PAÍS RELATO

Autores

alfredo bryce echenique

pepi monkey y la educación de su hermana

Allí vivimos. Allí nos educaron. Allí la amé hasta la locura. Allí la recordaré siempre por más sufrimientos que me cueste, por más mal que me ponga, por más que vuelva mil veces a caer destrozándome entre pizarras que se quiebran al golpearme salvajemente. Que no hay alivio para mí, piensan los médicos, y las enfermeras me tratan con tanto cariño. Sí hay alivio, y yo siento una enorme tranquilidad cuando veo que ella, al menos, salió bien de todo aquello a pesar del fracaso de abuelita. A pesar de mí. Pero yo ya no soy una carga para nadie, ni para ella siquiera que me quiere tanto y que me viene siempre a visitar desde que me trajeron aquí. Es rubia, delgada, y a veces, cuando se va, me parece al alejarse que es aún la misma de entonces, tan frágil, tan callada, con tan buenos modales. Claro que ya no tiene el pelo tan largo y tan cuidado como cuando vivíamos allí. Ella misma no me cree; me mira y yo sé que siente piedad de verme aquí, encerrado, insistiendo cada vez más en lo del salón. Es lo único que me apena todavía. Saber que tengo razón, que soy el único que conoce la verdad, y sin embargo tener que estrellarme con la incredulidad de ella. De su marido, sobre todo.
Porque ella, estoy seguro, en el fondo me cree. Lo que pasa es que sabe que la historia me hace daño y prefiere que piense en otras cosas. Todos quieren que yo piense en otras cosas y que deje de imaginarme que nuestra vida fue así. Pero es la verdad y no puedo evitar pensar en ella y por eso sé que siempre estaré condenado a caerme entre pizarras que se destrozaron a medida que me voy golpeando terriblemente. Por eso sé que nunca me iré de aquí. Conozco el pasado y sé lo que me espera en el futuro. Sólo me pregunto por qué caer entre pizarras negras y brillantes de colegio cuando yo nunca fui a un colegio.
Déjenme contarles ahora que no está ella para rogarme que piense en otra cosa. Nosotros vivíamos en el salón del piano. Allí transcurren muchos años. Nosotros éramos muy superiores a los otros niños de Lima. Vivíamos en ese salón con mi abuelita que ahora ya está muerta. Eso era todo. Esa era toda nuestra familia. Mis padres nunca existieron, y además, por orden de abuelita está terminantemente prohibido hablar de eso. Hoy, como todos los días de trabajo, viene missis Scott, nuestra profesora de idiomas, de historia de la humanidad, de nuestra familia y de urbanidad. Es ella quien me bautizó con Pepi Monkey. En realidad mi nombre es José Martín, pero ya nadie me llama así.
—Missis Scott: A los Josés les llaman Pepe.
—Pepi —dijo ella, porque era inglesa y le costaba trabajo.
—Pepe.
—Pepi… Tú te llamas Pepi Martín y Martín es nombre de mono. A ver, ¿cómo se dice mono en inglés?
—Monkey, missis Scott.
—Ja-ja —se rió Tati—, Pepi Monkey.
Ja-ja, nos reímos todos, Pepi Monkey, pero abuelita nos interrumpió diciendo que en la clase de inglés no debíamos reírnos tanto. Missis Scott le explicó qué había pasado y ella dijo que estaba bien, que era un apodo gracioso y que lo aceptaba siempre y cuando lo pronunciáramos con acento inglés y no de esa asquerosa manera de los yanquis que son todos luteranos.
Pero Tati ha olvidado hasta esos detalles tan graciosos. Tiene miedo de que a ella también le hagan daño y prefiere olvidarlos. No hay olvido posible. Fue maravilloso mientras duró. A mí no me importaba que viviéramos en un solo salón ni me importaba que abuelita tocara el piano horas y horas y que missis Scott llegara de la nada. Claro que abuelita no quiere por ningún motivo que sepamos que antes hubo mucho más que el salón del piano, pero Tati y yo la escuchamos muy bien cuando habla dormida y nos hemos enterado de que en épocas lejanas era una gran casa con siete salones, tres escritorios, enormes corredores, dormitorios para muchos huéspedes y un comedor que abuelita describe siempre como muy superior al de Palacio de Gobierno. Ahora vivimos en el último salón que da por todas partes a la nada y de allí entramos cada mañana para pasar el día cerca al piano y esperar que llegue missis Scott que también viene de ninguna parte y nos enseña a pronunciar con los mejores acentos del mundo. Somos tan felices pero tenemos tanto miedo al mismo tiempo. Hay días en que Tati, que acaba de cumplir doce años, me abraza hasta casi asfixiarme y me jura que matará al príncipe con tal de no dejarme solo en Lima. Pero aún es muy pronto para ocuparse del príncipe y creo que Tati luiría bien en pensar en otra cosa y en no tener tanto miedo. Además, tengo mis sospechas. Eso de que abuelita hable de la llegada del príncipe cuando pronunciamos mal en francés o nos equivocamos en el piano me hace pensar que sólo se trata de una historia que ella desempolva para darnos miedo y para que nos esforcemos más. Pero claro, por otro lado, con quién podría casarse Tati si no es con un príncipe.
Tenemos una fuerte tendencia a creer en la próxima llegada del príncipe a medida que va oscureciendo y el techo del salón se va elevando hasta desaparecer. Normalmente el salón tiene setenta metros de alto pero no es muy grande y abuelita debe ya parar de atiborrarlo de recuerdos porque a duras penas queda sitio para caminar. Hay tantos muebles, sobran muebles, pero son tan lindos que costaría trabajo deshacerse de cualquiera de ellos. Son la mayoría dorados y me encanta burlarme de Tati y decirle que su pelo ha desaparecido cuando apoya su cabecita de oro contra el espaldar del sofá y todo es una sola cosa porque sus cabellos se unen y se pierden entre el color del tapiz de seda. Otra cosa que me encanta es la cara del abuelo siempre queriendo tanto a Tati ahí en su retrato al óleo. Él vela por nosotros y es el hombre más valiente del mundo y fue gran amigo de Alfonso XIII de España, un rey que le prometió hace mucho tiempo enviar a su mejor príncipe el día que tuviera una nietecita. Por eso Tati conoce de memoria la vida de Carlos V y ha aprendido a recitar algunos capítulos del Quijote que repite todos los sábados de tres a cinco para no olvidarlos. Tati tiene un tesoro que son sus cabellos de oro tan largos. Mama Joaquina se encarga de escarmenárselos todas las mañanas con agua colonia que ella misma trae porque abuelita no puede ocuparse de tantos detalles. Así comienza el día todos los días. Una vez, abuelita dice que fue en 1513 porque pasarán siglos antes de que la perdone, a la mama Joaquina se le chorreó un poco de agua colonia y le entró al ojo a Tati. Fue una mañana amarga y abuelita gritó a la pobre mama Joaquina y le dijo que la culpa de tanta insolencia y descuido la tenía el mariscal Ramón Castilla por haberle dado la libertad de golpe a los esclavos. Abuelita se puso furiosa y nos enseñó que el mariscal Ramón Castilla era un hombre muy malo que le hizo la revolución a nuestro querido José Rufino que le estaba dando poquito a poco la libertad a los negros para que tuvieran tiempo de irse educando mientras tanto. Esa mañana nos enteramos también de que ésa era la razón por la cual no nos habían enviado al colegio. No pisaremos un solo colegio mientras no quiten de los programas nacionales de educación todos los capítulos referentes al mariscal Ramón Castilla y los reemplacen por la verdad sobre el único gran presidente que ha habido en este país. Un verdadero presidente, un verdadero caballero que se encargó de embellecer nuestra ciudad con fiestas y flores y que fletó un barco especial para traer a Lima los primeros claveles que hubo en esta capital. A él le debemos entre mil cosas más que Lima haya sido llamada por numerosos y distinguidos viajeros europeos la ciudad jardín. Además, el mariscal Ramón Castilla fue un hombre del pueblo y cuando viajó a Europa hizo el ridículo delante de todo el mundo, según cuenta un historiador que sólo missis Scott conoce porque ella también detesta los programas nacionales de educación, si no abuelita no la hubiera tomado como institutriz inglesa. Eso debemos saberlo bien. Asimismo debemos saber que no pisaremos las calles de la ciudad mientras no le construyan la estatua más grande de todo el Perú a nuestro querido José Rufino y nos devuelvan lo que fue nuestro, reconociendo al mismo tiempo que la guerra contra Chile no ha terminado y que no terminará mientras nuestro adorado abuelito no regrese a descansar con nosotros después de haber liquidado al último chileno que se pasea por este país.
Missis Scott está profundamente de acuerdo con las ideas de abuelita, y cuando hay alguna novedad toma nota para ampliar sus apuntes y agregarle un capítulo más a su historia general de la humanidad y de nuestra familia. Missis Scott redacta su historia por las noches y luego viene a enseñárnosla por la mañana, no bien mama Joaquina ha terminado de escarmenarle el pelo a Tati. Pero mama Joaquina no está de acuerdo con la realidad. No se necesita tener más de siete años para darse cuenta de que si tuviera el derecho de hablar nos diría algo diferente a abuelita. Muy diferente. Ya la veo mover negativamente la cabeza cuando abuelita narra las hazañas de abuelito con su bastón. Tati y yo soñamos con conocerlo. Tiene que venir el día en que la guerra acabe y en que él regrese al salón para vivir con nosotros. Tiene que venir el día en que ya haya matado a todos los chilenos y no necesite más de su bastón. Mientras tanto, tendremos que resignarnos a las lecciones de historia de missis Scott, en las cuales se van narrando las hazañas de abuelito a medida que van ocurriendo, día a día, y desde que su padre le legó el bastón y la heroica tarea.
Cuenta la historia de missis Scott que un grupo de hidalgos limeños se negó a reconocer que la guerra había terminado con una derrota. Pero, ante la cobarde negativa por parte del gobierno de darles armas y municiones, decidieron, por santa iniciativa de nuestra familia, armarse ellos mismos de unos hermosos bastones en cuyo interior se escondía una filuda espada. Reconocer al enemigo es cosa fácil por su acento extranjero y por la manera en que utilizan con gran frecuencia y facilidad la asquerosa palabra mierda, que tú, Tati, no debes aprender ni usar nunca. En cambio tú, Pepi Monkey, no la olvides hasta la muerte. El último de estos caballeros fue nuestro bisabuelo quien cayó una noche en desigual combate con siete enemigos. Sin embargo, antes de morir tuvo tiempo de hablar con su hijo y de dejarle su bastón para que continuara la lucha. Por eso no tenemos a abuelito con nosotros, y por eso tú, Pepi Monkey, aprenderás a partir del año próximo el arte de la esgrima.
Era tan feliz y ahora tengo tanto miedo. Luchar, yo. Sangre, yo. El bastón, yo. Seguro que esta noche voy a tener un ataque de asma y voy a tener otro de esos sueños tan raros en que se me aparecen pizarras negras de colegio. Esta noche, cuando el techo del salón empiece a elevarse, antes de irnos, Tati va a tener miedo porque el príncipe la va a separar de mí y me va a abrazar hasta casi asfixiarme y yo voy a sentirme tan aliviado y voy a poder dormirme gracias al olor de su agua colonia que es el mejor remedio contra el miedo.
El tiempo pasa y algo se deteriora. Cuánto desearía que mama Joaquina hablara algún día. No sé por qué siento que ella podría decirnos algo y aliviarnos. Estamos sufriendo mucho, Tati, porque corren los años y el príncipe ya viene; yo, por el bastón y la historia. Pero mama Joaquina no habla. Se limita a mover su cabeza negra y canosa cuando missis Scott nos narra las aventuras de abuelito. Mueve y mueve la cabeza, dice no y no y no como si estuviera en desacuerdo con todo. Sólo una vez la he visto mover afirmativamente la cabeza. Fue una tarde en que abuelita se puso a hablar dormida. Insultaba a abuelito, lo llamaba vago, traidor, bígamo, y mama Joaquina nos tenía cogidos por la mano como si quisiera que prestáramos mucha atención. Pero, a partir de ese día nuevas noticias han llegado sobre las hazañas de abuelito y missis Scott ha tenido que agregarle muchos capítulos a su historia. Abuelita no cesa de enterarse de alguna novedad y mama Joaquina ha empezado nuevamente a hacer no y no con la cabeza. Si abuelita o missis Scott la ven, la matan.
Estoy seguro de que mama Joaquina quiere llevarnos a la calle. Hace tiempo que quiere enseñarnos algo y está esperando que venga una de esas tardes en que abuelita se instala en el piano horas y horas. Le hago señas a Tati y ella tiene tantas ganas de salir. Pero es muy peligroso. Afuera hay una guerra, afuera hay tanta maldad. Uno de estos días mama Joaquina no va a poder más y va a hablar.
—Ha llegado un circo alemán. Los llevo.
—¡Sí!, mama.
—No. Yo no puedo salir de noche.
—Te pones tu paltó, Pepi Monkey.
—Aunque me den mi paltó y mi bufanda. Yo no puedo salir a estas horas. Dormirme tarde me hace daño a la digestión y me produce una fuerte tendencia al asma.
—Pepi Monkey tiene miedo… Pepi Monkey tiene miedo… tra la lá, tra la lá…
—Tú le tienes miedo al príncipe.
—¡No ya! No le tengo miedo y me voy a ir con él y no te voy a llevar conmigo.
—¡No!, Tati, ¡no!
¡No!, Pepi Monkey. Te juro que no me iré sin ti. Perdóname, Pepi Monkey.
—Tati, tienes que tener más cuidado. Ahora tu hermano se va a sentir mal y va a estar hablando de pizarras. Vamos. Vamos antes que la abuelita se dé cuenta.
—No, mama. La verdad es que prefiero no salir.
Lo has hecho por mí, Tati, y por eso nos vamos a quedar sin saber qué es lo que mama Joaquina nos quiere enseñar. Por eso nos vamos a quedar años más con la duda y sin poder averiguar por qué mueve la cabeza negativamente cuando missis Scott narra las hazañas de abuelito y por qué hace siempre sí y sí cuando abuelita habla dormida de cosas tan contradictorias. Pasaremos largo tiempo sin saber bien qué ocurre, y nos amamos con juegos y promesas entre muebles dorados cuál es la verdad, quién tiene razón. Pero amamos el presente y tu olor, Tati, tu olor a agua colonia. A veces el futuro no va a llegar nunca y dejamos de pensar que un día tú te vas a casar con un príncipe y que también yo tendré que ser un héroe algún día.
Pero ha llegado el momento. La historia de abuelita y de missis Scott es verdad y mama Joaquina no ha tenido más remedio que dejar de mover la cabeza en cualquier sentido. El príncipe ha llegado. Los príncipes de tu educación existen, Tati, y missis Scott ha traído por primera vez periódicos al salón. Los sucios periódicos de antes se han convertido de pronto en el único medio de saber lo que ocurre en el país. Ha llegado tu hora, Tati. Para ello te han educado durante años y te han escarmenado los cabellos de oro dignos sólo de quien va a reinar un día. Abuelita tiene razón. La ha tenido siempre. Los periódicos informan de la llegada del príncipe Juan Carlos de Borbón y de la gran fiesta que la embajada de España va a dar en su honor. Lima se apresta a recibir como es debido a los nobles marinos que acaban de llegar en el Juan Sebastián Elcano, buque escuela de la armada española. Ha llegado tu príncipe, Tati. Y también el momento de que cumplas tu promesa: no separarte de mí. Soy sólo un niño de once años, Tati, y no puedes abandonarme en un país en guerra, me van a matar, Tati, por favor llévame contigo. Te voy a obedecer cuando seas una reina, no te voy a molestar, voy a sanar del asma y nunca más voy a soñar con pizarras negras de colegios. Y el príncipe te va a querer tanto, Tati, que no nos va a poder negar nada. Debemos pues llevar a abuelita con nosotros, hagamos planes, no podemos dejarla sola esperando a abuelito. Hasta a mama Joaquina podemos llevarla, por más que abuelita diga que allá en la corte no faltará quien te escarmene el cabello…
Tantas cosas y voy a sentirme mal otra vez. No voy a poder llegar nunca al fin de esta historia. Siento que pronto voy a tener que llamar a la enfermera, me voy a poner tan mal. Y es precisamente antes de ponerme mal, en ese mismo instante, que logro ver todo lo que tuviste que sufrir, Tati. La muerte de abuelita. Todo. No me digas que esa noche no duró nueve años. Cuando regresaste del baile nueve años habían pasado y abuelita murió y yo me puse tan mal que hubo que traerme aquí. Gritabas al volver del baile nueve años después. Gritabas que no las habían dejado entrar, que las habían detenido en la puerta, que abuelita se había arrojado sobre el príncipe diciéndole que ahí estabas tú, que habían hecho el ridículo, que los policías las habían metido en un carro y las habían llevado a un lugar llamado la comisaría. Gritabas que la gente se vestía de otra manera en los bailes y que los príncipes existían, pero que eran hombres como todos y que nosotros estábamos todos equivocados. Gritabas mientras abuelita se quedó muerta murmurando que jamás te casarías con un hombre que no fuera príncipe. Gritabas que todo era un error y que querías vivir como un ser común y corriente. Eras una mujer de veinticinco años cuando volviste del baile. Nueve años habían pasado. Yo sé lo que ocurrió, lo sé, lo sé. ¿Dónde estuviste todos esos años, Tati? No es verdad que esa noche me trajeron aquí, Tati. No es verdad. Las pizarras, Tati. Todo va a empezar a hundirse, empezaré a gritar, veré a las enfermeras corriendo hacia mí, me caeré, Tati, me hundiré una vez más como esa noche, me golpearé terriblemente, y una vez más en el fondo de todo esto encontraré la paz, volveré a estar a tu lado, estarás de visita, te habrán llamado. Una vez más, cuando termine de destrozarme entre pizarras que se quiebran, despertaré aliviado al ver que estás conmigo. Triste al pensar en lo mucho que sufriste aquella noche en que te vi llegar con el traje de baile desgarrado, llorando, ofendida, herida, avergonzada. Nunca me creerás que eso fue nueve años después, que la noche del baile duró nueve años… las pizarras, Tati, las pizarras…