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susana torres

quédate

Romance y Segunda Oportunidad con el Ex-Novio
Era una de las temporadas más calientes por la que había pasado la ciudad donde vivía desde hacía 12 años, y yo odiaba el calor. Ese día me levanté temprano para arreglar mi maleta.
Mis dos hijos se habían ido de viaje a un campamento durante las vacaciones del colegio y yo quería aprovechar ese fin de semana para visitar a mi hermana que vivía en una ciudad contigua a la mía. Era su cumpleaños y quería sorprenderla con mi visita.
Yo era escritora de novelas de misterio, tenía lectores bastante fieles que esperaban mis libros haciendo colas en las librerías del país, incluso en algunos otro países. Mi padre era dueño de una editorial bastante exitosa y fue quien publicó mi primera novela cuando yo apenas tenía veinte años.
Cuando él murió dejó en mis manos todo, pero a mí nunca me habían gustado los trabajos formales así que dejé a una junta directiva encargada, y me dediqué a seguir escribiendo. Además me acababa de casar con Rodrigo y decidió ser ama de casa.
Rodrigo y yo nos mudamos apenas nos casamos a otra ciudad, él era empresario y tenía responsabilidades en otro lugar y yo estuve complacida de acompañarlo. Teníamos dos hijos preciosos y vivíamos muy cómodamente en un chalet.
Ese día, le pedí a mi esposo, Rodrigo, que me acompañara pero me dijo que prefería quedarse en casa a descansar porque el dolor de espalda lo había estado molestando de nuevo. Preparé una maleta pequeña con algunas cosas para pasar dos días fuera de casa y me fui. Manejé tres horas hasta la casa de mi hermana.
Era una casa pequeña pero preciosa, con un jardín perfectamente podado y ordenado al frente. Toqué varias veces la puerta pero nadie atendió, llamé por teléfono unas cinco veces a mi hermana y a su esposo, ninguno respondía.
Me senté en el borde de la acera desanimada pero pensando en esperar un par de horas, quizá estaban haciendo las compras o salieron a comer. Sin embargo, cuando llevaba cinco minutos sentada allí, una mujer bastante mayor se acercó a mí.
—Eres la hermana de Lucía, ¿no?— Preguntó amablemente. Yo asentí. —Ella se fue de viaje con su esposo hace tres días. Se fueron de vacaciones y tengo entendido que no regresarán hasta el mes que viene.—
Yo no podía creerlo, me sentí estúpida por haber querido darle la sorpresa. Al pensar ahí, sentada en una acerca bajo el sol inclemente me dí cuenta de que había sido una mala idea.
Tenía mucho tiempo sin hablar con mi hermana y no había ni siquiera llamado para establecer algún tipo de contacto cercano a la fecha de su cumpleaños, quizá si lo hubiese hecho, ella me habría contado que tenía pensado irse de viaje.
—No puede ser. Muchas gracias, señora. Quería sorprenderla, hoy es su cumpleaños, pero supongo que el plan me salió bastante mal.— Le dije y me eché a reír de mí misma. La señora me miró con compasión.
—Lo siento mucho. Puedes venir a mi casa, te puedo dar algo refrescante de tomar antes de que tomes la carretera de nuevo.— Me dijo sonriente.
Yo no tenía muchas ganas de retrasarme más así que me negué, me despedí con calidez de la señora y tomé el camino de regreso. Me sentía frustrada por haber perdido el viaje pero la idea de regresar a mi casa y pasar el fin de semana viendo películas con Rodrigo me parecía mucho más acogedora.
Puse música durante todo el camino y soñé despierta como solía hacer cuando manejaba. Llegué a principios de la tarde a mi ciudad. Me detuve en el negocio de comida rápida favorito de Rodrigo y compré comida para los dos, él probablemente ya habría almorzado pero yo sabía que si me veía a mí comiendo una hamburguesa recién preparada le provocaría a él también.
Aunque vivía en un chalet un poco apartado del bullicio del centro de la ciudad en el que la brisa era casi siempre fría, en cuanto me bajé del carro para entrar a mi casa, comencé a sudar a chorros, el calor estaba insoportable. Me apresuré en entrar para disfrutar del aire acondicionado.
Estaba todo en silencio y me pareció extraño no escuchar el sonido del televisor. Pensé que quizá se había quedado dormido en el cuarto así que fui a despertarlo y llevarle la hamburguesa. Justo cuando acababa de subir el último escalón, aparece frente a mí una chica de unos veinticinco años completamente desnuda.
La imagen me pareció tan sorprendente y fuera de lugar que pensé por un momento que me lo estaba imaginando. Ella se tapó la boca con ambas manos y, nerviosa, se echó hacia atrás, Yo estaba paralizada hasta que escuché a Rodrigo hablarme desde el lado opuesto del pasillo.
—¡Susi! No… Esto… No es lo que parece.— Dijo casi gritando.
La chica corrió hacia el cuarto y cerró la puerta. Yo giré para ver a Rodrigo, él tenía puestos sus shorts de pijama y su rostro estaba pálido como una hoja de papel. Fue en ese momento que logré comprender lo que estaba pasando.
Sentí que algo se me clavaba muy lentamente en el corazón y el dolor me impedía respirar con normalidad. Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos, a punto de salir.
Pero, de pronto, algo en la expresión de falsa preocupación de Rodrigo hizo que todo lo que sentía se transformara progresivamente en un odio fulgurante que provenía de las entrañas y parecía querer escaparse por todos mis poros. Quería matarlo.
—¿Quién es ella?— Le pregunté. Me sorprendió escuchar que mi voz sonaba tranquila. Rodrigo se quedó en silencio. Me miraba a los ojos pero no decía nada. La chica salió en ese momento de la habitación, vestida y con su cartera en la mano.
—Lo siento… De verdad, yo…— Dijo mirando al suelo y bajó casi corriendo las escaleras, pasando sin rozarme.
En ese momento estalló una pelea entre él y yo que duró horas. Nos insultamos. Él me culpó de lo que había hecho, yo le achaqué mis depresiones ocasionales. Ambos lloramos, yo cuando entendí que él no me amaba ni lo había hecho desde hacía bastante tiempo ya, y él cuando le dije que quería el divorcio.
Me sentía herida en mi más profunda intimidad, me sentía traicionada y desvalorizada. No podía creer que doce años de matrimonio se acabaran así, de repente.
No entendía cómo él podía haberme engañado de esa manera, después de dedicarnos tanto tiempo el uno al otro, después de construir una familia y una vida juntos.
El carácter volátil de Rodrigo hizo que me dijera, en un momento de ira durante nuestra discusión, que tenía una relación de dos años que la chica que vi desnuda y que no se arrepentía. Después de casi 8 horas de discutir sin parar, le dije que no podía más, que debía irse de la casa ese mismo día.
—No puedo que estés haciendo esto, Susana. No lo puedo creer. ¿Cómo crees que lo van a tomar los niños? Los va a destruir, no sabes lo que estás haciendo…— Me decía caminando de un lado para otro.
—¿Yo no sé lo que estoy haciendo? No estoy haciendo nada, ¡nada! Tú eres el único que ha hecho algo, tú dañaste todo. Eres la peor persona que he conocido.— Le dije con odio, y en ese momento lo creía así.
—Lo siento, Susana. Realmente lo siento.— Me dijo, bajando por completo la guardia. Eso es lo último que recuerdo de esa horrible discusión porque de ahí en adelante comencé a sentir que mi mundo se caía en pedazos.
>>Rodrigo se fue sin hacer sus maletas, tiró la puerta tras de sí y solo se llevó su botella de whiskey favorita. Yo quería desaparecer entre las sábanas de mi cama. Sólo pude agradecerle al destino que los niños no estuviesen allí ese fin de semana e intenté alejar mi mente del montón de inquietudes, preguntas y suposiciones que se me acumularon en la cabeza cuando mi esposo se largó.
>>Intenté no imaginarme cuántas veces la habría llevado a nuestra casa, ni cuántas noches de “salir con sus amigos del trabajo” habrían sido en realidad noches de hotel con la chica desnuda.
>>Pensé en ese momento que probablemente sería una buena idea llamar a alguna amiga y contarle todos mis males para no sentirme tan terriblemente sola, pero no sentía ganas de levantarme así que me quedé todo lo que restaba de noche y la madrugada mirando al techo de mi habitación, como entumecida, pensando en nada y en todo a la vez.
El día siguiente decidí salir a dar un paseo por la ciudad. Necesitaba pensar, respirar aire fresco y distraerme. Compré algunos vegetales en el mercado al aire libre que ponían todos los domingos y desayuné en un lugar muy bonito al que no había entrado nunca antes.
Me sentía derrotada, sin embargo, el jugo de fresa y los huevos fritos me hicieron sentir un poco repuesta. Estaba intentando encontrar la mejor forma de explicarles la situación a mis hijos. No quería ser demasiado seca o ruda al respecto pero sabía que tampoco debía tratarlos como bebés, ellos ya eran lo suficientemente grandes como para entender lo que es una infidelidad y un divorcio.
Me sentía absolutamente perdida, confundida y con el corazón roto. Aún no había podido comprender realmente cómo era posible que Rodrigo me hubiese engañado, jamás había dudado de él, de su amor o de su lealtad. Había sido un esposo excepcional, me complacía en casi todo lo que le pedía por lo que no discutíamos demasiado. Era un buen padre, los niños lo amaban.
Al recordar todo esto, sentada frente a mi desayuno no pude contener las ganas de llorar, me arrepentí de haberlo echado de la casa y comencé a dudar si me decisión de pedirle el divorcio era la correcta.
Después de todo, él no lo quería. Sin embargo, estaba segura de que la imagen de la chica desnuda en el pasillo de mi chalet interrumpiría mi sueño y mi vida eternamente si seguía casada con él, sabía que nunca podría volver a confiar en él.
Decidí regresar a casa inmediatamente después de terminar de desayunar porque mi ánimo se había venido al suelo debido a todo lo que había reflexionado. Había dejado mi teléfono sobre la cama y cuando llegué me di cuenta de que tenía una llamada perdida de Rodrigo, decidí ignorarla y llamé a mi amiga Cristina.
Ella era la ex esposa de un compañero de trabajo de Rodrigo, nos conocimos en un evento al que acompañamos a nuestros respectivos esposos y desde ese momento nos hicimos amigas. Cristina tenía una niña de la edad de mi hija Martina así que solíamos reunirlas para jugar o llevarlos a todos a algún parque de diversiones.
—Hola Susi, ¿cómo estás?— Me dijo al teléfono.
—Bien, bueno… La verdad es que no tanto. ¿Estás ocupada hoy? Quiero distraerme.— Le dije tratando de que no se notara mi voz quebrada porque no quería alarmarla ni quería tener que explicar lo que había pasado por teléfono. Pero ella notó rápidamente que algo grave estaba pasando.
—Ay no, ¿los niños están bien? ¿Qué pasó Susana?— Me preguntó con autoridad, como siempre hacía cuando quería forzarme a decirle la verdad sobre algo.
—Los niños están bien, claro que sí. Tranquila, Cris. Puedo contarte todo pero vamos a vernos en algún sitio para hablar mejor.—
—Está bien, perfecto. ¿Te parece si nos vemos a las cuatro en mi casa? Alonso se llevó a la niña este fin de semana. Tengo que terminar de lavar y hacer algunas cosas en la casa pero en la tarde estaré libre.— Me respondió hablando rápidamente.
—Me parece bien. Nos vemos, un beso.—
Tenía que hacer tiempo hasta que se hiciera la hora de ir a su casa así que me puse a ver películas en la televisión. Estaba entumecida, había llorado toda la noche y sentía un nudo en el pecho que me presionaba constantemente, así que no tenía hambre.
Busqué desesperadamente las películas de acción más violentas y menos románticas que había en la televisión por cable así que me entretuve. Media hora antes de las cuatro me peiné un poco, me cambié de ropa, agarré mi cartera y me fui a casa de mi amiga. Ella me recibió despeinada y con pijamas.
—¡Susi! Disculpa que te reciba así, estaba lavando la ropa de Mimi. Pasa.— Me dijo acalorada y se sentó en el mueble de la sala abanicándose con una tapa de cartón. Yo me senté junto a ella y sentí que quería hablar de cualquier cosa menos de Rodrigo, pero ella fue directamente al grano.
—Cuéntame, ¿qué es lo que está pasando? ¿tienes problemas con Rodrigo?— Suspiré al escuchar su pregunta como siempre tan acertada.
—Sí, la verdad es que sí. Creo que nos vamos a divorciar.— Le dije desanimada. Cristina se alarmó, y yo sabía que probablemente se debía a que recordaba a la perfección lo complicado y doloroso que había sido su propio divorcio.
—No puede ser. No entiendo, Susi, ustedes eran muy felices hasta la última vez que hablé contigo.— Me dijo con preocupación y tristeza en su voz.
—Lo sé, lo éramos. Bueno… yo lo era, al menos. Él aparentemente no. Lo encontré acostándose con una chica, una chica, Cris, joven… de veinticinco años quizá— Mientras le decía esto, sentía que se me revolvía el estómago.
>>El matrimonio de Cristina había terminado porque su esposo era excesivamente violento. Nunca llegó a golpearla pero la insultaba, tiraba todo lo que tenía a su alrededor cuando estaba molesto y era agresivo con Mimi cuando estaba estresado.
>>Poco a poco, Cristina fue soportando cada vez menos esta parte de su personalidad hasta que un día se sentó frente a él y tranquilamente le pidió el divorcio. Por supuesto, esto eventualmente derivó en más peleas, más gritos, mucho miedo en el corazón confundido de Mimi, y dejó a Cristina con muchas dudas.
>>Pero el esposo de Cristina nunca la había engañado, que ella supiera, y para ella la infidelidad era imperdonable, una de las peores cosas que se le podían hacer a un ser humano. Así que sabía que cuando le dijera lo que había hecho Rodrigo ella lo consideraría un crimen terrible, por lo que su reacción me sorprendió muchísimo.
—Qué terrible, Susi, lo siento mucho. Debió haber sido un golpe muy duro ver a Rodrigo con esa chica.— Me dijo. —¿Quieres contarme cómo fue?—
—Eh… No, la verdad es que en este momento no quiero recordar los detalles. Lo importante es que lo encontré con las manos en la masa y discutimos durante horas. Él no quiere divorciarse, pero los hombres nunca quieren hacerlo.— Le dije, mezclando pensamientos distintos porque estaba muy cansada mentalmente de tanto pensar.
—Pero, Susi. ¿Te pidió perdón? ¿te explicó quién era ella… si la quiere o si fue una cosa de una vez?— Cuando Cris me preguntó esto me reí amargamente.
—Si supieras... me dijo que tiene una relación de dos años con ella.— Esta aseveración hizo que el esfuerzo sobrehumano que mi amiga había estado haciendo hasta ese momento para no mostrar su alarma y su reproche se viniera abajo.
—¡No lo puedo creer! ¡Pero qué hombre tan despreciable!. Y te lo dice así tan fácil… No, Susana, de verdad no puedes sufrir por un hombre así. Nunca lo pensé de Rodrigo, siempre fue tan… bueno, supongo que tú debes estar aún más sorprendida que yo.— Dijo aceleradamente y cortando las frases para comenzar otras. Para mi sorpresa, esta reacción no me molestó sino que me hizo sentir más fuerte, apoyada e, incluso, me hizo sonreír.
—Todavía no me lo creo.— Le dije sinceramente.
—Por supuesto que no, ¿quién se lo va a creer si el imbécil supo esconderlo tan bien?— Dijo con odio y yo me eché a reír.
—Cristina, no tienes permiso de odiarlo más que yo, por favor— Le dije, riéndome con ganas, ella se echó a reír también.
—Se acabó. Vamos a encontrar otra persona para ti.— Me dijo y se levantó del asiento. —¿Quieres un café?— Me preguntó intentando parecer animada.
Yo no quería café pero le dije que sí porque no quería seguir hablando del tema. Ese domingo me quedé toda la tarde en la casa de Cristina. Ella preparó galletas y yo me senté a conversar con ella en la cocina mientras lo hacía.
A mí no me gustaba preparar postres y a ella no le gustaba que la ayudaran, así que la pasamos muy bien. Sin embargo, el rostro de piedra de mi esposo y el cuerpo desnudo de su amante se colaban en mi mente cada pocos minutos y me hacían sentir una fuerte presión en el pecho.
Regresé a mi casa en la noche, con miedo de sentirme peor al encontrarme sola y, efectivamente, así fue. Pasé de nuevo toda la noche llorando, no podía dormir pero tampoco podía entretenerme con nada. Así que al despertarme el lunes, después del mediodía, me sentía como si me hubiese emborrachado el día anterior.
Tenía varias llamadas perdidas en mi teléfono del número de mi hijo así que lo llamé. Me contó que la estaban pasando muy bien en el campamento y me aseguré de que me diera detalles de lo estaba haciendo Martina porque quería comprobar que estuviese pendiente de ella.
Al colgar la llamada me dispuse a trabajar en mi próxima novela, que estaba apenas empezando a escribir, pero inmediatamente me di cuenta de que no tenía ni el más mínimo de concentración. Así que decidí que saldría a comprar ropa para mí y juguetes para los niños, para sorprenderlos cuando regresaran.
Me dediqué a ello toda la tarde, recorrí todo el centro comercial sin prisa y deteniéndome en los detalles. Tenía mucho tiempo que no pasaba un día completamente sola. Cuando iba de camino a mi casa de nuevo, Cristina me llamó.
—¿Dónde estás? Si estás libre, tengo una invitación para ti.—
—Estoy llegando a mi casa. ¿De qué se trata esta invitación?— Le pregunté deseando que fuese una invitación a ver una película, o cualquier cosa simple que no necesitase demasiado esfuerzo social por mi parte.
—Una de las madres del colegio de Mimi me invitó hace un tiempo a una exposición de arte, ella es artista plástico y está mostrando su última obra en una galería cerca de mi casa. Aparentemente, es también la inauguración de la galería así que hay un pequeño evento esta noche.— Me dijo emocionada.
—¿Qué harás con Mimi?— Le pregunté
—Ya llamé a la niñera.—
—Estás decidida entonces.— Le dije, riendo.
—¡Claro que lo estoy! Y espero que tú también. No puedes quedarte encerrada en tu casa haciendo nada, Susi. Tienes que salir.—
—No sé… Suena bien, pero la verdad es que no tengo ganas de salir a un evento de ese tipo. Estoy un poco cansada.—
—¿Cómo puedes estar cansada? Seguramente no has hecho nada en todo el día.—
—Claro que sí, estuve en el centro comercial comprando ropa.—
—Entonces es perfecto, ya tienes donde estrenar tu ropa nueva.— Me dijo. Y, aunque era un chiste, la idea de probar la ropa que había comprado me animó un poco a ir a la galería. No es que la ropa me interesara mucho en general, pero cada vez que tenía algo nuevo en mis manos me emocionaba muchísimo comenzar a utilizarlo.
—Está bien, voy a ir. Quizá me ayude conocer gente nueva.— Le dije.
—Excelente. Ven a mi casa a las 7:00 pm.
—Está bien. Nos vemos allí.— Le colgué y me metí a bañar.
Me di una ducha larga y relajante. Al salir del baño tiré el contenido de todas las bolsas que había traído del centro comercial sobre la cama, y comencé a probarme toda la ropa.
Después de media hora modelándome a mí misma varias blusas, pantalones y vestidos me decidí, me maquillé ligeramente, me peiné un poco el cabello y manejé hasta la casa de Cristina.
En cuanto llegué, me di cuenta de que mi ropa era bastante informal comparada con la de ella, sin embargo, no me importó porque sabía que Cristina solía ir siempre más elegante de lo que la ocasión ameritaba.
—Espérame diez minutos, por favor. Tengo que maquillarme y terminar de colgar la ropa.— Me dijo Cris y me dejó sola en la sala. Estuve esperando por ella veinte minutos, me entretuve viendo televisión y cuando estuvo listo sentí nervios. Nos montamos en su auto y ella manejó por muy poco tiempo hasta que llegamos a la galería.
Era un lugar espacioso, dividido en tres partes. Estaba diseñado para ser recorrido en una dirección concreta, así que Cris y yo comenzamos a hacerlo.
Había bastante gente y ya había comenzado la inauguración media hora antes de que nosotras llegáramos. Había mesoneros repartiendo bebidas y bocadillos. Una mujer bajita, vestida con una bata larga de colores pasteles se acercó a nosotras y saludó con afectividad a Cristina.
—Ella es la mamá de Nicole, una amiguita de mi hija. Ella es mi amiga Susana.— Nos presentó.
La mujer me saludó amablemente, nos preguntó que nos parecía la exposición y se disculpó diciendo que tenía que hablar con algunas personas. Nosotras nos dedicamos a recorrer toda la galería y hacer comentarios sobre las obras que veíamos. Yo ya me estaba aburriendo y me sentía cansada cuando Cristina llamó casi a gritos a una mujer que estaba a cierta distancia de nosotras.
—¡Bárbara!— La chica volteó y sonrió abiertamente mientras se acercaba.
Detrás de ella venía un hombre alto, vestido con una chaqueta de cuero clara. No le presté demasiada atención al hombre en ese momento porque la chica llegó hablando alborotadamente con Cristina, pero en el momento en que ellas comenzaron a abrazarse sentí que tenía la mirada del hombre clavada en mí así que volteé a verlo.
En ese momento, él ya estaba a pocos pasos de mí, y aún muchos años después de ese día, no consigo explicar suficientemente bien con palabras lo que sentí al verlo. Fue una mezcla de emociones que nunca antes había experimentado, entre ellas estaba la sorpresa, por supuesto.
Delante de mí estaba él, a quien no había visto siquiera de lejos desde hacía quince años, el hombre que me había roto el corazón por primera vez y a quien había querido como a nadie más. Estaba ahí y yo no tenía ni idea de cómo tenía que actuar, me parecía una situación irreal, como un sueño.
Nunca se me había siquiera pasado por la mente encontrarme con él, lo había conocido en una ciudad distinta y hasta donde sabía, él no tenía familia en esta ciudad.
Además, yo simplemente había borrado su imagen de mi memoria, o quizá sería más adecuado decir que la había escondido porque apenas lo vi a los ojos sentí que estaba mirando a mi alma gemela, a una persona que conocía más que a mí misma.
En los segundos que pasaron desde que lo reconocí hasta que Cristina me presentó a su amiga y a él como acompañante de la chica, me sorprendí a mí misma experimentando todos estos sentimientos.
Pero cuando Cristina me sacó de mi ensimismamiento me obligué a reaccionar pensando que era absurdo sentir nada por alguien a quien no había visto en quince años y que, además, me había herido de una forma tan profunda que había dejado una cicatriz dentro de mí. Él no había apartado su mirada de mí y cuando levanté la mano para dársela, sin saber cómo actuar, él se acercó a mí y me abrazó.
—Hola.— Me dijo con voz ronca y sentí que el estómago se me revolvía, reconocía perfectamente esa voz y no había podido reproducirla nunca en mi mente desde que dejé de hablar con él.
—Hola.— Le dije intentando encontrar las palabras, lo cual se me hizo bastante difícil. Me separé de su abrazo y lo miré de nuevo a los ojos. Estaba abstraída en la sorpresa de verlo y de sentir lo que estaba sintiendo pero escuché a mi amiga hablar así que volteé a verla.
—¿Ah?— Le dije porque había escuchado solo la última sílaba que ella había pronunciado y vi en su expresión que estaba esperando una respuesta de mi parte.
—¿De dónde se conocen? ¿Conoces también a Bárbara?— Me preguntó, señalando a la chica.
—No, a ella no. Marcos es… un viejo amigo.— Le dije un poco incómoda.
—Hace muchos años que nos no veíamos. Qué agradable sorpresa, Susana.— Dijo mirándome. Yo sonreí sin saber qué responder. Cristina comenzó a explicarme que la chica era una compañera de la escuela, que eran mejores amigas desde pequeñas hasta que cada una tomó un camino distinto, pero que al verla inmediatamente la reconoció.
—El tiempo no ha pasado, estás idéntica. Si ha cambiado algo en ti probablemente sean tus gustos, odiabas el arte y los museos.— Dijo Bárbara y Cristina se echó a reír.
Ambas parecían conocerse muy bien y tenerse bastante cariño, como si nunca se hubieran distanciado. Yo, mientras tanto, estaba intentando mantenerme dentro de la conversación para no tener que enfrentarme a hablar con Marcos, no me atrevía ni siquiera a mirarlo de nuevo.
—Marcos es el dueño de la galería, puedes darle tus opiniones increíblemente fundamentadas a él.— Dijo Bárbara en forma de chiste con respecto al poco conocimiento que tiene Cristina sobre arte, y yo no pude evitar preguntarle a Marcos si era cierto que aquella era su galería.
—Sí, hoy se está inaugurando, la verdad es que estoy muy emocionado, tenía tiempo planificándolo y por fin me decidí a hacerlo. ¿Te sorprende?— Me preguntó sonriendo.
La verdad es que sí me sorprendía. Conocí a Marcos cuando él tenía veintitrés años y se acababa de graduar de abogado y, durante los cinco años que estuvimos juntos, siempre fue principalmente un abogado, le gustaba ganar suficiente dinero como para darse todos los lujos que quería, le gustaba ser responsable de cosas “serias” y consideraba a un pérdida de tiempo que yo hubiese ido a la universidad a estudiar literatura.
Sin embargo, disfrutaba escribir y yo sabía que era mucho más sensible y artístico de lo que le gustaba aparentar. Pero nunca imaginé que él consideraría como una posibilidad para su vida ser dueño de una galería de arte, a menos que fuese exclusivamente como resultado de un buen negocio.
Así que esa noche, cuando me enteré de que estaba inaugurando su galería pensé que quizá el tiempo lo había hecho un poco menos arrogante y deseé decírselo, siempre le reprochaba, algunas veces en broma y otras no tanto, lo arrogante que era y él siempre molestaba. Todos estos pensamientos me pasaron por la mente en cuestión de segundos y decidí mentirle.
—No, la verdad es que no me sorprende. Siempre supe que llevabas un amante del arte dentro.— Le respondí con una sonrisa pícara, y su mirada no me decepcionó, sabía que entendería a lo que me estaba refiriendo y lo hizo. Me sonrió.
—Chicas, voy por un trago y saludaré a un par de personas. ¿Quieren que envíe al mesonero para acá?— Preguntó mirándonos a las tres.
Las chicas le dijeron que sí y yo me quedé en silencio. Él asintió y se perdió entre la gente. Bárbara se quedó conversando un rato con Cristina y yo me distraje haciendo que miraba las obras de arte que tenía más cerca. Cuando su amiga se fue, me acerqué a Cris y ella inmediatamente me habló.
—Ese tipo es bastante guapo. ¿De dónde lo conoces? Sé que había algo raro, estabas nerviosa y no me quisiste explicar nada de él.— Me dijo en voz baja.
—Sigo nerviosa. Él, no sé cómo explicarte… Pues, fue mi primer amor, supongo.— Le dije evadiendo su mirada.—
—Wow, Susi. ¿Por qué terminaron?—
—Yo.. No lo sé, todo fue muy complicado. Me rompió el corazón. No sabes cómo fue..— Le dije y me dieron escalofríos al recordarlo.
—¿Hace cuánto tiempo sucedió eso?—
—Hace quince años.—
—¡Susana! Esto tiene que ser lo que el destino preparó para ti, no puede ser casualidad que te lo hayas encontrado aquí después de tanto tiempo. Tienes que volver a hablar con él.— Me dijo con urgencia, como si se tratara de una emergencia.
—¿Qué? ¿Te volviste loca? Él me hizo mucho daño. Además, probablemente está casado y tiene un montón de hijos.—
—Eso no lo sabes. Y todos nos hacemos daño constantemente, si lo quisiste tanto probablemente aún sea un buen partido para ti…—
—Bueno, ya dejemos el tema, ¿sí? Hoy solo quiero relajarme.—
—Está bien, solo te digo que lo pienses.— Me dijo mirándome de reojo.
No le respondí nada y comenzamos a recorrer el área de la galería que aún no habíamos visto. El mesonero nunca pasó por allí así que dimos vueltas para buscarlo, nos tomamos unos cócteles y decidimos que era hora de irnos porque pronto tendría que irse la niñera que estaba cuidando a Mimi.
Cristina insistió en que debíamos ir a despedirnos de Marcos, ya que yo lo conocía, y que aunque no quisiera salir con él era lo más adecuado, por cordialidad. Pero yo me negué, no quería sentir aquel cúmulo de sensaciones de nuevo. Sin embargo, cuando estábamos cerca de la puerta escuché su voz pronunciando mi nombre.
—Susana. ¿Te vas tan pronto?— Volteé y él estaba a unos pocos pasos de mí, solo y con una copa de vino tinto en la mano.
—Sí… tenemos que irnos. Pero está increíble todo, de verdad.— Le dije y él se acercó un poco.
—Me gustaría conversar contigo, quisiera que me dieras tu opinión acerca de las obras de Matos, las que abren el recorrido, él es también escritor y quisiera saber qué piensas de las conexiones literarias que hace en su obra plástica. ¿Me das tu número?— Me dijo con tranquilidad, con facilidad, como si estuviésemos conociendo aquella noche, como si no hubiéramos vivido juntos, probablemente, los años más violentos y apasionados de nuestras vidas.
Yo intenté pensar con claridad pero no pude, así que simplemente le di lo que me estaba pidiendo. Anotó mi número en su teléfono y se despidió con un beso de mí y de Cristina.
Ella y yo dijimos “hasta luego”, “gracias” y “felicitaciones” entremezclándonos y nos fuimos. De camino su casa, Cristina no paró de hacerme preguntas con respecto a Marcos, a las cuales yo respondía muy sucintamente y dando la menor cantidad de detalles que podía.
Al llegar a mi casa deseché cualquier pensamiento relacionado a mi pasado y me concentré en prepararme mentalmente para el día siguiente. Al siguiente día regresarían mis hijos, los extrañaba muchísimo y me moría por verlos pero tenía miedo de cómo reaccionarían ante la noticia.
Aún no estaba segura de cuál era la mejor manera de decirles lo que había pasado así que decidí que simplemente dejaría que todo fluyera y se los diría como me provocara en el momento. Me acosté a dormir un poco nerviosa pero decidida a no derrumbarme.
Mis hijos llegaron en la mañana del día siguiente. No los había visto durante dos semanas y me pareció que habían crecido muchísimo, ellos se rieron de mis comentarios con respecto a esto y preguntaron dónde estaba su papá. En ese instante todo lo que había estado intentando guardar, esconder de mí misma, salió a flote y las lágrimas me corrieron por las mejillas.
—Mamá, ¿qué pasa? ¿por qué lloras?— Me preguntó Martina, mi hija de siete años mientras me acariciaba el brazo. En cambio, Tomás se puso nervioso y comenzó a llamar a su papá recorriendo toda la casa.—
—Tomás, Tomás ven… Tú papá no está aquí en la casa, pero todo está bien, ven, vamos a hablar.— Le dije y los senté a los dos en el mueble grande de la sala y yo me paré delante de ellos. —Su papá y yo nos separamos, vamos a divorciarnos.— Les dije sin preámbulos. Los dos se quedaron en silencio unos segundos, hasta que Martina habló.
—¿Ya no se quieren?— Y allí comencé a llorar abiertamente.
Traté de explicarles que sí nos queríamos pero que en este momento ya nuestra relación tenía que cambiar, que de ahora en adelante seríamos amigos y todo ese montón de mentiras blancas que debes decirle a tus hijos para facilitarles el tránsito de una familia completa a una familia dividida.
Los dos fueron bastante más comprensivos de lo que yo había esperado, escucharon todo lo que les decía atentamente y me consolaron. Tomás, sin embargo, me hizo preguntas difíciles que intenté responder con la mayor sinceridad posible.
Me preguntó cuántos días verían a su padre, si él y yo estábamos peleados o si aún nos queríamos, quiso saber cómo celebraríamos las navidades y dónde viviría él ahora.
Traté de no hacerlo sentir peor con las respuestas que le daba así que le dije que seguramente nos reuniríamos todos juntos en vacaciones y que su padre visitaría la casa muy seguido. Aún tenían una semana de vacaciones así que decidí planificar algo divertido para cada día.
Ese día vimos varias películas, les compré helado, refresco y les preparé sándwiches, comimos mucho y la pasamos muy bien. Ellos me contaron un montón de historias sobre el campamento, aunque en algunas ocasiones tuve que controlar la conversación para evitar que se convirtiera en una discusión sobre quién tenía razón acerca de cuál era el más divertido de los coordinadores del campamento.
Al día siguiente tenía planificado llevarlos a un parque acuático y estaba preparando sus bolsos cuando Tomás tocó la puerta de mi cuarto.
—Mamá, quiero ver a papá hoy.— Me dijo decidido, como si hubiese estado pensándolo mucho para decírmelo y se había convencido de que era lo correcto. Yo sentí un vacío enorme en el estómago, no esperaba que sucediera tan pronto y no sabía cómo reaccionar.
—Pero, Tommy, hoy vamos al parque acuático… Ya todo está casi listo.— Le dije un poco confundida.
—Lo sé mamá, pero quiero verlo hoy. Lo siento. Puedes ir con Tina.— Me dijo sin dudar.
Yo me quedé paralizada. Tomás siempre había tenido una personalidad fuerte, era un niño bastante serio y responsable, siempre decía lo que quería pero nunca había cancelado un plan para salir al parque acuático, era uno de sus lugares favoritos y me sorprendió que estuviese tan decidido a ver a su padre que no lo importaba dejar de ir. Ni siquiera me pidió que cambiáramos la fecha del paseo.
—Está bien, no hay problema. Iremos otro día, puedes llamar a tu papá y decirle que te venga a buscar.— Le dije tratando de sonar normal, aunque estaba un poco dolida. Él me abrazó y me dio las gracias.
—Te prometo que iremos antes de comenzar las clases. Es solo que… Bueno, es solo que hoy quiero estar con papá.— Me dijo tratando de consolarme ya que mi intento de ocultar lo que sentía no fue muy exitoso.
Cuando salió de la habitación decidí que sería mejor proponerle a Martina que fuese con su hermano, para evitar que fuera conmigo al parque solo por no dejarme sola.
Lo hice y ella dijo que le parecía bien, que prefería esperar a Tomás para ir al parque porque no era divertido jugar sola así que, tres horas después, Rodrigo mandó a su chofer personal a buscar a los niños, ellos se despidieron y yo me quedé con el corazón adolorido.
Estaba sola de nuevo y Rodrigo había mandado a su chofer lo que significaba que no había querido siquiera verme la cara. No me podía creer cómo mi vida había dado un vuelco tan grande en tan poco tiempo.
Mis hijos estuvieron con Rodrigo por tres días, y esos tres días yo no hice más que las labores del hogar y ver televisión de vez en cuando. Aunque no tenía ganas de salir ni de ver a nadie, me inquietó un poco que Marcos no me hubiese llamado ni enviado algún mensaje después de que pasaran tantos días luego de nuestro encuentro.
No quería aceptarlo en ese momento, pero sabía que había algo dentro de mí que deseaba hablar con él, salir con él, que volviera a formar parte de mi vida. Sin embargo, no apareció. Pasaron los días y Rodrigo envió a los niños de regreso el jueves en la tarde.
Llegaron un poco desanimados y supuse que se debía a que acaban de vivir su primera experiencia relacionada al divorcio de sus padres. No quisieron salir, prefirieron quedarse jugando videojuegos todo el día y el viernes los llevé a ver una película en el cine.
El sábado los llevé a comprar cuadernos y materiales nuevos para el colegio. Cuando regresamos, me puse a preparar la cena y cuando estaba esperando que se horneara el pollo mi teléfono sonó con un mensaje de texto. Apenas sonó supe que era él.
“Hola Susana, espero que estés bien. Soy Marcos. Tengo muchas ganas de conversar contigo, ¿estás libre mañana?”
Me pareció un mensaje seco, simple, casi impersonal. No sabía cómo debía responder, así que dejé el teléfono sobre la mesa y me fui a ver cómo estaban los niños. Estaban acostados, Martina estaba viendo televisión y Tomás leía una novela infantil, así que regresé a la cocina.
El pollo estaba casi listo así que comencé a preparar los acompañantes. Mientras lo hacía, reproducía el mensaje de texto en mi cabeza una y otra vez, tratando de descifrar lo que en realidad significaba.
Me hice muchas hipótesis pero no logré decidirme por ninguna así que simplemente le respondí de la misma forma impersonal en la que me había escrito que estaría ocupada el fin de semana pero que podríamos vernos alguna tarde de la semana siguiente.
La siguiente media hora estuve echando miradas ansiosas al teléfono, con la falsa sensación recurrente de que había escuchado la vibración del aparato contra la mesa o de que había visto la luz de la pantalla encenderse.
Finalmente, me respondió que le parecía perfecto y me escribiría pronto para que quedáramos en día, hora y lugar. Sentí nervios. Me preparé una infusión de manzanilla y me forcé a tranquilizarme.
Pensé que era absurdo que estuviese tan interesada en encontrarme con Marcos, él me había hecho mucho daño y no merecía la oportunidad de reconectarse conmigo, además, había pasado mucho tiempo sin que nos viéramos así que probablemente éramos personas completamente distintas que no teníamos nada en común.
Él y yo nos habíamos conocido cuando era el asistente del abogado de mi padre, al principio nos llevábamos bastante mal porque él me parecía prepotente y creo que yo le parecía demasiado liberal en mi forma de ver la vida.
Pronto, se convirtió en el abogado oficial de mi padre y ellos comenzaron a llevarse cada vez mejor, hasta que un día que nos encontramos solos en mi casa porque mi padre había salido a un viaje de negocios repentino, cenamos, nos tomamos unas cervezas y sucedió nuestro primer beso.
A partir de ese momento, comenzamos a salir e inició una relación muy apasionada en el que sufríamos y éramos felices en partes iguales, o eso creía yo hasta que él decidió que no quería estar conmigo.
Aparte de todo esto, me convencí a mí misma de que el único motivo por el que quería salir con él era para sentirme un poco mejor con respecto a lo de Rodrigo. Cada vez que pensaba en mi —próximamente— ex esposo se me revolvía el estómago. No podía aceptar lo que había sucedido y no podía aceptar que estaba sola con mis dos hijos.
Había vivido los últimos años de mi vida sin una duda en mi mente de que estaríamos juntos para siempre. No sabía si esto se debía a que estaba completamente enamorada de él o simplemente al hecho de que nos llevábamos demasiado bien como para querer separarnos.
Luego me di cuenta de que, en realidad, ese era solo mi lado de la historia, él se había aburrido lo suficiente como para buscarse a una chica con quien tener una relación paralela.
La semana siguiente comenzaron las clases y yo me concentré en continuar escribiendo mi libro. Intenté mantenerme positiva pero al comenzar formalmente la rutina, todo lo que hacía me recordaba el hecho de que Rodrigo me había engañado y se había ido, que no había intentado realmente solucionar las cosas y que en ese momento seguramente estaría disfrutando de la compañía de su amante.
Solía contratar en la semana a una chica para que me ayudara con el cuidado de los niños y las labores del hogar porque muchas veces pasaba las tardes enfrascada en uno de los capítulos de mis libros o decidía salir con Rodrigo a pasear, solo los dos.
La seguí contratando porque sentía que no tenía las fuerzas suficientes aún como para tener una buena actitud durante todo el día.
Ella se encargaba de ir a buscar a los niños a la escuela que quedaba bastante cerca de nuestra casa así que cuando la veo a través de la ventana caminar hacia mi casa, acompañada solamente de Martina me puse un poco nerviosa. Ellas dos venían conversando tranquilamente así que me calmé pero fui a abrirles la puerta.
—Hola chicas, ¿Y Tomás?— Pregunté. El rostro de, Yuly, la chica, se transformó, su expresión se tornó en una un poco incómoda y preocupada.
—¿Qué pasa?— Insistí.
—Su padre lo fue a buscar. En la escuela tenían entendido que usted estaba al tanto.—
—¿Qué? Pues no lo estaba. Esto no tiene sentido, él tiene que avisarme si se va a llevar a los niños, además ¿por qué se llevaría solo a Tomás? Tina, ¿sabes algo de esto?— Le pregunté molesta.
—No mamá, no vi a Tommy hoy, solo cuando Yuly nos dejó en la escuela.— Me respondió y me puso una mirada de tristeza y preocupación que me confirmó que lo que estaba diciendo era cierto. Marqué el número de Rodrigo en mi teléfono, dudé unos segundos, pero lo llamé. No respondió. Llamé de nuevo, y de nuevo, hasta que respondió a la cuarta vez.
—¿Te llevaste a Tomás?— Le pregunté sin esperar a que dijera nada y sin poder evitar que la rabia que sentía se transmitiera a través de mi voz.
—Hola Susana, ¿cómo estás?— Me preguntó marcando las palabras.
—Ahórrate las cordialidades Rodrigo. Dime si fuiste a buscar al niño al colegio, espero que sea así porque…—
—Sí, lo fui a buscar. Está bien así que no te preocupes.— Me respondió secamente.
—¿Que no me preocupe? ¿De verdad? Pues gracias, eres muy amable pero sí me preocupo, claro que me preocupo. ¿Crees que tienes el derecho de hacer lo que te da la gana?— Le dije alzando la voz. Él se quedó unos segundos en silencio y yo continué. —No puedes llevarte a mi hijo cada vez que quieres sin avisarme.—
—Te recuerdo que aún no estamos divorciados, tú y yo tenemos los mismos derechos sobre los niños.—
—No me importa en lo más mínimo, no me importan los derechos que crees que tienes, yo soy su mamá, ellos viven conmigo y yo tengo que saber dónde están en todo momento, ¡Tú tienes que llamarme si quieres llevártelos! Esto es absurdo, no tendría que estar explicándote nada de esto.— Le dije, sentía tanta indignación al escucharlo tan seco e impasible, deseaba que estuviese tan alterado como yo.
—¿Sabes qué? Entonces a mí no me importa lo que tú pienses, él es tan hijo mío como tuyo y me lo llevo cada vez que quiera.— Me dijo en un tono bastante agresivo.
—Qué bien, te convertiste en un perfecto imbécil.—
—Te voy a colgar el teléfono, no tengo más nada que hablar contigo… Bueno, quizá deberías saber que fue él quien me pidió que lo fuese a buscar… No confía en ti.— Me dijo y colgó.
Apenas lo hice, intenté llamarlo de nuevo pero no contestó. Sentía ganas de gritar y de romper cosas pero respiré profundamente hasta que me fui calmando.
Cuando estuve más tranquila me di cuenta de que mi hija estaba escuchando toda la conversación desde la puerta de la cocina, sin esconderse, simplemente estaba allí. Me sentí culpable. Me acerqué a ella y la abracé.
—¿Quieres comer helado? Aún queda un poco de fresa.—
—¡Sí! Quiero helado.—
Fui a servirle, y ella se sentó en la mesa de la cocina a comerlo. Yo sentía aún un pequeño temblor en las manos y una angustia en la boca del estómago, había probado una cucharada de lo que probablemente sería mi vida los próximos diez años, por lo menos.
Quería saber cuándo regresaría mi hijo a la casa pero no quería hablar con Rodrigo ni llamar a Tomás, así que decidí confiar en que todo estaría bien. Martina terminó su helado y yo me di cuenta de que me habían enviado un mensaje de texto. Era Marcos.
Decía que quería invitarme a comer la mejor torta de chocolate del mundo esa tarde. Esa vez no dudé en responderle que sí. Sentía gran satisfacción al pensar que saldría con otro hombre y que quizá eso molestaría a Rodrigo si se enterara.
Quedamos en que pasaría a buscarme a eso de las tres de la tarde así que me bañé, me vestí y estuve lista una hora antes para jugar un rato con Martina.
Ella era una niña muy dulce que no solía dar muchos problemas y me insistía mucho para que jugara a las muñecas con ella siempre. Estuvimos jugando un rato y comencé a sentir una especie de nostalgia.
Quería asegurarle tranquilidad, estabilidad, felicidad, no quería alejarla de su padre, quería que viviera una vida bonita. En ese momento me sentí un poco culpable por no haberle podido dar una familia tradicional, aunque sabía que no había sido mi culpa, pero no podía evitar sentirme así.
Sin embargo, al jugar un rato con ella me di cuenta de que ella seguía siendo una niña dulce y feliz, y que la vida era difícil siempre. Un rato después de terminar de jugar con ella, Marcos me llamó, respondí y me dijo que estaba estacionado afuera de mi casa. Me despedí con un beso de Martina.
—¿Con quién vas a salir mami?—
—Con un amigo, mi amor.— Le respondí.
—Solo espero que no sea como la amiga de papá.— Sentí como si un hielo se resbalara por mi espalda.
—¿A qué te refieres? ¿Cuál amiga?—
—Su nueva amiga. Cuando estuvimos en su casa ella siempre estuvo con nosotros. Pero no me gusta, ella está siempre muy cerca de él. ¿Dónde está el vestido morado de mi muñeca?— Me preguntó y me costó concentrarme en su pregunta.
—¿Ah? Ah… Está en la gaveta de abajo.— Le respondí y ella se fue corriendo a buscarlo.
—Adiós, Tina. Nos vemos en un rato.— Le grité.
En ese momento entendí que mis sospechas eran ciertas, Rodrigo había continuado su relación con esa chica y ahora con mayor libertad, se había atrevido incluso a presentarle a los niños. Pensé que aquella noticia me haría enojarme pero en realidad me entristeció.
No comprendía cómo se había separado de mí con tanta facilidad y me dolía pensar en que existía una relación tan ajena a mí, de la cual no sabía nada y que ellos probablemente compartían muchas cosas de las que yo no tenía idea.
Al salir de la casa vi un carro negro detenido al frente así que me acerqué y golpeé un poco la ventana. Él bajó la ventana y salió del carro. Casi se me había olvidado otra vez lo guapo que era.
Estaba vestido de forma muy parecida a lo que llevaba en la inauguración de su galería, llevaba una chaqueta de cuero pero esta vez negra y el cabello un poco despeinado.
De pronto, en ese instante, se me olvidó por completo todo lo demás. Me paralicé, no entendía qué estaba sucediendo, no entendía cómo podía estar delante de él de nuevo, no entendía cómo habían pasado los años tan rápidamente.
Me abrazó y me dijo que me montara en el carro. En cuanto me monté comenzamos a conversar acerca de todo. Ni siquiera le pregunté a dónde íbamos, no me interesaba. Nuestra conversación se da tan fácil que no podíamos detenerla.
Primero hablamos de nuestras opiniones sobre la sociedad, la muerte y el arte, tenía muchos años sin poder hablar con nadie de esos temas. Después comenzamos a informarnos el uno al otro sobre lo que habíamos hecho durante todos estos años.
Él me contó que tenía un hijo, que se había casado y divorciado rápidamente, que era feliz desde que había dejado el derecho. Yo le conté que estaba iniciado mi proceso de divorcio, que tenía dos hijos y que siempre había sido feliz.
En cuanto llegamos al lugar supe que me encantaría. Era un pequeño café en el que prácticamente todas las superficies eran de madera rústica. Nos sentamos en un rincón.
—Déjame pedir todo por ti, por favor.— Me pidió con un intensidad en la mirada que no me permitió hacer otra cosa que aceptar.
—Está bien. Pero debes tomártelo como una verdadera responsabilidad. Si no me gusta lo que escoges no te lo perdonaré.— Le dije y sentí una pequeña tensión entre ambos.
Esa frase me llevó inevitablemente a nuestros últimos días de discusiones, pero deseché esos pensamientos de mi mente. Marcos pidió lo mismo para los dos: un trozo de torta de triple chocolate y un vaso de cocuy puro, sin hielo.
Mientras esperábamos que llegara nuestro pedido, él me preguntó mi opinión sobre la exposición de su galería. En el local sonaba música instrumental, hacía bastante frío y estaba vacío, me sentía cómoda. Comencé a describir con detalle todo lo que había percibido en su exposición y él me escuchó atentamente.
Discutimos un rato acerca de la curaduría pero estuvimos de acuerdo en casi todo. La mesera trajo las tortas y las bebidas a la mesa e inmediatamente nos pusimos a comer y a beber.
Marcos me recomendó que saboreara todo con cuidado porque, según él, aquella era sin duda alguna y sin exageración la mejor torta de chocolate del mundo. Nunca sabré si esto era cierto porque me faltan aún muchas tortas de chocolate por probar pero aquella era increíblemente deliciosa.
—¿Cómo se llama tu hijo?— Le pregunté de repente, después de un silencio de unos cuantos segundos.
—Tomás.— Me respondió.
—¿En serio? Qué casualidad.— Le dije, pero pensé que en realidad eso era otra prueba de que él y yo teníamos algún tipo de conexión especial, lo cual inmediatamente después me pareció la cosa más cursi e irreal que había pensado nunca.
—¿Cuál es la casualidad?— Me preguntó con curiosidad.
—Mi hijo también se llama Tomás.—
—Ah… No es tan curioso, supongo. Siempre estuvimos conectados de formas extrañas.— Me dijo sin mirarme al rostro, mientras seguía comiendo su pedazo de torta. Yo decidí ignorar ese comentario.
—Bueno, creo que puedo darte la razón. Oficialmente, esta torta es absolutamente deliciosa.—Le dije mientras terminaba de comerla. Ya estaba comenzando a sentir el efecto del cocuy, lo sentía caliente en el estómago y la mente ligeramente difusa.
—Eso no fue lo que dije. Si me vas a dar la razón tienes que dármela como es. Tienes que decir que es la mejor torta de chocolate del mundo.— Me dijo y se echó a reír.
—Sabes que no puedo seguirte el juego con eso. Esa frase es una frase imposible, nada puede calificarse como “lo mejor del mundo”, ese calificativo es incomprobable, por tanto no puede utilizarse. Además, entre gustos y colores…—Él se echó a reír aún más fuerte y yo lo acompañé un poco.
—No se me olvidaba esto, ¿sabes? Sigues siendo la misma de siempre.— Me dijo.
—Lo único constante es el cambio.— Le dije y me levanté de la silla. —Voy al baño.—
Cuando regresé del baño, ya habían retirado los platos y solo quedaban nuestros vasos de cocuy. Él estaba terminando el suyo y me senté, agarré el vaso y me tomé lo que quedaba en un solo trago. Marcos me miró sorprendido,
—Cuidado. No quiero tener que sostener tu cabello frente a una poceta.—
—Aunque me emborrachara, nunca tendrías que hacer eso, no te preocupes.— Le dije.
—¿Quieres ir al cine luego?— Me preguntó repentinamente y con un tono de voz que lo hacía parecer casi desinteresado en mi respuesta.
Yo me quedé bastante sorprendida. La mezcla de risas verdaderas y alcohol puro me volvió un poco más ligera para tomar la decisión así que acepté sin pensarlo mucho. Nos levantamos, él fue a pagar la cuenta y luego nos fuimos.
En el trayecto me mostró la cartelera de cine en su teléfono y duramos un rato escogiendo la película que queríamos ver. Después de decidir, él encendió la radio y nos quedamos en silencio unos minutos, hasta que él lo rompió—
—Quiero que sepas que he leído todos y cada uno de tus libros. Soy tu fan número uno.— Me dijo sonriendo con dulzura.— Es en serio.— Me confirmó, quizá debido a mi mirada de incredulidad.
Yo sentí que me derretía por dentro y recordé. Recordé los años de relación con él, cada mirada, cada risa, cada chiste y cada sonrisa dulce de Marcos. Todas esas cosas me habían hecho enamorarme tanto que había perdido el control de mí misma, recordé la sensación de no tener el control completo de mis decisiones, de mis acciones.
Recordé lo que se sentía querer estar con él tanto, que todo lo demás quedaba desplazado a un segundo lugar, desde las cosas más simples y cotidianas hasta las más importantes. Como consecuencia inevitable de todos esos recuerdos, también recordé cuando él decidió que ya no quería que estuviese más con él.
En ese momento sentí que, dentro de mí, una cáscara dura, vieja se rajaba lentamente, y esa raja dolía. Nuestra relación había sido muy apasionada. Discutíamos constantemente, nos gritábamos y peleábamos pero pronto alguno de los dos se desesperaba demasiado durante la separación y hacía que todo se arreglara de nuevo, siempre momentáneamente.
Yo lo amaba siempre, incluso durante las peleas, incluso los últimos meses de nuestra relación en los que discutimos todos los días. Discutíamos por nuestras opiniones, por el trabajo de Marcos con mi papá, por mi empeño de pasar tiempo separados de vez en cuando y por un sin fin de cosas que terminaban siempre transformándose en una pelea por la forma en que el otro peleaba.
Todo terminó un día que para mí era simplemente un día más de pelea hasta que de pronto me dijo que no podía verme más, me pidió que termináramos nuestra relación y que nunca más lo buscase.
Yo le pedí que por favor se quedara y él me rechazó tajantemente, ese dolor es el que se estaba comenzando a colar a través de la raja que se acababa de abrir dentro de mí, quince años después, cuando me sonrió, y ese dolor me sirvió de alarma.
—Ahora que lo pienso Marcos, prefiero ir a mi casa. Acabo de recordar que le había prometido a Martina que la ayudaría con una tarea.— Le dije, haciendo un esfuerzo para sonar convincente.
Él aceptó sin decir mucho y cambió la dirección del carro. Seguimos conversando con tranquilidad pero menos entusiasmo. Yo sabía que él había percibido mi cambio y no sabía cómo debía actuar. Me despedí con un abrazo y no miré atrás cuando me dejó en mi casa. Apenas cerré la puerta sentí cómo se formaba una decisión clara en mi mente: no volvería a verlo.
Esa noche, Rodrigo me envió un mensaje de texto diciendo que se quedaría con Tomás una semana, que él lo llevaría a la escuela y se encargaría de todo. Yo llamé a mi hijo a su teléfono.
—Todo está bien mamá. Disculpa que no te haya avisado, solo quiero estar con mi papá un tiempo. Él me llevará el próximo fin de semana. ¿Está bien?— Me dijo un poco triste.
—Está bien hijo, pero no puedes volver a hacerme esto. Tenemos que tenernos confianza. Y… bueno, tú sabes que puedes con tu papá cada vez que quieras, solo tienes que conversarlo conmigo, con los dos.— Le dije y ambos nos quedamos más tranquilos con todo.
El resto de la semana estuve llamando a Tomás todos los días para saber cómo le había ido en el colegio y me sentí enormemente feliz cuando Rodrigo lo envió a casa el sábado.
Pasaron las semanas y me fui acostumbrando poco a poco a mi nueva vida. Cristina y yo nos visitábamos mutuamente en muchas ocasiones. Yo llevaba a Martina a jugar con Mimi o ella la traía a mi casa. Me sentí menos abandonada y triste de lo que había pensado. Mi libro iba bastante bien, le di algunos giros inesperados que cambiaron un poco la atmósfera pero me sentí bastante satisfecha.
Cuatro semanas después de mi salida con Marcos, sentía que había tenido éxito en mi lucha por suprimir de mi mente el encuentro con él. Era fin de semana y mi editor me invitó a la premiere de su primera película.
Él había sido mi editor desde el primer momento en que comencé a escribir y era también escritor de guiones, lo que derivó en que se convirtiera en director de cine. Yo sabía que probablemente allí estaría Rodrigo porque ellos se habían hecho muy amigos y, por algún motivo, sentí deseos de que me viera feliz y bella. Llamé a Cristina y la invité.
—Perfecto. Me encanta la idea, tengo ganas de ver una buena película… ¿Crees que vaya Ramón?— Me preguntó y recordé que su ex esposo también era amigo de mi editor.
—Quizá sí, y Rodrigo también.—
—Bien. No importa. Vamos.—
Llegamos tarde al lugar. Casi era la hora de que comenzaran a proyectar la película. Entramos e intenté encontrar a mi editor pero no lo logré. Entramos a la sala y nos pusimos a ver la película que, concluí, estaba perfectamente hecha para ganar algún premio de festivales independientes. Como conocía perfectamente a su director, sabía que esta era seguramente su intención.
Al salir de la proyección, el lugar se llenó con la gran cantidad de personas que estaban allí invitadas a ver la película, así que sentí nervios en pensar que probablemente Rodrigo estaría ahí, quería impresionarlo y hacerlo sentir mal por engañarme, pero no estaba segura de cómo lograría eso.
Por fin logré ver a mi editor entre un montón de gente y me acerqué a él. Cuando estaba a punto de tocar su espalda para llamar su atención, vi que una de las personas con las que estaba hablando era Marcos.
Retiré rápidamente la mirada pero sentí muy pronto la suya sobre mí. Esperé un poco hasta que mi editor se volteó y me saludó con efusividad. Luego de eso no pude seguir evitando el encuentro así que me acerqué a saludar a Marcos, haciéndome la sorprendida.
—Susana, pensé que ibas a hacer como si no me habías visto.— Me dijo con una sonrisa pícara.
Me molestó que se hubiese dado cuenta de que estaba incómoda con el hecho de encontrarlo ahí, quería demostrarle que no me importaba lo suficiente pero no tenía idea de cómo hacerlo, al parecer, yo seguía siendo la misma persona de toda la vida y él seguía recordándome.
—¿Por qué haría eso? No tengo ningún motivo. ¿Te acuerdas de mi amiga Cristina?— Le dije, intentando cambiar el tema de conversación.
Ambos se saludaron y Cristina comenzó a conversar con mi editor acerca de la película. Yo intenté participar en la conversación pero, unos pocos segundos después, Marcos me habló solo a mí.
—¿Qué te pareció la película?
—La verdad me pareció una muestra perfecta de la personalidad de Johan. Además, me parece una pieza susceptible de ser galardonada en varios festivales reconocidos. Creo que lo logró.— Le dije y me contuve de preguntarle su opinión, me interesaba mucho saberla pero no quería que él lo notara. Sin embargo, si no loo recordaba mal, él no podría resistirse a opinar.
—Tienes razón, sin embargo, me parece un poco pretenciosa.— Dijo. Y yo me eché a reír porque era precisamente lo que suponía que iba a pensar.
—Sabías que diría eso, ¿no?— Me dijo, riendo también. Yo asentí y decidí que era momento de escaparme antes de que la conversación se tornara más íntima.
—Disculpa. Voy al tocador.— Le dije con una sonrisa y el asintió, sonriendo también.
Le hice un gesto a Cristina y ella se vino conmigo.
—¿Qué tal te va con él? ¿Sabías que estaría aquí?— Me preguntó.
—No, para nada. Y la verdad no quisiera que estuviera aquí.—
—Sinceramente, no te entiendo Susi. Nunca he entendido las complicaciones en las que se meten algunas mujeres. Si te gusta y tú le gustas, ¿cuál es el problema?— Me preguntó alzando la voz.
—Baja la voz. El problema es que no quiero involucrarme con alguien como él, me hizo daño, me dejó y desapareció. Estoy saliendo de un matrimonio de doce años, por Dios, lo menos que necesito es enredarme con un hombre que probablemente me haga la mujer más miserable del mundo cuando se canse de estar conmigo.— Le dije y decirlo por primera vez en voz alta me hizo sentir mal.
—Sí, pero eso será después de hacerte la mujer más feliz del mundo por un largo tiempo, y necesitas eso.— Me dijo. —Pero, solo tú sabes lo que quieres, supongo…—
—Sí, solo yo lo sé y tampoco quiero que lo entiendas. Somos personas diferentes tú y yo Cris.—
Entramos al baño y estaba ocupado. Mientras esperábamos me sonó el teléfono. Tenía un mensaje de texto de Marcos:
“Tienes que saber que tomé tu disculpa como un “espérame aquí que regresaré en unos minutos.”
No pude evitar soltar una sonrisa de complacencia. Ese era el más grande problema que le veía a Marcos. Yo no podía evitar sentirme atraída por todo lo que decía y hacía, así fue la primera vez que lo conocí y así seguía siendo después de tantos años. Así que decidí no responder el mensaje.
Tenía miedo de estar cerca de alguien que pudiese hacerme sentir tan vulnerable. No confiaba en él, no confiaba en nadie en ese momento. Todas las noches recordaba la imagen de la chica desnuda saliendo de la habitación y probablemente se quedaría grabada por siempre en mi memoria.
Luego de ir al baño, Cristina y yo salimos preparadas para irnos a nuestras casas pero Johan, mi editor, se acercó a nosotras y nos pidió que nos quedáramos un rato más. Su esposa iba a hacer una lectura de poesía en unos pocos minutos y él quería que lo presenciáramos, así que nos quedamos.
Los meseros seguían sirviendo vino, whiskey y aperitivos así que la gente parecía estar disfrutando la noche. Poco a poco se escuchaban las voces subir de volumen y se escuchaban cada vez más risas.
La situación parecía estar a punto de convertirse en una fiesta. Yo conversaba con Cristina pero no se me salía de la mente la idea de que Marcos aparecía por allí de pronto. Y no estaba equivocada.
Comenzó la lectura de poesía que fue precedida por un performance dancístico de un grupo de jóvenes. La esposa de Johan se turnaba con otras mujeres para leer distintos poemas y yo me aburrí muy rápido de todo el asunto porque nunca había disfrutado de la poesía escrita, mucho menos recitada.
Cristina también se aburrió así que comenzó a hablarme de cualquier cosa en voz baja, yo tampoco le estaba prestando demasiada atención a ella. De pronto sentí la presencia de alguien a mi lado. Me giré y allí estaba. Lo miré, él no volteó a verme pero estaba sonriendo.
—Esto podría considerarse acoso.— Le dije en modo de broma.
—El abogado soy yo.— Me respondió y me dio una de las dos copas de vino que traía. Yo la acepté pero continué mirando hacia el recital. El teléfono de Cristina comenzó a sonar y ella se apartó para responder la llamada. Mientras tanto, nosotros dos nos quedamos en silencio, escuchando lo que recitaban. Cristina regresó un minuto después.
—Tengo que salir un momento. La niñera tiene un problema con Mimi, pero voy a regresar.—
—¿Qué pasó? ¿Todo está bien?—
—Sí, tranquila. Es una tontería. Espérame aquí.—
—No, Cris, yo voy contigo. Quizá deberíamos irnos ya.—
—No, Johan pensará que no quisimos quedarnos, tú quédate aquí que yo regreso en poco tiempo. Si te pregunta, dile que tuve que resolver una emergencia.— Insistió. Intenté decirle de nuevo que me iría con ella pero no me dejó hablar y se fue. Todo ese rato Marcos estuvo allí cerca, aparentemente concentrado en lo que sucedía frente a nosotros.
—¿Te acuerdas de aquél vino…?— Me preguntó Marcos y antes de que terminara la frase supe de repente de lo que hablaba.
—¡Claaaaro! Por supuesto, este es el mismo vino.— Le dije riendo.
Cuando cumplíamos nuestro primer aniversario de novios fuimos a cenar a un restaurante y allí nos sirvieron un vino tinto que nos pareció exquisito pero olvidamos preguntar cuál era en el lugar.
Así que pasamos los siguientes años de relación buscando por todas partes aquél vino, regresamos al restaurante y preguntamos a todos pero el chef de aquella noche había muerto en un accidente, y nadie más sabía decirnos de qué vino se trataba.
Nos tomamos tan en serio la búsqueda, que nos propusimos probar un vino tinto nuevo todos los meses hasta que lo encontráramos.
—No lo puedo creer, Marcos. No lo puedo creer.— Le dije genuinamente sorprendida.
—Yo tampoco lo podía creer cuando lo probé. En algún momento llegué a pensar que simplemente habíamos idealizado el sabor aquella primera vez y por eso nunca pudimos encontrarlo, pero aquí está la muestra de que teníamos razón.—
—Necesito, al menos, tres botellas.— Le dije.
—Bueno, una botella la tengo asegurada. ¿No creerías que me iba a ir de este lugar sin llevarme esa botella conmigo?— Me dijo.
—Por supuesto que no. ¿Y no creerás que voy a dejar que te la lleves tú?— Le dije, inevitablemente, siguiendo el juego. Pude ver un brillo en sus ojos en ese momento, me di cuenta de que él sabía que había roto mi coraza. Lo peor de esto es que no me importó.
—La botella es mía, pero puedo compartirla contigo.— Me dijo, un poco más serio.
—Esa es una excelente excusa para invitarme a tomar contigo.—
—Me alegra que pienses eso.— Me dijo y de pronto se giró hacia a mí y se acercó un poco. —Sé que algo pasa. Sé que debes estar pensando que no merezco estar en tu vida de nuevo, y tienes razón. Pero no voy a dejar de buscarte hasta que descubra que realmente no te interesa mi compañía de ninguna manera.—
Aquello me tomó por sorpresa, no estaba preparada para hablar tan directamente con él sobre nada de eso.
—Lo único que sé es que, sin importar los años que pasen, lo que me hiciste sigue siendo real.— Le dije. Decidí que, si él estaba siendo abierto y sincero, yo también lo sería, a fin de cuentas, siempre habíamos sido así el uno con el otro.
—Para mí también sigue siendo real. Todo.—
En ese momento, la gente comenzó a aplaudir y me di cuenta de que había terminado el recital. Nosotros aplaudimos también y nos giramos para mirar al frente.
—Claro, nada sigue siendo tan real como el sabor de ese vino.— Me dijo. —Mañana, ¿cenamos?— Me preguntó. Yo me quedé en silencio. Todo mi cuerpo me pedía que le dijera que sí, sentía una presión en el estómago que me impulsaba a pedirle que haría lo que él quisiera y comencé a sentir una presión en la cabeza.
—La verdad es que no te quiero dejar ganar.— Le dije, de nuevo, sinceramente.
—Déjame ganar, por favor. Quedo en deuda contigo.— Me dijo con una sonrisa.
—Marcos.—
—Susana.—
—Estamos grandes para estos juegos, ¿no crees?—
—No, no lo creo. Sin juegos la vida no es divertida. ¿Te busco a las ocho?
—A las 7.— Le respondí, le dejé mi copa vacía en la mano y me fui.
Me había sentido satisfecha con mi reacción ante la invitación de Marcos. Apenas llegué a mi casa esa noche, después de llamar a Cristina y decirle que me había ido, entendí que en realidad sí estaba dispuesta a arriesgarme.
A pesar de que lo que le había dicho en el evento acerca de estar demasiado viejos para esos juegos, la verdad es que me sentía más viva y más joven desde que lo había vuelto a ver, así que decidí que me dejaría llevar por la situación.
Cuando llegué a la casa esa noche los niños estaban durmiendo y yo despedí a la niñera que estaba luchando para no dormirse en el mueble de la sala. Al día siguiente pasé toda la mañana y la tarde escribiendo sin parar, me sen
ía muy inspirada y avancé tanto que al final de la tarde había terminado toda la estructura general de la novela, solo me hacía falta corregir y desarrollar algunas cosas. Marcos me llamó para confirmar que todo seguía en pie.
Yo me vestí con ropa bastante elegante porque me dijo que iríamos a comer en un lugar nuevo que era bastante exclusivo. Me vino a buscar diez minutos antes de las siete pero yo estaba lista así que salí.
—Estás muy guapa.— Me dijo después de un rato de conversación ligera en el carro, camino al restaurante. La forma en que lo dijo me hizo sentir cómoda, parecía sincero y un poco distante, lo cuál me agradó porque no sentí que estaba esforzándose demasiados en hacerme cumplidos.
—Gracias.— Le respondí.
—Hace un par de años, Tomás encontró una foto de nosotros dos. Fue la primera vez que tuve que explicarle que su madre y yo teníamos vidas antes de conocernos. Dijo que eras muy linda pero que no parecías una mamá. Recuerdo que me reí muchísimo y él no entendía qué me parecía tan gracioso.— Me contó con un tono de voz suave y bajo, casi triste.
—Lo gracioso para mí es que eso es precisamente lo que soy ahora, es lo que me define, por lo menos para mis propios ojos.—
—Lo sé. ¿Qué sucedió con esposo?— Me preguntó. Yo me tensé.
—No quiero hablar de eso, todavía es muy reciente. Además, no sé si quiero dejarte saber mis historias más íntimas.— Le dije a modo de chiste, para aligerar un poco el ambiente.
Él se rió un poco y comenzó a preguntarme acerca de mis gustos musicales. Resultó que los de ambos habían cambiado mucho y nos divertimos un montón recordando las cosas que nos gustaba escuchar años atrás.
Llegamos al restaurante y él se portaba como un perfecto caballero. Me abrió la puerta del carro y del lugar. Caminamos directo a una mesa bastante apartada e inmediatamente un mesero se acercó a entregarnos la carta.
Escogimos la comida y él pidió una botella de vino blanco. En cuanto trajeron la botella, el mesero nos sirvió y se fue. Continuamos recordando cosas del pasado por un rato. Pero de pronto, él se puso muy serio.
—Hay algo de lo que quiero hablar. No sé si a estas alturas te parezca absurdo que lo saque a colación pero para mí es muy importante. He pasado todos estos años con esa carga sobre mí.— Yo no supe qué decir, ni siquiera supe qué pensar así que simplemente me quedé en silencio, esperando que hablara. Él me miraba directamente a los ojos y yo le mantuve la mirada.
—Siento mucho lo de tu padre. Y siento mucho no haber estado allí para ti.— La impresión que me causó aquello fue enorme.
Tres años después de que Marcos y yo nos separaremos, mi padre falleció debido a una terrible enfermedad, él y Marcos eran bastante unidos, se consideraban amigos el uno al otro. Marcos asistió al funeral y me dio el pésame pero se mantuvo completamente distante.
—Habían pasado años desde que nos separamos. No tenías que estar allí para mí.— Le dije porque eso fue lo que me repetí a mí misma para no odiarlo más de lo que ya lo había hecho cuando me dejó.
—A los ojos de cualquiera, eso que dices tiene mucho sentido. Pero tú y yo sabemos cómo era nuestra relación, y lo que representábamos el uno para el otro en aquél momento. Contra cualquier lógica, mi corazón me decía que debía estar ahí para ti. Sé que tú también lo creías así.—
—Sí, así es, lo creía así. Pero poco a poco entendí que cualquier relación puede acabarse muy fácilmente y que, cuando se acaba, es una ruptura absoluta.—
En ese momento llegó el mesero con nuestra comida y nos dispusimos a probarla. Aparentemente, él estaba tan incómodo como yo con el tema, porque ambos comenzamos a hablar de cualquier otra cosa excepto de eso.
En ese momento sentí que no me importaba nada de lo que había pasado. Lo veía ahí sentado frente a mí, tan guapo, tan inteligente y tan carismático que no podía evitar imaginarme mi vida con él en ella. Sin embargo, cada pocos minutos la imagen de Rodrigo aparecía de repente.
No había logrado descifrar si estaba enamorada de mi ex esposo todavía o si simplemente se trataba de la dependencia emocional generada por la gran cantidad de años que compartimos, pero el hecho era que lo extrañaba.
Extrañaba sentir la total confianza que sentía con él, extrañaba su manía de darme a probar de su plato cada vez que salíamos a comer y extrañaba la ternura de sus caricias. Además, temía lo que significaba abandonar al padre de mis hijos, al hombre que los amaba tanto como yo, para tener que encontrar algún otro hombre y conformarme con que les agarrara cariño con el tiempo.
Me sentía confundida. Pero cuando Marcos me preguntó que si quería más vino, tuve claridad: no importaba realmente lo que yo sintiera por Rodrigo porque él no estaba allí.
Me sirvió vino y cuando terminamos de comer, trajeron la carta de los postres. Yo pedí una tartaleta de manzana y él pidió un helado de chocolate.
—La estoy pasando muy bien, Marcos, gracias por la invitación.—
—No sabes cuánto me alegra escucharte decirlo. Yo tenía mucho tiempo sin divertirme tanto en una cita.— Me dijo.
Después de comernos el postre y tomarnos dos copas más de vino, estábamos risueños y mucho más relajados. Él no paraba de hacer chistes ligeros y sarcásticos con cualquiera de los temas que tocábamos en nuestra conversación y yo cada vez los encontraba más divertidos.
Hablamos sobre arte, cine, literatura, nuestros hijos y la construcción de la estructura de la sociedad. No pude evitar comparar a Marcos con Rodrigo, y pensé que con el último nunca podía conversar tan apasionadamente sobre estos temas, él era un hombre muy inteligente y culto, pero no le gustaba embarcarse en discusiones existenciales o culturales.
En ese momento, me di cuenta de que, de hecho, la compañía de Rodrigo, a pesar de ser muy placentera para mí, era bastante silenciosa.
—Creo que tu Tomás se llevaría muy bien con Martina.— Le dije como respuesta a una historia que acaba de contar con respecto a Tomás en su escuela.
—Claro que sí, ambos parecen ser igual de traviesos.— Me respondió. Y nos quedamos en silencio por primera vez en un buen rato. Él mantuvo su mirada fija en mí, sonriendo.
—El tiempo no existe, ¿no?—
—¿A qué te refieres?— Le pregunté riendo un poco.
—Si existiera esto no se sentiría tan fácil, tan natural.— Me respondió, bastante serio.
—Ya deja la cursilería, Marcos. Nos llevamos bien porque hay química entre nosotros, la había antes y la sigue habiendo ahora, eso es todo.— Le dije y bebí un sorbo de vino. Él se echó a reír cortamente pero a carcajadas.
—¿Te da tanta risa que te llame cursi?— Le pregunté.
—Sí.— me respondió y me sonó el teléfono con una llamada, era la niñera así que me disculpé y respondí.
Me dijo que eran las once de la noche y yo le había dicho que regresaba a las diez, que ella debía irse porque tenía que resolver unos asuntos. Yo me disculpé y le dije que salía inmediatamente para allá. En cuanto colgué Marcos habló.
—Ya veo que me vas a dejar…
—Pues sí, ves bien. Tengo que irme porque la niñera tiene un compromiso. Le había pedido que se quedara hasta las diez.— Le expliqué.
—No pensaste que te la pasarías tan bien. Aún queda un poco de vino y quería buscar la forma de convencerte.—
—¿Convencerme de qué?— Pregunté realmente curiosa.
—De que me acompañaras a tomármelo a otro lugar.— Yo me eché a reír y él también.
No dijimos más nada, él pidió la cuenta y me llevó hasta mi casa. En el camino yo me sentía un poco mareada y ligera, el vino había hecho su efecto sin duda. Lo miré a él y tenía las mejillas enrojecidas y los ojos un poco más pequeños de lo normal. Conversamos sobre la comida y el restaurante y llegamos a mi casa.
—Creo que tenías una buena oportunidad de convencerme. Pero supongo que ahora nunca lo sabremos con seguridad.— Le dije e inmediatamente me bajé del carro.
Entré a la casa, despedí a la niñera y me fui a dormir. Me sentía como una adolescente, estaba esperando que me llegara un mensaje de texto de él antes de dormir, no sabía ni siquiera qué quería que me dijera, pero sentía que era adecuado que me escribiera.
La verdad es que nunca había experimentado ese tipo de cosas porque Marcos había sido mi primer novio formal y luego me había casado con Rodrigo, con quien había estado hasta ese momento.
No sabía cómo debía actuar, qué cosas debía aceptar de él y qué cosas no, así que todo lo que sucedía se me hacía raro y demasiado juvenil. Me sentía casi un poco culpable, esa noche me sentí incluso, en un momento, como si estuviese engañando a Rodrigo y a mis hijos.
Al día siguiente llevé a los niños al colegio y me puse a pasear por los alrededores. Sentía que necesitaba un respiro, aire fresco, un paseo sin pensar en nada. Así que decidí no regresar a la casa hasta que los niños salieran del colegio. Fui a comprarme un sándwich para almorzar y simplemente caminé, me senté a leer un rato y seguí caminando hasta que se hizo la hora.
Busqué a los niños y los llevé a comer helado. Tomás estaba de mal humor ese día y lo drenaba molestando a Martina. Usualmente, esta actitud me hace enojar y termino castigándolos a los dos. Pero ese día, quería mantenerme relajada así que simplemente los distraje con chistes y pidiéndoles que me contaran lo que habían hecho en el colegio.
—Mamá, hoy José me estaba pateando el asiento. Yo le dije que se quedara quieto, se lo dije varias veces, pero él seguía. Si quieres pregúntale a la vecina, ella estaba ahí. Hasta que me cansé y lo golpeé. Pero la profesora me vio y me castigó a mí.— Me dijo acelerada.
A Tomás le molestaban las injusticias y tenía un carácter fuerte. Yo pensé que no debió haberlo golpeado pero ese día no quería discutir, así que simplemente le aconsejé que hablara con José al día siguiente sobre lo ocurrido, pidiéndole amablemente que no lo volviera hacer.
Seguimos hablando todo el camino hasta la casa y en cuanto llegamos los puse a hacer la tarea. Estaba sentada con ellos cuando sonó el timbre. Fui a abrir y había un hombre con una camisa azul marino y una gorra del mismo color. Llevaba una tabla rectangular en la mano sobre la cual tenía una planilla.
—Buenas tardes, tengo un envío para usted.— Me dijo.
—¿Ah sí? ¿Qué es?— Le pregunté, confundida porque no veía nada.
El joven dejó la tabla sobre el suelo y caminó hacia una moto que yo no había visto, estacionada al lado de la entrada de mi casa. De allí trajo un enorme ramo de flores y me preguntó si podía entrar. Lo hice pasar y dejó el ramo sobre la mesa de la sala. Me pidió que firmara la planilla y lo hice.
—¿Quién envía esto?— Le pregunté.
—Tiene una tarjeta colgada. Hasta luego señora.—
—Hasta luego.— Me despedí y cerré la puerta.
Me acerqué al ramo y me di cuenta de que estaba repleto de chocolates, había casi más chocolates que flores. Mientras buscaba la tarjeta, me di cuenta de que había una botella del vino tinto que Marcos y yo habíamos buscado por años. Encontré la tarjeta y solo decía: “Gracias por aceptar salir conmigo.”. Así que no hizo falta que la firmara para saber que había sido Marcos. Decidí llamarlo por teléfono.
—Gracias por el regalo.— Le dije.
—No hay nada que agradecer. Te lo mereces, después de perder tanto tiempo de tu vida buscando ese vino.— Me dijo con un tono que me hacía presumir que estaba sonriendo.
—Quiero verte de nuevo.— Le dije sin pensarlo demasiado.
—¿Qué haces este viernes?— Me preguntó.
Le respondí que no lo sabía y él me pidió que lo acompañara a organizar junto al curador la próxima exposición de su galería, dijo que le interesaba mi perspectiva en el asunto y que después podíamos ir a un concierto de jazz que había en un local cercano. Me pareció un excelente plan y acepté.
Durante los días que transcurrieron hasta el viernes, solo hablé con Marcos cuando me escribió un mensaje de texto recomendándome que viera un documental que estaban dando en la televisión, lo hice, lo comentamos un poco y eso fue todo. El jueves Tomás se acercó a mi cuarto y tocó la puerta, aunque estaba abierta.
—Pasa.— Le dije, estaba distraída viendo la televisión y no me di cuenta de que estaba llorando.
—Mamá.— Me dijo y volteé a verlo.
—Tommy, ¿qué pasa? Ven, ¿pasó algo? ¿por qué estás llorando?— Le pregunté preocupada. Él se enjugó los ojos y bajó la mirada, así que me acerqué a él y lo tomé de la mano.
—Mamá, extraño a papá, quiero verlo pero no quiero dejarte sola. No sé qué hacer.— Me dijo.
—Hijo… te entiendo completamente. Sé que esto debe ser muy doloroso y complicado para ti. Para mí también lo es y estoy segura de que para tu papá también. Quizá no he actuado de la mejor manera con todo esto, no lo sé, y quiero disculparme. Los dos te amamos muchísimo, a ti y a tu hermana y estamos tratando de sacar lo mejor de una mala situación.— Le dije con el corazón en la mano.
—Pero mamá… A veces pienso que se odian. Papá y tú… simplemente ya no hablan. ¿Por qué?— Me preguntó con vergüenza y dolor en su voz.
Yo me quedé completamente en blanco. Al pensarlo tan fríamente, no entendía porqué simplemente nos habíamos dejado de hablar, actuábamos como si el uno fuese la niñera del otro. Sabía que él me había hecho un daño irreparable pero, a pesar de todo, habíamos compartido muchas cosas y seguíamos compartiendo la más importante, nuestros hijos.
—No es así, no nos odiamos. Estamos pasando por un momento muy confuso Tommy, pero te prometo que todo irá mejorando poco a poco. No te sientas mal por pedirme visitar a tu padre, yo lo entenderé siempre. Puedes ir cuando quieras, yo estaré siempre bien.— Le expliqué. Él me abrazó sin decir nada. Yo lo besé en la mejilla y le dije que lo llevaría en ese momento a casa de su padre.
—Solo debo llamarlo primero.— Le dije —Ve a tu cuarto, te avisaré cuando esté todo arreglado.— Agarré mi teléfono y marqué el número de Rodrigo. Contestó rápido.
—Hola Susi. ¿Qué tal?— Me dijo.
—Hola. Todo bien. Te llamo porque Tomás quiere quedarse contigo unos días, ¿te parece que lo lleve a tu casa ahora mismo?— Él tardó unos segundos en responder.
—Claro, me parece bien. Puedes traerlo cuando quieras, hoy estaré todo el día en mi casa.— Me respondió, aún su tono era bastante seco y distante.
Le dije que lo llevaría en media hora y fui a darle la noticia a Tomás. Martina estaba jugando muñecas y le pregunté si quería ir también con su papá. Me dijo que sí, así que le preparé un bolso para unos cuantos días.
En el camino ambos iban bastante callados, así que puse música. Cuando llegamos me bajé con los dos del carro y comencé a sentirme repentinamente nerviosa. Probablemente vería a Rodrigo de frente y no sabía cómo debía actuar, ni sabia cómo actuaría él.
Toqué la puerta dos veces y él la abrió. Su rostro reflejó la sorpresa de verme allí, habría supuesto que enviaría a alguien. Yo sentí que la garganta se me secaba por completo y no supe qué decir.
Decidí enfocar mi mente en despedirme de los niños y recordarles lo que llevaban en sus bolsos. Ellos me dieron besos de despedida, saludaron a su padre y entraron a la casa. Rodrigo se quedó en la puerta, mirándome.
—Avísame cuando los quieras llevar de regreso.— Le dije tratando de sonar natural y tranquila.
Él simplemente asintió. Yo caminé de regreso al carro y no volteé de nuevo. A mitad de camino a la casa comencé a llorar. Lloré muchísimo, hasta que mis ojos estaban completamente hinchados y rojos.
Sentía un dolor fuerte en el pecho y en la cabeza tenía un montón de pensamientos entremezclados. Cuando llegué a mi casa, ya me había calmado bastante, y sentía un leve alivio después de haberme desahogado de esa manera. Me sentía triste, frustrada y molesta pero ya no estaba segura de qué era exactamente lo que me hacía sentir así.
Me senté a escribir y escribí sin levantar la mirada durante horas. El sonido de mi teléfono me sacó de mi ensimismamiento, había recibido un mensaje de Marcos. Decía que había conseguido algo que me encantaría y que me lo daría al día siguiente, en nuestra cita.
Sentí un cosquilleo en el estómago y me sorprendí de cómo era capaz de sentir tantas cosas distintas en un espacio tan corto de tiempo. Le contesté que estaba ansiosa por saber qué era y seguí escribiendo.
Ni siquiera me levanté para comer, sino hasta las nueve de la noche porque el estómago comenzó a dolerme. Puse música mientras me cocinaba unas panquecas y tomaba vino tinto.
Me sentía triste y aliviada al mismo tiempo, sentía una especie de alivio por asumir mi tristeza debido a lo que había ocurrido con mi matrimonio. Además, el reencuentro con Marcos me hacía sentir emocionada. Me preparé más panquecas de las que debía y me las comí todas, con crema batida y fresas.
Estaba en la sala, sentada en el mueble comiendo y escuchando música cuando me di cuenta de que un sonido que había estado atribuyendo a cambios en la música, era en realidad alguien llamando a la puerta.
Yo estaba en mi bata de dormir y con el cabello en un moño descuidado, sin embargo, no pensé demasiado en eso porque me parecía que podía ser una emergencia pues eran casi las diez de la noche. Al asomarme a la ventana no vi a nadie, así que me dio un poco de miedo, pero miré hacia la calle y vi el carro de Rodrigo.
—¿Rodrigo?— Pregunté por la ventana. Él apareció delante de mí, a través de la ventana. Tenía una expresión que no logré descifrar pero sentí pánico, me parecía que algo andaba mal, quizá Tomás o Martina habían tenido algún tipo de accidente. Abrí la puerta rápido,
—¿Qué pasa? ¿Dónde están los niños? ¿Están bien?— Le pregunté ansiosa.
—Tranquila. Están bien, están en mi casa. Todo está bien.— Me dijo, sonriendo levemente.
—¿De verdad? Entonces…— Comencé a decir pero me detuve. ¿Qué hacía él en mi casa, tan tarde en la noche, si los niños estaban bien? Entonces empecé a entender un poco más su expresión. Me miraba con ojos llenos de dolor y dulzura a cantidades iguales.
—¿Qué hago aquí?— Me dijo. —La verdad es que no estoy muy seguro.— Me dijo y frunció el ceño pero nunca apartó su mirada de la mía. Yo tampoco lo hice. Él se acercó más a mí.
—Susana…— Yo de pronto me eché hacia atrás.
—¿Qué estás haciendo Rodrigo?— Le dije, nerviosa, ansiosa, molesta y triste. La cantidad de sentimientos que se estaban acumulando dentro de mí se hizo cada vez mayor y más confusa.
—Te extraño.— Me dijo sin titubear. —Sé que tú también me extrañas, tienes que hacerlo… No puedo ser solo yo… Tú eres mi esposa Susana, eres la mujer que escogí para mí y sé que me equivoqué, te hice daño… Perdóname, por favor. Todo lo que dije, todo lo que hice… Yo no…— Me dijo y se detuvo, bajó la mirada y tomó mi mano.
Yo no podía creer que él estuviese allí diciéndome todo eso, no después de lo que me había dicho aquella noche, no después de saber que seguía su relación con la chica y que la hacía compartir con nuestros hijos.
—¿Perdonarte?... ¿Qué puedo perdonarte, que me engañaste en mi propia casa o que me echaste en cara que tenías una relación con ella y que ya no querías estar conmigo?— Le dije y las palabras salieron duras y frías.
—Sí. Perdóname todo eso. Creo que esta fue mi crisis de la mediana edad. Yo te necesito.— Me dijo.
—Rodrigo. No puedes pretender llegar aquí…—
—Lo único que pretendo es que logres entenderme.— Me interrumpió.
—Te entiendo… Eso creo. Pero eso no evita que me duela.— Le dije.
—Te traje algo.— Me dijo bajando la mirada. —¿Me dejas traerlo?— Me preguntó.
—¿Dónde está?—
—En el carro.— Yo asentí y él fue. Medio minuto después estaba allí de nuevo con dos de mis películas favoritas, un pote de helado y un paquete de cotufas para microondas. Yo me eché a reír. Acostumbrábamos hacer eso luego de una pequeña pelea.
—Sé que todo está mal, pero quisiera por lo menos por un día volver a sentir lo que es estar contigo.— Me quedé en silencio.
—¿Qué dices?—
—Digo que está bien, quiero ver películas y comer helado contigo, solo por hoy.— Le dije.
Aquella fue una noche que nunca voy a olvidar. La sensación de recuperar mi vida, mi compañía, mi rutina de seguridad y confianza, aunque fuera por un par de horas, fue increíble.
Sin embargo, a la una de la madrugada le preparé la cama del cuarto de huéspedes y yo me acosté en mi habitación, la que solía se nuestra.
Al día siguiente, cuando desperté, él ya se había ido y me había dejado una nota sobre la cama: “No quise incomodarte. Quiero que pienses las cosas bien. Por favor, no dejes que nuestros años de matrimonio de desaparezcan. Te amo.”
Preparé el desayuno para mí, comí sin muchas ganas y me fui a hacer unas compras. Cuando estaba en el supermercado, Cristina me llamó invitándome a almorzar en su casa. Regresé a mi casa, me cambié y organicé lo que había comprado.
Al mediodía me fui a casa de Cristina, ella había preparado sushi con la ayuda de Mimi y ambas me atendieron muy bien. Comimos sushi y luego pie de manzana que Cristina había comprado en la tienda de la esquina.
Conversé con ella un rato y regresé a mi casa. Le escribí a Marcos para preguntarle qué tipo de evento era exactamente el de jazz, así podría saber qué tipo de ropa debía usar. Había estado todo el día pensando en lo que había pasado con Rodrigo pero estaba decidida a salir con Marcos.
Había pautado la cita con él a las siete de la noche, él me iría a buscar. Sin embargo, a las seis Tomás me llamó. Me dijo que quería que fuera a buscarlo lo más pronto posible, que quería irse y luego me explicaría lo que le pasaba.
Yo no hice demasiadas preguntas y salí inmediatamente a casa de Rodrigo a buscarlo. Toqué la puerta pero no respondieron, toqué varias veces más y no sucedía nada. Llamé a Tomás a su teléfono.
—Estoy en la puerta. ¿Dónde estás?—
—¡Mamá! Ya te vamos a abrir. Espera.— Me dijo y colgó el teléfono. Había algo raro en su forma de actuar así que comencé a preocuparme. Estaba bastante ansiosa cuando Tomás abrió. Tenía una enorme sonrisa.
—Hola, ¿estás listo? ¿Me vas a explicar qué pasa? Me vine corriendo.— Le dije. Detrás de él apareció Martina, también sonriendo.
—¿Qué les pasa? ¿Qué los hace sonreír?— Pregunté genuinamente confundida.
—Mamá, pasa. Hay algo que tienes que ver. No preguntes, solo ven.— Me dijo Tomás y los dos me tomaron de las manos y me llevaron dentro de la casa.
—¿Qué pasa Tomás? ¿Para dónde me llevas?... ¿Dónde está tu….?— Me interrumpí cuando entramos al comedor.
El lugar estaba a oscuras, solo iluminado por velas que estaban cubriendo casi todas las superficies vacías de la habitación. En la mesa había un florero con rosas blancas y dos platos, con dos copas y cubiertos.
En los platos había algo de comida que no logré identificar bien a la distancia en la que me encontraba. Cuando estaba a punto de preguntar qué era todo aquello, apareció Rodrigo desde la otra entrada al comedor. Estaba vestido con una camisa blanca que yo le había regalado, se había afeitado y peinado y sonreía.
—Gracias niños.— Le dijo a los niños y ellos salieron de la habitación.
—¿Esto es para mí?— Le pregunté señalando la mesa. Él asintió y me invitó a sentarme.
—Cociné salmón.— Me dijo. —¿Te quedarás a probarlo?—
—Supongo que sí.— Le dije y me senté.
Él conversó conmigo sobre los niños, evitando el tema del divorcio. Hablamos por un rato y comimos, se sentía bien, familiar y cómodo. Sin embargo, había una punzada que me molestaba cada pocos minutos y que tenía que ver con el hecho de que me había engañado y nada podría cambiar eso.
—Tengo tu vino favorito.— Me dijo mientras lo traía de la cocina.
Casi no pude evitar corregirlo. Aquél vino que él había puesto en la mesa es el que yo siempre prefería en nuestras cenas, pero él no sabía que mi vino favorito en realidad era otro, y Marcos me había enviado una botella de él hacía poco tiempo.
De pronto sentí como si me hubiesen echado un balde de agua fría en la cara. Eran las ocho de la noche y yo no estaba en mi casa, además, había dejado el teléfono en la sala de la casa de Rodrigo cuando mis hijos me llevaron a rastras al comedor. Había dejado plantado a Marcos.
—Tengo que ir al baño. ¿Dónde está?— Le dije.
—Está al final del pasillo.— Me respondió un poco extrañado.
Yo me dirigí primero a buscar mi teléfono y luego fui al baño y cerré la puerta. Tenía cinco llamadas perdidas de Marcos y dos mensajes de texto. Estaba a punto de llamarlo y me detuve a pensar.
No sabía qué excusa podía darle y además, no sabía si debía hacerlo. Estaba en medio de una cena con mi esposo, con el hombre a quien había escogido para compartir toda mi vida, me había engañado, me había herido terriblemente pero me parecía que estaba dispuesto a hacer lo que fuere necesario para que lo perdonara.
Comencé a sudar frío. Por primera vez desde que Rodrigo se había aparecido en mi puerta estaba pensando seriamente en todo aquello. No sabía si sería capaz de perdonarlo realmente, temía pasar los años siguientes guardando rencor y sospechando con cualquier llamada que recibiera, pero quizá el riesgo valía la pena.
Quizá tener mi vida de regreso era más importante que todo lo demás. Sin embargo, no podía dejar ir a Marcos, aún no estaba siquiera segura de que pudiera confiar en él, pero me parecía un acto del destino que él hubiese aparecido en mi vida de nuevo. Tenía la cabeza hecha un completo desastre.
Solo estaba segura de que si decidía regresar con Rodrigo, aquél era el momento preciso para dejar lo que tenía con Marcos. Un montón de imágenes de mi pasado y de mi posible futuro se arremolinaron en mi cabeza y lo que pude atajar con mayor claridad fueron los rostros felices de mis dos hijos al vernos a su padre y a mí juntos de nuevo. En ese momento no tuve más dudas.
Salí del baño y dejé el teléfono sobre una mesita que estaba en la entrada del comedor. La expresión de Rodrigo se suavizó cuando me vio entrar.
—¿Me esperaste?— Le pregunté y él asintió.
—Hay postre, así que apúrate porque ya quiero probarlo.— Me dijo riendo. Sirvió vino y puso su mano sobre mi muslo cuando me senté.
—Estoy dispuesto a ser, hacer y decir lo que necesites. Lo que sea. Solo quiero que volvamos a tener lo que teníamos.— Me dijo, tenía los ojos un poco rojos.
—Nunca podremos volver a tener lo que teníamos. Las cosas cambiaron y eso ya no se puede remediar. Si quieres recuperar nuestro matrimonio, tenemos que trabajar en construir de nuevo nuestra relación, no intentando borrar lo que sucedió sino utilizarlo como una base para crecer de nuevo.— Le dije.
—Susana… No me cansaré de decirte cuánto me arrepiento. Y tienes razón, eso es lo que debemos hacer y es lo que haremos, si tú me lo permites.— Me dijo y me besó.
El beso se sintió cómodo, familiar, me sentí segura. Esa sensación era de las cosas más maravillosas que podía obtener de él. Terminamos de comer, conversamos un poco y me fui a mi casa.
No conversamos sobre cuándo volvería a la casa o cuándo le daríamos la noticia a los niños, supongo que él no se atrevió a presionarme más y yo la verdad es que no quería pensar en esos detalles.
Cuando llegué a la casa me di cuenta de que no me sentía tan feliz como hubiese esperado. Me sentí culpable por no haberle respondido nada a Marcos y me sentí vacía. Sin embargo, traté de no pensar en eso y me acosté a dormir.
Al día siguiente en la mañana, Rodrigo llevó a los niños a mi casa. Yo les preparé desayuno a los tres y ellos estaban extasiados. Tomás no paraba de hacer chistes y Martina se reía de todo. A mí me hacía feliz verlos a ellos tan contentos y sentí que eso significaba que había tomado la decisión correcta.
—¿Quieren ir al cine?— Le preguntó a los niños después de desayunar. Los dos gritaron que sí al unísono. Luego, él volteó a mirarme.
—¿Y tú?— Me preguntó.
—Está bien.— Le dije sonriendo.
—Perfecto, entonces, vayan a cambiarse de ropa y salimos pronto.— Les dijo. Ellos se fueron riendo y jugando hasta sus cuartos, dejándonos a Rodrigo y a mí solos.
—Vamos a almorzar y luego a ver la película.— Me dijo, como solía hacer siempre. Se acercó a donde estaba yo y me abrazó con suavidad. Yo lo abracé también, aunque estaba un poco renuente a hacerlo.
—Todo va a estar bien.— Me dijo. Yo no respondí nada.
Él soltó el abrazo y me dijo que saldría un momento porque tenía que comprar un repuesto para su carro. Yo me quedé limpiando un poco el desorden de la casa, tratando de concentrarme solo en eso.
Después de media hora no lo soporté más, tenía que hablar con Marcos. Tomé el teléfono y revisé de nuevo los mensajes que me había enviado, solo me había preguntado que si todo estaba bien, me decía que estaba esperándome afuera de mi casa y luego simplemente: espero que estés bien.
Sentí un retortijón en el estómago. Podía imaginarme su expresión de decepción y su cabello rebelde adornando su rostro. Sin pensarlo más, lo llamé. Contestó rápido.
—Susana.— Me dijo.
—Marcos… Lo siento mucho.— Le dije. Él no respondió. —Todo en mi vida cambió repentinamente y no me di cuenta de que te dejaba plantado. De verdad, espero que puedas disculparme.—
—Tranquila. ¿Todo está en orden?— Me preguntó.
—Sí… Sé que estás molesto.— Le dije, un poco impaciente por su actitud.
—A nadie le gusta que lo dejen plantado, y mucho menos que no te den señales de vida hasta el día siguiente.— Me respondió.
—Lo sé, por supuesto que lo sé. No estoy segura de cómo puedo explicarte esto.— Le dije.
—Susana… esto nunca hubiese funcionado, no funcionó hace quince años, no funcionó ahora y no funcionará nunca. Eres un desastre y yo también lo soy.— Me dijo en voz baja.
—¿De qué me estás hablando Marcos? No funcionó hace años porque tú no quisiste que funcionara, ¡Y no puedes exigirme nada ahora! ¡Absolutamente nada! Ni siquiera debería haberte dirigido la palabra aquél día en tu galería de arte. No te mereces nada de mí y lo sabes. Ahora no te hagas el digno queriendo molestarte porque no te respondí ayer. Eso fue nada comparado con lo que tú me hiciste. Y aún así…— Le dije pero me detuve.
—¿Y aún así? ¿Aún así quieres estar conmigo? ¿Es eso Susana?— Me preguntó con violencia y yo colgué el teléfono. Continué limpiando la casa pero estaba de un humor terrible así que lo que hacía era más golpear las cosas que limpiarlas. Tomás se acercó a mí y me pidió que lo ayudara a pasar uno de los niveles de su videojuego, él y yo jugábamos de vez en cuando, yo no tenía muchas ganas pero él estaba tan emocionado que decidí hacerlo.
Jugué un rato con Tomás y logré pasar el nivel que él quería, en cuanto lo hice me fui a mi cuarto a pensar con claridad. No sabía definir qué pasaba conmigo y me estaba desesperando.
Rodrigo estaba a punto de venir a buscarnos para salir como una familia de nuevo, y eso estaba bien, era lo que había deseado toda mi vida y nunca había dudado de que quería estar con él durante nuestros años de matrimonio.
Incluso luego de su traición, creía posible que hiciéramos funcionar nuestra relación, podía entender que quizá había vivido su crisis de la mediana edad o lo que fuera que hubiese pasado. Sin embargo, Marcos estaba ahí y yo parecía no poder deshacerme de él.
En ese momento sentía que lo odiaba, me sentía impotente ante su actitud, no entendía cómo podía ser tan imbécil y aún así hacer que yo pensara en él, que quisiera estar con él. Porque lo que más me había molestado de su llamada es que tenía razón, tenía toda la razón: a pesar de todo, yo quería estar con él. Estaba pensando en todo aquello cuando llegó Rodrigo.
Los niños se emocionaron y salimos los cuatro.
—¿Qué quieren comer?— Preguntó Rodrigo desde el asiento del conductor, justo cuando acabábamos de arrancar. Martina y Tomás no se decidían y yo propuse que comiéramos pollo frito.
—Síiiii, eso, por favor, por favor, eso.— Dijo Martina.
—¿Y tú Tommy, quieres pollo frito?— Le pregunté.
—Sí, quiero pollo frito.— Respondió.
—Decidido, entonces. — Dijo Rodrigo.
Así que fuimos a nuestro lugar favorito de pollo frito. Apenas llegamos comenzó a sonar mi teléfono, Marcos me estaba llamando. Yo le quité el sonido pero me fijé que me llamó tres veces seguidas.
Tuve que contenerme muchísimo para no contestarle, quería insultarlo, quería reclamarle todo lo que no le había reclamado hace años y quería culparlo a él de hacerme sentir infeliz con mi vida que antes consideraba perfecta.
Rodrigo notó que algo raro pasaba, no me quitaba la mirada de encima y se puso un poco silencioso.
Los niños comenzaron a discutir tanto que Martina terminó llorando. Rodrigo y yo les dijimos que se acababa la salida si no se aprendían a portar bien. Ellos discutieron un poco más pero lograron tranquilizarse, así que compramos las entradas para ver la película en el cine.
La vimos y yo traté de disfrutar el paseo, y logré. Me sentí contenta, tranquila, estable. Vivimos un día normal, igual a todos los días anteriores en los últimos años. Rodrigo se veía satisfecho y los niños también. Yo estaba bastante satisfecha y me pregunté si sería capaz de asumir eso como el resto de mi vida.
Habíamos sido una pareja feliz, quizá no del tipo de felicidad que te hace llorar o no creerte tu vida por un instante, pero del tipo que te hace sentir en paz y segura.
Recordé en ese momento a mi padre y cómo me había repetido tantas veces que debía buscar la estabilidad emocional, que los amores apasionados eran para la adolescencia, que eran cortos y poco funcionales.
Siempre se sintió feliz de que escogiera a Rodrigo como esposo, le parecía un hombre responsable, serio. Yo estaba muy feliz de que él estuviera feliz y Rodrigo me parecía perfecto en aquel entonces.
Sin embargo, siempre sentí una especie de vacío en mi corazón, no había logrado atajar el motivo y trataba de olvidarme de él pero ahora sabía que siempre había sido así, y que por eso, siempre recordaba con dolor los días en los que era novia de Marcos.
Solo con Marcos había sentido verdadera pasión y nunca logré revivirla, ni siquiera algo parecido… hasta que volví a encontrarme con él en su galería, y esa certeza me aterró.
Cuando llegamos a la casa, Rodrigo le dijo a los niños que fueran a bañarse porque estaban sucios de tanto correr en el parque al que los llevamos después del cine. En cuanto se fueron me habló.
—¿Cómo te sientes?—
—Bien, ¿y tú?— Le dije.
—Muy bien. Pero sabes a lo que me refiero… Susana, yo quiero volver a la casa.— Me dijo, mirándome con ojos tristes.
—Lo sé… Yo también quiero que vuelvas. Ya somos una familia de nuevo. Pero Rodrigo… No podemos evitar el tema por siempre.— Le dije.
—Claro que no, pienso que deberíamos hablarlo ahora mismo para poder seguir adelante, para poder dejarlo en el pasado.— Me dijo. Él dudó un poco pero respondió.
—Mi relación con ella fue una especie de noviazgo. Después de que tú y yo nos separamos. Exageré un poco esa noche cuando discutimos al decirte que tenía algo con ella tan estable. Realmente nos veíamos esporádicamente, ella me llamaba cuando quería y yo accedía.
>>No trato de justificarme, solo te explico los hechos como son. Pero me sentía… Me sentía vacío, confundido. La verdad es que sentía que yo ya no te interesaba realmente y pues… ella demostró mucho interés en mí.— Me dijo.
Yo no sentí nada con respecto a eso. Estaba intentando no despreciarlo por haberme engañado, pero me di cuenta de que no lo hacía. Simplemente quería saber genuinamente cómo había sucedido todo.
—¿Por qué se la presentaste a nuestros hijos?— Le pregunté.
—Porque quería que te enteraras. Quería que supieras que yo estaba bien, que tenía una relación con ella, que era joven y linda… Quizá te suene absurdo, pero era lo que verdaderamente estaba pensando. No sé porqué, pero necesitaba demostrarte que era los suficientemente bueno.— Me respondió.
Hablamos un poco más y le pedí a Rodrigo que me diera una semana para organizar mi mente y que luego de eso, él podría mudarse de regreso a la casa. Accedió a regañadientes y prometimos no decirle nada a los niños hasta que todo estuviese completamente arreglado.
Yo no tenía nada que organizar en mi mente con respecto a lo que habíamos hablado, el motivo por el que había retrasado su regreso a la casa era simple: Marcos. Había sacudido todo mi mundo con un par de encuentros y me sentía desesperada.
Un par de días después, yo seguía bastante nerviosa y preocupada por las decisiones que debía tomar en mi vida personal así que no había podido concentrarme en la escritura. Los niños habían estado portándose bastante bien y Rodrigo me había llamado una vez al día todos los días desde nuestro último encuentro.
Sonó la puerta y era Cristina. Me dijo que estaba cerca de mi casa porque había llevado a Mimi a estudiar en casa de una compañera de clases y decidió pasar a saludarme. Le serví café y nos sentamos a conversar.
Me contó que estaba saliendo con un hombre que le agradaba mucho y que quería que yo lo conociera, así que me invitó a la fiesta de cumpleaños de la sobrina del hombre. Yo acepté porque quería distraerme pero era esa misma noche así que me fui con ella a la peluquería para arreglarnos porque un evento bastante elegante.
Estuvimos toda la tarde haciendo eso y luego fui a vestirme a mi casa y esperar que ella me avisara que podía salir.
Estaba un poco ansiosa pero no sabía exactamente porqué. En cuanto Cristina me llamó, salí en mi carro hacia el lugar, era bastante lejos y apenas llegué me di cuenta de que ya había estado allí con Rodrigo hacía algunos años, en una fiesta de su trabajo.
Cristina me presentó al hombre con el que salía, se llamaba Alberto y era increíblemente guapo, tenía aspecto de modelo profesional pero me dijo que era ingeniero civil.
Era conversador y tendía a hacer chistes no tan buenos constantemente, de los que mi amiga se reía con muchas ganas. Luego de unos minutos, me sentía completamente aburrida.
Había un montón de chicos jóvenes bailando, posando para fotos y bebiendo alcohol ligero por todos lados, y la música me molestaba. Cristina, además, no se despegaba de su pareja y yo me había cansado de escucharlo hablar de las mismas cosas superficiales una y otra vez.
Me puse a dar vueltas por el lugar, que era enorme, con la excusa de que iba a buscar una bebida. Me senté en un área bastante alejada que daba hacia la puerta y vi entrar a un grupo grande de personas.
Entre ellas, lo pude identificar sin dificultad, estaba Marcos. Sentí que mis manos comenzaban a sudar frío. Me levanté del asiento sin saber qué hacer. No quería encontrarme con él, no quería hablar con él, no quería enfrentarlo ni quería enfrentarme a mí misma en esa situación.
Además, sentía que no podría controlar mi descontrol emocional y que él lo notaría. Quería salir corriendo de aquel sitio pero Marcos estaba cerca de la puerta y tampoco podía irme sin darle una explicación a Cristina.
Decidí entrar al baño de mujeres y esperar allí a que Marcos y sus amigos encontraran su mesa, deseando que esa mesa estuviese alejada de la entrada. Esperé allí unos veinte minutos y salí, no lo vi por ningún lado así que decidí caminar con paso firme hacia la salida, rezando porque mi amiga y su nuevo novio no me vieran.
Lo logré y me monté rápidamente en el carro sin pensarlo más. Llamé a Cristina mientras manejaba y le expliqué que me había sentido mal repentinamente, que probablemente algo me había caído mal.
Ella no me prestó demasiada atención y yo me tranquilicé. Llegué a mi casa y me dormí de inmediato. Al día siguiente, estaba almorzando sola en la cocina cuando llegó la llamada que había estado temiendo y esperando en partes iguales.
—¿Qué quieres?— Le dije apenas cogí la llamada.
—A ti.— Me respondió Marcos sin dudarlo.
—Estoy casada.— Le dije.
—Divórciate.— Me dijo con firmeza.
—¿Y si no quiero?— Le pregunté, desafiándolo como una adolescente.
—Ya habrías colgado el teléfono.— Me respondió.
—Eres un arrogante.— Le dije.
—Veámonos hoy.— Me pidió.
—No.—
—¿Estás realmente confundida?— Me preguntó.
—Sí… absolutamente.—
—¿Cuánto tiempo necesitas para aclarar tus dudas?—
—No lo sé Marcos, no es algo matemático.—
—Esperaré dos semanas. No te buscaré. El viernes dentro de dos semanas estaré en el restaurante al que fuimos la última vez, esperaré hasta las ocho de la noche, si no estás allí entenderé que te decidiste por él y no sabrá más de mí.— Me dijo con lentitud.
—Marcos…— Dije, dudando.
—Solo quiero que puedas pensar con tranquilidad. Por favor… No te aparezcas en el restaurante si no estás lista para estar conmigo.— Me dijo con fiereza.
—No lo haré. ¿Podríamos reducir el tiempo al próximo viernes?— Le pregunté, pensando en la promesa que le había hecho a Rodrigo de que luego de una semana hablaríamos de su regreso a casa. Además, no quería alargar más la situación. Si iba a doler, mejor que doliera pronto.
—Bien. El próximo viernes. Hasta pronto.— Me dijo y colgó.
El plan de Marcos me parecía romántico y cruel al mismo tiempo. Pero esa mezcla me atraía, me parecía que la decisión que debía tomar valía la pena la tragedia del resultado. Así que decidí añadirle aún más drama al asunto y le propuse lo mismo a Rodrigo.
—No estoy segura de que esto sea lo correcto Rodrigo. Después de todo, me engañaste y eso nunca lo podré olvidar.— Le dije por teléfono.
—Por favor… Por favor Susana, no hagas esto, piensa en lo que teníamos, en lo que tenemos porque aún sigue vivo, en todos nuestros planes. Piensa en Tomás y en Martina….— Me dijo y el hecho de que me rogara de aquella manera me hizo sentir rechazo.
—Aún no he decidido nada. Solo te pido que no me insistas y que te comprometas a esperar al viernes. Si estoy allí a las ocho de la noche sabrás que nuestro matrimonio seguirá en pie, si no estoy, eso significa que estoy completamente decidida a separarme de ti y que no quiero escuchar más nada sobre el tema.— Le dije.
—Esto que estás haciendo es cruel y absurdo. Pero lo haré para demostrarte que soy capaz de hacer cualquier cosa para que me perdones. Espero verte allí el viernes Susana.— Me dijo.
—Yo espero poder tomar la mejor decisión. Buenas noches.— Le respondí y colgué.
Esos días fueron de los peores de mi vida. Incluso me enfermé de una gripe horrorosa que me mantuvo en cama por treinta horas seguidas.
Cuando superé la gripe, traté de mantenerme activa con todas las labores del hogar y de los niños, así que me cansé tanto que el jueves estuve en cama todo el día también. Me daba risa mi propio locura pero no sabía cómo controlarla.
Llegó el viernes más rápido de lo que esperaba y sentí como si mi estómago hubiese salido volando. Estaba muerta de miedo, llena de nervios y con el corazón en tensión.
Mi cabeza seguía dando vueltas y vueltas sin parar alrededor de los pros y contras de cualquier decisión que tomara, incluyendo estar sola. Se hicieron las siete de la noche y seguía con un nudo en la garganta y un desorden en la cabeza.
Sin embargo, apenas me monté en el auto me di cuenta de que siempre había sabido hacia dónde quería manejar y que simplemente había estado intentando obligarme a hacer lo contrario.
Lo que mi corazón quería se me reveló como un descubrimiento divino en ese momento, no porque no estuviese consciente de mis sentimientos anteriormente sino porque no veía la decisión que debía tomar tan claramente ante mí.
Arranqué el motor de mi carro y toda la tensión en mi garganta y en mi estómago se desapareció. Manejé serena hasta el lugar de encuentro. Me bajé con cautela, midiendo mis pasos con cuidado para no acelerarme, para entrar demostrando la tranquilidad y la certeza que sentía en mi interior.
Entré al lugar y no lo encontré a la primera mirada, caminé un poco hasta que lo vi, Estaba sentado de espaldas hacia donde yo me encontraba y se peinaba el cabello ansiosamente hacia atrás. Tenía una chaqueta oscura y el mismo cabello alborotado de siempre. Me acerqué a la mesa y él volteó.
—Estaba a punto de pedir por ti. Te tardaste.— Me dijo con una sonrisa pícara. Yo me senté frente a Marcos, le tomé la mano y comprobé que era aquella mano que quería seguir sosteniendo siempre.