PAÍS RELATO

Autores

saskia walker

pillado en el acto

CAPÍTULO 1
¿Qué tenía su olor, para que él lo percibiera desde el otro extremo de la habitación? Liam O’Neil miró a la guapa ingeniera de software, que estaba al otro lado de la oficina.
Estuviera donde estuviera, él podía oler su perfume. Y como la oficina era un espacio abierto, también podía verla, y sentir su intensa mirada.
Sobre todo, porque ella lo estaba acosando.
Chrissie Stanfield se cruzaba en su camino cada vez que tenía la oportunidad. Parecía que tenía que vigilar lo que estaba haciendo varias veces al día. Aunque estuviera debajo de un escritorio instalando cables nuevos, la veía pasar por allí, y tenía que parar lo que estuviera haciendo para admirar sus piernas.
Alzó la cabeza y le sonrió al sorprenderla mirándolo de nuevo. Ella se molestó y apartó la vista sin devolverle el saludo.
«Demasiado tarde, pequeña fresca, te he pillado».
Liam sabía que ella desconfiaba de él desde el primer día. Estaba en una misión encubierta, investigando una posible brecha en la seguridad informática de una importante empresa de diseño de software bancario. Alguien estaba robando y vendiendo su código. Para su alivio, no era Chrissie. Sin embargo, poder mirarla le animaba el trabajo.
En aquel momento, a ella se le notó mucho que estaba contrariada por el hecho de que él la hubiera sorprendido mirándolo. Tenía un mohín monísimo, y él tuvo ganas de abrazarla. Preferiblemente en posición horizontal.
Era menuda y rubia, con un cuerpo físicamente compacto, que sugería que él podía sentarla en su regazo. Desnuda. También era una mujer con mucho carácter. ¿Cómo sería en la cama, con aquella pasión y aquel descaro a todo gas? Con solo pensarlo, se excitó. Agitó la cabeza. Menos mal que ya estaba casi a punto de resolver aquel caso; de lo contrario, ella sería una peligrosa distracción.
Pese a la preocupación que sentía por la personalidad sexual de Chrissie, también sabía que estaba molesta porque había algo entre ellos. El fuego de sus ojos se lo decía, y también su contrariedad cuando intentaba charlar con ella. No había forma de ocultarlo. Era el tipo de choque que se producía cuando uno deseaba a alguien a quien no quería desear. Pero él esperó su oportunidad. Tenía que hacer un trabajo, pero también era divertido ver que ella lo vigilaba. En aquel aspecto eran almas gemelas. Si ella quería vigilarlo por la oficina, él no iba a poner objeciones, porque estaba acercándose a él, y él estaba esperando a que ella saltara para volverle las tornas.
–El nuevo tío de informática tiene un cuerpo estupendo, ¿verdad?
Chrissie alzó la vista al darse cuenta de que alguien estaba hablando con ella. Theresa, su jefa, estaba sobre su escritorio, mirándola con cara de diversión.
Theresa asintió hacia la dirección en la que había estado mirando Chrissie.
–¿O es que estabas admirando su inteligencia?
–No me había dado cuenta –dijo Chrissie, mintiendo–. Pero tiene algo que me molesta –añadió.
El hecho de que Theresa la hubiera sorprendido mirando a Liam irritó a Chrissie, porque pensaba que estaba siendo sutil. Sin embargo, no pudo evitar volver a mirarlo. Él estaba agachado junto a la torre de un PC, junto a un escritorio, a unos diez metros de ellas, al otro lado de la oficina. Su posición le ofrecía una visión perfecta de su físico, bajo la camiseta de algodón de manga larga y los vaqueros negros y ajustados que llevaba. Una parte de ella sabía que merecería la pena tenerlo entre los muslos. ¿Qué demonios le ocurría? Normalmente, ella nunca se fijaba en si un hombre tenía un buen trasero o no, pero el trasero que estaba mirando en aquel momento estaba tan en forma que atrapaba su atención. Tenía unas ganas incontrolables de tocarlo. Se pasó un dedo por la línea del escote de su camiseta y permitió que le entrara un poco de aire fresco bajo la tela. ¿De dónde demonios salían aquellas ideas?
–Ya has visto el memorándum de la oficina central – añadió–. Tenemos que estar alerta.
Theresa sonrió.
–Es demasiado nuevo.
Chrissie la miró de reojo.
–Tal vez no. He comprobado las fechas, y no me fío de él.
–Eres muy observadora –le dijo Theresa, guiñándole un ojo–. Tú sigue vigilándolo.
Chrissie hizo un mohín cuando su jefa se dio la vuelta.
Sin embargo, no podía negar que él era un hombre muy atractivo. ¿Qué demostraba eso? Que no tenía buenas intenciones; estaba segura. Tenía algo sospechoso, y lo que era más fastidioso todavía, algo que le resultaba vagamente familiar. Si era él el ladrón de software, y ella tenía la certeza de que lo era, entonces tal vez lo hubiera visto en otro lugar, quizá en una convención. Seguramente, habría querido conocer a la gente que trabajaba en aquella oficina antes de infiltrarse en ella.
Les habían pedido que permanecieran atentos. Una empresa de la competencia había publicado un código de programación sospechosamente parecido al suyo pocos días antes de que el suyo saliera al mercado. La dirección no estaba segura, pero tal vez algún empleado hubiera robado el software en el proceso de producción. Tenía que ser Liam. Al principio, ella había pensado que el ladrón era Ted Warburton. Siempre había sido un tipo callado y muy reservado. Sin embargo, Liam había sustituido rápidamente a Ted en su lista de sospechosos. Lo fulminó con la mirada, y su irritación se multiplicó al ver que él le sonreía como si nada. Maldito caradura. Ella apartó la mirada; sospechaba de él, y además, odiaba el efecto que tenía en ella. Siempre conseguía que se sintiera excitada. Descruzó las piernas y volvió a cruzarlas, y apretó los muslos. Que Liam estuviera allí era una casualidad, nada más.
Lo que le llamaba tanto la atención era el hecho de que él estuviera tan fuera de lugar. Parecía que hacía pesas para ganarse la vida. En su oficina de las afueras de Londres, donde los demás empleados eran cerebros de la tecnología poco atractivos por lo general, aquello no era corriente. Él era toda una distracción, y estaba empezando a obsesionarla. Estaba húmeda y excitada. No era la primera vez aquella semana que iba a tener que irse al servicio a masturbarse. Y eso nunca le había sucedido en su lugar de trabajo.
–¿Quieres que te traiga algo de comer?
Era Liam.
Ella irguió la espalda.
–Voy a la cafetería –añadió.
–No. Gracias.
Él apoyó las dos manos en su escritorio y se inclinó de un modo provocativo, mirándola como si estuviera a punto de devorarla a ella, y no uno de los enormes bocadillos que se comía normalmente.
–¿Estás segura de que no puedo tentarte?
Ella se ruborizó, y eso, con su piel pálida, era muy fácil de notar.
–No.
Él arqueó una ceja.
–Es una pena. Me gustaría verte caer en la tentación. Estoy seguro de que sería magnífico ver desencadenarse todo ese fuego que ahora está contenido.
Ella lamentó que su cuerpo respondiera de aquel modo. De repente, sintió una punzada de dolor en el sexo, porque parecía que él le estaba ofreciendo una vigorosa sesión entre las sábanas. Sin embargo, él era el menos indicado para aquel tipo de relaciones; Chrissie estaba convencida de ello. No podía estarse quieta, así que se colocó en la silla y se agarró al bajo de la minifalda para guardar el equilibrio.
–No te hagas ilusiones, eso no va a suceder.
–No estés tan segura –replicó él, sonriendo.
Chrissie frunció el ceño y lo miró con severidad.
–Ese mohín tuyo es muy sexy –añadió Liam. Después movió la cabeza sin dejar de sonreír, y se alejó.
¿Mohín? Lo que ella quería era poner cara de desagrado, pero parecía que no podía confiar ni siquiera en su expresión facial cuando él estaba cerca. Le clavó un puñal, con la mirada, en la espalda. Estaba tan seguro de sí mismo… Tenía un modo de andar relajado, y bajo la ropa se le notaba el movimiento de los músculos de la espalda. Irradiaba un poder sutil. Aquel hombre era pura masculinidad. Eso, y su forma de mirarla, con los ojos llenos de insinuaciones y buen humor, la excitaban peligrosamente.
Se puso en pie y se dirigió hacia el servicio de señoras, fingiendo que no oía lo que le decía una de sus compañeras al pasar. No estaba de humor para charlar. Por suerte, no había nadie en el servicio. Entró en uno de los compartimentos, cerró la puerta y apoyó la espalda en ella. Posó uno de los pies en la tapa del inodoro y maldijo a todos los hombres en general, y a Liam en particular. Entonces, se metió la mano entre los muslos y cerró la palma sobre su sexo. Se lo apretó con fuerza, buscando un poco de alivio, y movió las caderas hacia delante y hacia atrás. Se rozó el clítoris a través de las braguitas de encaje, con la mente llena de imágenes de Liam, sobre ella, dentro de ella, poseyéndola, diciéndole que necesitaba aquello y que él iba a asegurarse de que lo consiguiera.
Él había salido del edificio, y sin embargo, seguía obsesionándola. Con un juramento entre dientes, se metió la mano en las braguitas y se acarició el clítoris. Casi podía oír su voz, su tono sugerente, y se lo imaginó mirándola mientras ella se masturbaba en el baño. Se metió un dedo en el sexo y apretó la palma de la mano contra el clítoris para llegar al clímax. Él habría disfrutado de aquella imagen, por supuesto, porque seguro que era del tipo de hombre que quería mirar a una mujer masturbándose. Su sexo se contrajo y a ella le falló la pierna sobre la que se sostenía. El calor se intensificó en su interior, y cuando el placer se adueñó de su sexo y le recorrió toda la piel, gimió en voz baja, detestando a aquel hombre que hacía que lo deseara tanto.
CAPÍTULO 2
Liam se había quedado en la oficina después del cierre. Chrissie lo había visto meterse en el despacho de Theresa después de que ella se hubiera marchado, pero no lo había visto salir. Se le aceleró el pulso. Liam tenía que encargarse del buen funcionamiento de los equipos informáticos de la oficina, porque era parte de su trabajo, pero no debería estar allí a aquellas horas. Así pues, ella se tomó su tiempo ordenando el escritorio, y vio que el último de sus compañeros de trabajo salía del edificio. ¿Dónde estaba el guardia de seguridad? Normalmente llegaba a aquella hora, comprobaba que se había marchado todo el mundo y cerraba. Llegaría pronto, en el momento perfecto.
Después de que todo quedara en silencio, ella se levantó, tomó su teléfono móvil y activó su cámara. Si pudiera pillarlo con las manos en la masa… Se le aceleró el corazón. Si podía demostrar que el ladrón era Liam, él se iría. Se detuvo un momento. Quería sorprenderlo, y al mismo tiempo, no quería. Era retorcido, y lo sabía, pero la idea de enfrentarse a él era embriagadora, y ella no podía contenerse. A medida que se acercaba a la puerta del despacho de su supervisora, lo vio colocándose detrás del escritorio. Cualquiera que no supiera nada pensaría que él solo estaba apagando el ordenador, o haciendo alguna comprobación en el equipo. Sin embargo, sospechaba de él, y sentía una gran curiosidad. Se quedó en el umbral de la puerta del despacho y le hizo una fotografía. Después, puso el teléfono en la mesa que había fuera del despacho de Theresa para que él no lo viera.
Se cruzó de brazos y le lanzó una mirada fulminante.
–Con las manos en la masa –dijo. No pudo evitar sentirse satisfecha de sí misma.
Liam miró hacia arriba y sonrió lentamente. No debió de sorprenderse al verla, porque su postura era relajada y no se alteró en absoluto.
Ella ya tenía la prueba de que él era un ladrón. Sin embargo, cosa extraña, no parecía que él se fuera a ninguna parte. De hecho, miró su reloj, como si estuviera calculando cuánto tiempo libre tenía para charlar con ella. Tenía una cara dura prodigiosa.
–¿Con las manos en la masa? –dijo él, y siguió sonriendo con cierta petulancia. Ella tuvo ganas de abofetearlo–. No estaba haciendo nada. Todavía no, por lo menos.
¿Por qué siempre parecía que estaba hablando de sexo? «Y además, ¿por qué estoy yo pensando en el sexo?».
–Tú no tienes por qué estar aquí. Ninguno de los dos, en realidad. Son las normas de la empresa. No se hacen horas extra, a menos que sean acordadas de antemano.
–¿Y por eso me has seguido hasta aquí? –preguntó él. Su expresión era muy insinuante. La miró de arriba abajo y añadió–: ¿Estás segura de que no hay ningún otro motivo por el que quieres estar aquí conmigo, a solas?
A ella se le encogió el estómago.
Soltó una risa forzada.
–Vamos, no te hagas ilusiones. Eres el ladrón, por eso estamos aquí. Llevo vigilándote durante días.
De nuevo, no pareció que él se sorprendiera. De hecho, parecía que se lo estaba pasando muy bien. Estaba sentado en la silla de Theresa, y tenía una postura perezosa y segura que sugería que no le preocupaba en absoluto que ella lo hubiera encontrado allí. Tal vez era su deseo. Al pensarlo, quiso marcharse, pero por algún motivo no pudo hacerlo.
–Sé que me estabas vigilando, Chrissie. Y he disfrutado mucho con tu atención hacia mí.
–El de seguridad va a venir dentro de un minuto para cerrar –le soltó ella.
De repente, se le alteró el pulso. ¿Acaso era aquello una especie de trampa? Justo cuando se le pasaba por la cabeza, las luces comenzaron a apagarse una a una. Estaban solos. La única iluminación era una mortecina luz de seguridad que había en aquel despacho; las farolas de la calle enviaban un brillo poco agradable a través de las lamas de las persianas.
Él se puso en pie y se apartó del escritorio.
–¿De veras soy el ladrón? Vaya, pues en ese caso, ¿por qué tú me interesas mucho más que afanar el ordenador y marcharme de aquí –preguntó, señalando el PC.
–El PC tiene una contraseña de entrada –dijo ella. Cada vez sentía más pánico. ¿Qué estaba haciendo allí, a solas con aquel hombre?
–Theresa ha sido descuidada. Ha dejado sus archivos accesibles. Este lugar es laxo con la seguridad –dijo él, y se acercó a ella–. Yo prefiero mirarte a ti que a un montón de filas de código. Me gusta la idea de que tengamos un rato para estar a solas en la oficina –le explicó, y arqueó las cejas. En la penumbra, sus ojos relucían.
Más allá de su persona, por la ventana, Chrissie veía los coches recorriendo la autopista. Aquella zona empresarial estaba tranquila. Aparte del guardia de seguridad, que ya llegaba tarde, no había nadie más. Ella no había pensado en nada más que en hacer su acusación, en sorprenderlo a solas. Sin embargo, ahora estaban allí, y él se dirigía lentamente hacia ella.
Pese a sus sospechas, su cuerpo respondió salvajemente al hecho de saber que él la deseaba. Se le puso el vello de punta, y tuvo un cosquilleo en el sexo.
–Con halagos no vas a conseguir nada. Sé que solo quieres distraerme.
–¿Y por qué estás tan segura? –preguntó él. Con aquella mirada insinuante estaba incluso más atractivo de lo normal. ¿Cómo era posible?
Chrissie se dio cuenta de que estaba excitado. Y, por enésima vez desde que lo conocía, se preguntó qué aspecto tendría desnudo. Oh, Dios.
–Se me ocurren cosas mucho mejores que robar el código de programación de un software, créeme. Además, tú también puedes ser la ladrona, que yo sepa. Puede que seas tú la que está pasando el código a tu cómplice, por las noches.
Ella volvió a reírse forzadamente.
–Llevo cinco años trabajando para esta empresa. Me enorgullezco de mi lealtad.
Él se encogió de hombros.
–Puede que no estés conforme con tu sueldo –dijo, y siguió caminando hacia ella. Pasó a su lado y la rodeó. Eso puso muy nerviosa a Chrissie, pero permaneció clavada en el suelo.
–Tal vez tengas un vicio secreto, algo para lo que necesitas dinero extra.
Le tocó el hombro ligeramente, y ella giró la cabeza hacia atrás. Él tenía los ojos entornados; estaba concentrado en provocar una reacción. El olor de su colonia era tentador; tenía notas de madera, pero era intenso y térreo al mismo tiempo. Y por debajo de aquel olor a colonia había otro que era completamente masculino.
–Si fuera así –respondió ella–, ¿por qué iba a estar aquí ahora, cuando tú también estás?
–No lo sé, Chrissie. ¿Por qué estás aquí? –preguntó él, y sonrió. Para él todo parecía una broma. Eso iba a ser la perdición de aquel hombre, estaba segura. Lo que no sabía era por qué había permitido que se le acercara tanto. ¿Por qué no se había alejado de él?
Tragó saliva. «Porque lo deseo».
Él comenzó a mirarla con seriedad. Ella oía los latidos de su propio corazón, que se le aceleró cuando él le puso una mano en la nuca y le inclinó la cabeza hacia atrás.
–Conozco una manera perfecta de demostrar que tú no estás aquí a causa de ese código.
En parte, ella suponía lo que estaba a punto de hacer, y lo deseaba. Lo miró a los ojos y renunció a seguir actuando.
–Ahora voy a besarte.
–Lo sé.
Ella no habría podido detenerlo ni aunque hubiera querido, y no quería. Cuando sus labios la rozaron, ella gimió suavemente, y ya no pudo resistirse más. Él la invitaba a disfrutar, y ella se aferró a él con unas manos anhelantes, después de perder la capacidad de pensar con lógica.
Él tenía una boca cálida, firme y sensual, y la besó con suavidad al principio. Después, inquisitivamente. Cuando Chrissie respondió, él la estrechó contra sí y le pasó la lengua por los labios hasta que ella los abrió para recibirla. Entonces, la besó profundamente, conquistándola en un momento. Ella notó que su cuerpo era fuerte, cálido y lleno de vida, y se moldeó contra él. Mientras se besaban, él la abrazaba, ella sentía hasta el último centímetro de él, incluido el bulto de su entrepierna.
Se movieron juntos hasta el escritorio. Ella notó el borde duro del tablero contra los muslos, y se agarró a él con una mano.
–Siéntate en la mesa –le dijo él. La sentó allí y le acarició los hombros. Su rostro estaba entre las sombras, pero ella adivinó la lascivia reflejada en sus rasgos.
–Liam –susurró con inseguridad.
Él le acarició los labios con el dedo pulgar para que guardara silencio. Él le bajó el escote del jersey hasta los codos y le aprisionó los brazos contra los costados. Se inclinó hacia ella e inhaló su esencia. A ella se le pusieron de punta todos los nervios que tenía bajo la piel, y notó una tensión muy fuerte en los pechos como respuesta a su proximidad. Entonces, Liam le apartó uno de los tirantes de la camiseta con la boca y la besó allí, y ella notó su respiración caliente en la piel. Con una mano la sujetó, como si temiera que ella echara a correr, y con la otra, despejó el escritorio, tirando los papeles y el equipo al suelo. Después hizo que se tendiera en la mesa y se colocó entre sus muslos.
Su intensa masculinidad la envolvió, y cuando él le separó las piernas, ella se retorció de deseo. Él la colocó con las caderas al borde del escritorio, y le recogió la falda en la cintura. Chrissie notó el bulto de su miembro en la unión de sus muslos, a través de la tela de los pantalones vaqueros de Liam. Su clítoris latía con fuerza, y aquella presión solo servía para empeorar las cosas. Él le bajó la camiseta de tirantes por los pechos y le besó el escote mientras tiraba también del sujetador para tener acceso a sus pezones, maltratándole la ropa para poder salirse con la suya.
Cuando el tocó uno de sus pezones, ella sintió algo muy parecido a un pinchazo que se le repitió, como un eco, por dentro. Y cuando él cerró la boca cálida y húmeda alrededor de aquel pezón erecto, y se lo acarició con los dientes, ella se volvió loca. Gimió en voz alta y movió la cabeza de un lado a otro por el escritorio. La tensión era insoportable. Movió las caderas y arqueó la espalda. Quería envolverlo con las piernas y tomarlo dentro de su cuerpo.
–Quiero saborearte –dijo él, y se agachó.
Atrapó con la boca su clítoris hinchado y pasó la lengua sobre él rápidamente.
–Liam… Liam, por favor.
–Sí, lo sé –susurró él, y su respiración caliente le acarició los pliegues más sensibles del cuerpo–. Lo sé. Yo también lo deseo.
Liam se apartó de Chrissie, y ella vio que abría el paquete de un preservativo.
Iban a hacerlo. Iban a hacerlo de verdad. Era escandaloso hacerlo allí, a aquellas horas, en un escritorio. Sin embargo, ella lo deseaba con todas sus fuerzas. Se quitó una de las sandalias y elevó una rodilla contra su cadera a modo de invitación. En la penumbra, apenas distinguió a Liam mientras él se ponía el preservativo, y lo lamentó. Hubiera querido verlo todo. Sin embargo, cuando él le pasó los dedos por el borde de encaje de las braguitas y se las bajó por las piernas, dejó de importarle todo lo que no fuera aquella penetración.
Él empujó en su abertura, y ella elevó las caderas y le susurró palabras de ánimo. Liam se hundió en ella.
–Oh, sí, Liam. Oh, Dios, sí…
Su miembro era muy grueso y estaba muy endurecido. La abrió poco a poco, y ella se aferró a sus hombros y subió las caderas para poder acogerlo por completo. Se frotó contra su cuerpo cuando él llegó al final del recorrido, y le clavó las uñas en los hombros mientras encontraban el ritmo del otro. Debido a aquellos días de tensión sexual, lo hicieron rápidamente, con furia, de manera gloriosa. A cada acometida, él la llenaba tan completamente que le cortó la respiración. Cada vez que él se retiraba de su cuerpo, ella quería más y más, porque se acercaba al clímax.
Al sentirlo, giró la cara. No quería admitir el poder de aquello. Sin embargo, susurró su nombre y después, al llegar al éxtasis, lo pronunció con un grito. Su sexo se contrajo, se relajó y volvió a contraerse, ciñendo el miembro viril. Él se puso rígido y buscó su boca, besándola ciegamente, y Chrissie se aferró a él con todas sus fuerzas. El mundo real se entrometía de nuevo, rápidamente, formulándole viejas preguntas en la cabeza y estropeando las sensaciones posteriores a aquella relación. Sin embargo, ella no quería que él fuera el ladrón; quería que fuera el nuevo encargado del equipamiento informático, simple y llanamente, y pospuso aquellas preguntas todo lo que pudo.
CAPÍTULO 3
–¿Eres el ladrón? –le preguntó Chrissie de mala gana, cuando él se incorporó para recuperarse de aquello. Sus pensamientos cambiaron cuando miró la hora.
Liam negó con la cabeza y le besó la punta de la nariz. Por fin habían superado el abismo que había entre ellos. Se sentía feliz, y además era de lo más oportuno, porque se había dado cuenta de que había un coche en el aparcamiento del edificio, con el motor encendido y las luces apagadas. Agachó la cabeza. Era lo que estaba esperando. Sabía quién era el ladrón, y ya tenía las pruebas que necesitaba. Aquella noche era la última de aquel caso, y Chrissie la había convertido en algo mucho más agradable.
Ella se estaba colocando el sujetador y la ropa. Lo miró con curiosidad.
Él tuvo ganas de besarla de nuevo, pero no tenían tiempo para más arrumacos. En aquel momento no.
–¿Dónde tienes el coche?
Ella frunció el ceño.
–En la parte de atrás del edificio, ¿por qué?
–Yo también.
El ladrón se había detenido en la parte delantera, y no sabía que había alguien más en el edificio. Él la tomó de la mano y se agachó, obligándola a que hiciera lo mismo.
–¿Qué demonios haces?
Chrissie se cayó contra él, y él la puso a caminar a gatas.
–Rápido, escóndete debajo del escritorio. Yo me pondré detrás de ti.
–¿Qué pasa?
Ella estaba muy mona con las braguitas todavía colgadas de un tobillo y la falda medio subida por su magnífico trasero desnudo.
Él le dio un azote en las nalgas.
–Muévete.
Ella abrió la boca de la sorpresa, y se movió provocativamente al ponerse una mano en el lugar donde él le había dado el azote. Interesante. Eso le había gustado.
–Nuestro delincuente está a punto de entrar.
–¿Estás seguro? Puede que sea Henry, el guardia de seguridad. Tiene que venir a cerrar en cualquier momento.
–No. Henry ha sido arrestado esta misma tarde. Por desgracia, está conchabado con el culpable. Dejaba el edificio accesible ciertas noches convenidas de antemano –dijo él. Ella se quedó mirando sin comprenderlo del todo, pero no tenía tiempo de darle explicaciones sobre su papel en todo aquello–. Vamos, mueve ese precioso trasero y escóndete debajo del escritorio. Y cállate.
–Esto es lo que estabas esperando, ¿no?
–¡Vamos!
Entonces, él la empujó bajo el escritorio y se sentó en la silla. Su cabeza rubia y revuelta apareció entre sus piernas.
–¿Lo dices en serio? ¿El ladrón está entrando ahora en el edificio?
–Por fin lo has entendido –dijo él.
Tal vez debiera habérselo callado, porque ella lo fulminó con la mirada. Tenía mucho carácter, pero a él le gustaba ese rasgo suyo. Estaba tan decidida a descubrir al ladrón, que era lógico que se sintiera molesta. Liam abrió el teléfono móvil y marcó el número rápido de su compañero, que estaba esperando muy cerca, junto a la policía.
–El objetivo está entrando en el edificio en este momento.
–Lo hemos visto, y estamos avanzando detrás del vehículo.
Él cerró el teléfono y miró a Chrissie. Ella abrió la boca para hablar, pero él le puso un dedo en los labios.
–Shh. Es el momento de la confrontación.
Se abrió la puerta de la oficina, y él se acomodó en la silla, asegurándose de que quedaba en la oscuridad. El ladrón no se daría cuenta de que estaba allí hasta que fuera demasiado tarde. Él notó que Chrissie le ponía la mano en la pierna, pero en aquel momento, una sombra llenó el vano de la puerta, y el ladrón entró en el despacho.
–¿Se te ha olvidado algo, Theresa? –preguntó él, encendiendo la luz al mismo tiempo.
–¡Mierda! –dijo ella, llevándose las manos al corazón–. Quiero decir, sí. Se me ha olvidado una cosa en el cajón del escritorio. ¿Qué haces tú aquí?
Estaba intentando recuperar la compostura y disimular, pero ya era demasiado tarde.
–Estoy investigando la seguridad. Eso es lo que hago aquí.
–Ah –dijo Theresa–. Bien. No sabía que habían dado ese paso.
–Sí, lo han dado. Están muy interesados en resolver el problema. De hecho, instalé cámaras en mi tercer día en la oficina, y, como seguramente has deducido, tenemos grabaciones del ladrón en acción. Ha actuado dos veces esta semana.
Theresa abrió unos ojos como platos.
–Has estado muy ocupada, ¿no?
Ella retrocedió hacia la puerta.
–No te molestes en salir corriendo. No merece la pena. Tengo todas las pruebas que necesito, y no llegarías muy lejos.
Una luz azul que brilló fuera de la ventana rebotó por las paredes. Theresa soltó un juramento, se dio la vuelta y huyó.
Por muy difícil que fuera, Liam resistió el impulso de seguirla. Su compañero la atraparía. Él quería asegurarse de que Chrissie estaba bien. Estaba más preocupada por ella que por Theresa en aquel momento. Y, en cuanto él hubiera hecho su declaración, se la llevaría a cenar por ahí, y después podrían repetir un poco más de lo que acababan de probar.
Se puso en pie y le ofreció la mano.
Cuando ella salió, lo señaló con el dedo índice.
–Me he dado cuenta mientras estaba metida ahí abajo. Ya sé a quién me recuerdas.
–¿Cómo? –preguntó él con desconcierto. Liam esperaba que ella se arrojara a sus brazos llena de admiración después de haber presenciado cómo resolvía el caso que la fascinaba tanto.
Sin embargo, ella agitó la cabeza y se colocó bien la falda.
–No he dejado de preguntarme a quién te parecías desde que te vi por primera vez, y cuando me has dicho que eres detective he encajado las piezas. Tienes parentesco con ese detective de la televisión, ese tal Benjamin O’Neil, ¿no?
Vaya, eso era lo último que se esperaba.
–Sí, pero yo soy un oficial. Trabajo para una empresa seria y acreditada. Ben es… Bueno, es un bala perdida.
Su hermano pequeño, Ben, estaba empeñado en hacerse una reputación allanando moradas, todo en nombre del descubrimiento de la verdad, en un programa de televisión. Al resto de la familia no le parecía bien. Todos se preocupaban por su seguridad cuando violaba la ley.
–Lo sabía –dijo ella.
Entonces miró por la ventana y vio que la policía estaba esposando a Theresa. Liam percibió un momentáneo gesto de consternación. Había sido compañera de Theresa, y era obvio que no había sospechado de ella. Un instante después, Chrissie volvió a fijarse en él. Se cruzó de brazos y le lanzó una mirada seca.
–Me has dejado como a una tonta.
¿Cómo?
–¡Chrissie! No es cierto. Era mi trabajo –dijo él. Se sintió muy molesto por su acusación, pero la atrajo hacia sí tomándola por los hombros. Ella se resistió; era muy obstinada, y lo demostró rápidamente.
–Sabía que el ladrón tenía que ser alguien de dentro –declaró ella, que también estaba muy irritada.
Liam intentó contemporizar, cosa que, según estaba descubriendo, era bastante difícil. Él nunca hubiera predicho aquel cambio de humor en particular. ¿Qué podía hacer un hombre en aquella situación?
–Claro que sí. Eres una mujer muy inteligente.
–Pues parece que no –replicó ella, con las mejillas enrojecidas–. Deberías haberme dicho que eres investigador, en vez de dejar que hiciera el ridículo.
–Oh, vamos. Yo no podía correr semejante riesgo. ¿Y si se te hubiera escapado? Theresa se habría enterado y habría podido escapar.
Ella se puso furiosa y se zafó de sus manos.
–Eres un desgraciado. Esta noche me has usado para… para divertirte mientras tenías que estar aquí.
Oh, oh. Estaba verdaderamente enfadada. Él intentó abrazarla de nuevo.
–No te has quejado hasta este momento. Además, no has hecho el ridículo.
Ella retrocedió con las manos elevadas.
–¡Ni se te ocurra tocarme!
Estaba como una regadera, pero por algún motivo absurdo, aquello hacía que la deseara aún más. Él hizo un último intento de tocarla, pero ella se dirigió hacia la puerta. Él iba a seguirla, pero se detuvo. Había algo que le estaba molestando de verdad, y era algo que él no entendía. Chrissie necesitaba tiempo para calmarse, para asimilar lo que había ocurrido aquella noche, en todos los sentidos. Sin embargo, él no iba a dejar que se le escapara tan fácilmente después de lo que había ocurrido entre ellos, sobre aquel escritorio. De ninguna manera.
CAPÍTULO 4
Una semana más tarde, Liam llegó a la conclusión de que Chrissie necesitaba más tiempo del que había pensado para calmarse. No obstante, él era muy tenaz. Quería resolverlo. En su trabajo, debido a los horarios y a los frecuentes cambios de puesto, no tenía la oportunidad de pasar tiempo con las mujeres a las que conocía. Era una característica familiar. Sus hermanos y él siempre habían causado el enfado de su madre al no conseguir unas mujeres buenas a las que ella pudiera tomar bajo su protección. Y enfadar a una madre irlandesa no era un movimiento inteligente, porque provocaba largos y dolorosos discursos durante las cenas familiares. Discursos sobre lo duro que era no tener nueras. A él no le importaba, ni a sus dos hermanos tampoco, pero Chrissie le había llamado mucho la atención, más que ninguna otra mujer desde hacía años.
Sin embargo, al volver a su oficina, se había encontrado con que ella había pedido un permiso. Los demás empleados no le dieron su dirección, y no podía culparlos por ello. Chrissie no respondía a los mensajes que dejaba en el contestador, ni a sus correos electrónicos, aunque él sabía que ella estaría atendiendo ambas cosas desde su casa. Y él cada vez tenía más ganas, más necesidad de que hablaran. Su mente y su libido estaban muy afectadas por lo que había ocurrido entre ellos.
El hecho de tener que preparar las grabaciones para las pruebas no le servía de ayuda. Le entregó a la policía los discos duros de las noches en que Theresa había ido a la oficina. El problema era que la cámara de la oficina de Theresa también había grabado todo su interludio con Chrissie. Para Liam, aquello era el porno más excitante que había visto nunca.
Tomó la decisión de no incluir aquella grabación, porque no era estrictamente necesaria. En vez de eso, borraría el disco y lo devolvería a las estanterías de suministros.
Aunque primero tendría que verla unas cuantas veces más.
Las imágenes no eran nítidas, debido al ángulo desde el que se había hecho la grabación y a la oscuridad de la habitación, pero Liam las agrandó en la pantalla. Se quedó fascinado por el modo en que Chrissie se había abandonado a lo que estaban haciendo. Por su manera provocativa de rodearle la cintura con las piernas y excitarlo. Tuvo que masturbarse al verla acogerlo en su cuerpo, susurrando su nombre. Los ruidos que ella emitía durante la relación le causaron dolor en los testículos. Movió la mano con más rapidez. Quería estar dentro de ella en aquel preciso instante.
En el momento del clímax, ella giró la cara, y él juró entre dientes al verla abrir la boca y entrelazar los dedos en su pelo. Sintió una presión en la base de la espina dorsal y llegó al orgasmo. Maldijo el hecho de que aquel fuera un placer solitario, y no uno compartido. Después, se dio cuenta de que ella lo abrazaba y le besaba un lado de la cabeza. Aquello fue lo que más sorpresa le causó. En el momento, estaba tan absorto en su clímax que no se había dado cuenta de que ella le hubiera demostrado afecto.
Vio demasiadas veces aquellas imágenes, y finalmente, decidió hacerse una grabación propia antes de devolver el disco duro a la empresa. No pudo evitarlo; deseaba tener aquel recuerdo. También quería la prueba de que ella se había comportado así, de que ella había querido llegar a aquel nivel de intimidad con él y que había disfrutado.
Al mismo tiempo, sabía que si iba a buscarla al trabajo, ella se escaparía. Por eso formuló un plan; le pediría a su hermano mayor que la convenciera de que lo escuchara, y de ese modo, poder decirle unas cuantas verdades. Liam era muy práctico, así que había ideado un plan práctico, aunque fuera un poco agresivo.
Haría lo que fuera necesario para conseguir que ella escuchara lo que él tenía que decirle. Bajo aquella apariencia de mujer obstinada, había otra mujer profundamente sensual. Si el sexo era necesario para liberarla, su deber era atraparla y hacerle el amor hasta dejarla sin sentido.
Chrissie aparcó frente a su casa y suspiró de alivio. Bueno, tal vez fuera resignación. Lo más importante era que había sobrevivido al primer día de trabajo después de sus días libres. Era duro. Theresa era la única mujer que había en la oficina, aparte de ella, y había resultado que ella era la ladrona. Eso hacía que Chrissie se sintiera mal, aunque supiera que era leal. Mientras, Liam le había mandado muchos correos electrónicos, y le había dejado muchos mensajes en el contestador, pero gracias a Dios, no había aparecido para molestarla en persona. Era lo que ella se esperaba.
Por lo menos, había llegado a casa, a su refugio. Durante aquellos últimos días se había sentido un poco sola, sin ir a trabajar, pero Liam no sabía dónde vivía, así que no podía ir a fastidiarla allí. Pronto se rendiría. Tal vez ya se había rendido.
Chrissie se apoyó en el cabecero del asiento. Aunque hubiera pasado una semana, se sentía incómoda al recordar lo que había ocurrido entre ellos. Lo que ella hubiera querido era enfrentarse a él y echarle en cara sus tejemanejes en la oficina, pero sin embargo, cada vez que pensaba en él los recuerdos físicos se apoderaban de ella y se le aceleraba el pulso.
–Vamos, olvídate de todo eso –se dijo, y agarró el abridor de la puerta. Entonces fue cuando se dio cuenta de que en su espejo retrovisor se reflejaban unas luces azules. Había un coche de policía aparcado detrás del suyo–. ¿Qué demonios pasa?
Tomó las llaves y salió del coche justo cuando un oficial de policía muy alto caminaba hacia ella. Tenía una expresión severa, pero era muy atractivo, y le resultaba vagamente familiar. Había otro hombre en el coche, y tal y como estaba aparcado el vehículo, estaba bloqueando la salida del aparcamiento de su casa. Era como si estuvieran acorralando a una delincuente.
¿Qué iban a pensar los vecinos?
El oficial le mostró la placa.
–Buenas tardes, señora. ¿Es usted consciente de todas las infracciones que ha cometido durante su trayecto de vuelta a casa?
–¡No! –exclamó Chrissie con horror–. Lo siento, oficial, sé que la ignorancia no es excusa, pero es que últimamente tengo muchas cosas en la cabeza.
Ojalá él no llevara gafas de sol. Chrissie se sintió nerviosa al no poder verle los ojos.
–Dese la vuelta y ponga las manos en la parte superior del coche.
Ella se sintió humillada, pero obedeció. Puso las llaves en el techo del coche y posó las palmas de las manos en él.
–¿Puedes ayudarme? –gritó el oficial, hacia su coche.
¿Ayuda? Allí había algo raro. No era normal que tuvieran que registrarla por una infracción de tráfico, y menos dos policías. Oyó cerrarse la puerta del coche, y después, unos pasos. Estaba muy tensa, y el escrutinio de los dos hombres a su espalda hizo que se le pusiera el vello de punta. Movió la cabeza para intentar ver sus reflejos en las ventanillas de su coche.
–No se mueva.
Unas manos fuertes y masculinas le palparon los costados y las piernas. Ella se ruborizó y rezó por que los vecinos no estuvieran mirando por la ventana. Las manos hicieron una pausa al llegar a los muslos, y después, el policía se irguió y le agarró las manos por detrás de la espalda. Fuera quien fuera, sintió su respiración cálida en el cuello.
–Ha actuado inadecuadamente, pero estoy dispuesto a dejarla marchar con una reprimenda verbal, si se toma en serio lo que le diga.
Oh, aquella voz. Se dio la vuelta justo cuando algo frío y metálico le rodeaba las muñecas, y oyó un clic. Eran unas esposas.
–Liam –dijo con incredulidad, tambaleándose–. ¡Me has seguido hasta casa!
–Entra –respondió él con la voz ronca–. Necesito hablar contigo.
–Eres un desgraciado. No puedes venir aquí y esposarme como si fueras un cavernícola egocéntrico –le espetó ella, y se alejó de él con rabia.
–Si es lo que hace falta para que hables conmigo, lo haré. Chrissie, tenemos que hablar –replicó él, y la agarró por los brazos.
Ella se retorció entre sus manos, pero él la levantó del suelo, pese a sus pataleos, y la aplastó contra el coche para que no pudiera moverse.
Liam sonrió.
–¡Estás sintiendo placer sádico humillándome así!
–No es ese mi objetivo, pero te pones muy sexy cuando te enfadas –respondió él, con una mirada lasciva. A ella le provocó una respuesta física aquella mirada, y cerró la boca para no decir ni hacer nada equivocado.
–Por el amor de Dios, Liam –dijo el otro hombre–. Me dijiste que ella se lo iba a pasar bien con esto.
–Sí, se lo está pasando bien, pero es demasiado obstinada como para admitirlo –respondió él, y arqueó las cejas para que ella supiera a qué se estaba refiriendo.
Chrissie le sacó la lengua.
Liam se echó a reír, y después la provocó en voz baja.
–¿Es que vas a negar que te lo pasaste bien en aquel escritorio, con las piernas a mi alrededor?
A ella le ardieron las mejillas. Tenía los nervios de punta, porque él la estaba abrazando. Se dirigió al otro hombre.
–¿Quién demonios es usted? –preguntó, y los miró a los dos–. No es policía de verdad, ¿no?
–Pues sí, lo es. Chrissie, te presento a mi hermano mayor, Colin.
El policía la saludó y la miró con arrepentimiento.
–Disculpe, señora, era un truco –dijo con azoramiento, como si se hubiera visto obligado a hacer aquello–. Su conducción ha sido impecable.
–Colin es el miembro más tenso de la familia –dijo Liam.
–Que te den –respondió su hermano. Después carraspeó y miró a Chrissie de nuevo–. Disculpe, señora, pero tengo que preguntarle si tiene algún problema con que la deje en manos de mi hermano menor.
Ella estaba a punto de pedirle que no se marchara, pero Liam agachó la cabeza y la besó en los labios. La estrechó contra sí fuertemente, y ella sintió su pasión y la presión de su miembro a través de la ropa, y al notar lo mucho que la deseaba, se derritió por dentro. Cuando él se apartó, a ella se le escapó un pequeño gemido.
–Ahí tienes la respuesta, Colin. Se lo está pasando bien –le dijo Liam a su hermano.
El policía asintió con una sonrisa irónica.
–Yo también.
Chrissie fulminó a Liam con la mirada. Él había vuelto a hacerlo: la había distraído y la había hecho olvidar lo que iba a decir.
–Te debo una –le dijo Liam a su hermano.
Entonces, se puso en camino hacia la puerta de la casa de Chrissie, con una mano en el borde de las esposas, empujándola hacia delante, y con la otra examinando sus llaves.
–Parece que mangonear a las mujeres en contra de su voluntad es cosa de familia, ¿no? –dijo ella con resentimiento.
Se detuvo en seco y le dio una patada en la espinilla.
Él hizo un gesto de dolor y respondió:
–No, pero la determinación sí, y yo estoy completamente decidido a que me escuches.
Y aquella determinación se reflejaba en su voz y también en sus actos, y era muy excitante. Aunque forcejeara y pataleara, una parte secreta de ella estaba ardiendo, la parte que quería oír lo que él tuviera que decirle, la parte que luchaba contra su sentido común y su voluntad, la mujer esencial que se había revelado durante el rato que habían pasado juntos la semana anterior.
Él la empujó por el camino, y la alejó del oficial de policía, que seguía allí cruzado de brazos, con una sonrisita en los labios. ¿Cómo se atrevía? Colin se inclinó el ala del sombrero y se fue hacia su coche.
–Lo denunciaré por abuso de autoridad –le gritó ella.
Liam la estrechó contra sí y la sujetó por las esposas.
–Me estaba ayudando, y si quieres que hablemos de amenazas, piensa en esto: tengo una grabación muy bonita de ti, tumbada boca arriba, disfrutando inmensamente, sobre el escritorio de tu jefa.
¿Lo había grabado? Claro, estaba en una misión de vigilancia, por el amor de Dios. Recordó que lo había dicho cuando Theresa entró en el despacho. Tenía la grabación de todo.
–Te odio –dijo entre dientes.
–No es cierto –respondió él, muy seguro de sí mismo–. Es una grabación muy interesante, créeme. Pero estoy dispuesto a mantenerlo en secreto y a que lo veamos solo tú y yo, en privado –añadió, y se rio suavemente contra su oreja, mientras con la mano libre, le acariciaba la cintura y subía hacia sus pechos–. Si me das algo a cambio.
El contacto de sus manos era delicioso.
–¿Qué? ¿Qué es lo que quieres?
–Vamos dentro.
Después de abrir la puerta, Liam hizo una reverencia y le hizo un gesto para que pasara.
Ella aprovechó la oportunidad y corrió por el vestíbulo hasta el salón, y se refugió detrás del sofá. Él se lanzó hacia ella, pero estaba en territorio desconocido y se tropezó con la mesa de centro. Un momento más tarde se había levantado.
Sin darse cuenta, Chrissie se había arrinconado a sí misma.
–¿Siempre esposas a la gente? ¿Es la única forma en la que consigues que te soporten?
Él hizo caso omiso de aquellas preguntas y miró a su alrededor.
–Tienes una casa muy bonita. Me gusta la fotografía en blanco y negro que hay sobre la chimenea. Es muy relajante… Justo lo que necesitas, con ese temperamento tan salvaje que tienes.
–Tú no me conoces –dijo ella, y apartó la cara.
Él la tomó de la barbilla para que lo mirara.
–Te conozco mejor de lo que piensas. Escúchame, Chrissie. He pasado muchas horas pensando en ti, y quiero que me des una oportunidad. Escucha un momento, por favor. Sé lo que te pasa… No es por nosotros.
–¿Nosotros? ¿Qué «nosotros»?
Él volvió a ignorar su comentario.
–Sabes que no podía decirte que era detective. Yo sabía que tú no eras la culpable, pero podrías haberle dicho a alguien, sin darte cuenta, que estaba investigando. Piénsalo.
Ella se encogió de hombros.
–¿Y qué tiene eso que ver para que me esposes?
–Es la única forma de que me escuches. Aquella noche nos divertimos mucho, y tú te lo pasaste igual de bien que yo. Quiero verte de nuevo, pero tú estás muy enfadada. Y creo que sé por qué.
–¿De veras?
–Sí. Tú no estás enfadada conmigo, en realidad. Estás enfadada porque no averiguaste quién estaba detrás del robo.
Chrissie negó con la cabeza e intentó encontrar las palabras más adecuadas, pero no lo consiguió. En parte, se había quedado asombrada de que él se hubiera tomado la molestia de pensar en todo aquello.
–Así que tengo razón.
–Estás muy seguro de ti mismo, ¿verdad? Piensas que puedes llegar a mi vida, hacerme el amor en un escritorio, venir a mi casa y esposarme… Hacer lo que te dé la gana conmigo, y salirte de rositas.
Arqueó las cejas con la esperanza de resultar amenazante. Sin embargo, tenía el corazón acelerado y estaba muy excitada. Lo deseaba. Quería sentir el peso de su cuerpo sobre ella. Quería que aquel hombre tan seguro de sí mismo la poseyera.
Él se echó a reír. Estaba excitado, y sus ojos azules brillaban mientras la miraba de aquella forma tan sexy suya.
¿Debía resistirse, o debía rendirse? Sonrió; de repente, aquel dilema le encantaba, y le gruñó mientras pasaba por delante de él. Entonces, él la atrapó y la rodeó con los brazos. Ella se retorció y consiguió liberarse y se alejó riéndose, pero perdió el equilibrio porque no podía mover los brazos, y no tuvo otro remedio que dejarse caer de bruces al sofá.
–Perfecto –declaró él, mientras la tomaba por las caderas y la ponía de rodillas. Sus hombros quedaron apoyados en el respaldo, y la falda se le subió por los muslos.
–A ti te gusta esto tanto como a mí –le susurró él al oído. Se sentó a su lado y la abrazó de nuevo. Ella se retorció entre sus brazos, y él aprovechó para confirmar lo que había dicho acariciándole un pecho y pellizcándole el pezón endurecido a través de la tela de la camisa–. Estás excitada. Te gusta que te haya esposado, ¿a que sí?
Entonces le mordió suavemente el lóbulo de la oreja.
Ella sintió una descarga de placer. Movió el trasero contra él, y sintió el delicioso contacto de su miembro erecto a través de la ropa.
–Tal vez.
–Minifalda otra vez. Qué adecuado.
–Llevo minifaldas porque me hacen las piernas más largas, y eso hace que parezca más alta. Si me pongo una falda larga, parezco enana.
–Vaya, ¿de veras?
–Estoy harta de las bromitas sobre las mujeres bajas que hacen los tipos de la oficina –explicó ella.
–No lo sabía. Lo único que sé es que me estaba volviendo loco al verte por la oficina con esas minifaldas y tus magníficas piernas.
Ella reprimió una sonrisa.
Él le subió la falda por las caderas y le acarició el trasero a través de las braguitas de encaje.
–Y a ti te gustó el azote que te di en el despacho, ¿verdad?
¿Le había gustado? Hizo memoria. Sí, fue cuando él la estaba empujando para que se metiera debajo de la mesa… Le había resultado muy difícil mantenerse quieta bajo el escritorio, entre sus piernas, y con un picor muy excitante en el trasero.
Él metió un dedo por la cintura de sus braguitas, y se las quitó.
–Preciosa –susurró.
Ella cerró los ojos. Adoraba aquellas atenciones, y al mismo tiempo, las odiaba.
–Estás guapísima cuando te quedas pensativa. Me dan ganas de abrirte las piernas y distraerte.
–Vaya, pues lo has conseguido. El otro día me distrajiste a base de bien.
Chrissie tuvo ganas de echarse a reír. Le gustaba echarle la culpa de aquella seducción.
Él le acarició el trasero, y le dio unos cuantos azotes que la hicieron jadear. El picor le recorrió toda la zona, y le provocó sensaciones muy intensas en el sexo. Lo notaba pesado y caliente, y muy excitado, como si los azotes hubieran encendido una mecha que conectaba con el centro de su cuerpo.
–¿Sabes lo difícil que es para un hombre ocuparse del equipo informático y pensar en la seguridad cuando tiene una erección?
A ella se le escapó una carcajada.
–Vaya, así que la reina de hielo tiene sentido del humor.
–¡Yo no soy una reina de hielo!
–Es evidente que no –dijo él con buen humor–. Disculpa por mi error.
Entonces, volvió a azotarla, alternando una nalga con la otra, y ella gimió en voz alta y se estremeció. No podía evitarlo; aquello le causaba un ardor muy estimulante. Y su cuerpo dio un respingo al sentir que él comenzaba a explorarle el sexo húmedo con los dedos, y le frotaba el clítoris.
–Parece que los azotes te han gustado, querida –dijo Liam mientras introducía un dedo en su cuerpo. Las paredes de su cuerpo se ciñeron alrededor de aquel dedo, esperando una intrusión más fuerte–. Oh, sí, estás muy impaciente. ¿Es por algo que he dicho yo?
–Por todo lo que has dicho –admitió ella con un suspiro, mientras él sacaba el dedo resbaladizo de su cuerpo y lo pasaba hacia delante y hacia atrás acariciándole todo el sexo.
Ella sintió oleada tras oleada de placer, que se concentró rápidamente y fue llevándola hacia un pico. Entonces, él le acarició de nuevo el clítoris, y a ella se le movieron violentamente las caderas mientras el orgasmo le sacudía el cuerpo y la dejaba débil y mareada.
Por un momento, todo quedó en silencio salvo por el sonido de su respiración, y después oyó que él suspiraba en voz alta.
–¿Sabes a quién han pillado con las manos en la masa esta vez, Chrissie?
Ella volvió la cabeza para mirarlo. Él sostuvo su mirada, y después volvió a mirar hacia abajo, a su sexo. Un momento después, el líquido se deslizó por el interior de sus muslos. Ella cerró los ojos atormentada. Sin embargo, aquello le encantó.
–Ni siquiera tú puedes negar que estás disfrutando.
Ella soltó un juramento. Él se inclinó y la lamió, pasó la lengua por su sexo húmedo, y a Chrissie se le puso el cuerpo tan tenso como un arco. Cuando él metió la lengua en su cuerpo, su pelvis reaccionó y se movió instintivamente. Quería sentirlo dentro, y rápidamente. Gimoteó con la cara apretada contra el respaldo del asiento. Mordió el cojín, pero no sirvió de nada. Tuvo que gritar de deseo.
–Liam, por favor…
Al oír el sonido del preservativo abriéndose, ella sintió alivio.
–Allá voy –le advirtió él. Primero le separó las piernas con la rodilla. Después, levantó su cuerpo por la cintura y tiró de sus caderas hacia sí. Su miembro duro y caliente descansó un momento entre sus pliegues, y el contacto la enloqueció. Cuando penetró en ella y la expandió hasta el límite de su capacidad, Chrissie se desplomó en el sofá.
–Liam, me siento como si fuera a desmayarme.
Él empujó más aún. La mantuvo inmóvil agarrándola por las caderas, y posó la cabeza en la curva de su cuello, susurrando su nombre una y otra vez, mientras entraba y salía de ella cada vez más rápidamente.
–Oh, Dios, voy a tener otro orgasmo –dijo ella, temblando.
En aquel preciso instante, él dejó de moverse, y Chrissie gritó de deseo.
–Querías esto, ¿no es así? –le dijo él, con esfuerzo–. Admítelo.
Se retiró de su cuerpo, y ella gimió. Estaba tan cerca…
–Sí. Lo quería. Te deseaba.
Él la recompensó hundiéndose con fuerza en su cuerpo.
–¿Lo ves? No era tan difícil. No lo vas a negar más, Chrissie, ¿me lo prometes?
Ella no quería responder, pero era imposible no hacerlo. Estaba muy cerca del orgasmo, y él la estaba manteniendo al límite. Su sexo se contrajo alrededor del miembro de Liam una y otra vez, pero él permaneció inmóvil hasta que ella habló.
–No, no lo voy a negar más –balbuceó.
Él exhaló una bocanada de aire, y después comenzó a mover las caderas contra ella. Embistió con todas sus fuerzas y apretó a Chrissie contra el sofá. Ella gritó de placer, y él volvió a embestir; entonces, ella llegó al orgasmo con fuerza, y su cuerpo se deshizo en espasmos alrededor del miembro de Liam. Un momento más tarde, cuando él salió de su cuerpo, la sujetó con un brazo y le besó la nuca. Después le susurró al oído:
–Ahora voy a quitarte las esposas, y después quiero abrazarte y decirte lo bueno que es estar dentro de ti, y tú no te vas a resistir, ¿verdad?
–No, Liam. No me voy a resistir.
Él le abrió las esposas. Después se sentó a su lado, y la colocó en su regazo. Le tomó las manos y le frotó suavemente las muñecas. Estaba siendo dulce y afectuoso, y cuando terminó de masajearle las muñecas, le alzó la barbilla e hizo que lo mirara.
–¿Qué te ocurre, cariño? Quiero que me lo digas. ¿Qué es lo que te molesta tanto?
Ella se acurrucó contra él.
–No eres tú. Es que es muy difícil… ser ingeniera y mujer en un mundo de hombres –susurró. Esperó a que él se echara a reír, pero no lo hizo. Liam la besó en la nariz.
–Lo entiendo. Es normal. Pero eso no significa que tengas que ser tan dura todo el tiempo. Algunas veces puedes dejar que yo sea duro por ti, ¿no te parece?
Tenía una expresión seria, y le brillaban los ojos al hablar.
Ella no pudo responder. No con palabras.
Se movió contra él, cerró los ojos y le acarició la barbilla con la cara, porque le gustaba su manera de hacerse cargo de ella. Le gustaba que consiguiera imponerse a su obstinada voluntad, y le gustaba que la hiciera disfrutar con lo que había entre ellos.
Le gustaba mucho.
Tres días después, Liam llegó a la oficina de Chrissie justo cuando ella salía del edificio. Ella lo saludó. Iba muy elegante; llevaba un traje de chaqueta y minifalda, y el pelo rubio recogido en un moño. Cuando subió al coche, lo besó y sonrió.
–Vaya, parece que la reunión no ha estado tan mal como tú pensabas, ¿no? –preguntó Liam. Dos de los directores de la empresa habían viajado hasta allí para hablar con los empleados de la reorganización de la oficina después de la marcha de Theresa.
–No. De hecho… –Chrissie lo miró con asombro, y dijo–: No puedo creerlo, pero me han ofrecido el puesto de Theresa. ¡Voy a estar a cargo de todos los proyectos que le encarguen al equipo de diseño de esta oficina!
–No hay mal que por bien no venga, ¿eh? –dijo él. Se alegraba mucho de que la hubieran ascendido.
–Sí, es cierto –respondió ella, y le acarició la mejilla–. Y sé exactamente cómo quiero celebrarlo –añadió, y se soltó el pelo por los hombros. Entonces, le lanzó una mirada ardiente.
¿Por qué, tan solo con aquella pequeña muestra de interés, él se excitaba dolorosamente?
–Te escucho.
–No quiero salir a cenar, ni nada parecido. Quiero comprar comida preparada, ir a casa, desnudarme y beber champán… de tu cuerpo desnudo.
Liam giró la llave y arrancó el motor.
–Lo que tú quieras, Chrissie, lo que tú quieras…