PAÍS RELATO

Autores

alfredo bryce echenique

una tajada de vida

Era el sol sucio de Lima o era en todo caso el sucio sol de esa polvorienta tarde limeña en plena feria del Cristo moreno con dejo andaluz y sabor a negro mandinga de hábito color morado y descendiente de nuestros esclavos; era esa tarde de semana de procesiones y domingo de toros en plena feria del Señor de los Milagros y la Plaza de Acho la había construido el virrey don Manuel Amat y Junyent, el de la Perricholi y el puente y la alameda, déjame que te cuente limeño, déjame que te diga del palacio de la virreyna de Barcelona, la llamaban la Pompadour peruana, limeña, carajo, Micaela Villegas, la Pompadour limeña y algún culto ahí sabía además que sobre esa despampanante criolla que lo tuvo en jaque al virrey viejo y enamorado o enchuchado mejor dicho, perra chola le quería decir el virrey pero era catalán y sólo le salía lo de Perricholi cuando ella le ponía cuernos y le entraba el ataque de rabia, no por nada fue Mariscal de Campo en España, gobernador de Chile y virrey estupendo del Perú, si sobre la Perricholi había escrito Offenbach una célebre opereta que aún se pone en escena en el teatro «Châtelet» de París y Luis Mariano…
… Y ahora todo eso en medio del polvo y las chozas chatas y el sol sucio en esa especie de autopista que los llevaba del dichoso y blanquiñoso San Isidro, ¡viva el lujo y quien lo trujo!, hacia la Lima de antaño, como quien se va en circunvalación al mundo del callejón de un solo caño y jaranas de media mampara, mediopelín y bajo pueblo, la ínfima, carajo, y el Presidente de la República, ¿presidente ese?, de qué, hermano, tócamelas por favor, el generalote es un chino cholo pata en el suelo y soldado raso que nos ha impuesto la reforma agraria y, peor todavía, whisky nacional, pero ahora tomamos de contrabando, ni cojudos, y estuvo bueno el pisco sauer del almuerzo criollo y picante y hoy se decide lo del Escapulario de oro, que si se lo lleva José Mari Manzanares, que si Paquirri…
… Y por enésima vez, medio borrachos ya, le habían reprochado la mariconada de una palabra que se le escapó en francés pero en realidad lo que le estaban reprochando en ese almuerzo de viejos compañeros de oligarquía colegio y universidad era que había apoyado la reforma agraria, huevón, ¿y las tierras de tu familia?, ¿y la hacienda de Huacho?, ¿acaso no te han jodido a ti también o es que en París te has vuelto masoco, hermano…?
… La palabra hermano dicha con el cariño de una anécdota escolar, for old times sake, salvaba siempre la situación pero por la especie de autopista esa con el sol sucio y porque se les hacía tarde y la feria había sido una de las peores en años porque el chino de mierda ese que dice que nos gobierna pero en realidad está jodiendo al país, por esa bestia el país ya no tiene ni dólares con que traer buenos toros de las Españas y a los toreros hay que pagarles con platería peruana, manyas hasta qué punto estamos hasta el perno, hermano, de pura vergüenza yo me largo de este país, hermano, y tú con que era indispensable una reforma agraria, y dices que por el bien del país, ¿han oído lo que ha dicho Javier, señores?, tómate otro trago, por favor, Javier, y haz como que te emborrachas, de a verdad, primito…
… Que se hace tarde, que se hace tarde, que sube y vamos, que mira cómo está esto todo hecho una mierda, mira qué asco, hermanón, sales de San Isidro y empieza el asco, hermanito, construyes una carretera y te la llenan de chozas y mira a los cholos de mierda estos que no saben ni cómo atravesar y se tiran a la pista y métele fierro a fondo, Lucho, que vamos con las justas y hay que estacionar todavía, pero para qué sueltas el acelerador, métele pata a fondo, mándale el carro al auquénido ese, atropéllalo, aplástalo, refórmamelo agrariamente, compadre, vas a ver cómo le sale mierda en vez de sangre, pásame la bota hermano, acelérale, hermano, la piel de un indio no cuesta caro, eso lo escribió un tal Ribeyro, vive en París como tú, Javier, ¡pum!, ¡te lo volaste, hermanón!, volteen, señores, nada, cobarde, lo rozaste apenas, auquénido de mierda, mira cómo se revuelca, fierro a fondo, mete la pata sin miedo que todavía hay que estacionar y nos perdemos el paseo, yo quiero ver toros y no llamas, huevón, somos los niños más conocidos en esta bella y muy noble ciudad, nosotros somos los engreídos, por nuestra gracia y vivacidad, pásame la bota hermano, angurriento que eres, carajo, ¿pero qué mierda te pasa, Javier?, Javier, no seas huevón por favor, déjate de cojudeces, por favor Javier, bueno, bájate, pues, mierda, allá tú… De las jaranas, somos señores, y hacemos flores con el cajón, y si se ofrece tirar trompadas, puñete y patadas, también tenemos disposición, bájate de una vez por todas, mierda…
… Y cuando se acercó al cholito apenas si le salía sangre por la nariz y pensó felizmente al verlo incorporarse y salir disparado por miedo a mí…
Casi nadie lo fue a despedir, como siempre, a veces una muchacha como un regalo de Lima la horrible, casi nadie lo había venido a recibir, como siempre, a veces uno de sus hermanos, y nadie lo espera en el aeropuerto de París. Taxi. En su departamento, olor de encierro y regreso, el vacío de un mundo abandonado ya para siempre y el desasosiego de un mundo nunca encontrado. Eso que llaman desarraigo, con el cansancio del viaje se volvió peor cuando contempló algunos objetos que Nadine había olvidado cuando se despidieron en… Ni siquiera se acordaba dónde se había despedido de Nadine, siete meses atrás, porque a cada rato se había despedido para largo o para siempre de Nadine por esos problemas que ella tenía como de múltiple personalidad y frigidez y miedo a la vida y un pasado que como que la condenaba siendo tan joven, bastante menor que él. Nadine con sus cartas incongruentes, sus silencios y olvidos, le había destrozado esos siete meses en Lima y él que había partido a Lima sólo para buscarle un trabajo de profesora de tenis y buscarse un trabajo de lo que fuera, porque, en efecto, también él se había jodido con la reforma agraria y ahora lo que tenía que hacer, no te queda más remedio, Javier, le dijo su hermano, es buscarte un trabajo de lo que sea en París o en Lima, en fin, eso depende de dónde quieras quedarte, los contactos te los doy yo todos, pero la tal Nadine como que no cabe en nuestra familia, o sea que mejor allá en París, Javier.
El teléfono sonó equivocado pero él reconoció lo torpe que era Nadine hasta para equivocarse en el teléfono y ponerse a tartamudear de emoción o de vergüenza. Nadine que lo quería querer y debía estar llamando desde hace días, calculando su llegada, arrepentida de no haber soportado, de haberse portado pésimo con el hombre que se fue al Perú a buscarle un trabajo de profesora de tenis para empezar una vida nueva, una vida sin ese pasado que a veces lograban borrar regresando a una playa en Huelva para volver a nadar desnudos buscando la ternura, ya no el amor aunque se querían tanto, y algo en común, algo que no siempre fuera el deseo de empezar de nuevo a fojas cero con un enorme olvido perdonadizo, a lo mejor lo que les faltaba para poder vivir juntos era una total y eterna amnesia del día de ayer. Sonó el teléfono equivocado porque sólo tartamudeó de vergüenza y emoción. Pobre Nadine.
Se sirvió un whisky largo para no contestar varias veces y sentir pena porque ya van como diez veces que no contesto y dormitó como siempre después de estos viajes, esperando la noche para meterse un buen somnífero y empezar a enfrentarse con lo del jet lag. Contestó al tercer whisky bebido con la paciencia del cansancio y la impaciencia de escuchar su voz. ¿Por qué le gustaba tanto la voz metálica de una mujer que ni siquiera lograba vocalizar y cuando lo lograba era la tartamudez del miedo y la vergüenza o la emoción, según el caso? Una manifestación de la ternura, aunque a veces pensaba que era más bien una manifestación de su piedad por una mujer bonita que le tenía miedo a todo y que hubiese deseado, necesitado, más bien, porque Nadine era cobarde y estaba en la calle, amarlo. Hablaron mal. Ella, por el miedo, la vergüenza y la emoción. Él, al principio, porque le daba como flojera empezar de nuevo sobre siete meses de ruinas y por el cansancio del viaje que cada vez se notaba más. Al final, por la emoción tan grande. Iría. Lo sabía desde que allá en Lima metió los regalos en la maleta. Desde antes, desde que decidió meterlos. Desde antes, desde que empezó a comprarlos. Desde antes, desde que decidió ir a comprarle regalos. Desde antes, desde siempre. Nadine vendría a Le Mans, a la estación, el tren, ya lo había averiguado, salía a las diez de la mañana, sí, gare de Montparnasse, unas tres horas. Ella lo esperaría en la estación y lo llevaría sesenta kilómetros más allá hasta la granja de unos amigos.
Besos y abrazos, pobre Nadine, como que lo admiraba y él sería sin duda el héroe en la granja porque había estado en el Perú, sólo por eso, pobre gente, tendría que inventarle historias mejores que la oligarquía peruana sin tierras, mucho Cuzco y Machu Picchu, más bien, la cocaína y qué más… La selva y alucinógenos. Algún brujo como don Juanito el de Castañeda, la petite fumée du diable. Y soltar regalos por doquier porque en la granja también había niños en estado natural o en contacto directo con la Naturaleza y fuera del sistema o como mierda fuera eso. Lo horrible, se dijo Javier, es saberlo todo de antemano.
Por eso había llevado vino y whisky. Porque ahí se consumía hasch pero no se bebía. Y ahora que ya había soltado regalos pudo empezar a beber su vino y aceptar el hasch. Cualquier cosa. Además todavía estaba cansado del avión y una noche de esas de después del Atlántico más el viaje en tren hasta Le Mans y los sesenta kilómetros nevados en un carro que se caía a pedazos. Hacia las seis de la tarde, ya con las velas encendidas, empezó a contar cosas. Felizmente que a las siete lo interrumpió un tipo con cara de camello, delgado, alto, moreno con algo de árabe, nariz aguileña, marcas de viruela, muy sucio, más sucio todavía cuando se quitó un impermeable largo verde oliva. Nadine empezó a estar menos cariñosa con Javier cuando el tipo fue a mear y Jakie, el único simpático ahí, un hombrón de pelo largo, dijo que venía perseguido. Drogas. De la India. También joyas.
O sea que todo empezó cuando Nadine le enseñó, se llamaba Ives, el collar con la enorme piedra verde que le habían traído del Perú. Ives le preguntó a Javier si tenía contactos en Brasil y Javier le respondió que sólo tres haciendas en el Mato Grosso. Celos. Otra vez, carajo. ¿O piedad? Otra vez, carajo, en todo caso. ¿Se luchaba o no se luchaba? Si se luchaba, entonces era piedad.
Luchó un rato y para ello empleó unas cassettes que había traído de Lima para hablarle a Nadine de las cosas vividas allá, ¿del auquénido y la corrida de toros a la que nunca llegó?, ¿del precioso departamento en que se había instalado su madre al enviudar?, ¿de lo duro que era llevarle flores a la tumba de su padre y llegar a Lima sin padre por primera vez porque no había podido, no, no había querido, llegar a su muerte? Lo mejor era traducirle las letras de las cassettes y acariciar el cuerpo desnudo de Nadine que, de rato en rato, todavía se acordaba de acariciarlo y hacía unos esfuerzos que él sabía feroces por quedarse con él, quedarse con él esta vez, quedarse con él una vez porque a lo mejor si lo lograba una sola vez… No irse. No írsele la cabeza.
De pronto Nadine le contó que había visto una película y que le había gustado mucho y que lo había extrañado muchísimo durante toda la película y que había sido algo muy fuerte. Y que después, resulta, a sus amigos no les había gustado la película, porque sí, y que entonces ella se había quedado sin opinión propia. Sufro mucho, Javier, le dijo, con este problema. No tengo personalidad o qué. Es terrible no tener una opinión propia. Ése es mi problema, Javier, que quisiera tener una opinión propia como tú. Él dejó de acariciarla cuando terminó una cassette y le dio flojera o es que no valía la pena poner el otro lado del Perú siete meses. Intentó acariciarla una vez más, lo intentó realmente, piedad, pero empezó a reinar una terrible mediocridad. Y apagó la vela para que ella pudiera irse a enseñarle su cuerpo desnudo al otro. Para que pudiera irse más fácil porque no tenía opinión.
A la hora concertada, iba pensando Javier en el tren de regreso, aunque lo único concertado ahí fue que iría a ver a Nadine a la granja del contacto con la Naturaleza, a la hora concertada el baño de la granja quedaba al lado del dormitorio sobre cuya cama, a la hora concertada, Nadine yacía desnuda y tiesa mientras él esperaba la hora concertada. No tardaba en llegar el momento porque Ives con su pelo de cerdas negras doblemente rizadas por la suciedad, se estaba preparando un baño. Se escuchaba el chorro de agua que, como un reloj de arena, iba llenando el vacío de la tina y el vacío terrible que iba sintiendo Javier al ver perdido al pobre héroe peruano de las batallas de Machu Picchu, el Cuzco, cocaína y un precioso collar de plata con la enorme piedra verde. Batallas, todas, finalmente perdidas ante la inmensa superioridad de la hora concertada. El cuerpo desnudo de Nadine se puso de pie sobre la cama, evitó pisarlo, abrió la puerta del baño, entró un poco de luz, y volvió la oscuridad al dormitorio cuando cerró la puerta detrás de ella. No era el momento de pensar que siete meses en Lima buscándole un trabajo que les permitiera empezar una nueva vida desembocaría en algo sabido de antemano. Javier sólo pensó que la nueva vida habría sido sólo para Nadine, porque la suya hacía rato que era vieja, la misma vieja vida de siempre.
Conversaban ahí al lado, en el baño, pero a él no le interesaba saber de qué, y unos instantes después volvió a haber un trozo de luz en el dormitorio cuando Nadine abrió la puerta en el momento en que él se estaba tomando el somnífero de la piedad. Ives le había dicho que le preguntara si la piedra del collar era legítima o la había comprado en una tienda de ésas para turistas.
—Dile —le respondió Javier—, dile que en el Perú sólo los peruanos que saben y los turistas muy ricos compran artesanía y cosas por el estilo en las tiendas oficiales de turismo. Los de mochila al hombro, los desharrapados de siempre, en fin, los que viajan en charters y se creen aventureros compran las piedras falsas que venden los contrabandistas de lo auténtico. Y dile que es verdad, además.
Nadine cerró la puerta del dormitorio y en el baño repitió lo más textualmente que pudo las instrucciones recibidas porque no tenía una opinión propia. Y poco rato después Javier se quedó profundamente dormido, piedad, y probablemente lo último que le pasó por la mente fue que en algún libro había leído que la piedad es una de las pasiones más terribles en las que puede caer un ser humano. Oyó ruidos de desayuno al despertarse y le dio asco bañarse en el mismo sitio en que se había bañado Ives. Nadine parecía haber pasado otra vez por la cama, había señales de un regreso desnudo y furtivo en la noche y probablemente ahí se había despertado y su voz se escuchaba ahora entre los del desayuno. Javier se levantó, preparó sus cosas para regresar a París, y mientras cerraba el maletín de los regalos vio más nieve que nunca por la ventana. Eso dificultó enormemente el recorrido desde la granja hasta la estación de Le Mans en el automóvil destartalado y horroroso en que no quiso ser malo porque Nadine no tenía una opinión propia y no le preguntó por qué, cuando después del desayuno y la hora concertada para la partida fue al dormitorio a recoger sus cosas, había aparecido la enorme piedra verde del collar partida en dos, cómo y por qué. Después fue el lío de que no habían previsto tanta nieve, la llegada con las justas a la estación, él subiéndose a un tren atiborrado de gente mientras Nadine le compraba el billete de primera clase y corría después para alcanzárselo con el tren ya en marcha. Nadine le había dicho que sólo en primera clase viajaría más o menos cómodo y había mostrado un gran sentido práctico en organizar la apresurada partida y fue la hermosa muchacha que corrió hasta donde pudo para seguirle haciendo adiós con todos sus besos volados porque quería quererlo tanto.
Javier llegó varias veces, bueno, tres, por lo menos, unas tres veces llegó destrozado y cansado y abatido a la estación de Montparnasse, París. Quería sonreír probándose que había vivido la teoría de la relatividad en carne propia, más una derrota de siete meses en Lima con un honorable tratado de paz firmado en una granja para derrotados por ahí por Le Mans, y hasta se dijo que todos los generales son inteligentes cuando termina una batalla, ya que todos los tontos han muerto al final. Se dijo además, como una especie de premio de consuelo, que siempre se era el auquénido de alguien pero el incidente en el tren seguía siendo detestable.
El estaba de pie y pensando en todo el asunto de la hora concertada, cuando alguien advirtió que acababa de entrar al vagón de primera clase el controlador de billetes. Una mujer se puso de pie porque su billete era de segunda y la persona que había advertido preguntó que quién ahí tenía un billete de primera. Había tanta gente de pie y de segunda clase que Javier ni siquiera ató cabos. Pero se seguía insistiendo en el asunto hasta que por fin él se sintió concernido y recordó lo de su billete de primera y que en primera se viajaba siempre con asiento reservado y dedujo que el asiento abandonado por la mujer era suyo. Le dijo no se preocupe, señora, a mí me da lo mismo, pero el controlador escuchó todo y dijo que los de primera sentados y en primera y por favor, damas y caballeros, aunque más bien dijo cabadamas por esa economía que se permiten ciertos idiomas, sí, cabadamas, los de segunda a segunda y usted también, señora, vamos, rápido que no tengo tiempo que perder. Controló el billete de Javier y le dijo que ése era su asiento y que lo utilizara porque había pagado por él. Javier ni siquiera agradeció porque ya lo estaba mirando de esa manera toda la gente que había volteado a ver el incidente que él atribuyó a su distracción con respecto a las reservas de primera y al haber estado pensando en la hora concertada.
Pero un hombre se puso de pie, como si fuera otra vez la hora concertada, y le ofreció su asiento a la señora que había usurpado el de la distracción de Javier. Tres hombres más hicieron lo mismo pero el controlador insistió en que los de segunda a segunda, por favor, señora, y volvió a insistir y controlador y señora avanzaron hacia el siguiente vagón y ahí arrancó esa especie de monólogo en coro de los cuatro caballeros que le habían ofrecido su asiento con rabia a la mujer, más los comentarios rápidos, breves y ágiles de los que no le habían cedido su asiento a nadie, y por último lo que Javier llamaría momentos después el silencio de la mayoría silenciosa. Se trataba, a gritos mezclados con breves y ágiles comentarios aseverativos, cosas casi de apuntador, de que hubo una época de trenes con vagones de tercera para la gente de tercera categoría pero que ahora ya no estamos en casa, en Francia, porque de cuándo acá los extranjeros también en primera clase, no, ya no estamos en casa en Francia, cabadamas, ya no estamos en casa en Francia. En fin, fundamentalmente se trataba de eso y de la mayoría silenciosa y del auquénido al que sólo cuatro días atrás Lucho le había metido el carro y él no pudo más y se bajó y el auquénido salió disparado por miedo a mí con sangre en la nariz. Instintivamente, Javier se llevó la mano a la nariz como en un recuerdo y en un susto.
Y ahora avanzaba por el andén de la estación de Montparnasse y los caballeros opinantes y los apuntadores que tampoco estaban ya en casa, en Francia, pasaban a su lado uno tras otro con esas miradas. Javier pensó: Ustedes son los niños más conocidos, en esta bella y muy noble ciudad, ustedes son los engreídos, por vuestra gracia y vivacidad. Pero sintió que París no se merecía eso y que era la maravillosa ciudad en la que Sylvie y él se habían amado tan jóvenes, tan lindamente, tan privilegiadamente, con risas, lágrimas y palabras de amantes inmortales, sí, así fue, lo malo es que entonces Lima tampoco se merecía a los que fueron sus amigos queridos de oligarquía colegio y universidad y, aunque por ahí divisó un matiz en su asociación-conclusión, ya era muy tarde y en el Perú, en Lima, en el balneario viejo de Barranco, allá arriba del puente de Los Suspiros, en El Embrujo, su hermano había detenido la conversación para reírse con las cosas del presentador cuando anunciaba a la Limeñita y Ascoy, Rosita y Alejandro, que nos han honrado, señores, dejando su sarcófago de inmortales, para volver a estar con nosotros, como siempre, como desde hace siglos, porque Rosita y Alejandro, damas y caballeros, ya debían seis meses de alquiler cuando Dios dijo fíat lux.
Y mientras la Limeñita y Ascoy seguían despidiéndolo de Lima con Luis Pardo, el vals del famoso bandolero, sepan de mis hazañas, que no son más que rencores, mientras Luis Pardo le pedía a sus enemigos que lo mataran de frente, su hermano Manuel le iba diciendo que se buscara un trabajo cualquiera y mejor en París, Javier, perdona, pero para esa mujer no hay sitio en nuestra familia. Javier empezó a aplaudir y no pudo contenerse, pronto se iría de Lima y se puso de pie y atravesó el comedor para darle un beso a Rosita, para contarle que en París tenía todos sus discos y que siempre los escuchaba. Rosita aceptó su beso y le dijo con emoción y esa figura como mortal: Que Dios lo bendiga, caballero.