PAÍS RELATO

Autores

adolfo bioy casares

tripulantes

A lo largo de numerosas travesías, los tripulantes del Grampus Dos trabaron amistad. Recordaré los nombres de algunos de ellos: Juan Istilart, Raimundo Gómez, Parker, Nicolás Barbolani, Arturo Leyden, Pujol, un tal Ernesto. La noche en que el viejo barco naufragó, todos ocuparon el bote de estribor (no provisto quizá de suficientes raciones, pero que tenía la incuestionable ventaja de no hacer agua, como lo habían comprobado cuando acudieron en auxilio de un carguero panameño, encallado en algún punto de la costa de Chile).
Entre los mencionados tripulantes descollaba Leyden por la fuerza de sus músculos y, más aún, por el temple de su carácter. Aquella noche fatídica, Leyden se dijo: «Mis amigos o yo». A continuación, mediante alianzas y traiciones, procedió a echarlos al mar, uno por uno.
A la tarde, solo en su bote, llegó a la costa de un país desconocido. Jubiloso por su buena suerte, escaló acantilados, bajó a un valle, entró a una ciudad rodeada por una avenida: se detuvo al ver a un hombre parecido a Pujol que imprudentemente la cruzaba y esquivaba un automóvil que pudo atropellarlo.
En una plaza buscó un banco, porque estaba cansado. Se dejó caer en uno ocupado por un pordiosero parecido a Barbolani. Éste, al verlo, se incorporó y se alejó.
Esa noche, después de comer, Leyden se encaminó a un hotel, donde le dieron un cuarto de dos camas; en una de ellas dormía un hombre cara a la pared. Al día siguiente, muy temprano, el hombre se levantó. Visto entre sueños, era Istilart. La reacción de Leyden fue extraña: en efecto, se dijo que de nada se arrepentía.
A la mañana siguiente volvió a la plaza, para respirar buen aire. Cuando cruzó la calle no tuvo la suerte de Pujol: un automóvil lo embistió. Arrastrándose llegó a un banco. Entonces una persona que tal vez fuera un sosia de Raimundo Gómez, se le acercó y le dijo sonriendo:
—No se preocupe. Yo me encargo de llamar una ambulancia.
Mientras agonizaba, Leyden vio a un guardián desconocido que llegó para reemplazar al que se parecía a don Ernesto; después a un policía que dijo a Parker:
—Te vas. Desde ahora todos ustedes quedan libres.