En 1967, monsieur Ponty sustentó su tesis de Tercer Ciclo, sobre los andaluces de Jaén, aceituneros altivos, el poema de Miguel Hernández, y contrajo matrimonio. De esa unión nacieron Charlotte y Marie Ange, aunque esta última no estaba programada, porque Charlotte había sido programada en el lugar en que Marie Ange no fue programada, o sea en lugar de Marie Ange, que nació sin nombre porque Charlotte había sido programada en segundo lugar o sea después de Christophe, que no nació nunca. Hubo un tercer intento pro-Christophe, entre monsieur y madame Ponty, amparados en la legislación familia-numerosa, que en Francia es a partir de tres, pero Christophe siguió sin nacer nunca, o sea que a la tercera niñita la llamaron Henriette, con tristeza, y al perrito lo llamaron Christophe, un año más tarde, con gran alegría del pequeño vecindario, porque era un perrito más en el vecindario, y con gran alegría de Henriette y sus hermanitas, según le contaron monsieur y madame Ponty al pequeño vecindario, porque Christophe era un regalito para Henriette, Charlotte y Marie Ange.
Fueron cinco años sumamente complicados en la vida de monsieur Ponty, o sea que el 1972 lo sorprendió sin que hubiese podido hacer nada nuevo por los andaluces de Jaén, aceituneros altivos, ni por Miguel Hernández, a pesar de las interpretaciones que, sobre el asunto muy mal estudiado, según probaría él en su doctorado de Estado, cantaba (vulgarizaba, fue la palabra que monsieur Ponty empleó siempre contra estas interpretaciones) Paco Ibáñez por toda Francia.
Desgraciadamente, Charlotte se enfermó poco antes del verano del 73, y monsieur Ponty no pudo ir a España, en busca de más datos, y Christophe se enfermó el 74, con el mismo resultado para sus datos. En 1975 se enfermó Franco y monsieur Ponty consideró que lo más prudente era reflexionar sobre tanta enfermedad. En 1976 monsieur Ponty decidió no reflexionar más, porque después de todo su doctorado de Estado era sobre Miguel Hernández y Miguel Hernández no era sobre su doctorado de Estado.
Pero en 1977, la vida de monsieur Ponty, sin duda alguna, cambió, porque apareció en el Departamento de Español de la Universidad, un gordo que, de entrada, dijo que lo llamaran El Gordo, que para qué disimular, y que era andaluz de Jaén. También de entrada, El Gordo agregó que deseaba rogarles a sus colegas de Departamento que le renovaran su contrato anual, no anal, mesdames y messieurs, porque bastante difícil le había resultado transportar su humanidad de ciento setenta kilogramos, desde su altivo pueblo, a decir de Miguel Hernández, con quien él estaba totalmente de acuerdo, hasta ese pueblo su Universidad, con el único afán de desasnar a la juventud de sexo masculino y ya veremos qué otras oportunidades se presentan con la juventud de sexo masculino y ya veremos qué otras oportunidades se presentan con la juventud de sexo femenino, en esos tiempos que cambian, y olé las manos llenas de dedos y olé los dedos llenos de uñas y olé las uñas llenas de…
—¡Aceituneros altivos! —exclamó monsieur Ponty.
—La que lo parió al monsieur por bruto —comentó El Gordo, y hubo una especie de carcajada general del Departamento de Español, aunque sin carcajada, por tratarse de monsieur Ponty, que era un colega, después de todo, mientras El Gordo exclamaba: ¡Ole las manos llenas de ole ole, tío bruto!
El Gordo causó problemas con tres estudiantas de tercero de Letras, el primer año, el segundo le llamaron la atención porque hizo lo propio, como decía él, con cuatro de segundo de Letras, y el tercer año le dieron a entender que podía quedarse a trabajar para siempre, porque juró que entre él y su guitarra harían lo propio con íntegro el primer año de Letras y si quieren me voy por Farmacia. Después se compró un automóvil que desafiaba al del rector, porque eso rimaba con lector, según explicó, y eso es lo que hace aquí este humilde servidor, y después apareció casado con una norteamericana porque tocaba flamenco con unos dedos que ni monsieur Ponty y a tomar todos por el cu…
Monsieur Ponty irritado ante esta falta de todo, de parte de un andaluz de Jaén, decidió que había llegado el momento, su momento. Abandonando una reunión del Departamento, no sin antes pedirle al secretario que levantara acta de su abandono, emprendió el abandono, y sus colegas se pusieron muy serios. Hubo uno, incluso, que se puso medio de pie cuando, ya abandonándolos, y creando un grave problema ideológico, al mismo tiempo, monsieur Ponty exclamó:
—¡Aceitunero y Caudillo! ¡Rescata a este pueblo de Francia, Aceitunero y Caudillo!
Se iba a armar la de Dios es Cristo, cuando El Gordo recogió a monsieur Ponty por la mano, para que no se les fuera así, tan rápido, y le dijo tú aquí te quedas, monsieur, que no andes dando el ejemplo por el mundo entero de eso que es andá siempre sacando a meá a Christophe.
Fue como un milagro, porque ahí todos comprendieron que El Gordo era, si no inamovible, indispensable, y si no indispensable, inamovible, o que en todo caso era inamovible por indispensable o indispensable por inamovible. Y aunque el Gobierno decretara, decreto tras decreto, lo que debía durar un lector en su puesto, a este hijo del lucero del alba le renovarían el contrato pa’ toda la vida. ¿O no?, preguntó El Gordo tras haberles dicho a los colegas que levantara la mano el toro que había nacido pa’ no renovarle el contrato, ¿acaso aquí todo el mundo no me anda invitando con la norteamericana pa’ que le armemo la juerga y después me se emborrachan y me piden que no le cuente na’ a monsieur el rectó porque es el tipo más estreñido del universo mundo y de noche además le salen los cué…? Y miren ahora el susto del lectó de Argentina que anda más deportado que el Che, que en paz descanse y a mucha honra pa’ nosotros lo aceitunero de Jaén, por eso de la mare patria, y que no se me asusten tampoco los otros dos latinoamericanos porque yo les voy a arreglá lo del contrato anal de lectó hasta que mi niña crezca, la que he tenido en este pueblo con mi señora esposa con la cual ando muy contento por esa forma que tiene de tocar la guitarra y de tené una hija parecida a mi hermana más bonita que es la que más se parece a mi mare también… O sea, monseiur Ponty, que usté no se me vaya de la mano porque estoy hablando del lucero del alba, que son mi madre y mi hermana, que más bonito no puede andá esta última y la primera también, y en cambio usté con su forma de andá siempre parece que estuviera sacando a Christophe a meá, y es que esa manera que tienen los perros de llevarlo a uno corriendito detrá del perro meón nadie la tiene mejor que usté por rapidito… Y ahora, quédese, monsieur Ponty, y respete, como dice el lectó peruano, respete lo presente y siéntese con nosotros que tanto lo queremos y estamos en reunió…
Nunca se supo si eso duró cinco minutos, una hora, toda la vida, o si quedaría en los anales de la Universidad. Se supo, eso sí, que la Universidad entera se movilizó, que abrió sus puertas, límpiecito, un sindicato nuevo, que en efecto monsieur Ponty caminaba igualito a un hombre que saca a mear a un perro chiquito y desesperado, y que si El Gordo sabía cómo y por qué monsieur Ponty caminaba como un hombre con un perro desesperado y chiquitito, era porque también lo habían invitado monsieur y madame Ponty y que El Gordo lo había visto sacar a Christophe a mear, porque en efecto nadie había descrito mejor a Christophe sacando a mear a la carrera a monsieur Ponty con su estreñimiento psicosomático.
Total que El Gordo se convirtió definitivamente en un hombre indispensable, aunque no faltó quien, con las peores intenciones, intentara traer nuevamente a colación aquello de que se había convertido en inamovible, mas no en indispensable, un asunto sobre el cual todos en el Departamento de Español, votando a conciencia y en casa, ya se habían puesto de acuerdo, con la urgencia que el caso requirió. El Gordo era, por abrumadora mayoría, como él mismo se encargó de decir, un andaluz universal más. Y con la gringuita que lo acompañaba tan bien en su cante y tan de Jaén y tan encantador. Y tan encantador, una vez más, que ese verano del 82 invitó a todo el Departamento de Español a Jaén y todos decidieron ir pero nadie la pasó muy bien cuando, al llegar, El Gordo les dijo que en el próximo autocar, ahora después, llegan cantidá de las chicas má bonitas de entre las chicas má inteligentes de primer año, porque aquí a mi señora le consta que de las otra no he traído. Después la pasaron en grande con muchísima sangría y muchísimas tapas y hasta hubo romances entre profesores enloquecidos y alumnas al borde del río y más de una muchacha resultó que ya tenía marido y no faltaron ni muslos para escaparse como peces sorprendidos, locos lorquianos se volvieron los mesieres y el asunto parecía recital nocturno siempre a la orilla del río y a la luz de la luna plateada de Jaén, lo cual hizo que nadie escuchara cuando una noche El Gordo dijo con mucha pena y sentimiento que ese monsieur Ponty por andá sacando a Christophe a meá que lo único por lo que no ha venido, y ahora vamo’ por peteneras, niña de mi arma, mi esposa, que ahí se ha quedao en Francia el aceitunerito y un su Christophe, como dice la alumna salvadoreña, que le agrega palabras a tó, porque a mí me explicó que los Estados Unios tenían un su presidente Reagan y El Salvador un su general Napoleón Duarte y al final uno nunca sabe si le ha puesto un su demasiado o un un demasiado a lo que está pasando en América Central.
En 1984, El Gordo tuvo un varoncito y lo bautizó con el nombre del pueblo de mierda en que había nacido, y cuando todos le preguntaron si se había vuelto loco, él les dijo que al contrario, que tó era como Descartes, muy razonable, porque de segundo nombre le había puesto Christophe en honó a ese cariño que él le tenía muy enorme a monsieur Ponty, que ahí era el único docto en andaluces de Jaén, y a ver si caminando tan rapidito llegaba hasta su Jaén natal y dejaba por fin de vivir como quien descansa en paz, o algo así, porque a monsieur Ponty se le había quedao atracá la tesi desde 1967 y eso parecía tené una enorme importancia porque al monsieur le daba por hablarle na’ más que de eso cada noche y estaba a punto de matarlo de cansancio porque aunque yo fuera la enciclopedia, la más británica del mundo y parte de Bolivia, a mí me tiene corriendo detrás de cada meada de Christophe, el suyo, no el mío, y yo le tengo bien dicho que sobre los andaluces de Jaén no hay na’ má que decí, que yo soy su amigo y que ponga en su doctorao ese de Estao que to’ somo andaluce de Jaén, su Christophe y hasta el mío, que tiene nombre de pueblo con Universidá, si quiere, que el resto es asunto de probarlo con Descartes pero que en tó caso no se me ponga tan flamenco como pa’ decime, que me lo dijo la otra noche, que yo soy la esepsión a la regla porque corriendo enano y flaquísimo detrás de su Christophe, que mea a intervalos, de a poquitos y tan rapidísimo que ni se ve cuando levanta la patita, porque los perros tienen cuatro pero éste parece que tuviera cuatro mil porque árbol que encuentra y arbusto y planta y hasta el mismo pantalón de uno, siempre hay una patita levantá y todas las demá que ya volvieron a bajá, y así resulta que yo soy la esepción a la regla porque le dije que sobre los andaluce de Jaén no hay má na’ que decí, ni mucho más tampoco, pero él como que le anda buscando tres pie al gato de ese poema y yo ya me he leído su Tesi de Tercé Ciclo y la verdad es que no se me ocurre cómo se le puede echá mil páginas má a eso, que es lo que él pretende con una pretensió tan enorme que a su esposa la tiene completamente abandoná y pa’ traicioná a los amigos sí que no sirvo yo y ya la otra noche la madame le dijo a mi esposa que nos tocara algo que tuviera en sus notas mucha luna andaluza, bien llena, si era posible, y a mí me dijo siéntate aquí, Gordo, cuando yo realmente má aquí de lo que estaba sentao ya no podía está…
El verano de 1984, El Gordo llegó a su Jaén natal y lo primero que vio, aunque sin darse cuenta, fue íntegra a la familia Ponty. Tratando de bromear, porque realmente no quería darse cuenta de eso, le dijo a su señora que los señores Ponty, sus tres hijas, y el cuarto, que era el perro, habían llegado a Jaén sin darse cuenta. Lo malo, claro, era que su hijo se llamaba como el pueblo de mierda de la Universidad, motivo por el cual tenían que llamarlo siempre Christophe y ahora resultaba que Christophe era también un perrito de mierda que tenía a un tal monsieur Ponty corriendo rapidiflaquísimo y muy estreñido de los nervios por todo Jaén tres veces al día para pipí.
—¡Pipí su mare! —exclamó El Gordo.
Y hasta que se acabe el mundo jamás logrará explicarse lo que pasó después, ni por qué pasó, ni cómo ni para qué. Y, al final, todo le resultaría realmente incomprensible, menos al final, desgraciadamente. Él se sacó la entreputa en un automóvil que, andaluces de Jaén, era mejor que el del rectó de la Universidad del pueblo que se llama como mi hijo Christophe, que felizmente no estaba en el automóvil, que felizmente estaba con su madre y su hermanita, que felizmente no estaban conmigo. Mientras tanto, madame Ponty había regresado a Francia, por culpa de los microbios del agua hervida de Jaén. Había regresado de una manera perversa, porque a sus tres hijas y a Christophe se los llevó con ella, la noche en que la Virgen de Fátima se le apareció en Lourdes y en sueños, derramando a chorros un agua bendita que a la legua se notaba que estaba hervida de aceituneros altivos. La prueba definitiva fue que, cuando se despertó, monsieur Ponty, su esposo de Tercer Ciclo, seguía tomando nota tras nota y llenando ficha tras ficha para convertirse en una persona llamada Doctor de Estado. Pegó un alarido, pero monsieur Ponty le explicó que después, que se guardara el alarido para después de esa ficha. Desde el otro lado de Jaén, alguien le gritó ¡y olé!, a su alarido, y madame Ponty lo único que se olvidó de llevarse de Jaén fue a monsieur Ponty.
O sea que ahí nadie entendía nada y sin duda alguna por eso se produjo el incidente en torno al accidente. El Gordo andaba intranquilo porque la Mutual que lo aseguraba contra todo riesgo acababa de confirmarle que, en efecto, iba a ser repatriado. La primera etapa lo llevaría de Jaén a Madrid, la segunda hasta Barcelona, donde una ambulancia lo trasladaría del aeropuerto hasta la estación del tren a Francia. Una vez allá, otra ambulancia lo trasladaría hasta su casa, desde la estación del tren, donde además estaría esperándolo su esposa que había regresado con sus hijos y con su propio peculio, porque no habiéndose accidentado con él, ni como él, no tenía por qué ser repatriada. Repatriar, repitió El Gordo, buscándole una explicación a algo que no fuera todo lo que había pasado en Jaén, sólo porque monsieur Ponty vino a terminar su tesis. E insistió: Yo quiero, dijo, lenta y castellanamente, yo quiero que a mí me expliquen por qué si mi señora es norteamericana, según la ley de su país, española, según la ley del mío, porque se ha casado conmigo, que también por ahí me han dicho que soy norteamericano porque me he casado con ella, y eso como que es irresoluble porque se llama Derecho Internacional Privado, o sea que debe ser privado de cada país, yo quiero saber por qué ahora me están repatriando a Francia, que ahí sí que no me he casado con nadie que sea francés ni mi esposa tampoco. El funcionario de la Mutual rebuscó entre todos sus papeles y le dijo que iba a ser repatriado porque ésa era la única palabra que existía para casos de repatriamiento a Francia.
—Está bien —dijo El Gordo, decidiendo que dormiría hasta llegar a Barcelona—. Todo está muy bien y muy claro, pero mientras monsieur Ponty no declare lo contrario en su doctorado de Estado, yo aunque no soy aceitunero sino lector, soy de Jaén.
Lo colocaron en el «Talgo» rumbo a Francia, con gran esfuerzo, y fue enorme su sorpresa al descubrir que, en el asiento de enfrente, viajaba nada menos que monsieur Ponty. Dedujo que el maletín que llevaba fuertemente ajustado entre los brazos, era Jaén, lleno de aceituneros altivos y andaluces y capítulos primero, segundo, tercero, cuarto y quinto y sexto, más la conclusión, y le dijo buenos días, monsieur Ponty, mire usté lo repatriado que puede quedá uno después de un accidente. Me partí la pata izquierda en cuatro y de ahí al infinito cuente usté, que es este brazo. Monsieur Ponty miró al techo, porque jamás en la vida había visto a ese tipo, y El Gordo dejó de entender por completo a monsieur Ponty, pero estuvo todas las horas que duró el viaje explicándole por qué no pensaba sacarle la pata enyesada de encima de su pie de codorniz y que por una vez en la vida iba a tener algo que decir sobre lo pesados e incómodos que podían llegar a ser los andaluces de Jaén.
Un par de semanas más tarde, las clases empezaron y se anunció la primera reunión del Departamento de Español. El Gordo llegó feliz y dándole instrucciones a su esposa para que ésta, a su vez, les diera instrucciones a todas las alumnas que llevaba metidas de muleta debajo de cada sobaco, con mucho cuidado de no tocarme el brazo, criaturas, que este año yo no sé quién las va a divertir a ustedes porque yo vengo malamente herido, aunque no me digan que no es bonito llegar en andas a la Universidad, que así, entre ustedes y yo, debemos parecer la procesión. Y ahora, por favó, muchísimo cuidado porque ahí viene monsieur Ponty y tenemos que pisarlo tumultuosa y muchedumbremente, que viene de muchedumbre y del latín aplasten sin miedo.
—¡Pero qué le ha pasado! —exclamó monsieur Ponty, absolutamente sorprendido—. ¡Qué le ha pasado! ¡Por Dios santo! ¡Qué le ha pasado!
—Señor Ponty —dijo El Gordo, explicándole a las chicas que había que detenerse un rato, porque ahora la procesión iba por dentro—. ¿Qué cree usted que me ha pasado, señor Ponty? Dígame, sinceramente, ¿qué cree usted que me ha pasado? Fíjese que aquí también está mi esposa y dígame ahora qué es lo que me ha pasado.
—Yo creo que esto habrá que discutirlo en la reunión del Departamento —respondió monsieur Ponty—. A mí ninguno de nuestros colegas me ha informado de su accidente. Y, la verdad, eso me parece una falta de solidaridad con lo que le ha pasado a usted en Jaén.
—¿Con lo que qué, señor Ponty?
—Con… con el yeso que le ha pasado a usted este verano. Yo, precisamente, estuve en Jaén por lo de mi tesis…
—¿Y…?
—Pues ya sólo me falta redactarla… Pero a usted, ¿qué…?
—Mire —lo interrumpió El Gordo—, mire, señor Ponty, digamos que hubo una época en que usté abusó de mi afecto…
—Yo creo, más bien, señor, que un Doctor de Estado tendrá siempre la última palabra sobre un asunto como éste…
—Niñas —preguntó El Gordo—: ¿habrá que aplastar?
En la reunión, monsieur Ponty contó que su tesis seguía paralizada desde 1967, y todo por culpa de un pueblecito ideal en la riviera italiana…
—Un pueblecito que según este gordo altivo e incómodo jamás se llamará Jaén —lo interrumpió El Gordo, y añadió que por favor nunca nadie le fuera a preguntar por qué todos los caminos lo habían llevado siempre a la mierda con muletas y yeso.