PAÍS RELATO

Autores

rafael pérez llano

en silencio

Los perros han dejado de ladrar.
Desde que cerraron la carretera, los ladridos eran el único sonido de la llanura. El barrio está muy apartado de la ciudad. En la planicie ocre sólo destacan las Tres Montañas de Mierda del vertedero (las llamamos, por orden de proximidad: la Primera, la Segunda y la Tercera) y la carrocería de una furgoneta que nadie quiso llevarse cuando desmantelaron el cementerio de automóviles. El parabrisas, inexplicablemente intacto, reflejaba la luna o el sol hasta que el polvo de la lluvia lo pintó de gris.
Los perros, hasta hace un par de días, creo, ladraban sin descanso al alba y al anochecer. Comenzaban bruscamente, contrapunteándose los agudos a los roncos, y no paraban hasta que la mañana estaba avanzada; entonces iban callando poco a poco, como si se fueran rindiendo. Nunca los veíamos, pero debían de ser varias decenas. Por la tarde, en cuanto empezaba a oscurecer, retomaban la actividad, y a veces se oían gruñidos y lamentos de pelea. Los ladridos parecían venir de todas partes a la vez. Eran perros de extrarradio, probablemente enfermos, seguro que hambrientos, quizá rabiosos. Debían de habitar las zanjas que rodean al muladar. Hablo en pasado, pero nada indica que no sigan ahí. No me gusta la idea de un perro silencioso. Un perro no es un gato.
Cuando aún llegaban camiones con basura, los conductores se divertían disparando contra los perros y los vagabundos. En realidad, vagabundos nunca hubo muchos. Sucumbían enseguida, incapaces de digerir lo vertido. La obsolescencia programada de los alimentos funcionó como una maquinaria ideal de limpieza étnica. Me refiero a la etnia de los pobres, claro. Después dejó de existir la carretera (todos tenemos la impresión de que la borraron como una raya a lápiz en un cuaderno) y dejaron de llegar los camiones.
Si miramos hacia donde debería estar el horizonte, todavía vemos luces en la línea de edificios de la ciudad, pero cada noche hay menos puntos blancos en las siluetas de los rascacielos y ya apenas se aprecia el resplandor que la cubría como una cúpula.
No me gusta la idea de una jauría de perros silenciosos. Aquí somos pocos y nadie va a venir a ayudarnos.