PAÍS RELATO

Autores

rafael ramírez heredia

de llamar

Sólo los torpes pierden la paciencia; los torpes o los desesperados, que es lo mismo; por eso, aunque sienta que los deseos de levantar el teléfono y hablarte, de tan grandes me aturden, debo tener la calma necesaria para no hacerlo.
Tengo que aguantar aquí mismo, sentado, a veces caminando, tumbado en la cama o por la ventana viendo la calle, eso no alterará el resultado.
Lo importante es no salir de mi habitación, que no sería acto dificultoso si en mi casa fuera el único habitante, bien lo sé, aquí soy el número cuatro en jerarquía después de mis padres y mi hermana, y cada uno de ellos, porque los demás hermanos por menores no cuentan en este escalafón, cada uno de los tres arriba de mí son amenaza para mis fines, disminuida, cierto, porque mi padre se fue al trabajo, mi hermana a su oficina y mi mamá anda en el mercado, pero cada uno de ellos va a regresar y de nuevo tendré que dar las disculpas, los pretextos de por qué razón no fui a la escuela, los enredos sopesados con las miradas secas, la voz de mi papá hablando de las mentiras de los jóvenes de hoy, mi hermana, sin dorar las palabras, mencionar mi cinismo, y mi madre callada que al fin le desagradan tanto los conflictos.
¿Pero qué es en realidad un conflicto? Eso te preguntaría de oír tu voz, como espero.
Quizá te iba a sorprender la pregunta, pero definir un conflicto no tiene importancia; como si me hubiera olvidado de lo que tú sabes existe dentro de mí más allá de mis sobresaltos caseros. De inmediato, estoy seguro, bajarías la voz para preguntar:
—¿No puedes hablar, verdad? —y al yo decirte que sí, que sólo mi mamá está en casa, porque supongo que vas a hablar antes que regrese mi hermana y por supuesto mi padre, subirás el tono y me dirás:
—¿Entonces, qué te traes chavo? —y yo buscaría la manera de decirte que olvidaras mi pregunta, que los nervios me tienen alterado.
Espera, no, eso de los nervios no te lo diré, no es conveniente mostrar las cartas al primer golpe, debe uno guardarlas y después irlas sacando poco a poco.
Te voy a decir que los conflictos se terminan cuando no hay salida, pueden llamarse otra cosa pero no conflicto, y tú, antes de decir algo, vas a usar esa risita que tan mal me suena, y lo sabes, para enseguida decir que no te salga con jueguitos de palabras que nada más enredan el asunto.
Mirar el reloj a cada segundo no empuja la velocidad del tiempo, al contrario, se hace pesado como los silencios de mi padre que se queda con los ojos en el techo igual que si buscara otra vida.
¿En qué pensará una gente como él, ya medio pasada de años? ¿Qué habría hecho en mi lugar cuando él era joven? Ni siquiera debo pensar en pedirle un consejo, que seguro me va a salir con discursos, eso hasta tú lo sabes y digo así porque eres de las que todo corren a consultarle a los parientes.
Ojo, mi chava, de la familia y los basureros, mientras más apartado, menos enredos.
¿Y si me acuesto?
No, me pueden entrar las ganas de dormir, si me da sueño pudiera ser signo de que no me importa tu llamada, y sería tanto como andar jalando los colgajos de la mala suerte cuando en realidad tú y yo sabemos lo que me importas, tanto que tuve que hacer todo el teatro para quedarme en casa y no ir a la escuela, eso es una prueba de mi preocupación.
¿Le debo decir preocupación?
¿Así decírtelo a la hora que hables?
Así no, porque en realidad no es preocupación; angustia tampoco; es anhelo, esperanza, sueño, calentura, ¿qué es?, pero eso jamás te lo preguntaría, lo que te diga tendrá que ver con el amor, eso, con el amor que siento por ti.
Cuando suene el teléfono lo primero que debo hacer es no brincar, dejar que el timbre suene un par de veces, no más porque entonces puede ser que me salgas con que tu llamada no me importa; dos veces, una me levanto, dos contesto, bueno, digo, o me arriesgo y de plano te digo:
—¿Cómo estás, mi vida?
Tampoco así, capaz que quien llame sea una compañera de mi hermana y se lo va a ir a contar, uh, no me voy a acabar las bromas, o quizá alguna amiga de mi mamá, qué tal si es la doña del tercero y le da por hablar con la voz que cuando me saluda de beso me unta en los cachetes, y tú lo sabes, varias veces me has preguntado por esa señora tan pintada que se me queda viendo con ojos más allá de simple amiga de mi madre.
Entre diez y doce, dijiste y yo te hice que repitieras la hora:
—Entre diez y doce, no más —y me diste tus razones para fijar ese horario: tu regreso a casa y la clase de idiomas, pero antes de tu llamado espero que tengas en mente el valor del circo que hice para no ir a la escuela, si sabes que regreso a casa pasadas las dos de la tarde.
Sin verte, a través del teléfono te adiviné la risita cuando me impusiste el reto de esperar tu llamada a una hora de lo más inconveniente.
Me suenan tus palabras y la manera de decirlas:
—Es la más grande prueba de amor.
Quise que me dijeras más pero sólo oí tu respiración, esa que no te confesaré que me puso como gato enjaulado, pero me puso.
Debes haber medido el efecto para rematar con ese tono tan dulce que adoptas cuando te conviene:
—¿Es mucho pedirte? Yo te voy a dar mi intimidad más sagrada —todavía oigo el tono que usaste para decir lo de mi intimidad más sagrada.
No, qué va a ser mucho mi esfuerzo, pero no entendí y tampoco lo preguntaré porque verdad, ¿cuál es la razón de querer hablar conmigo en una hora diferente a la de la escuela? ¿Qué te hubiera costado fijar tu llamado después de las dos de la tarde?
Las ganas no tienen horarios, bien pudo haber sido en la nochecita, antes de las telenovelas para no quitar tu diversión, pero no, me impusiste el horario de las doce y aquí me tienes, suspirando aunque no te lo quiera confesar, ideando qué hacer, acostarme no, ya lo dije, salir del cuarto tampoco, ir al baño menos, qué tal si en ese preciso momento llega tu llamado, ocupar el teléfono, imposible, ya veré que mi madre no lo haga cuando regrese del mercado.
Debo buscar las palabras adecuadas, las precisas desde el momento de levantar la bocina, que la primera impresión vale más que las millones restantes.
No serán millones, pero sí son muchas veces las que hemos salido juntos, y entonces tú podrías confesarme, así, en secreto, sin que nadie lo escuche, ¿por qué actuar de esta forma?, no necesitas hablar, yo te diré algo, ya hemos avanzado, nos conocemos algunas partes, me has olido y yo también, sabemos dónde tiene cada uno sus misterios, ¿estás de acuerdo?: entonces, para nada necesitas estas pruebas que no conducen a ninguna parte, ¿es ilógico lo que estoy pensando?
Las reglas son las reglas y tú has puesto las tuyas, ¿así es como debo empezar después del segundo timbrazo?
¿Y si dejo que suene uno más?
Eso hay que medirlo, dos o tres, que no haya otro, tengo que decir bueno, aló, o diga.
Al oírte te diré que estaba esperando tu llamada, que me da mucho gusto el telefonazo.
No, eso suena como pedir limosna, uno tiene que mantener la calma, tengo que medir las razones de la aceptación a través del teléfono, capaz que estás grabando lo que digo y después vas a usar la cinta para burlarte con tus amigas.
Era más sencillo que me dijeras lo que me vas a decir después de pasar por ti a la escuela, o en el cine, o en alguna de las fiestas.
No debo hablar de reglas, qué tal si me pones otras, cada regla es una barrera, y las barreras a veces son tan grandes que no se pueden brincar.
Mejor hacerte sentir que lo dicho es un hecho, dicho y hecho como que no suena, ¿así comienzo?
¿Cómo decirlo? es sencillo pensarlo y no lo es decirlo.
A lo mejor puedo hablar sobre lo que está dicho y lo que no, pero ¿cómo mencionarlo sin avergonzarte, sin que a mí se me doblen las ideas? También pudiera ser que te espantaras creyendo que todo es a fuerza, o lo peor, que te decepcionara con mis poses de conquistador.
¿Cómo serán los que tienen el don de saber el pensamiento de las muchachas, cómo se dan cuenta de que tienen la virtud, la vara mágica, un sexto sentido, un olfato sensible, las palabras adecuadas, la intuición necesaria para medir cada jugada conforme el avance del contrario?
¿Cómo tener vista de rayos x igual a la de Supermán para explorar los pensamientos femeninos? A su vez, ¿por qué no, de pasada se puede dar una ojeadita más allá de la falda y la blusa? Si ya se tienen los poderes no hay que dejarlos de lado.
Debo caminar, pensar en ello, no dejar que se me entuman las piernas en la pose de loto tan elogiada por mi síster, las poses no valen cuando las palabras no salen, qué caso estar sentado pensando que así me van a llegar las ideas, y tampoco por mirar al reloj, contar los minutos, las doce y media, treinta minutos más de lo acordado.
Si me fallas a la hora del teléfono, más fácil me vas a pifiar en el momento de la promesa.
Las citas no son cumplidas con la regla del que espera, dicen, yo lo creo, los minutos son parte de una expectación que no puede derrotarme, debo jalar aire, adentro, afuera, adentro, afuera.
A la hora del timbrazo no puede haber ni la más mínima duda, debo, tengo que usar la voz adecuada:
amorosa pero no humilde,
suave pero no chillona,
segura pero no orgullosa.
Tengo que echar de lado todo aquello que no gire alrededor de lo que me digas, porque estamos muy cerca del momento en donde se apuesta todo y por lo mismo se puede perder la totalidad del arriesgue.
Siento que llegará en el momento en que tomes la bocina, marques el número de mi casa, esperes que yo decida cuántos timbrazos, oigas mi voz y tú y yo estemos de acuerdo en que hoy al atardecer como duelo del viejo oeste, hoy mismo pero en la noche, como si estuviéramos en el cine, o mañana a hora determinada, en que ninguno de los dos va a ir a la escuela porque ese habrá sido el acuerdo, más bien, el resultado de la llamada que estoy seguro no tardará en llegar.
Cómo quisiera que en este momento levantaras el teléfono y marcaras, uno, dos, tres, cuatro números y los demás que faltan y cuando escuche tu voz ya los dos estaremos seguros de la decisión.
Sólo tenemos que ponernos de acuerdo en la hora, la que sea si tenemos todo el tiempo del mundo y el sitio donde podré tenerte sin que me salgas con rodeos, con excusas y me dejes como me has dejado, ardiendo de allá, allá, ya sabes dónde es allá, el allá en un lugar de mi cuerpo, es un lugar, sitio, punto, emplazamiento, espacio, parte, zona, a qué lugar debemos ir…
… ¿a dónde vamos cuando me digas: acepto?
Dirás acepto o será solo un sí o un silencio que lo diga todo, pero ¿a qué lugar vamos?, aquí en mi casa, en la tuya, ¿a un motel se puede llegar en auto de alquiler?, quizá podríamos ir caminando a los hoteles de la calzada, no es conveniente preguntarte si sabes el costo por alquilar una habitación y dónde.
El que dijo que los minutos son horas en la contabilidad de las muchachas es un sabio, y yo no lo soy, yo cuento cada segundo que sigue a tu media hora de retraso, y no tengo más remedio que pensar en lo que tú, por peras o manzanas le has dado largas, y claro, junto a mis dudas entran las preguntas que deberías contestar:
¿Me has dejado acariciarte bajo la falda? Afirmativo.
¿Sobar tus pechitos? Sí, verdad.
¿Has metido tu mano en mi bragueta? Sí.
Entonces, ¿por qué después huyes?
Sí, huyes, porque ésa es la palabra.
Ahora no me voy a permitir darme justificaciones, antes de la llamada quiero aclararme las ideas, que todo el circo que armé tenga un resultado positivo, y cuando oiga tu voz yo esté seguro de que no me vas a volver a hacer lo mismo.
Fíjate, el plan podría ser de la siguiente manera: nos citamos en la esquina de tu escuela, vamos a la calzada, nos metemos a un hotel, en el cuarto nos quitamos la ropa, me dejas que te vea completa, no a cachitos como siempre lo has hecho, me dejas que toque lo que yo quiera, que bese donde se me dé la gana, olerte y que me sientas dentro, como esposos, como amantes, no, esa palabra quizá te cause molestias, mejor decir esposos, porque yo sé que te puedo querer para toda la vida.
Mi mamá diría que un poco más de media hora de retraso es lógico en una mujer que se respete, pero eso no lo iba a decir mi padre, que se enfurece con los atrasos, ¿y por qué yo no estoy enfurecido?, ¿vale la pena echar el amor a la basura sólo por 35 minutos de espera?
De un momento a otro sonará el timbre, lo voy a dejar que suene dos veces y al contestar lo haré con la voz de alguien que espera pero no sufre, hablaré con calma y al darte los datos del plan lo voy a hacer como si fuera un hecho ya definido.
¿Qué puedes contestar para rebatirme?
Si no aceptas el día lo podemos cambiar, si no aceptas el lugar puedes proponer otro.
¿Y si no aceptas hacer el amor?
Eso no debo ni pensarlo, las malas vibras se contagian nomás de pensar en ellas, hay que tirar a la basura esos pensamientos, sería tanto como aceptar una derrota antes de empezar el juego cuando los ánimos deben estar a tope y no en el piso, además, no se puede olvidar que el retraso de casi cuarenta minutos la tiene que poner en desventaja, aquí se trata de sacar puntos no sólo a las buenas de uno sino a las malas del contrario, los juegos se ganan acumulando puntos a favor y errores del contrario.
¿Esto es un juego, así debo decirle?
No lo sé y no quiero ponerle etiqueta, pero debo aceptar lo importante que es la llamada,
tu llamada,
oír tu voz,
saber que al hablar ya has tomado la decisión de hacer lo que creo que los dos tenemos tantas ganas de hacer.
¿En verdad ella sentirá lo mismo?
Dime qué sientes, qué clase de nervios tendrás ahora cuando estás a punto de levantar el teléfono, marcar los números de mi casa, esperar que el timbre suene dos veces y yo decir bueno,
con una voz cálida pero no ardiente,
con tono amoroso pero no desesperado,
con el mismo disfraz que tú debes de usar.
Esto es de ponerse máscaras que nos den el alivio para no enseñar las verdaderas intenciones, así dice mi fratela, así dice mi mamá, así dice mi padre, así dicen las amigas de mi jefa, así lo dicen todos.
Así tú lo debes estar pensando, midiendo cada minuto, dándole el valor a los segundos mientras yo me tumbo en el suelo, veo el techo, ruego porque el maldito teléfono suene y me digas:
—Sí, nos vemos a la salida de la escuela y después, mi amor, por fin estaremos juntos.
¿Así será cuando suene el teléfono?