PAÍS RELATO

Autores

adolfo bioy casares

culpa

Esa noche, en el restaurante de siempre, nos reunimos cuatro amigos: Ricardo (el hermano de mi novia), Luis, Jacinto y yo. Desde nuestra mesa veíamos, a través de un panel de vidrio, el follaje de unos jacarandáes florecidos, que profundamente se extendía hacia el muro del cementerio de la Recoleta (ya fuera de la vista de los que estábamos en el restaurante).
Después de una larga sobremesa, nos levantamos y salimos. Con mis amigos pasé unos minutos en la vereda, a la espera de un taxi. Porque ninguno aparecía, me impacienté y anuncié:
—Los dejo. Voy a satisfacer una curiosidad. Voy a internarme en la arboleda que veíamos desde la mesa. Probablemente no haya nada que ver. Menos a esta hora de la noche.
Mientras me abría paso entre los árboles, el bosque me pareció inesperadamente profundo. Todavía yo no divisaba el paredón, cuando oí unos pasos que precipitadamente se alejaban y una voz que gritó:
—Va uno.
Por fin fuera del bosque, la luz del alumbrado público me permitió ver una puerta del cementerio, rodeada de escalones en los que estaban sentados hombres vestidos con overalls de mecánicos. En cuanto los vi se levantaron, corrieron a mi encuentro, me sujetaron, entraron conmigo en el cementerio y, luchando a brazo partido, porque yo me debatía, me introdujeron en un ataúd, cuya tapa estaba apoyada contra el paredón. En ese momento se oyó un grito que venía del bosque. Oí claramente:
—Van unos cuantos.
El hombre que me sujetaba más violentamente me dijo al oído:
—Si nos ayudás, te dejamos libre.
Yo estaba tan aterrado que hubiera aceptado cualquier condición, con tal de que me soltaran. Sobreponiéndome al pánico, logré articular las palabras:
—De acuerdo.
Trastabillando, salí como pude del ataúd y seguí a mis captores. Éstos, ayudados por un cómplice que venía del bosque, luchaban con un grupo de personas y me pareció que las dominaban. Yo aproveché la circunstancia para huir.
Al día siguiente desperté en mi cama, en mi cuarto. No me pregunten cómo fui del cementerio a casa. Hay un vacío en mi mente, sin ningún recuerdo.
Traté de pensar que había tenido un mal sueño; pero al rato, repasando el diario, encontré una nota necrológica sobre Ricardo; no había en ella nada que de alguna manera atribuyera esa muerte a hechos de violencia. Poco después, en los avisos fúnebres, encontré los correspondientes a Luis y a Jacinto. Quedé anonadado.
Me falta coraje para presentarme ante mi novia. Con el corazón roto la evito. Lo que no puedo evitar es la convicción, justificada o no, de haber participado en el asesinato de tres amigos.