rato tenían un segundo vaso ante ellos, y él y Gloria se trasladaban a un pequeño reservado en la parte de atrás.
Ese era su nombre, Gloria, una de las strippers del espectáculo, pero no trabajaba los domingos, una especie de día de fiesta sin día de fiesta, si entiendes lo que quiero decir.
Danny entendió lo que ella quería decir, y entendió mucho más; una buena figura, hermosas piernas, boca adecuada. Infiernos, aquella era su celebración, había sido un largo, largo tiempo. Lola volvería mañana, sí, de acuerdo. Pero esta noche era esta noche. La noche del domingo. La primera noche, la gran inauguración de un largo, largo camino. La nueva vida de Danny Jackson.
—¿Danny Jackson? ¿Tú? —Gloria abrió mucho la boca. Un labio inferior hermoso, sensual. Como un radar, captándolo todo, captando las posibilidades. Aquello merecía otra copa…
—Claro que sé quién eres —rió Gloria, y en seguida estuvo sentada al mismo lado que él en el pequeño reservado, apretándose, apretándose.
Y él le estaba contando lo que le había sucedido, todo lo que le había sucedido, sin nombres por supuesto, pero era tan sencillo hablar, y podían seguir hablando por el camino…
El camino conducía a la siguiente puerta, por supuesto; se dio cuenta del motel cuando salieron del taxi. Todo muy conveniente.
George Spelvin y esposa, firmó, y el recepcionista les dirigió una mirada divertida, pero a Danny no le importaba, ya nada podía asustarle.
El as de espadas era tan sólo otra carta en el mazo y ya no representaba nada más; la reina de espadas había desaparecido y en su lugar estaba Gloria. La encantadora pequeña Gloria, cabello rojo contra almohada blanca, y la lámpara de la mesilla arrojando sombras en la pared. Grandes sombras negras como grandes ojos negros, mirando y espiando y esperando…
Pero no, el miedo había desaparecido, lo había olvidado. Domingo por la noche, ¿recuerdas? Y no se estaba destruyendo a sí mismo, aquello estaba olvidado, había sido un error. Un error emborracharse, un error rendirse a un súbito impulso y dejar que le dijesen su destino, un error creer a una estúpida vieja embaucadora que jugaba con las cartas. Las cartas no controlan tu vida, tú controlas tu vida, y él lo había probado. Bueno, ¿lo había hecho?
—Seguro, Danny. Seguro que lo has hecho.
Debía haber estado pensando en voz alta, diciéndole a Gloria todo lo que rondaba por su cabeza. Porque ella estaba desabotonando su camisa y ayudándole y murmurando:
—Domingo, estamos a domingo, ¿recuerdas? No tienes que temer nada, no voy a hacerte daño…
Por supuesto que no iba a hacérselo. El doctor no había dicho nada al respecto. Sólo le había ordenado aquello, una copa antes de cenar, y un horario regular, y no asustarse por nada. Eso era lo importante, lo que tenía que recordar, no asustarse. De acuerdo, no estaba asustado. Y al infierno con los doctores, y con las echadoras de cartas también.
Danny estaba preparado, y abrazó a Gloria, y sí, aquello era, aquello era lo que había estado esperando. Miró profundamente a sus ojos, a sus oscuros ojos, como los ojos de la vieja mujerona. Y los ojos se abrieron de placer, y pudo ver las pupilas, negros ases sobre una polvorienta mesa. Y no hubo placer por su parte, sólo aquel desgarrante dolor, mientras el as de espadas avanzaba, avanzaba, avanzaba…
Danny no llegó a saber cuándo murió, como tampoco llegó a saber por qué murió. Gloria no le había dicho nada, ni siquiera el título que utilizaba para su strip. Era simplemente uno de esos nombres equívocos que todas las strippers utilizan en sus números. Jugaba con la palabra sábado… se llamaba Los Caballeros del Sábado Noche.
A lo largo de los años he conocido a muchas personas del mundo del espectáculo. Algunas de ellas eran realmente encantadoras, otras no tanto.
Pero la mayoría eran víctimas de las circunstancias, al igual que ustedes y yo: sus carreras, y en consecuencia la formación de su carácter, eran el resultado de los caprichos de la suerte. Mi propia versión de la Ley de Sturgeon es que el 90% de todo depende del azar. Y en el mundo del espectáculo, una gran proporción de este azar parece ser nefasto. No es extraño que la gente del espectáculo suela ser supersticiosa; constantemente ven carreras elevarse o hundirse por un mero chasquear de dedos de la suerte.
Es fácil simpatizar con sus tensiones, y comprender su apego a la astrología, a la numerología y a la más extrema metafísica… cualquier cosa que sirva para racionalizar las precarias situaciones difíciles personales. De ahí «En las cartas», que apareció en el tercer número de la revista de corta vida Worlds of Fantasy, allá en 1971.
Todo el mundo sabe que el juego de cartas es el libro de plegarias del Demonio, y que Satán es muy hábil con ellas. Y cualquiera familiarizado con la industria del entretenimiento de los mass-media sabe que sus círculos internos están modelados directamente de acuerdo con los descritos en el Infierno de Dante Alighieri.
Pongan las cartas y los círculos juntos, como yo he hecho aquí, y el resultado será inevitable. Añadan una echadora de cartas, y se condenarán doblemente. Tanto como el pobre Danny, hundido en los más profundos pozos de Hellywood… infierno de Hollywood.