PAÍS RELATO

Autores

adolfo bioy casares

mi socio

Dijo que se apellidaba Rattigan, pero ahora no estoy seguro de que se llame así. Lo teníamos por anglo-porteño, sin preguntarnos de dónde provenía, de Inglaterra o de Irlanda. Con una sonrisa compradora nos invitaba a no tomar demasiado en serio la vida, pero es bien sabido que últimamente dio irrefutables pruebas de su aplicación en negocios que le reportaban millones. Con risas y bromas logró que yo participara con él en una operación de importación de automóviles, promisoria de pingües ganancias, pero (según lo admitió) «un poco ilegal». También consiguió que yo contribuyera, con una suma de pesos mayor que la prevista, a sobornar al funcionario que haría posible la operación. Desde ese momento no se lo vio en los lugares que solía frecuentar. Por mi parte pasé de la perplejidad al enojo. A nadie le hace gracia que lo tomen por tonto. Un señor, que parecía conocerlo, me dijo: «Es un gran canalla. Usted no va a encontrarlo. Ha dejado el tendal… Cuando le descubren el juego, desaparece. Me contaron que busca refugio en una misteriosa cueva de que dispone».
Lo que son las cosas. Al debido tiempo comprendí que la famosa cueva no era otra que la propia cama del individuo. Cuando lo buscaban, el truhán desaparecía, porque se había metido en cama. Tarde o temprano se daban por vencidos los perseguidores. Yo no me di por vencido. Fui a su casa, me abrí paso hasta el dormitorio y efectivamente encontré al granuja metido en la cama. No bien me vio lanzó un grito, ignoro si lastimero o desafiante, y con estos ojos míos vi cómo hundía la cabeza entre los hombros, para sumirse en la cama y desaparecer. Muy perturbado, levanté las mantas, palpé el colchón. Rattigan no estaba adentro. Miré debajo de la cama. Tampoco estaba ahí.