PAÍS RELATO

Autores

adolfo bioy casares

el brujo de los rieles

Yo fui bastante amigo de un señor Larrumbe que hacia mil novecientos treinta era jefe de la estación Pardo, del Ferrocarril Sud. Recuerdo que un día yo le pregunté si le pasaba algo, porque desde tiempo atrás lo notaba preocupado y aun triste. Me pareció que vacilaba; para que hablara de una vez le dije una gran verdad:
—El mejor remedio es franquearse a un amigo, para quien tiene un peso en la conciencia.
Surtieron efecto las palabras. Larrumbe respondió:
—Cargo, estimado señor, con una culpa terrible. Como primera medida, permítame recordarle que desde Pardo hasta el lejano Bariloche hay una vía única por la que van y vienen los convoyes ferroviarios. Cuando el convoy que viene de Bariloche está por llegar, el que va en sentido contrario se detiene en nuestra estación, porque tenemos doble vía, y ahí espera que el otro pase; pero cuando el que viene de Plaza Constitución llega con atraso y para no retardarse más prosigue su marcha hacia el sur, yo sin demora empuño el volante de mi automóvil marca Maxwell y no paro hasta el lejano rancho, próximo al arroyo, donde vive el viejo Panizza, un criollo de ley (a pesar del apellido), y auténtico brujo especializado en el solo milagro de que sin chocar se crucen dos trenes que corren en sentido contrario por la misma vía. ¿Está claro?
»Ahora me falta agregar que el 17 del último agosto, el maquinista del convoy que venía de Plaza no quiso esperar y prosiguió por la vía única, por la que estaba por llegar el tren que venía de Bariloche. Sin perder un segundo, a bordo del Maxwell y con el acelerador a fondo, enfilé hacia el rancho de Panizza. Con el apuro no recordé que la víspera me había fallado el diafragma de la bomba de nafta. Llegué sin el menor inconveniente, créame, a la parte donde el camino pasa frente a lo de Zudeida, pero ahí se paró el Maxwell y no hubo modo de ponerlo en marcha hasta que se enfrió el motor. Ya era tarde para pedir la intervención del brujo, de modo que volví a Pardo con el corazón en la boca. Al rato, por telégrafo, llegó la noticia que estábamos esperando. Los trenes habían chocado a escasos kilómetros de Miramonte y hubo innumerables víctimas.
Con la mejor intención de consolarlo, pensando en voz alta dije:
—Evidentemente ahora usted lleva en la conciencia un montón de muertos.