Cuando estuve en el Béarn, mis parientes me dieron infinitas pruebas de generosa hospitalidad. El jueves último llegó de Francia, para pasar unos días en el país, mi primo Juan Pedro. Le propuse que nos fuéramos para el fin de semana a la estancia, en Pardo. Salimos de Buenos Aires el viernes a la tarde: comimos y dormimos en la estancia.
Uno de los mayores placeres del estanciero es el de conducir a un huésped a lo largo de lo que se llama la gira del propietario. En ella se demora para dar tiempo al huésped para que observe atentamente la bomba de agua, la manga, el bañadero de ovejas, etcétera, para después llevarlo al pueblo, donde se emprende una segunda gira, con detenciones para contemplar sin apuro la casa de ramos generales, la panadería, la carnicería, la tienda…
El sábado me levanté a las cinco de la mañana y al rato saqué de la cama a Juan Pedro. Mientras desayunábamos mate cocido en grandes tazones, acompañado de tostadas de galletas de hojaldre, referí a mi huésped el programa que in mente le tenía preparado: le haría ver en el potrero 2 los toros, en el 4 las madres de cabaña, y en el 15 un rodeo de hacienda general en buen estado, porque estuvo un tiempo en la avena. Le dije para concluir:
—Te propongo que me acompañes a Pardo. Tengo que pasar por la casa de ramos generales…
—¿De Juan P. Pees? —preguntó mi primo.
—De Juan P. Pees —contesté y, sobreponiéndome a la perplejidad, proseguí—: Vamos a comprar una bolsa de galleta.
Mi primo dijo:
—Si no me equivoco, en la panadería del vasco Arruti.
—Y unos kilos de carne…
—En la carnicería La Constancia de don Isidro Constancio.
—Y por último buscaremos el diario…
—En lo de Lammaro.
No pude menos que admitir que estaba atónito. Pregunté:
—¿De dónde sacaste una información tan precisa?
—No vas a creerlo —me dijo—. De un sueño. Soñé anoche que pasaba diez años trabajando en la estancia. Mirá si habré tenido tiempo de informarme de todo lo que hay en el pueblo de Pardo y en el campo.
Era una explicación increíble, pero ¿usted sugiere otra?