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rafael pérez llano

exposición de jan klönsics en el museo municipal de bellas artes de santander

(De nuestro corresponsal.)
Desde sus primeros trabajos con técnicas avanzadas de representación holográfica e incursiones n-dimensionales basadas en p-branas y supercuerdas, la obra del tharsiano Jan Klönsics ha venido evolucionando hasta afirmar sus raíces en el despojamiento de la fotografía bidimensional (”esa impostura maravillosamente real”, define en el catálogo). Así, son claramente identificables sus reconocidas deudas con Paul Strand, Albert Stieglitz, Dorotea Lange y, por supuesto, el Atget descubierto cuando la distancia permitió comprenderlo.
La exposición que durante los próximos tres meses estará presente en el Museo de Bellas Artes de Santander (MBAS) es el resultado no sólo de cinco años de esfuerzo físico e intelectual, sino también de un empeño ejemplar para, después de arduas negociaciones, obtener los visados institucionales y los mecenazgos que le han permitido durante ese lustro desplazarse en naves superluminales por el universo y poder ofrecernos un centenar de imágenes que sorprenden por la viveza radical con que postulan el estatismo desde su génesis en un cosmos de movimientos excesivos.
La temática es variada. En una primera etapa, asistimos a una serie de amaneceres, apogeos, erupciones y tránsitos de diferentes magnitudes, de entre los que destacaría los contraluces de los géiseres de Encélado, en contraste con la pasividad de los anillos del planeta madre. Sigue una recopilación de estampas de naves espaciales que expresan la variedad de la navegación interestelar: toscos conos de un solo uso abandonados a la criba de meteoroides, naves-medusa que envuelven tripulantes gaseosos, veleros con aspecto de dientes de león que van soltando un lastre de vilanos.
Las variaciones de los microrrobots de Regis III, descubiertos por Lem a raíz de la tragedia del acorazado El Cóndor, conforman una secuencia de aparentes abstracciones generadas por el falso azar que era la clave de su peligrosidad hasta que los científicos aprendieron a hacerles ignorar la presencia humana. Puede decirse que Klönsics ha conseguido aquí reducir un viejo pánico a manchas de Roschard.
Mención especial merecen los retratos de tripulantes de las naves que transportaron al artista. Forzado a utilizar vehículos de todo tipo, esa variedad le ha proporcionado los componentes de un retablo que mezcla, a modo de collage mural de dos caras que ocupa el centro de la gran sala de exposiciones, puentes de mando panorámicos, oscuras cabinas en las que el aire mal depurado fuerza miradas de fatiga, bodegas en penumbra saturadas de humedad por los cultivos hidropónicos, brillantes toberas, pasarelas cristalinas y castigados remolques, delatando, no obstante, en los gestos, las cicatrices y las mutaciones de los astronautas la semejanza impuesta por el medio compartido. El grupo de emigrantes y viajeros de placer posando juntos bajo la cúpula de un Gran Transporte en el momento de evitar una singularidad puede calificarse de fotografía irrepetible, tanto por su valor sociológico como por recoger con todo su vigor la mayor negrura que podemos percibir.
El apartado de los retratos se prolonga con instantáneas de alienígenas muy alejadas de las ortodoxas estampas de estudio distribuidas por la ESA y la NASA. Las de Jan Klönsics nos sorprenden adentrándose en la cotidianeidad curiosamente esteticista de las láminas irisadas de los planetas ultragrávidos, cuya lentitud les impide cumplir su decisión de destruir a todo visitante del espacio; la melancólica nobleza de los seres filamentosos que se autopulverizan a voluntad en Tau-Ceti; la irritante bondad de los arturianos; la crueldad con que explotan los ángeles de Ararat-Épsilon a sus esclavos arañas; la miseria de los bombardeados habitantes globulares de la tierra de nadie de 1RSX J160929.1-210524, o el patetismo de los fomalhautanos, monstruos bulímicos que tras agotar su sistema, intentaron el salto a Beta Pictoris, cuyos habitantes los rechazaron con rayos de frialdad.
Completan esta, en mi opinión, excelente muestra algunas tomas desde el espacio profundo de la Luna, el Sol, la Tierra, los planetas interiores y sus reliquias orbitales que recuerdan los primeros tiempos de la navegación espacial, cuando la representación en escala de grises no era una renuncia, sino un límite impuesto por la técnica.