PAÍS RELATO

Autores

alfredo bryce echenique

desorden en la casita

Fue por la radio. Él no tenía entonces discos ni tocadiscos, o sea que fue por la radio que Los Churumbeles de España lo hirieron tanto con esa canción que hoy ha saltado a su vista mientras busca discos viejos en una tienda de México. Sonríe mientras recuerda perfectamente bien la letra y música: En una casita chiquita y muy blanca, camino del Puerto de Santa María, habita una vieja muy buena y muy santa, muy buena y muy santa, que es la madre mía. Y maldigo hasta la hora en que yo la abandoné, a pesar de sus consejos, no me quise convencer… Se acerca a la caja y compra el disco, luego regresa al «Gran Hotel» y cancela todas sus citas.
Tumbado sobre la cama contempla la fotografía de Los Churumbeles de España. Debe ser de por el año cincuenta y lo que no se explica es cómo siendo un niño entonces, sí, su hermano menor nació cuando él tenía siete años, cómo y por qué siendo un niño entonces pudo haberlo herido tanto que su madre fuera una vieja muy buena y muy santa, su madre era entonces aquella mujer joven y alegre que por esos días había dejado la amplia blusa amarilla de sus recuerdos por el traje de maternidad con que se la llevaron una noche a dar a luz a José, su hermano menor.
Lo de la casita chiquita y muy blanca resulta mucho más explicable porque él estaba construyendo una casita de cemento en un rincón del jardín y pensaba pintarla de blanco. Cuando en las noches, tumbado en su cama, la imaginaba terminada y mucho más hermosa que la casa que estaban edificando decenas de albañiles al lado de la suya, la casita era blanca, chiquita y muy blanca, y a él le habían dicho que no bien terminara sus estudios primarios con las monjitas pasaría a un colegio de hombres grandes y fuertes, el Santa María, donde lo educarían unos sacerdotes norteamericanos grandes y fuertes. Entonces él decidió no escribirle más que una sola carta a Albert Robles y concibió un plan para que Albert Robles nunca más le volviera a escribir.
Trabajó hasta muy tarde en la casita y se marchó satisfecho, pues le habían quedado muy bien las estructuras para el techado del primer piso. Después tendría que pensar en la pintura de la fachada, chiquita y muy blanca, y después en la pintura de diferentes colores para las habitaciones de los altos y los bajos. Su dormitorio sería muy chiquito y muy blanco. Tan chiquito que de ninguna manera habría sitio en él para su hermano menor. Su hermano menor no existía. No tenía por qué existir. Aún no existía, y mientras estuviera a su alcance él haría todo lo posible para que nunca existiera.
Le alegraba pensar lo bonitos que iban a quedar el dormitorio de su papá y mamá, el de sus hermanas Silvina y Matilde, el de tiíta Lalita, la pobre, con mucho espacio para su reclinatorio y sus santos, los de los mayordomos y Amparo y la cocinera y uno muy bonito también, entre nuestros dormitorios y los de los sirvientes, para nani Charlotte, porque nani Charlotte era francesa y era su nani y no comía en el comedor del servicio pero tampoco en nuestro comedor. O sea, pues, que algo a medio camino y tal vez de color rosado. Felizmente tenía ya resuelto ese problema en el plano de la casita porque a su papá no le gustaba que madame Charlotte siguiera durmiendo con Pablín y decía que esa señora necesitaba un dormitorio propio y que hacía tiempo que pensaba en ello, algún día les iba a dar una sorpresa: madame Charlotte tendría su propio dormitorio y José, porque él quería otro hombrecito, dormiría en el cuarto con su hermano Pablín, ¿qué te parece, Pablín?
Pablín decidió resolver el problema lo más pronto posible, porque no quería sorpresa ninguna de su padre y consideraba que su mamá lo ofendía y lo traicionaba y que se burlaba de él cada vez que le rogaba a papi que le revelara su sorpresa, cuéntanos, papi, por favor, entonces sólo a mí, papi, por favor. Pero su padre siempre respondía ya verán —ya verán y ya verás—, ya verás, y él se ponía furioso cuando le decía ya verás, mi amor, a su madre, porque mami también era su amor, lo que pasa es que papi es un amarrete y siempre se lo agarra todo para él. Bien hecho: yo ya vi la construcción de al lado y tengo un sitio especial para nani Charlotte. Abro una puerta en el descanso de la escalera y, en el corredor que lleva a las habitaciones de servicio, pero sin acercarme mucho, ahí pongo a nani pero sin acercarme mucho a los dormitorios de Amparo y la cocinera y además con un baño sólo para nani Charlotte porque ella no come ni con nosotros ni con los sirvientes y así estará contenta porque no tendrá que compartir el baño con ellos ni nosotros tampoco con ella. Lo gané a papá. He tenido que cambiar el plano de la casita pero ya lo gané a papá. Tengo un plano nuevo y cuando nazca José no habrá sitio en ninguna parte para él. No nacerá porque no habrá sitio en ninguna parte para él.
Mamá entraba a ver los planos de la casita y lo acariciaba cuando él le enseñaba cómo había resuelto el problema. Y lo besaba con la ternura de mami pero no podía evitar reírse de mí. Y me decía tantas cosas y maldigo hasta la hora en que yo la abandoné, a pesar de sus consejos, no me quise convencer.
Y además voy a escribirle una carta, la única, a Albert Robles, en Tucson, Arizona, para que nunca me vuelva a escribir.
Y además nunca voy a ir a un colegio de hombres grandes y fuertes camino del Puerto de Santa María porque yo soy el hijo menor de mami y José nunca nacerá en mi Casita.
Pero mami vuelve a entrar cada tarde a ver cómo progresa el plano de la casita ahora que he cambiado algunas cosas y todo eso que me dice con tanta ternura pero riéndose como si se burlada de mí, no seas tan loquito, Pablín, todas esas palabras que me dice y que antes me encantaba oír resulta que se llaman consejos. Mamá me da consejos, mami me aconseja que no sea así pero se está burlando de mí y no voy a seguir sus consejos porque tiíta Lalita, la pobre, dice que los consejos son unas cosas que se siguen o no. Seguiré construyendo mi casita como la he dibujado y José no nacerá y Albert Robles no me volverá a escribir nunca más. Felizmente que en esto mami sí dice que está de acuerdo porque ha visto la foto de Albert Robles, en Tucson, Arizona, y cree que las monjitas del colegio se han equivocado y me han escogido un corresponsal mayor que yo en los Estados Unidos.
Lo difícil que ha sido enseñarle a tiíta Lalita, la pobre, a tomar fotos. Siempre tarda un montón en levantarse de su reclinatorio porque papá dice que uno se demora mucho en volver del cielo. Y el cielo debe quedar lejísimos porque tiíta Lalita, la pobre, ha tardado muchísimo en bajar esta tarde. Pobrecita, pero cansa el miedo que le da y por eso ha tenido que jalarla y jalarla de la manga porque con el miedo que le da y con el rosario y todas sus estampitas por nada del mundo quiere soltarse y se queda horas agarrada al reclinatorio por miedo a caerse antes de aterrizar. Ha sido muy difícil esta tarde porque yo estaba apurado y ella no quería soltar y tuve que jalarla hasta que se me cayó, felizmente que me dijo no me ha pasado nada felizmente, y alabado sea el Señor. Pero un poco más distraída que de costumbre sí que estaba y gracias a eso ni cuenta se dio de que me había puesto collar y aretes y el lápiz de labios de mami, con las justas alcancé a su repisa y ahora tengo que darle las fotos al chófer para que las lleve a desarrollar con mi propina. Papá ya sabe que tengo que mandarle unas fotos a Albert Robles, el corresponsal que las monjitas del colegio me han puesto en Tucson, Arizona, in the south and in the west of the United States of America which is NOT the United Kingdom, Pablín.
Gané. Pasan las semanas y Albert Robles no me ha vuelto a escribir. Él mismo me dio la idea. Era mucho más alto y más fuerte que yo y se hizo fotografiar con pantalones largos y un perro enorme a su lado. Igualito que si ya fumara, me dijeron Silvina y Matilde, y mami se rió mucho al darles la razón. Gané. Albert Robles no me volverá a escribir nunca y la casita avanza mucho más rápido que la construcción de al lado y mami sigue sin usar los vestidos de maternidad, no de matrenidad, Pablín, de maternidad, y además se pone la blusa amarilla todos los días si yo se lo pido mientras me da consejos y no nos ponemos de acuerdo como cuando tiíta Lalita, la pobre, me dijo que no la gritara porque no lograba tomarme las fotos, es que una mano no se me pone de acuerdo con la otra, Pablín, aunque Silvina y Matilde dicen que a tiíta Lalita, la pobre, nada se le pone de acuerdo con nada, nunca, porque es la hermana tonta de abuelito, será por eso que papá dijo una palabra rarísima un día de mal humor, dijo que qué Lalita la pobre ni ocho cuartos, que lo que habían hecho con Lalita era endilgarse y la, pero después se puso más furioso todavía porque Silvina y Matilde también lo oyeron y todos vimos a mami llorar muy buena y muy santa y mis hermanas dijeron que tiíta Lalita era tontonaza y papi les gritó que estaba terminantemente prohibido, como casi todo lo que yo hago, terminantemente prohibido, ¿me oyen?, volver a repetir esa palabra mientras él viva, y un día todos salimos corriendo a ver si papá no se había muerto porque a Silvina se le escapó la palabra y felizmente que no, o sea que tiíta es Lalita la pobre terminantemente prohibido.
Estaba ganando como nunca y todavía podía ganar del todo cuando tiíta Lalita, la pobre, abrió la puerta que daba del comedor al jardín y le gritó: ¡Ha nacido Pepito! ¡Tienes un hermanito! Él la miró desconfiado, desde su rincón, pensando que la cigüeña no llegaba tan rápido porque venía de París y no de los Estados Unidos. Tumbado en la cama del «Gran Hotel» sonríe mientras piensa que el colmo habría sido que le mandaran un hermano del tamaño de Albert Robles, de Tucson, Arizona, además de todo. Después voltea y mira sobre la mesa de noche la fotografía en colores de su madre con la blusa amarilla. Hoy ya sería muy vieja y muy santa. Tararea la canción y recuerda el espanto con que lo llevaron a empezar sus estudios secundarios camino del Puerto de Santa María: a pesar de sus consejos, no me quise convencer.
Pero todavía puede ganar y da las últimas capas de pintura blanca y cuando mami regrese verá que no estamos de acuerdo porque no hay sitio en mi cuarto para José Pepito porque yo soy el hermano menor y ya ven cómo Albert Robles nunca me volvió a escribir, yo sé por qué, y así también tampoco habrá sitio para José Pepito y mi hermano menor no ha vuelto ni volverá a existir.
Contempla la fotografía en colores de su madre con la blusa amarilla y le duele aún el día de su doble derrota atroz, la tarde en que aprendió la atroz palabra atroz, cuando tiíta Lalita, la pobre, abría todas las puertas de la casa y desembocaba en el jardín gritando ¡atroz!, ¡atroz!, ¡atroz! y ¡alabado sea el Señor!, hasta que se desmayó para siempre mientras él se incorporaba y lo hacía entrar y se daba cuenta de que la casa tenía muchas más puertas que su casita chiquita y muy blanca y que de pronto todo se había llenado de gente vestida de negro y de unos adornos negros y tristes como la gente que iba y venía. Déjenlo así, déjenlo ahí, le ha dicho su padre a nani Charlotte, calma, calma, por favor, calma, dice también a cada rato y desaparece vestido de negro y él regresa corriendo a la casita porque su cuarto, tenía razón, era tan chiquito que José Pepito nunca volverá a existir pero en cambio sobra el cuarto tan grande para el reclinatorio y los santos de tiíta Lalita, la pobre. No sabía qué hacer, mamá, le dice a la fotografía alegre de la blusa amarilla, sobre la mesa de noche, «Gran Hotel», ya era muy tarde para empezar la casita de nuevo y además ese cuarto podía servir para los parientes de Buenos Aires que siempre nos visitan, o sea que me limité a seguir con mis inútiles brochazos de pintura blanca para que la casita fuera muy, muy blanca.
Y ahora duerme con su hermano Pepito y, a veces, como en las películas, planea el asesinato. Pero cuando ya no le importa tanto no ser el menor de todo el mundo, entonces, siempre, quiere suicidar y se, y maldice hasta la hora en que yo la abandoné. Pero ahora seguirá durmiendo para siempre con su hermano Pepito porque papá no quiso cambiar por nada de sorpresa y ya viven en esa casa tan grande y tan lejos de su casita y sobran cuartos y camas por todos lados porque nani Charlotte regresó a Francia y tiíta Lalita, la pobre, se fue con sus santos en su reclinatorio y Tere, su primer amor, le dio su primer beso a los trece años cuando él le contó el último arreglo al que había querido llegar con su padre: Papi, le dijo, para que no sobre su cama yo duermo en su cama y tú te pasas a mi cama y su papá no entendió nada y le sonrió muy triste y le explicó muy triste que ya todo era inútil porque siempre seguiría sobrando una cama y ya ven, ya ven, él le estaba hablando de su casita chiquita y muy blanca porque allá había una sola cama en cada cuarto porque la cama de nani Charlotte se la habían llevado al cuarto de la nueva nani que no tardaba en llegar y nada habría pasado, nada habría pasado, ya ven, ya ven, si me dejan terminar mi casita sin tanto desorden.