PAÍS RELATO

Autores

francisco garcía pavón

la oración de san jerónimo

Nos acostábamos a las diez en invierno y a las doce en verano. La Tala en la cama de hierro, yo en la de madera. Y entre los dos había un biombo de tela amarilla con pájaros azules y rojos de colas muy largas. Y había un globo rugoso pegado al techo, que daba luz azul de la que es buena para los dormitorios. Y la Tala se desnudaba detrás del biombo y desde allí me decía: «Vamos a rezar la oración de San Jerónimo». Y algunas noches a mí me daba gusto, pero otras no, porque es muy larga y la Tala no quería que me dejase ni una sola palabra. La rezábamos con la luz apagada…, y nada más llegar la oscuridad, a mí se me ponía delante de los ojos un redondel verde que se alejaba en seguida dando vueltas, y luego volvía haciéndose más verde; y así muchas veces, hasta que chiquitito se iba para no volver. Y la Tala, con su voz de flauta de caña, dale que dale a la oración. Y yo la seguía de esta manera:
San Jerónimo bendito,
santo de la «inopotencia»,
el que llevare consigo
la oración de tu clemencia
estará libre de los peligros
que caigan sobre la tierra…
Y yo oía que Tala, mientras rezaba, se iba quitando las horquillas del moño, que dejaba sobre la mesilla. Y a lo mejor usaba el vaso de noche, y entonces alzaba la voz para disimular; y a lo mejor miraba debajo de la cama por si había ladrones y yo se lo notaba porque al agacharse se le ahogaba la voz.
El que adora a Dios con Fe
gozará la Gloria Eterna.
Oíd, devotos; oíd,
cristianos contemplativos,
del más piadoso Santo,
del corazón compasivo.
Oigan todos los mortales
porque a todos los convido,
porque tenemos que ir
vivos y muertos al Juicio…
Y cuando se echaba en la cama, antes de apoyar la cabeza, palmoteaba la almohada muy fuerte para mullirla. Y si era invierno, resoplando se tapaba la cabeza de golpe, y yo se lo notaba en la voz que se la tapaba también; pero no se tapaba la oreja, porque si yo dejaba de rezar la oración, como hacía algunas veces por probar, se daba cuenta y me reñía.
Y alzaba mucho más la voz, como diciéndomelo a mí, cuando llegábamos a lo de
¡Quién San Jerónimo fuera
para poder explicar
lo que padecen las ánimas
que en el Purgatorio están!
¡Allí claman y suspiran
metidas en aquel fuego,
arrojadas por el suelo
en aquel fuego infernal!
Cuando era verano, dejábamos abierta la ventana, porque es bueno para la tisis, y desde mi cama se veía el mirador de don Sabino, que tenía forma de casita, con los cristales de arriba verdes. Y se veía un poco cielo con estrellas y nubes que iban y venían. Y cuando era sábado, pasaban los gañanes cantando flamenco y tocando bandurrias. Y a lo mejor, lejos, ladraba un perro… o dos. Y entre el mirador de don Sabino y el cielo, estaba el tejado, rizado, negro… Algunas veces la Luna entraba en la alcoba, y daba sobre el biombo de los pájaros azules y rojos.
La Tala, mientras duraba el rezo, se rebullía mucho en la cama, y yo no sé qué hacía para suspirar muy fuerte y muchas veces sin dejar de hablar. Eran suspiros de mucha pena cuando decía:
El pariente llama a la parienta,
el hermano a la hermana,
el marido a la mujer
y le dice de esta manera:
Esposa del corazón,
¿cómo de mí no te acuerdas?
Cuando en aquel mundo estaba
y me daba algún dolor,
¿qué diligencias no harías
para llamar al «dotor»?
Y si hoy me vieses aquí,
entre tanto fuego arder,
¿qué diligencias no harías
por no verme padecer?
Cuando la Tala ya no podía resistir el sueño, yo se lo notaba porque se le iba la voz lo mismo que el redondel verde que yo veía al acostarme, pero en seguida le venía más fuerte, como arrepintiéndose… Y también, cuando le llegaba tanto sueño, se rascaba la cabeza con mucha rabia, que sonaba: ras, ras, ras. Y además, cuando llegábamos al final de la oración que ahora voy a decir, aunque yo me saltase alguna palabra o le hiciese remedos con la voz, no me lo notaba, porque ella estaba ya «con el tío de la arena». Y el final era este:
Estas son claras razones
de la Sagrada Escritura:
que con misas y limosnas
nuestras penas serán puras. Amén.
Y la Tala daba un ronquido flojo con el «amén», y luego otro más fuerte; y ya estaba dormida… Y yo, entonces, ya tranquilo, me ponía a pensar en cosas de guerras y de barcos.