PAÍS RELATO

Autores

robert bloch

el hombre que gritó «¡al lobo!»

La luna acababa de salir. Estaba brillando a través del lago, y cuando Violet entró puso una membrana de plata sobre sus cabellos.
Pero no era la luz de la luna lo que brillaba en la palidez de su rostro. Era el miedo.
—¿Qué mosca te ha picado? —pregunté.
—Un hombre-lobo —dijo Violet.
Solté mi pipa, abandoné el cómodo sillón y me acerqué a ella. Violet no dejó de mirarme ni un solo instante; me miraba fijamente, como una gran muñeca de porcelana con los ojos de cristal.
Sacudí sus hombros. La fijeza de su mirada desapareció.
—Vamos —dije.
—Era un hombre-lobo —susurró Violet—. Le oí que me seguía a través del bosque. Sus garras hacían crujir las ramas detrás de mí. Tenía demasiado miedo para mirar atrás, pero sé que estaba allí. Fue acercándose cada vez más, y cuando salió la luna le oí aullar. Entonces eché a correr.
—¿Le oíste aullar?
—Estoy casi convencida.
—¡Casi!
Sus ojos se ocultaron debajo de sus pestañas. Inclinó la cabeza, y un repentino color llameó en sus mejillas.
—¿Has oído aullar un lobo cerca de la cabaña? —insistí.
—¿Acaso tú… no…? —murmuró Violet, con voz estrangulada.
Sacudí la cabeza, lenta y firmemente.
—Por favor, Violet. No te pongas nerviosa. Durante la última semana hemos hablado de esto media docena de veces, pero estoy dispuesto a discutirlo de nuevo.
La cogí de la mano, cariñosamente, y la obligué a sentarse. Le di un cigarrillo y se lo encendí. Sus labios temblaban.
—Escucha, querida —empecé—. Aquí no hay lobos. Por estos alrededores no han visto un lobo desde hace veinte años. El viejo Leon, el de la tienda, me lo ha asegurado.
»E incluso suponiendo que un lobo vagabundo se hubiese separado de su manada, en el norte, y hubiera llegado hasta aquí, no habría ningún motivo para hablar de un hombre-lobo.
»Tú y yo tenemos el suficiente sentido común para no creer en esas absurdas supersticiones. Trata de olvidar que eres una Canuck, y recuerda que ahora eres la esposa de un experto en el campo de la leyenda.
Aquella alusión a los Canucks fue algo brutal, pero deseaba darle una sacudida.
Conseguí el efecto contrario. Violet empezó a temblar.
—Pero, Charles, tienes que haber oído algo… —suspiró. Ahora, sus ojos tenían una expresión suplicante. Tuve que apartar la mirada.
—Nada —murmuré.
—Y cuando lo oí merodear alrededor de la cabaña durante la noche, ¿no oíste nada?
—Nada.
—Aquella noche, cuando te desperté…, ¿no viste su sombra en la pared?
Sacudí la cabeza y me obligué a mí mismo a sonreír.
—No me gusta pensar que has estado leyendo demasiadas de mis historias, querida —le dije—. Pero no sé cómo explicar tus…, ejem…, ideas equivocadas.
Violet dio una chupada a su cigarrillo y la rojiza punta resplandeció. Pero sus ojos estaban muertos.
—¿No has oído nunca ese lobo? ¿No te ha seguido nunca en el bosque? ¿Ni cuando estabas aquí solo?
Su voz era suplicante.
—Temo que no. Sabes que llegué aquí un mes antes que tú para escribir. Y escribí. No he visto hombres-lobo, ni fantasmas, ni vampiros, ni almas en pena. Sólo indios, y Canucks, y otros ciudadanos. Una noche, cuando regresaba a casa después de haber estado bebiendo unas copas en la tienda de Leon, me pareció haber visto a un elefante rosado, pero fue un error.
Sonreí. Violet no sonrió conmigo.
—En serio, Violet, me pregunto si no habré cometido una equivocación trayéndote aquí. Pero pensé que esto te recordaría tiempos pasados. Después de todo, para una muchacha franco-canadiense esta región selvática debería resultar atractiva. Pero ahora, me pregunto…
—Te preguntas si estoy loca.
Las palabras salieron trabajosamente de entre sus labios.
—No —murmuré—. Nunca he dicho esa.
—Pero es lo que estás pensando, Charles.
—En absoluto. Todos nosotros sufrimos esas… alucinaciones. Cualquier médico te diría que tus errores de percepción no revelan necesariamente un… desequilibrio mental.
Hablé apresuradamente, pero pude darme cuenta de que no estaba convencida.
—No puedes engañarme, Charles. Ni puedo engañarme a mí misma. Hay algo que no funciona como es debido.
—Tonterías. Olvídalo. —Traté de sonreír, pero temo que mi sonrisa no resultó convincente—. Después de todo, Violet, yo debería ser el último en sugerir siquiera semejante posibilidad. ¿Recuerdas cómo solía llamarte en Quebec, antes de casamos? Te llamaba la Bruja Roja del Norte, y solía escribir sonetos sobre ese tema y te los recitaba.
Violet sacudió la cabeza…
—Aquello era distinto. Tú sabías lo que estabas haciendo. No veías ni oías cosas que no existen.
Me aclaré la garganta.
—Vamos a hacer una cosa, querida. No le has hablado de esto a nadie que no sea yo, ¿verdad?
—No.
—Y dices que te sucede desde hace un par de semanas, ¿no es cierto?
—Sí.
—Bien, no deseo que la cosa continúe. Me doy cuenta de que estás preocupada. Por ese motivo, y sólo por ese motivo, no lo olvides, sugiero que visitemos al Dr. Meroux. Una simple consulta, desde luego.
»Tengo mucha confianza en su capacidad no sólo como médico, sino también como psiquiatra. Ya sabes que la psiquiatría es su hobby. Y estoy seguro de que respetará tus confidencias. Es posible que su diagnóstico nos ayude a resolver este problema.
—No, Charles. No iré a ver al Dr. Meroux.
Fruncí el ceño.
—Muy bien. Pero yo estoy interesado en tus ideas acerca de un misterioso hombre-lobo. Me gustaría saber hasta qué punto oíste hablar de los loup-garous en tu niñez. Tenías una abuela medio india, ¿no? ¿Te contaba cosas que te asustaban?
Violet asintió.
—Oui…, sí, quiero decir.
Noté la regresión al idioma de su infancia, pero fingí ignorarlo.
—¿Te habló alguna vez de los hombres-lobo, los Iycanthropes… que cambian de forma cuando sale la luna y corren a cuatro patas, aullando, sombras siniestras en medio de la noche? ¿Te contó que desgarran las gargantas de sus víctimas, inoculándoles el terrible virus que las convertirá a su vez en licántropos?
—Sí. Me lo contó muchísimas veces.
—¡Ah! Y ahora, al regresar a una comarca selvática, la imagen de tus temores infantiles se ha alzado ante ti. El hombre-lobo, querida, no es más que un símbolo de algo que temías. Algún complejo de culpabilidad, quizá, personificado en la alucinación de una presencia animal que acecha esperando el momento de revelarse.
»No soy un psiquiatra aficionado, como el Dr. Meroux, pero me atrevería a asegurar que esa quimera es bastante lógica. Ahora, si eres sincera conmigo, tal vez podamos diseccionar la naturaleza de tu temor, llegar al verdadero terror que se disfraza a sí mismo de horrible monstruo, de híbrido mitológico que te persigue por el bosque…
—¡No! ¡Basta! Por favor, ahora no…
Violet empezó a sollozar. La consolé rudamente.
—Lo siento. Comprendo que estés nerviosa. Olvidemos este asunto, querida, hasta que te consideres en condiciones de enfrentarte con él. Será mejor que descansemos un poco.
Palmeando su hombro, la conduje al dormitorio.
Nos desvestimos y nos acostamos. Apagué la lámpara.
La cabaña quedó sumida en una completa oscuridad. Más allá de la ventana, los rayos de la luna acariciaban las copas de los árboles. Todavía más allá, el lago era un mar de fuego plateado, pero me volví de espaldas a él y me hundí en una repentina duermevela.
A mi lado, Violet fue relajándose, lenta y gradualmente.
Nos quedamos dormidos.
No sé qué hora era cuando desperté. La mano de Violet mordió mi hombro, y oí su agitada respiración.
—¡Escucha, Charles! —balbució.
Escuché.
—¿Has oído eso? En el exterior de la cabaña… parece que estén arañando en la puerta.
Sacudí la cabeza.
—Despierta, Charles, tienes que oírlo. Ha estado arañando debajo de la ventana, y ahora está en la puerta. ¡Haz algo!
Salté de la cama y agarré a Violet por el brazo.
—Vamos —dije—. Echaremos una mirada.
Mientras buscaba la linterna tropecé contra una silla.
—Se está alejando —sollozó Violet—. Date prisa.
Empuñando la linterna con la mano derecha, arrastré a Violet hasta la puerta. Allí me detuve, solté a Violet y descorrí el cerrojo.
Abrí la puerta de par en par. El haz luminoso de mi linterna barrió el suelo trazando un amplio círculo. El claro del bosque alrededor de la cabaña estaba vacío de toda vida.
Luego iluminé el suelo delante de nuestros pies.
Violet profirió un grito.
—¡Mira, Charles! ¡Aquí, en el suelo! ¿No ves las huellas…, las huellas delante de la puerta?
Miré.
Allí, a nuestros pies, veíanse las inconfundibles huellas de las patas de un gigantesco lobo.
Me volví hacia Violet y la miré fijamente. Luego sacudí la cabeza.
—No, querida —susurré—. Estás equivocada. No veo nada. No veo absolutamente nada.
A la mañana siguiente, Violet se quedó acostada y yo bajé al pueblo para ver a Lisa.
Lisa vivía cerca de la encrucijada con su padre. El anciano estaba paralítico, y Lisa le mantenía confeccionando collares de cuentas y cestos de mimbre, a la usanza india, muy apreciados por los turistas.
La había conocido allí, poco después de mi llegada, cuando fui a comprar una pulsera para enviársela a Violet.
Al ver a Lisa me olvidé de todo.
Lisa era medio india y medio diosa.
Sus cabellos eran negros. Pero la negrura profunda y lustrosa de su cabellera palidecía cuando se miraban sus ojos, dos ovaladas ventanas abiertas a la noche. Su rostro y sus facciones estaban delicadamente modelados en bruñido cobre. Su cuerpo era fino y elástico, como el de una pantera.
Vi a Lisa y me olvidé de todo.
Porque Lisa era medio india y medio diosa, pero era también toda maldad.
Malvada como la noche que perfumaba el negro esplendor de su pelo…, malvada como el pozo insondable de sus ojos. La misma perfección pagana de su cuerpo estaba animada con la sustancia del pecado.
Cuando llegó Violet, mis encuentros con Lisa se interrumpieron. Le dije que debíamos ser prudentes, pero ella se echó a reír.
—Por poco tiempo —dijo.
—¿Poco tiempo?
Lisa asintió, con ojos centelleantes.
—Sí. Sólo mientras tu esposa esté viva.
Lo dijo con la mayor naturalidad. Y al cabo de unos instantes, comprendí que era una observación completamente lógica para mí.
No deseaba ya a Violet. Deseaba esta otra cosa: una cosa que no era amor ni lascivia, sino las nupcias de mi alma con una absoluta maldad.
Y para que aquellas nupcias se consumaran, Violet debía morir.
Miré a Lisa y asentí.
—¿Quieres que la mate? —pregunté.
—No. Existen otros medios.
—¿Magia india?
Hacía un mes, aquella sugerencia hubiera provocado en mí la risa. Pero ahora, conociendo a Lisa, sabía que era completamente válida.
—No. No, exactamente. Supongamos que tu esposa no muere. Supongamos que tenga que marcharse.
—¿Te refieres a que se separe de mí…, a que obtenga el divorcio?
—Veo que no comprendes. ¿No es cierto que hay lugares en los cuales encierran a los locos?
—Pero Violet no está loca. Es una mujer muy equilibrada. Tendría que ocurrirle algo realmente extraordinario para hacerle perder la razón.
—¿Ver un lobo, por ejemplo?
—¿Un lobo?
—Un lobo seguirá a tu esposa. La atormentará, la acosará cuando esté sola. Ella acudirá a ti en busca de explicaciones, de ayuda. Debes negarte a creerla. En poco tiempo, su mente…
Lisa se encogió de hombros.
No hice ninguna pregunta. Me limité a aceptar lo que Lisa me dijo. Si acudió a los bosques y consultó a los shamans, o susurró plegarias a los misteriosos genios de las tinieblas, lo ignoro.
Lo único que sé es que un lobo empezó a seguir a mi esposa. Y yo fingí no oír nada, no ver nada. Las predicciones de Lisa se estaban cumpliendo. Violet perdía la razón. No sé por qué motivo, asociaba su némesis nocturno con un hombre-lobo. Mucho mejor. El proceso sería más rápido.
Y Lisa esperaba, sonriendo misteriosamente.
Me esperaba aquella mañana, en el tenderete próximo a la encrucijada.
Aquí a la luz del sol, parecía simplemente una muchacha india vendedora de collares. Una muchacha india de cabellos y ojos negrísimos.
Apoyó una mano en mi brazo, haciéndome estremecer.
—¿Cómo está tu esposa? —susurró.
—No muy bien. Anoche encontró unas huellas de lobo delante de nuestra puerta. Se puso histérica.
Lisa sonrió.
—Cree que es un hombre-lobo, ¿sabes?
Lisa sonrió.
—Quiero que me digas la verdad, cariño. ¿Cómo consigues que el lobo la acose?
Lisa sonrió.
Suspiré.
—Supongo que no debo ser demasiado curioso.
—Desde luego, Charles. ¿No te basta saber que nuestro pian está dando resultado? ¿Que Violet está enloqueciendo? ¿Que pronto se marchará y nosotros estaremos juntos… para siempre?
La miré con fijeza.
—Sí, me basta. Pero, dime, ¿qué sucederá a continuación?
—Tu esposa verá el lobo. Lo verá realmente. Quedará aterrorizada. Tú te negarás a escucharla, como hasta ahora. Ella acudirá a las autoridades. Irá al pueblo, y tratará de que la gente la crea. Todo el mundo pensará que está loca. Y cuando te pregunten a ti, dirás que no sabes nada. Dentro de poco tiempo, el médico se verá obligado a examinarla. Después de eso…
—¿Verá el lobo? —inquirí—. ¿Lo verá realmente?
—Sí.
—¿Cuándo?
—Esta misma noche, si quieres.
Asentí, lentamente. Luego me asaltó una duda.
—Violet está demasiado asustada para pasear por el bosque. No querrá salir de casa.
—En ese caso, el lobo irá hasta ella.
—Muy bien. Borraré las huellas, tal como he borrado las de esta mañana.
—Sí. Y será mejor que esta noche no estés en la cabaña. Eres una persona sensible, Charles. El espectáculo del terror de tu esposa te resultaría penoso.
Imaginé a Violet con los ojos desorbitados, la boca abierta en un grito de indecible terror mientras el monstruo de sus fantasías se materializaba delante de ella…
Sonreí.
Lisa me despidió con un gesto. Mientras me alejaba pude oír su risa, y pensé que en su alegría había algo que no era normal.
Luego, comprendí la verdad: Lisa no era tampoco una persona mentalmente sana.
Aquella noche cenamos en silencio. Cuando la luna se alzó sobre el lago, Violet se puso en pie y bajó las cortinillas con una mueca que no pudo ocultar.
—¿Qué pasa, querida? ¿Te molesta el resplandor de la luna?
—Lo odio, Charles.
—Es muy hermoso.
—Para mí, no. Odio la noche.
Podía permitirme el ser generoso.
—Violet, he estado pensando, ¿sabes? Este lugar te está destrozando los nervios. ¿No crees que sería mejor que regresaras a la ciudad?
—¿Sola?
—Iré a reunirme contigo cuando termine mi trabajo.
Violet apartó de su frente un mechón de rojizos cabellos. Me impresionó comprobar hasta qué punto había desaparecido el lustre de su cabellera. Ahora sus rizos eran opacos. Lo mismo que su rostro y sus ojos.
—No, Charles, no puedo marcharme sola. Me seguiría.
—¿Quién?
—El lobo.
—Pero, los lobos no van a la ciudad…
—Los lobos corrientes, no. Pero éste…
—¿Por qué crees que el lobo que…, ejem…, que ves no es corriente?
Violet captó mi vacilación, pero la desesperación hizo que renunciara a toda reticencia.
—Porque sólo lo he visto de noche. Porque aquí no hay lobos de verdad. Porque puedo captar su maldad. Me acosa, Charles, me acosa. Y únicamente a mí. Parece estar esperando que ocurra algo. Si me marchara, el animal me seguiría. No puedo escapar de él.
—No puedes escapar de él porque está en tu mente —estallé—. Violet, he tenido mucha paciencia contigo. He descuidado mi trabajo para cuidar de ti. Hace dos semanas que escucho tus fantasías.
»Pero, si yo no puedo ayudarte, tendrán que hacerlo otras personas. Esta tarde me he tomado la libertad de discutir tu caso con el Dr. Meroux. Quiere verte.
Violet se encogió literalmente ante lo directo de mi acusación.
—Entonces, es cierto —balbució—. Crees que estoy… desequilibrada.
—Los hombres-lobo no existen —dije—. Me resulta más fácil creer en la presencia de una aberración mental que en la de un ente sobrenatural.
Me puse en pie.
Violet alzó la mirada, sorprendida.
—¿Adónde vas? —susurró.
—A la tienda de Leon —dije—. Necesito un trago. Este asunto empieza a atacarme los nervios.
—Charles, no me dejes sola… esta noche.
—¿Temes a tus lobos imaginarios? —pregunté, amablemente—. No, querida. Si quieres que conserve alguna fe en tu estabilidad mental, será mejor que me demuestres que eres capaz de permanecer sola unas horas sin perder la cabeza.
—Charles…
Fui hasta la puerta, la abrí. Violet parpadeó cuando la luz de la luna penetró en la cabaña como un río de plata líquida. Me volví hacia ella, sonriendo.
—Violet, he sido muy paciente contigo. Pero, si no quieres que te vea un médico, si insistes en quedarte aquí, negándote a admitir que estás mentalmente trastornada…, demuéstrame que estoy equivocado.
Salí de la cabaña, cerrando la puerta detrás de mí, y eché a andar a buen paso por el sendero.
Hacía una noche espléndida y aspiré profundamente el aire cargado de fragancias silvestres mientras avanzaba hacia la encrucijada, situada a una milla de distancia.
La impaciencia prestaba alas a mis pies. Tenía prisa en llegar a mi destino. En realidad, no había pensado en ir a la tienda de Leon.
Iba a ver a Lisa.
La pequeña cabaña de Lisa estaba a oscuras, y me pregunté si estaría durmiendo. Su padre dormía ya, desde luego. Por ese lado no habría complicaciones.
Mientras me acercaba a la cabaña, decidí despertar a Lisa, si por casualidad se había acostado ya. Una noche como aquélla no era para pasarla durmiendo.
Un sonido repentino me detuvo a poca distancia del umbral. La puerta se estaba abriendo lentamente. Por puro instinto, me oculté en la sombra mientras una figura surgía de la cabaña.
—¡Lisa! —susurré.
Lisa se volvió y vino hacia mí.
—De modo que has tenido la misma idea… —murmuré, tomándola en mis brazos—. Vamos, no nos quedemos aquí. Bajaremos a la playa.
Echó a andar a mi lado, silenciosamente.
Permanecimos en pie contemplando la luna largo rato. Luego, cuando mis brazos ciñeron con más fuerza su cintura, Lisa se volvió hacia mí y sacudió la cabeza.
—No, Charles, ahora debes marcharte.
—¿Marcharme?
—He de llevar unos encargos…
—Deja que esperen.
Me incliné para besarla. Lisa se apartó.
—¿Qué pasa, Lisa?
—¡Déjame!
—¿Sucede algo malo?
—No. Vete, Charles.
La miré fijamente. Y al mirarla, vi. Vi que su rostro estaba anormalmente enrojecido, que sus ojos tenían una extraña luminosidad, que sus labios se entreabrían en un gesto de protesta, más que de pasión.
Ella no me miraba. Estaba mirando a través de mí, mirando la luna más allá de mi cuerpo. En sus ojos se reflejaban dos lunas gemelas. Parecieron extenderse, ensancharse, transformando las oscuras pupilas en globos de fuego plateado.
—¡Vete, Charles! —musitó Lisa—. ¡Vete, aprisa!
Pero yo no me marché.
La oportunidad de presenciar el espectáculo de una transformación licantrópica no se presenta todos los días. Y yo estaba contemplando cómo una mujer se convertía en lobo.
La primera indicación llegó en forma de un cambio respiratorio. La respiración de Lisa se convirtió en un ronco jadeo. Contemplé cómo su seno subía y bajaba, subía y bajaba, subía y bajaba… y la vi cambiar.
Sus hombros se inclinaron hacia adelante. El cuerpo no se encorvó, pero pareció crecer hacia afuera en un plano inclinado. Los brazos empezaron a encajarse en los casquillos de los hombros.
Ahora, Lisa había caído al suelo: se retorció, en parte en la sombra y en parte a la luz de la luna. Pero la luz de la luna no brillaba ya contra su piel. La piel estaba oscureciendo, poniéndose rugosa, cubriéndose de mechones de pelo.
La suya era una agonía semejante a la del parto…, y en cierto sentido era un parto. Lisa estaba dando a luz, no a una nueva alma, sino a otro aspecto de su propio ser. La agonía y el acto eran puramente reflejos.
Resultaba fascinante contemplar la transformación de su cráneo: como si las manos de un escultor invisible estuvieran amasando y modelando la arcilla viviente, dando una nueva conformación a la estructura de los huesos.
La alargada cabeza pareció milagrosamente desprovista de rizos por un instante, y luego brotó la velluda piel, brotaron las orejas, largas y puntiagudas…
Los rasgos del semblante se convulsionaron, hasta metamorfosearse en un protuberante hocico. La mueca de un rictus involuntario se convirtió en un gruñido, y asomaron los colmillos.
Las manos que habían arañado la tierra en su agonía se habían transformado en garras.
El proceso duró aproximadamente tres minutos y medio. Lo sé, porque lo cronometré con mi reloj.
Sí, lo cronometré cuidadosamente. Supongo que tendría que haber estado asustado. Pero la oportunidad de ver a una mujer convertirse en lobo no le es concedida a todos los hombres. Contemplé la transformación con lo que podríamos llamar interés profesional. La fascinación descarta la presencia del miedo.
Ahora, la metamorfosis era completa. El lobo estaba delante de mí, inmóvil y jadeante.
Desde luego, comprendí. Comprendí por qué Lisa no tenía amigos, por qué pasaba tantas noches sola, por qué me había apremiado para que me marchara… y por qué podía predecir con tanta exactitud los movimientos del lobo fantasma.
Sonreí.
Los ojos de la fiera buscaron los míos con expresión implorante. Supongo que Lisa había esperado que yo revelara algún desconcierto, algún temor, o al menos una clara repugnancia.
Mi sonrisa fue una inesperada respuesta. Ahora, Lisa estaba tranquila en lo que a mi reacción respectaba.
—Será mejor que te vayas —susurré.
Pero ella vaciló. Me incliné y palmeé el velludo lomo.
—No pasa nada, Lisa —dije—. Puedes confiar en mí. Lo comprendo, ¿sabes? Esto no modifica en nada mis sentimientos.
Me pareció que un suspiro de alivio brotaba de la garganta del lobo.
—Ahora, será mejor que te des prisa —apremié—. Violet está sola. Prometiste sorprenderla.
La bestia gris dio media vuelta y se internó en el bosque.
Me dirigí hacia el lago y contemplé los rayos de la luna danzando sobre el agua.
Súbitamente, se produjo la demorada reacción emotiva. Todo estaba claro…, demasiado claro.
Estaba confabulado con una muchacha para provocar la locura en mi esposa. La propia muchacha no estaba completamente cuerda. Y ahora me había enterado de que era una mujer-lobo. Tal vez mi propia salud mental no era todo lo buena que sería de desear.
Pero las cosas habían seguido aquel camino, y ahora no podía retroceder.
Repentinamente, empecé a sollozar.
No eran los remordimientos, ni era el miedo. Acababa de ocurrírseme una idea: la idea de tener a Lisa entre mis brazos y notar su transformación; de besar los rojos labios de Lisa y encontrar de pronto, apretado contra mi boca, el babeante hocico de un loco.
Mis sollozos quedaron interrumpidos por el lejano y burlón aullido procedente de las profundidades del bosque.
Me tapé los oídos con las manos y me estremecí.
De repente me encontré a mí mismo corriendo a través del bosque. No podía oír ningún aullido, pero el sonido de mis propios jadeos resonaba en mis oídos. Corrí locamente, ciegamente, desgarrándome el rostro y las manos mientras me precipitaba hacia la cabaña.
La cabaña estaba a oscuras. Me acerqué a la puerta y la empujé. Estaba cerrada.
Violet gritó desde dentro y me alegré de oírla. Al menos estaba… viva.
Ya que la idea se me había ocurrido súbitamente.
Los licántropos no se limitan a asustar… ¡Matan!
De modo que sus gritos fueron bien recibidos por mí, y cuando abrí la puerta Violet se precipitó en mis brazos, llorando. Y su llanto me alegró también el corazón.
—¡Lo he visto! —susurró Violet—. Ha venido esta noche y ha acechado a través de la ventana. Era un lobo, pero los ojos eran humanos. Me miraban fijamente, aquellos ojos verdes…, y luego trató de abrir la puerta… Estaba aullando…, creo que me he desmayado. ¡Oh, Charles! ¡Ayúdame, ayúdame!
Me resultó imposible continuar con mi comedia. Ante su insano terror, me olvidé de mis planes. Tomé a Violet en mis brazos y traté de consolarla.
—Sí, querida —murmuré—. Sé que lo has visto. Porque yo también lo he visto, en el bosque. Por eso he venido tan pronto. Y lo he oído aullar, también. Ahora sé que no te engañabas: hay un lobo.
—Un hombre-lobo —insistió.
—Un lobo, de todos modos. Mañana bajaré al pueblo y reuniré un grupo de hombres para dar una batida.
Violet sonrió. No podía dominar el temblor de su cuerpo, pero consiguió sonreír.
—Ya no debes temer nada, cariño —le dije—. Ahora estoy aquí, contigo.
Aquella noche dormimos estrechamente abrazados, como chiquillos asustados.
Y, ¿acaso éramos otra cosa?
Me desperté muy tarde. Violet estaba preparando el desayuno.
Me levanté y me afeité. Violet me sirvió el desayuno, pero no pude comer mucho.
—Hay huellas alrededor de la cabaña —me dijo Violet. Su voz no temblaba ya: mi actitud de la noche anterior la había tranquilizado.
—Ahora mismo voy a bajar al pueblo —anuncié—. Hablaré con Leon, con el Dr. Meroux y con algunos de los muchachos. Tal vez vaya hasta el Cuartel de la Policía Montada, si puedo conseguir un caballo.
—¿Piensas unirte a la cacería?
—Desde luego. Es lo menos que puedo hacer… o no me perdonaría nunca a mí mismo por haberte juzgado mal.
Violet me besó.
—¿No tendrás miedo de quedarte sola, ahora? —inquirí.
—No. Nunca más tendré miedo.
—Bien.
Me marché.
Pensé mucho mientras me dirigía al pueblo. Pero mis meditaciones quedaron bruscamente interrumpidas cuando entré en la tienda de Leon y pedí un trago.
El gordo Leon estaba hablando con el Dr. Meroux en un extremo del mostrador. Hacía grandes gestos, pero al verme se calló y se acercó al lugar donde yo me encontraba. Inclinándose a través del mostrador, me dijo:
—Me alegro mucho de verle, Meestaire Colby.
—Gracias, Leon. Últimamente he estado muy ocupado…, no he podido bajar a menudo.
—¿Ha estado ocupado en su cabaña?
Me miraba fijamente. Vacilé, mordiéndome el labio. ¿Por qué tenía que vacilar en contestar?
—Sí. Mi esposa no se encontraba muy bien, y he pasado la mayor parte del tiempo con ella.
—Viven ustedes en un lugar solitario, ¿eh?
—Ya conoce usted aquello —respondí, encogiéndome de hombros—. ¿Por qué?
—Por nada. Me preguntaba, simplemente, si por casualidad habría oído usted algo estas últimas noches.
—¿Oír algo? ¿Qué podía oír? Ranas, y grillos, y…
—¿Lobos, quizá?
Parpadeé. El gordo Leon bajó un poco la voz.
—¿Ha oído usted el aullido de le loup?
Sacudí la cabeza. Confié en que Leon no se habría dado cuenta del temblor de mis manos.
—¡Qué raro! Parece que los gritos tendrían que resonar a través del lago…
—Por estos alrededores no hay lobos —dije.
—Está usted equivocado —susurró Leon.
—¿Cómo lo sabe?
—¿Se acuerda usted de Big Pierre, el guía…, aquel hombre moreno que vive al otro lado del lago?
—Sí.
—Ayer, Big Pierre salió con una expedición hacia el río. Su hija, Yvonne, se quedó en la cabaña. Estaba sola. Y por ella sabemos lo del lobo.
—¿Lo ha contado ella?
—La pobre Yvonne no ha contado nada. Pero esta mañana, el Dr. Meroux pasó cerca de su cabaña y se detuvo a darle los buenos días. La encontró tendida en el patio. Le loup la atacó durante la noche, Dios la tenga en su gloria.
—¡Muerta!
—Sí. No resulta agradable pensar en ello. El Dr. Meroux perdió el rastro en el bosque, pero cuando Big Pierre regrese dará con la fiera, con toda seguridad.
El Dr. Meroux se acercó a nosotros.
—¿Qué opina usted de esto, Charles? Un lobo renegado en este territorio…, un asesino. Voy a informar a la Policía Montada para que den la alarma. Si hubiera visto el cadáver de aquella pobre niña…
Me tragué el contenido de mi vaso y me marché apresuradamente.
—¡Violet! —murmuré—. Está sola. Tengo que regresar a su lado.
Ahora sabía adónde había ido Lisa después de dejar a Violet. Ahora sabía que las mujeres-lobo hacen algo más que cambiar de forma.
El tenderete de Lisa estaba cerrado. Abandonando toda precaución, me acerqué a la puerta. La única respuesta a mi llamada fue un quejumbroso murmullo del anciano paralítico.
Pero, cuando me disponía a marcharme, la puerta se abrió de par en par. Lisa apareció en el umbral, parpadeando ante la intensa luz del sol. Estaba pálida, agotada, y sus cabellos colgaban sueltos sobre su espalda desnuda.
—Charles…, ¿qué sucede?
La agarré por un brazo y la arrastré hasta la sombra proyectada por los árboles que se alzaban detrás de la cabaña. Alzó hacia mí unos ojos apagados, llenos de fatiga.
Entonces la abofeteé duramente. Lisa empezó a gimotear como un perro. Como un lobo.
La golpeé de nuevo, con todas mis fuerzas.
—¡Estúpida! —murmuré—. ¿Por qué has hecho eso?
Lisa se echó a llorar. La sacudí brutalmente.
—¡Basta! ¿Crees que no sé lo de anoche? Lo sé. Y lo sabe toda la gente de estos alrededores. ¿Por qué lo hiciste, Lisa?
Entonces ella comprendió, y supe que no podía esperar engañarme.
—Tuve que hacerlo —susurró—. No puedes saber lo que es eso. Después de dejar a tu esposa en la cabaña, regresé dando la vuelta por el lago. Y entonces me asaltó.
—¿Qué es lo que te asaltó?
—El hambre.
Lo dijo sencillamente.
—No puedes comprenderlo, ¿verdad? El hambre muerde tu estómago, y luego muerde tu cerebro, de modo que no puedes pensar. Sólo puedes… actuar. Y cuando pasé por delante de la cabaña de Big Pierre, Yvonne estaba en el pozo, sacando agua en la oscuridad. Recuerdo haberla visto allí, y luego… lo he olvidado.
La sacudí hasta que sus dientes castañetearon.
—Lo has olvidado, ¿eh? Bueno, la muchacha ha muerto.
—¡Gracias a le bon Dieu! —suspiró Lisa.
Me quedé asombrado.
—¿No lo comprendes? No puedo elegir las cosas que hago.
—¿Le das gracias a Dios por… eso?
—Desde luego. Ya que si Yvonne no hubiera muerto, si sobreviviera a la mordedura de alguien como yo, se habría convertido en un ser tan desdichado como yo misma.
—¡Oh!
—Es el hambre, siempre el hambre. Antes, cuando notaba que se acercaba el cambio, me marchaba muy lejos de modo que nadie se enterara. Pero anoche el hambre se presentó súbitamente y no pude dominarme. Es preferible que Yvonne haya muerto, pobrecilla…
—Olvidas un pequeño detalle —murmuré—. Eso desbarata nuestros planes.
—¿Por qué?
—Los temores de mi esposa ya no serán fruto de su imaginación. Cuando hable de un lobo que la acosa, nadie pensará que está loca. Todo el mundo sabe que hay un lobo, ahora.
—Comprendo. ¿Qué vamos a hacer?
—No vamos a hacer nada. Tenemos que dejar correr el asunto.
Sus brazos rodearon mi cuerpo, su magullado rostro se apretó contra el mío.
—Charles… —sollozó—. ¿Quieres decir que ya no estaremos juntos…?
—¿Cómo puedes esperar otra cosa, después de lo que has hecho?
—¿No me amas, Charles?
Empezó a besarme, y sus labios eran suaves y cálidos. No eran los besos de un lobo, sino los ardientes besos de una mujer encantadora. Y yo me ablandé.
—Ya pensaremos algo —le dije—. Pero ahora tienes que prometerme que lo que ocurrió anoche no volverá a suceder. Y que no te acercarás a mi esposa.
—Lo prometo —suspiró Lisa—. Resultará muy difícil para mí, pero haré todo lo que pueda. Vendrás a verme esta noche, ¿no? Estaremos juntos, y me protegerás… de mi hambre.
—Vendré esta noche —dije.
Los ojos de Lisa se llenaron de un súbito temor.
—Charles —susurró—, será mejor que vengas antes de que salga la luna.
Cuando regresé a la cabaña, Violet estaba esperándome fuera.
—¿Te has enterado? —me preguntó.
—¿Cómo lo sabes? —inquirí a mi vez.
—Ha venido un hombre a verte. Él me lo ha dicho. Me preguntó acerca del lobo, y yo mencioné lo que ha estado sucediendo últimamente. Te está esperando.
—Tú se lo dijiste —murmuré—, y él quiere verme.
—Sí. Será mejor que entres solo. Se llama Cragin, y pertenece a la Policía Montada.
Nunca me había encontrado con un miembro de la Policía Montada del Noroeste. De no ser por su uniforme, Mr. Cragin podría haber pasado por un inspector de policía de una gran ciudad. Tenía sus modales y su mentalidad.
—¿Mr. Charles Colby? —inquirió, levantándose del sillón mientras yo entraba en la cabaña.
—Sí. ¿En qué puedo servirle?
—Creo que ya lo sabe. Se trata de la muerte de la pequeña Yvonne Beauchamps…
Suspiré.
—Me lo han dicho en el pueblo. Un lobo, ¿no es cierto? Y usted quiere saber si he visto señales de alguno.
—¿Las ha visto?
Vacilé. Aquello fue un error. El hombre de uniforme me miró y sonrió.
—No importa. Cualquiera que se moleste en echar una ojeada alrededor de esta cabaña verá huellas recientes de un lobo. En realidad, hay un rastro que parte de aquí, da la vuelta al lago y se dirige a la cabaña de Beauchamps. Lo he seguido esta tarde.
No pude decir nada. Traté de encender un cigarrillo, y deseé no haberlo hecho.
—Además —dijo Cragin—, he estado hablando con su esposa. Parece estar muy enterada de las andanzas de ese lobo.
—¿De veras? ¿Le ha dicho que anoche vio uno aquí?
—Desde luego. —Cragin dejó de sonreír—. ¿Dónde estaba usted anoche cuando apareció el lobo?
—En el pueblo.
—¿En la tienda de Leon?
—No. Paseando, simplemente.
—Paseando, ¿eh?
El diálogo estaba lejos de resultar brillante, pero retenía mi interés. Me daba cuenta de que Cragin quería llegar a alguna parte. Y lo hizo.
—Dejemos ese aspecto del asunto, de momento —sugirió—. Conozco los hechos; ahora sólo se trata de ver si podemos descubrir las costumbres de ese renegado. Estamos organizando una expedición para darle caza. Supongo que no le interesará formar parte de ella, ¿verdad? No es lo suyo…
No dije nada.
—Bueno, ¿no es cierto? —insistió—. Usted es escritor…
Asentí.
—Me han dicho que ha escrito usted mucho acerca de lo sobrenatural. Su esposa me ha contado que acaba usted de escribir un relato sobre alguna clase de monstruo invisible.
Asentí de nuevo. Resultaba bastante fácil limitarse a inclinar la cabeza.
Cragin se puso en pie.
—¿Nunca ha tenido ideas raras? —me preguntó.
—¿Qué quiere decir?
—Tengo la impresión de que un autor de sus características ha de ser un poco… distinto. Perdone que le diga esto, pero imagino que un hombre que se dedica a escribir sobre monstruos ha de tener unos puntos de vista un poco raros acerca de un montón de cosas.
Tragué saliva, pero lo disimulé con una rápida sonrisa.
—¿Está insinuando que cuando escribo una historia acerca de un monstruo forma parte de mi autobiografía? —pregunté.
Aquello no era exactamente lo que él esperaba. No le di tiempo a reponerse.
—¿Qué le pasa? —continué—. ¿Acaso tengo aspecto de vampiro?
Cragin sonrió forzadamente.
—Dado el cargo que ocupo tengo la obligación de ser suspicaz. Antes de contestar a su pregunta, permítame ver sus dientes.
Abrí la boca y dije:
—¡Ah!
Aquello tampoco le gustó.
Me di cuenta de mi ventaja y la aproveché.
—¿Qué busca, Cragin? —pregunté—. Sabe que mi esposa ha visto un lobo por estos alrededores. Sabe que anoche apareció por aquí. Sabe que se marchó y, al parecer, dio la vuelta al lago, mató a la muchacha y desapareció.
»Le hemos dado toda la información que deseaba. Al menos, desde luego, que tenga una vaga idea de que yo puedo ser un monstruo… Tal vez su teoría científica apunta a la noción de que me transformo en un lobo, asusto a mi esposa y luego salgo y asesino a una víctima en la oscuridad.
Cragin inició un gesto de protesta, pero me apresuré a continuar:
—No estoy acostumbrado a estas regiones semisalvajes. Desde luego, sé que algunos de los mestizos de por aquí creen en fantasmas, en hombres-lobo y en demonios, pero no creía que los miembros de la Policía Montada adoptaran tales supersticiones.
—Mr. Colby, yo…
Sonreí agradablemente.
—Si quiere aceptar un consejo, vaya a cazar a su lobo.
Lo aceptó, y se marchó.
Casi inmediatamente entró Violet.
Por primera vez, me estaba portando de un modo lógico. Lo directo de mi ataque había disipado, sin duda, las posibles suspicacias de Cragin. Le había hecho ver lo absurdo de las habladurías acerca de los hombres-lobo.
Decidí seguir la misma táctica con Violet. En tono casual, le conté los detalles de la entrevista.
Ella escuchó en silencio.
—Ahora, querida, puedes ver la verdad —concluí—. El lobo existe, realmente, pero no es más que un lobo. Tú creíste que podía ser algo más, porque dio pruebas de inteligencia. El doctor Meroux me ha dicho que los renegados como ése están acostumbrados a los seres humanos y son mucho más astutos.
»Pero, cuando matan, matan como un animal. Es un lobo y nada más. Esta noche le darán caza, y tú podrás descansar más tranquila.
Violet apoyó una mano en mi brazo.
—¿Vas a quedarte aquí? —me preguntó.
Enarqué las cejas.
—No. Voy a bajar al pueblo y me uniré a la expedición. Anoche te dije que lo haría. Para mí es una cuestión de amor propio.
—¿No podrías quedarte? Estoy asustada…
—Cierra la puerta. Un lobo no es capaz de abrir una cerradura.
—Pero…
—Voy a tomar parte en la caza. Créeme, estarás más segura si me voy.
La luna casi había salido cuando me encontré con Lisa bajo los árboles que rodeaban su cabaña.
Debo confesar que experimenté una sensación de alivio cuando comprobé que me esperaba una mujer, y no un lobo.
Su sonrisa me tranquilizó.
—Sabía que vendrías —me dijo—. Ahora podremos estar juntos. ¡Oh, Charles! Tengo miedo…
—¿Miedo?
—Sí. ¿No te has enterado? Ese Cragin, el policía montado, ha estado hablando. Hoy ha venido a verme y me ha preguntado si sabía algo acerca del lobo. Por lo visto, Leon ha estado comadreando como una vieja de mis salidas nocturnas. Y se ha referido a los hombres-lobo.
—No tienes por qué preocuparte —la tranquilicé. Brevemente, repetí lo esencial de mi conversación con Cragin.
—Pero esta noche han salido de caza —insistió Lisa—. Leon ha cerrado su tienda, y la mayoría de los hombres están siguiendo a Cragin. Han salido al atardecer, para examinar los alrededores del lago. Irán a la cabaña de Big Pierre, y tratarán de localizar las huellas del lobo.
—¿Por qué habría de preocuparte eso? —inquirí, sonriendo—. No hay ningún lobo. Esta noche, tú y yo estaremos juntos.
—Sí, amor mío —dijo Lisa—. Mientras te tenga a mi lado estaré segura.
Señaló una jarra que estaba junto a ella, sobre la hierba.
—Podemos sentarnos un rato aquí —dijo—. La tienda de Leon está cerrada, pero esta tarde he ido a comprar un poco de vino. Te gusta el vino, ¿verdad, Charles?
El vino era dulce pero fuerte. Mientras la luna se alzaba por el este, bebí.
Súbitamente, Lisa aferró mi hombro.
—¡Escucha!
Oí a lo lejos, más allá del lago, el leve griterío de unas voces humanas mezcladas con unos penetrantes ladridos.
—Están rastreando y llevan perros.
Lisa se estremeció.
—No hay nada que temer —dije, para tranquilizarla.
Sin embargo, mientras contemplaba el firmamento sentí un creciente temor, y supe que era provocado por el clamor que llegaba a través del lago.
Estaban persiguiendo una mujer-lobo… que se encontraba en mis brazos.
El orgulloso perfil pagano de Lisa se recortaba contra el pálido rostro de la luna.
Rostro de luna y rostro de muchacha, contemplándose mutuamente. Y yo, contemplando a ambos…
—¡Lisa! —susurré—. ¿Te encuentras bien?
—Desde luego, Charles. ¡Bebe!
—Quiero decir…, ¿no te sientes como si fuera a ocurrirte algo?
—No. Esta noche, no. Me siento perfectamente. Estoy contigo.
Lisa se echó a reír y me besó. Bebí para ahogar mis temores.
—¿No volverás a molestar a Violet? ¿Dejarás de merodear por la noche hasta que pase todo esto?
—Sí, desde luego.
Lisa acercó la jarra a mis labios.
—¿Tendrás paciencia? ¿Esperarás hasta que se me ocurra otro plan?
—Lo que tú digas, amor.
Me encaré con ella.
—La cosa puede resultar laboriosa. Tal vez no podamos estar juntos tan pronto como habíamos planeado. Es posible que no exista más medio que el divorcio. Violet es muy puritana y luchará. Pueden pasar varios años antes de que yo quede libre. ¿Te sientes capaz de esperar?
—¿Divorcio? ¿Años?
—Tienes que prometerme que esperarás. Que no le harás ningún daño a Violet… ni a nadie. Si no es así, no podremos estar juntos.
Ella se encaró conmigo, con el rostro en la sombra. Luego se inclinó y me besó.
—Muy bien, Charles. Si no hay más remedio, puedo esperar. Puedo esperar.
Bebí de nuevo. Todo estaba muy claro. Luego se hizo borroso. Luego volvió a aclararse. Los ladridos de los perros resonaron en mis oídos, después se desvanecieron en la distancia. El rostro de Lisa pareció ensancharse, luego desapareció.
Eran los efectos del vino, pero no me importaba. Tenía la promesa de Lisa y los labios de Lisa. No podía soportar por más tiempo la tensión. Aquellos últimos días habían sido una continua pesadilla para mí.
Sin saber cómo ni cuándo, me quedé dormido.
«¡Despierte!»
La voz resonó como un disparo en mis oídos. Me incorporé y sacudí la cabeza, desconcertado.
—¡Despierte, Colby! ¡Aprisa!
Abrí los ojos. La luna estaba muy alta en el cielo, y sus pálidos rayos caían sobre el rostro inclinado hacia el mío: el rostro del Dr. Meroux.
—Me he quedado dormido —murmuré—. ¿Dónde está Lisa?
—¿Lisa? Aquí no hay nadie más que usted. Despierte de una vez y venga conmigo.
Me puse en pie, recobré mi equilibrio.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, doctor. ¿Qué sucede?
—No sé si…
Se interrumpió, vacilando. Me sentí completamente despejado.
—No me oculte nada, doctor. ¿Qué ha pasado?
—Se trata de su esposa —dijo, lentamente—. El lobo se presentó esta noche en su cabaña, mientras usted estaba fuera. Yo pasé por allí casualmente y se me ocurrió entrar a saludarles. Cuando llegué, el lobo ya se había marchado. Pero…
—¿Sí?
—¡El lobo había desgarrado la garganta de Violet!
Corrimos en medio de la oscuridad.
Lisa había mentido. Me hizo beber, esperó hasta que me quedé dormido, y luego atacó…
No podía pensar en otra cosa.
Llegamos a la cabaña. El Dr. Meroux se arrodilló al lado del lecho donde yacía Violet. Ésta se volvió y me sonrió débilmente.
—¿Está viva? —inquirí.
—Sí. El lobo le desgarró la garganta, pero llegué a tiempo y pude contener la hemorragia. La herida no es demasiado grave, pero su esposa está mortalmente asustada. Tiene que descansar durante un par de días.
Me arrodillé al lado de mi esposa y apreté mis labios contra su mejilla encima del vendado cuello.
—¡Gracias, Dios mío! —susurré.
—No le haga preguntas —me aconsejó Meroux—. Déjela descansar. Evidentemente, llegué cuando acababa de producirse el ataque. El lobo debió de entrar a través de la ventana. Hay un cristal roto. Al oír que me acercaba saltó de nuevo por la ventana y huyó. Las huellas son muy visibles.
Salí de la cabaña con el doctor. Efectivamente, abundaban las huellas.
—Los cazadores no tardarán en llegar —dijo Meroux—. Creo que no les será difícil seguir el rastro.
Asentí.
Súbitamente, el bosque se llenó de frenéticos ladridos. Los gritos de los hombres no eran menos frenéticos.
El Dr. Meroux se retorció nerviosamente su bigote.
—¡Deben de haberlo encontrado! —gritó—. ¡Escuche!
Gritos y murmullos. Un horroroso alarido. Y luego…
Una descarga cerrada.
—Nom de Dieu! ¡Lo han cazado! —exclamó el doctor.
Ladridos de perros, ahora más cercanos. También las voces resonaban más próximas.
Y entonces, en el claro que se abría delante de la cabaña, apareció el lobo.
La enorme bestia gris estaba jadeando, agotada. Arrastró su cuerpo a través del espacio abierto, dejando un negro rastro de sangre.
Meroux sacó un revólver, echó el gatillo hacia atrás. Cogí su mano.
—¡No! —susurré—. ¡No!
Eché a andar hacia el lobo. Sus ojos se encontraron con los míos, pero no me reconocieron: tenían la vidriada expresión de la muerte inminente.
—Lisa —murmuré—. No pudiste esperar…
El doctor no oyó mis palabras, pero sí el lobo. Irguió la cabeza, y un estrangulado sonido brotó de la hirsuta garganta.
Luego, el lobo murió.
Lo vi morir. Sus patas quedaron rígidas, la cabeza cayó a un lado y el cuerpo se estremeció en una última convulsión.
Pude soportar el espectáculo de la muerte del lobo.
Lo que siguió no resultó tan fácil de resistir.
Ya que Lisa murió.
Cuando presencié la transformación de la mujer en lobo, la cronometré fríamente con mi reloj.
Ahora, contemplando la transformación del lobo en mujer, sólo pude estremecerme y gritar.
El cuerpo se extendió, flexionándose. Las orejas se hundieron en el cráneo, los miembros se alagaron, la carne se hizo tersa, blanca… El Dr. Meroux estaba gritando a mi lado, pero no pude oír lo que decía. Sólo pude contemplar cómo se desvanecía la forma del lobo y surgía la de Lisa, como una flor surgiendo de su capullo: un pálido lirio de muerte.
Lisa yacía allí, una muchacha muerta a la luz de la luna. Estallé en sollozos.
—¡No! ¡No puede ser!
La ronca voz del doctor me arrancó de mi abstracción. Señalaba con un dedo tembloroso la blanca forma tendida a nuestros pies.
Miré y vi… otro cambio.
Un cambio que no puedo describir. Sólo puedo recordar, ahora, que Lisa no me había dicho nunca cómo ni cuándo se había convertido en una víctima de la licantropía. Sólo puedo recordar que la sangre que beben los licántropos es para ellos la fuente de la eterna juventud.
La mujer tendida a nuestros pies envejecía ante nuestros ojos.
De mujer en lobo: semejante metamorfosis es suficientemente espantosa de contemplar. Pero esta abominación final resultaba más impresionante todavía. La encantadora muchacha convirtiéndose en una horrible bruja.
Al final, algo increíblemente viejo yació sin vida en el suelo. Algo arrugado y encogido, iluminado por la luz de la luna.
Finalmente, Lisa había asumido su verdadera forma.
El resto debió de ocurrir con mucha rapidez. Llegaron los hombres, con los perros. El Dr. Meroux se inclinó sobre la cosa que había sido lobo y mujer, y que ahora no era ninguna de las dos cosas. Yo me desmayé.
Cuando recobré el conocimiento, a la mañana siguiente, el Dr. Meroux estaba vendando la herida de Violet. Mi esposa se había levantado, señal de que su recuperación había sido rápida, y me preparó un poco de sopa. Después de tomármela, volví a quedarme dormido.
Al día siguiente se presentó de nuevo el Dr. Meroux. Me sentí lo bastante fuerte como para interrogarle. Sus respuestas me tranquilizaron.
Al parecer, el Dr. Meroux había sido prudente. Confirmó la historia del hombre-lobo, pero no identificó a la mujer muerta como Lisa. Con la ayuda de Cragin, el asunto iba a quedar enterrado. Después de todo, no había lugar a una investigación posterior.
Violet no tardó en recobrarse del todo.
Anoche le confesé absolutamente todo lo ocurrido.
Se limitó a sonreír.
Quizá, cuando se sienta con fuerzas, regresará a la ciudad y se divorciará de mí. No lo sé. No me ha ofrecido su perdón, ni ha hecho ningún comentario. Tiene un aspecto inquieto, excitado.
Hoy ha salido a dar un paseo.
Yo he estado sentado toda la tarde, escribiendo este relato. Imagino que regresará ahora que el sol se ha puesto. Sin embargo, con la herida del cuello sin cicatrizar del todo, no se encuentra en condiciones de viajar.
La luna se está levantando encima del lago, pero no quiero verla. No puedo soportar nada que me recuerde lo ocurrido. Al escribir esto, espero librarme de mis recuerdos.
Tal vez pueda encontrar una medida de paz en el futuro. Estoy convencido de que Violet me odia, pero obtendrá su divorcio y yo no me opondré.
Sí. Violet me odia. Porque envié una mujer-lobo a que la matara.
Pero, estoy desvariando. No debo pensar en eso. No.
Y, sin embargo, tengo que pensar en algo. No quiero dejar de escribir, todavía. Luego me veré obligado a permanecer aquí sentado, solo, mientras la noche cae como un manto oscuro sobre una tierra muerta.
¿Dónde diablos estará Violet? Con aquella herida en su garganta, el relente de la noche no le hará ningún bien.
Aquella herida en su garganta: donde Lisa la mordió.
Estoy tratando de recordar algo relacionado con la herida. Relacionado con mi temor a la luz de la luna y a quedarme solo aquí.
¿Qué será?
¡Ahora lo sé!
Sí. Lo recuerdo.
Y rezo para que Violet se haya marchado, para que no regrese.
Hoy estaba muy inquieta y se ha marchado sola al bosque. Sé por qué se ha marchado.
La herida está surtiendo efecto.
Recuerdo las palabras de Lisa cuando le dije que la pequeña Yvonne había muerto. Dio gracias a Dios por el hecho de que Yvonne no hubiese sobrevivido a su mordedura. De no haber muerto, se hubiera convertido también en una…
Violet había sido mordida. Violet no murió. Ahora, la herida estaba surtiendo efecto. Y la luna estaba alta, muy alta, sobre el lago. Violet, corriendo a través del bosque, era una…
¡Allí! Puedo verla a través de la ventana.
Puedo ver… al animal.
Está arrastrándose hacia la cabaña mientras escribo. Puedo verlo a la luz de la luna. La luz de la luna que brilla sobre la peluda piel de su lomo. La luz de la luna que brilla también sobre el negro hocico, y sobre los puntiagudos colmillos.
Violet me odia.
Violet se está acercando…, pero no como una mujer.
¡Un momento! ¿He cerrado la puerta? Sí.
Bueno. No podrá entrar. Ahora está arañando la puerta. Y gruñendo de un modo amenazador.
Tal vez venga Cragin, o el Dr. Meroux. Si no, pasaré la noche sentado aquí. Por la mañana me marcharé. Y cuando Violet vuelva a presentarse, no estaré aquí.
Sí, esperaré.
¡Esos aullidos! Me crispan los nervios. Ella sabe que estoy aquí. Puede oír el tecleteo de la máquina de escribir. Lo sabe todo. Y si pudiera cogerme…
Pero no puede. Aquí estoy seguro.
¿Qué es lo que pasa ahora? Ella ya no está en la puerta. Oigo sus pasos moviéndose debajo de la ventana.
¡La ventana!
La otra noche, Lisa rompió el cristal para entrar. Y la ventana continúa con el cristal roto…
Ahora está aullando. Se dispone a saltar.
Sí…
Ahora lo veo…
El cuerpo de un lobo que salta a la luz de la luna…
¡Violet!
¡No!
¡Vio…!