PAÍS RELATO

Autores

isaac belmar

la tarde de hace un mes

No lo consigo.
Apago la música y las paredes dejan de vibrar. La habitación recupera la calma y por la ventana abierta el sol entra generoso, como un arroyo de luz que se desborda y derrama por el suelo de mi habitación. Es una bonita postal, pero en eso se queda, porque una vez más no lo he conseguido.
Me apoyo en la ventana y dejo que me acaricie la luz de la tarde y la primavera tibia, mis ojos se entrecierran. Otra bonita postal, pero tampoco enmienda que una vez más he fracasado. Agacho la cabeza y sigo pensando si volveré a rozar “eso” alguna vez, si volveré a vivir lo mismo que aquella tarde de hace un mes.
Esa en la que llegué a casa, arrojé en la cama mi maletín del trabajo, encendí la cadena de música y la canción “All I want”, comenzó a sonar por casualidad. Sin darme cuenta estaba moviendo la cabeza, luego levantando algún brazo y al final inmerso en un baile caótico. Aflojé el nudo de la corbata y el agobio de otro día en la carrera de ratas se liberó también con el gesto. Canturreando abrí la ventana y la luz entró destellando, cambiando el aspecto de toda la habitación y haciendo resplandecer el blanco de mi camisa como si irradiara magia. Cantaba desafinando y se me oía a mí más que a la voz rasgada de Skin que salía por los altavoces, me dejé llevar inmerso por la danza sin sentido, saltando al final por toda la habitación. Comencé a desabrocharme la camisa en una especie de estado de embriaguez donde mis recuerdos más preciados y agradables habían asaltado mi cabeza y se habían unido a la fiesta, como si hubieran echado abajo una puerta bajo llave y salieran en tromba de su cautiverio. Viejos amigos, unas Navidades especiales, mi familia y yo de niño jugando en el suelo de mi habitación, en la casa de mis padres. Luego otras vivencias difusas, sensaciones más que recuerdos, que pasaban por mi imaginación en medio de aquella bulliciosa anarquía que había creado en mi cabeza y mi habitación sin darme cuenta. Y entonces todo se fundió, la música, la luz y los recuerdos, y yo desaparecí en medio de todo eso como quien se lanza a un tumulto de gente en un concierto y se pierde en la marea.
Recobré la conciencia tras un tiempo difuso, con la música ya muda.
Lo primero que vi fue el techo de la habitación porque estaba tirado en suelo, agotado y casi desnudo, jadeando para recuperar el aliento y sonriendo con un gesto estúpido.
Por un momento, en medio de aquel caos sin sentido, había tocado una especie de cielo, un momento fugaz de felicidad total y completa, algo que nunca había vivido, algo que no cabe en una palabra ni en mil, así que no me voy a esforzar en descripciones, ¿para qué? Si no van a hacer justicia. Era haber rozado con un dedo la esencia de la vida y sentir que, por una vez, todo estaba bien.
Al día siguiente volví del trabajo ansioso, dispuesto a repetir aquella caricia al cielo. Puse la misma canción, bailaban en mis labios las mismas notas desafinadas, abrí la ventana y el sol acudió, forcé mi memoria y los recuerdos aparecieron, salté por la habitación, bailé como un mono borracho, reproduje fielmente el día anterior, acabé tirado en el suelo y aparte de lesionarme un codo en la caída poco más conseguí. No pude sentir aquello otra vez, ni siquiera algo que se le pareciera.
Ya desde el primer segundo todo lo notaba forzado y tuve la sensación constante de estar en una pantomima vacía.
Pero no me rindo.
Ahora repito el ritual compulsivamente cada día, buscando de nuevo atisbar aquello. Es una obsesión. Reproduzco de forma enfermiza cada instante de ese momento y cuando fracaso no hago más que dar vueltas febriles a lo que puede haber fallado. Tomo notas, estudio y me estrujo la cabeza intentando recordar cada segundo de la tarde de hace un mes.
No pienso parar hasta que lo consiga de nuevo porque nada, absolutamente nada, se le parece. Es más, desde entonces todo menos aquella tarde me parece cenizo y mediocre, supongo que cuando has pisado un poco el paraíso, y vuelves a lo cotidiano, puedes verlo con su verdadera luz, triste y patética. La vida diaria no es más que un montón de zombis torpes intentando no tropezar mucho. En serio, es como dejarte salir a la luz del día y luego tener que volver a tu celda estrecha y húmeda, con una bombilla vieja colgando en vez de un sol radiante.
En mi trabajo me llamaron pronto la atención, desde aquella tarde estaba ausente la mayor parte del tiempo y mi rendimiento había bajado, además reconozco que he descuidado mi imagen personal.
Por todo eso dijeron que me daban la baja. “Depresión” es lo que hay garabateado en el papel del médico. Pero están ciegos, no es depresión, es búsqueda. No tienen ni idea de lo que importa realmente y yo sólo quiero volver a sentir ese momento, saborear unas migajas más a toda costa. Por las noches no paro de dar vueltas en la cama, por el día deambulo ensimismado pensando ansiosamente en la clave que se me escapa. Tengo algo así como cuatro cuadernos garabateados con análisis al minuto, recuerdos, ideas y las fracasadas experiencias posteriores, para intentar no repetir errores.
No tengo excesivo apoyo en mi cruzada, pero supongo que eso es habitual en todo el que ha intentado ir un poco más allá mientras el resto se conforma. Al principio lo comenté fervientemente entre mis conocidos y mis compañeros, intenté averiguar si alguno sabía de lo que hablaba, si alguien más había vivido algo parecido. Quise compartir y saber. La respuesta fueron caras raras y cuchicheos por la espalda.
Apenas como ya, siempre pensando y enfrascado en mi tarea. Mi casa (y yo) llevamos sin limpiarnos desde aquello, la miseria se acumula y el fregadero se desborda. También rebosa un poco la suciedad por algunas partes mías. En la galería se multiplican las bolsas grises de basura y es ya nación cucaracha superpoblada. El desorden y la roña son los señores de mi casa.
Hace ya quince días que me peleé con mis amigos durante su última burla. No les he vuelto a ver ni cojo el teléfono cuando me llaman, que es cada vez menos. La verdad es que me da igual, lo único quizá por Sara, que siempre ha sido excepcionalmente guapa y yo excepcionalmente iluso de pensar que alguna vez podría estar conmigo, en vez de con todos esos idiotas que acaban machacándola, no hay más que verla cuando salíamos, siempre en su trono rodeada de machos compitiendo por su atención. Ay Sara, qué mediocre tú también ahora, nunca hubiera pensado que tus increíbles ojos, esos que cuando cruzabas con los míos los obligaban a ponerse de rodillas, no son más que una broma pálida al lado de esa tarde de hace un mes.
Lo más fastidioso ahora es que la cabeza me suele doler con saña y mis ojeras ganan terreno, extendiendo sus sombras rostro abajo. De hecho me miro al espejo y veo que casi lo han conquistado del todo, supongo que ayuda el que cada vez mi gesto es más encogido y demacrado.
El otro día cogí el rotulador con el que anoto y repaso recuerdos cada día y me puse a garabatear en la pared, luego a escribir hasta dejar todo el salón y un trozo de pasillo tatuado con la misma frase.
Que la felicidad bien vale una cordura.