Aunque el planeta no estaba habitado, puso un cuidado casi neurótico en aterrizar sin ruido.
Al salir, se aseguró de que la puerta quedaba bien cerrada.
El aire era limpio y saludable. La vegetación, sencilla. La estrella, de clase G, comenzaba un atardecer sobre un lago. Del horizonte nacían dos lunas.
Se sentó cerca de la orilla, sacó un libro de Kafka y leyó:
Todo hombre lleva dentro una habitación. Se puede comprobar este hecho incluso acústicamente.
En el margen, escribió:
Por suerte, las naves espaciales no tienen llaves que olvidar dentro, como las casas antiguas, para quedarse en la incertidumbre esperando que llegue alguien y nos abra.