¿Qué hacía aquella señora allí? No era la típica persona que acudía al ático del High Gardens para solucionar sus problemas. Ya era mayor, debía superar los sesenta años. Sin embargo caminaba muy estirada acentuando aún más lo delgada que era. Su ropa era sencilla pero su actitud elegante y segura. Generalmente la gente temblaba, miraba en derredor suyo y sudaba cuando recorría esos pasos que separaban la salida del ascensor hasta el escritorio, pero ella lo soportaba de forma distinta. Su expresión era muy dura y estricta y no parecía tener miedo. Roberto no se sentía cómodo, sobre todo pensando que ese era su primer cliente. Habría preferido a un hombre más joven y más asustado. Tras saludar discretamente, la mujer se sentó sin pedir permiso.
- Bueno… no acostumbramos a tener clientes como usted, señora…- Roberto miró la cara de la mujer y se sintió torpe. No sabía qué debía decir.- Bueno, ¿sabe a lo que nos dedicamos aquí?
- Lo sé perfectamente -respondió ella-. Estoy segura de que necesito vuestros servicios.
- Entendido, entendido- se apresuró a decir Ro titubeando-. Y bien, ¿cuál es el motivo de su visita?
- Quiero que saquéis a mi hija de la prostitución. Era muy joven, más de lo que debería… No supe hacer nada bien con ella. Siempre fui muy estricta, pero ni siquiera eso bastó. Consumía substancias cada vez más fuertes. Al principio esos hijos de puta se las regalaban… Más tarde, cuando ya dependía de ellos, fueron haciéndole pagar hasta que no pudo más. Entonces se convirtió en su esclava. Mi hija es ya más de ellos que mía - Ro empezó a hacer gestos negativos con la cabeza e intentó interrumpir, pero la señora empezó a hablar más alto-. ¿Sabes qué es lo peor? Cuando ella estaba ya en el pozo me buscó a mí. Sentía que la recuperaba y le tendí mis brazos -su voz empezó a quebrarse y sus ojos se humedecieron, pero no rompió a llorar-. Conseguí que lo dejase. Ella ya no esnifa, pero ellos no la dejan marchar, la amenazan; son poderosos...
- Basta, señora - interrumpió Ro ya nervioso y echó de menos un trago - me ha dicho que sabe qué es lo que hacemos aquí. La cliente no tendría que ser usted, sino su hija, y ella se metió allí por voluntad propia. Hizo un trato con esa banda ¿no?
- Sabía que me diríais eso y que costaría convenceros de que actuaseis por culpa de ese estúpido código ético de asesino de tu jefe que no sé a dónde pretende llegar. Quizás consideres que no la han ofendido a ella, por eso he venido yo. A mí sí me han ofendido y mucho. Me han robado a una hija y ahora que ella quiere rehacer su vida no le dejan marchar. No aguanto más, y todo es por lo que han decidido hacerme estos cabrones. Ella se sincera conmigo y me dice que está llegando a su límite, no quiero saber qué hará cuando lo sobrepase. Ella va a venir esta tarde; le diré que habéis aceptado.
- ¿Qué se ha creído usted? ¡No puede hacer eso aún!
Pero ella ya se había levantado e iba hacia el ascensor. Cuando llegó a este se giró y miró a Roberto mientras se cerraban las puertas. Con la misma cara con la que entró, se fue.
La ansiedad lo invadió, pues ese caso no estaba nada claro y se veía muy presionado. “Lo tengo claro, cuando la puta llegue le digo que lo siento pero que no puedo hacer eso por ella. Tendrá que entenderlo” dijo Ro para sus adentros. No quería que Salvador se enojase con él el mismo día que le otorgaba una responsabilidad tan importante.
Las horas pasaron lentas y ningún cliente venía. “¿Es que ya no se mata la gente o qué?” pensó. Pero a las cuatro en punto se abrieron las puertas y de ellas salió una chica joven que tendría poco más de veinticinco años. Su indumentaria incomodaba sobremanera a Roberto. Caminaba sobre unos tacones altos, lucía unos pantalones extremadamente cortos y su camisa estaba unida en un nudo justo debajo de sus pechos, dejando a la vista su ombligo y un gran escote. “Esto debe ser una broma de Salvador” pensó sinceramente. Miró encima de las estanterías convencido de que habría una cámara grabando y que en algún lugar su jefe estaba observando y riéndose de él. Roberto le hizo un gesto para que se sentase y decidió que hablaría mirando a la mesa. Era capaz de enfrentarse a muchas situaciones peligrosas con serenidad, pero sabía que hablar intentando no mirar sus pechos iba a entorpecerle mucho en la conversación.
- ¿Mi madre avisó de que vendría?- Dijo ella
- Desobedeciéndome, pero sí.
- Señor, necesito su ayuda -imploró ella.
- Mi respuesta es firme. No está nada claro que sea una venganza. ¿Tú lo aceptaste todo, no es cierto? Seguiste por ese camino para poder drogarte… Tenías elección, en un principio…
- ¿Tienes hijos?
- Ya sé por dónde vas, y no me vas a convencer por ahí. Sí, tengo dos hijas- Ro se lamentó de haber dado esa información, pues podría perjudicar a su familia-. ¿Eso qué más da?
- Conseguí desintoxicarme. Lo hice, pasé por un infierno y me obligaban a seguir trabajando mientras lo hacía. Y una vez fuera, cuando creía que podía rehacer mi vida, me encontré con una pistola en la cabeza. Desde entonces, cada día que trabajo me están violando. No me violan mis clientes, pero me obligan a tener sexo para seguir con vida -los gestos de rabia en su boca al hablar enfatizaban su mensaje-.
- ¿Pero de veras creías que te iban a dejar salir de allí?- Chilló Ro levantándose de la mesa y empezando a andar por el despacho muy nervioso-. Quizás me debo preocupar yo porque conozco demasiado la mafia, o puede ser que tú hayas visto muy pocas películas... Pero por favor, lo que pasa es que no me creo que no supieras cuales eran las reglas del juego. Cuando entraste por primera vez en el burdel sabías que no saldrías de allí. Además, ¿qué quieres que haga? ¿Mato a tu jefe? El problema es que ni tú sabes qué quieres que haga. Vienes aquí y me dices que te solucione un problema que tienes y ya está, te libras de responsabilidades. Yo lo que creo es…
- Cállate. ¿Cómo te llamas?
Roberto, que echaba más de menos que nunca un trago, se quedó perplejo al ver que esa chica lo mandaba callar.
- Llámame Ro.
- Ro, yo soy Sandra -dijo levantándose y mirándolo con dulce tristeza.
Ro la miró fijamente a los ojos y le llamaron especialmente la atención. Era como mirar la madera apreciando todos sus rasgos y vetas. Era especialmente guapa pese a que tenía muchísimas ojeras y una pequeña marca cerca del ojo derecho. Su mirada era sincera, triste y parecía que estaba a punto de decir algo muy grave.
- Bien, creo que no quieres ayudarme. Eres libre de no hacerlo, pero ojalá te olvides de las normas un momento y me escuches. No voy a aguantar una vida en la que diariamente me están forzando. No sabes lo que es despedirme por las mañanas de mi madre y que ella se ponga a llorar sabiendo lo que voy a hacer. Si no podemos resolverlo pronto, lo más digno que podré hacer será acabar con mi vida, y sé que lo entenderás.
- Joder. ¿Por qué no te esperas a que llegue mañana Salvador?
- Porque quiero solucionarlo ya. Toma tus propias decisiones, pero dime algo ya. Ya sabes por qué hemos hecho lo de mi madre… Seguro que tu socio lo entenderá.
Ro suspiró y se dejó caer sobre la silla. Se le hacía muy duro sentarse en el puesto de su jefe y tomar sus responsabilidades. Realmente quería ayudarla, pero no sabía si debía hacerlo ni si era capaz.
- Eres una hija de puta por decirme lo del suicidio, pero te ayudaré.
Sandra empezó a llorar y se acercó para abrazarlo, pero él la apartó, hecho que a ella le sentó como si la hubiera apuñalado.
- Ya me has atacado demasiado con sensiblerías. Ya sé qué tenemos que hacer.
- ¿Qué haremos?- Preguntó ella.
- Presentarte a los chicos más locos que he conocido jamás. Vamos a La ocarina nasal.
- ¿Y eso qué es?
- La respuesta normal sería que es un bar, pero lo que menos hacen esos tres chalados es servir copas. Bueno, más vale que lo veas.
- Por favor que no sea un puticlub…
- Dejó de serlo hace tiempo, estate tranquila.
- No estoy nada tranquila, ¡explícame el plan! ¿Cómo que era un puticlub? Quiero abandonar ese mundo ¿lo has entendido?
- Te garantizo que serás la única puta del lugar, de veras.-Podía haber parado el bofetón, pero siguió hablando como si nada sucediese.-Por cierto intenta vestirte de otro modo para la misión. Quiero que se acabe esta tarde toda esta historia y no tener que darle demasiadas explicaciones a Salvador. Lo mejor es ser discretos y pasar desapercibidos.
- Soy puta, tengo ropa de puta y me visto como tal. No tengo nada más discreto que esto, lo siento.
- Joder, me pondré unas gafas de sol -ambos rieron por un momento.
Fueron los dos hacia el ascensor dispuestos a salir. Una vez dentro del ascensor Ro quiso aumentar un poco su autoridad que en ese momento estaba por los suelos.
- Una cosa, debes saber que mi mujer me pega.
- ¿Qué dices?
- Que me pega unas hostias como panes y yo no hago nada por defenderme.
- ¿Por qué me cuentas eso?
- Porque ella es la única que puede hacerlo. Si lo haces tú otra vez te dispararé en la nuca estés donde estés, y que me lleven preso, me da igual.
Se hizo un silencio incómodo, pues Sandra no sabía hasta que punto eso dejaba de ser broma. Todo el personal del hotel sabía quién era Ro y lanzaban miradas de reojo al verle salir con una prostituta. Estaba abochornado y sabía que iba a ser la comidilla durante días.
Pronto estuvieron en La ocarina nasal. El lugar, aunque acogedor, era más variopinto de lo que llegó a imaginar Sandra. Parecía una taberna medieval. Las mesas eran de madera oscura y el suelo parecía engancharse a cada paso que se daba debido probablemente a cerveza derramada. Tras la barra había tres camareros que distinguieron rápidamente a Ro. Al ver quién acompañaba a su amigo empezaron a gritarle cosas desde lejos: “¡Tiburón!” gritaba uno de ellos, “¡comparte un poco, cabrón!”. Cada vez que decían alguna de estas cosas se agachaban tras la barra como si acabasen de decir una gran osadía y corriesen un grave peligro. Una vez llegaron a la barra los tres se levantaron.
- ¿En qué puedo servirle señorita?- Dijeron los tres con voz de pito al unísono en una representación que sin duda tenían preparada.
- Sandra, estos son Romas, Alejo e Isaac. Aunque no lo parezca, pueden ayudarte mucho.
- ¿Qué queréis que os pongamos?-Preguntó Romas.
- Nada, venimos por trabajo.
“Ooooooooooh” empezaron a decir Romas y Alejo durante varios segundos mientras miraban a Isaac.
- Ni de coña- dijo Isaac.
- Escucha, chico…
- ¡Cállate!-Empezó a hablar dirigiéndose a Sandra-. Llevo metiéndome en follones desde que tengo uso de conciencia, y la única vez que este imbécil que tienes al lado me pidió que fuese con él a una misión ¿sabes qué me pasó? ¡Me dispararon en el culo!
Los únicos que no reían eran Ro e Isaac. Sandra aún intentaba aguantarse la risa, pero Romas estaba sentado en el suelo tras la barra con la cara mirando al techo, contraída de risa. Alejo estaba con medio cuerpo sobre la barra y con dificultades para respirar.
- No podía ir al baño, no podía caminar bien, apenas me podía sentar ni estirarme boca arriba… Me pasaba el puto día en la cama boca abajo. Y ¿sabes qué es lo peor? Durante tres semanas no se me levantaba. Y todo eso lo hice cuidado por ese médico de mierda al que tienen untado éste y su jefe.
- Oye Isaac, no le cuentes tu vida -dijo por fin Ro-. Esta chica tiene un problema y necesitamos vuestra ayuda. Quiero hacerlo rápido. Ya quedaremos para pasarlo bien otro día.
- ¡Que no te pienso ayudar en nada, tío!-Le respondió agresivamente.
Roberto los miró a todos muy sorprendido. ¿Iría en serio eso? ¿Se iban a negar a ayudarlo?
- No nos mires así -dijo Romas, que ya recuperaba la respiración-. Las misiones, cuando las haces tú son divertidas, pero siempre os acabáis disparando.
- Eso no es cierto. Soy muy sigiloso pero…
- Sí, sigiloso de cojones. Siempre hay fuego cruzado, tío, no sé como lo haces. O eres gafe o gilipollas, pero entiendo que Isaac no quiera ayudarte.
- Solo quiero compraros armas- dijo ya casi suplicando.
- Que no me importa -dijo Isaac con cara de odio-. Con mi pene no se juega.
Sandra miraba la hora con impaciencia. En menos de dos horas tenía que entrar al trabajo de nuevo. Solo de pensar que tendría que esperar en su habitación para que viniese un viejo pervertido y la convirtiese en un infierno se le quitaban las ganas de seguir con vida. Deseaba que Ro resolviese su vida ya. Miró a su alrededor y vio que en una mesa estaban sentados dos agentes de policía. Se trataba de la coacción perfecta.
- Oíd chicos. Esque quizás, si no nos ayudáis, mi amigo y yo nos vamos a sentar en esa mesa con los agentes a pedirles ayuda. Espero que no se nos escape nada de lo que realmente hacéis aquí en el bar… Haré todo lo posible para que no suceda.
Al escuchar estas palabras, Alejo se puso de pie sobre la barra del bar intentando contener la risa.
- Por favor, bien amados clientes, -empezó a exclamar a voz en grito provocando que todos los presentes hiciesen silencio absoluto - ya sabéis lo delicada que es nuestra situación legalmente, así que ocuparos de que estos dos agentes de policía jamás lleguen a enterarse de que aquí vendemos armas y droga. ¡Por favor! -gritó aun más fuerte- ¡Sed discretos y que no se enteren de nada ellos dos!
Todo el bar estalló en carcajadas, incluidos los dos agentes. Sandra se sintió ridícula. Era evidente que todo el mundo sabía a qué se dedicaban esos tres locos. Roberto se sintió mal por su cliente que había intentado colaborar, y tuvo al momento una genial idea.
- No pasa nada. No os obligaré a ayudarme si no queréis. Esta misma tarde le diré a Salvador que habéis decidido dejar de colaborar con nosotros.
La risa cesó entre los tres camareros.
- No le tendréis miedo a ese abuelo no?- Se burló Ro.
Los tres entraron cabizbajos en la cocina sin decir nada seguidos por Sandra y Ro. Empezaron a vaciar un congelador horizontal. Hacían gestos de resignación mientras iban quitando bolsas de guisantes y cajas de helados en silencio. Una vez la nevera estuvo vacía, abrieron una trampilla que había en el suelo de esta y empezaron a bajar como si estuviesen escuchando una marcha fúnebre. Sandra sintió muchísimo frío al bajar las escaleras. Una vez estuvo abajo no podía creer lo que veía. ¿Hasta dónde llegaba la locura de esos tres sujetos? No era un almacén ni un sótano, tenía más bien el tamaño de un hangar. La trampilla no podía ser la única entrada posible, ya que no solo había armas, sino que había varios jeeps de combate. Desde luego que todo el mundo sabía lo que tenían allí, pues para que eso pasase desapercibido había que tener untada a media ciudad.
El desánimo acabó para todos al llegar allí, pues los tres camareros se pusieron a jugar con unas katanas como si fueran juguetes para niños. Era peligrosísimo, pero ellos parecían divertirse.
- Vamos, basta ya, chicos. Queremos acabar rápido.
- ¿Y qué queréis?-Preguntó Isaac, molesto por la interrupción del juego.
- Dos armas: una navaja y una pistola.
- ¿Una pistola?-Dijo Romas mirando hacia sus dos compañeros.
Los tres empezaron a dar vueltas absurdas imitando el sonido de una gallina. Se estaban volviendo a burlar de él.
- ¿En serio, Ro? Me pensaba que ya eras un tío, si quieres matar a alguien ten cojones de atravesarlo tú mismo. Eso de disparar a alguien a veinte metros es de nenazas. Es un deshonor matar a alguien y ni siquiera mancharte de sangre ¿no te parece?
- ¡Pero si vosotros mismos las habéis usado un montón de veces! Son para ella, y sabéis que siempre hay que llevar una por si las cosas se ponen feas.
- ¿Y no prefieres llevar esta nodachi?-Dijo Alejo desenvainando una katana absurdamente larga que podía medir más de metro y medio.
Sandra empezó a asustarse. Tener que disparar a alguien no entraba en sus planes, pero antes de que pudiese abrir la boca para expresar sus miedos Ro le puso una mano en el hombro y le dijo que se tranquilizase. No consiguió articular palabra, se sentía helada y quebradiza por la incertidumbre.
Ro se dirigió a una esquina y cogió una pistola. Buscó aquella que tuviese el cargador con más capacidad. Luego cogió una navaja automática y se acercó a darle ambas armas a Sandra. Ella sintió el peso del acero en ambas manos. De repente, parecía como si de las armas empezase a desprenderse un calor por sus miembros inexplicable. Todo lo que antes le impedía actuar desaparecía, y la capacidad de decisión volvía poco a poco por sus brazos. Sintió como el calor llegaba hasta su corazón. Apuntó hacia adelante sonriendo y los cuatro hombres allí presentes se agacharon con miedo. Su forma de vestir la había hecho sentir indigna, la convertía en un objeto, pero sin embargo ahora la hacía ser poderosa. Se daba cuenta de que nunca había dejado de tener pudor, sino que se podía vestir así por el poco aprecio que se tenía a sí misma. Ahora en cambio podría estar desnuda ante miles de hombres y con la cabeza alzada, pues todos la temerían y respetarían. Ninguno se atrevería a tocarla; ella elegiría quien la toca.
- Por su cara parece que le ha gustado -dijo Alejo-. Dile que baje eso, Ro, por Dios. Le has dado una puta Desert Eagle a una persona que no ha disparado en su vida. Si una bala de esas nos da, nos atraviesa. Además el retroceso le hará un poco de daño a la chica. Subamos arriba, os invito a unas alitas de pollo y os vais de caza si queréis.
- ¡No me hables de pollo!-Exclamó Isaac-. Cuando me perforaron el culo por culpa de este hijo de puta me llevé la gran sorpresa. Ni sangre ni hostias. ¡No me salía sangre! Lo único que salía de ese agujero era un olor a pollo insoportable. Dos días oliendo a pollo, ¿te lo crees? Te aseguro que no volveré a probar uno de esos en mi vida. Qué asco ¡joder!
Sandra bajó la pistola a causa de la risa. No sabía cuál era el propósito de todo eso pero no recordaba haber reído tan sinceramente en mucho tiempo.
- Oye, si salgo viva de esta ¿podría trabajar aquí con vosotros?
- ¿Como camarera o…?- Romas vio que Sandra le apuntaba con la pistola-. Vale, vale, vale, calma. Pásate por aquí y lo hablaremos ¿vale?
- No hay más tiempo que perder -dijo por fin Ro-. Vamos arriba.
Una vez hubieron subido todos se quedaron impresionados por lo que hizo Ro. Cogió a Sandra de la mano y le pidió que le siguiera. Ambos se metieron en el baño y cerraron la puerta. Los tres camareros empezaron a gritar guarradas. Cuando cerraron la puerta se escuchó como los tres se acercaban indiscretamente a ella. “¡Va a meterla en caliente!” gritaba Alejo.
- Ponte la pistola en la sien - dijo Ro a Sandra indicándole como se quitaba el seguro-. Vamos, hazlo ya.
- Pero…
- ¡Vamos!
Ella obedeció. Esperaba que él dijese algo, pero por el momento permanecía callado.
- Si quieres dispararte, este es el momento. Tu vida puede terminar ahora mismo. Pero si decides que prefieres permanecer con vida significará muchísimas cosas.
Alejo seguía gritando: “¡Ro lleva puesto el escudo de Látex!”, “¡va a entrar en la cueva del trol!”. Romas le animaba también. Poco sabían de la batalla que se estaba librando dentro de Sandra en ese mismo momento. Cuando iba a hacer el gesto de separarse el cañón de la sien, Ro le sujeto la mano con muchísima fuerza.
- Para por favor. Suéltame
- ¿Por qué?
- No quiero morir
- ¿Quieres vivir?
- ¡Claro, coño! ¡Suéltame ya!
Finalmente soltó la mano de la chica dejándola caer a un lado. Sin decir nada más Ro salió satisfecho del baño encontrándose de bruces con Alejo.
- Has aguantado más segundos de los que creíamos, Ro. Está un tanto más buena que tu mujer.
- Dejad de decir gilipolleces ya. Mi misión será en el SweetyDreams… Espero que estéis cerca. Si os llamo es que os necesito.
- No vamos a ir aunque venga Salvador de noche a nuestra casa para violarnos -dijo Isaac.
- Cuenta con mi espada, dulce princesa -dijo Romas con voz de pito besando la mano de Sandra.
- ¡Y con mi hacha!- Alejo se puso por delante de Romas.
Isaac suspiró, y Sandra lloró de ternura al ver el entusiasmo de esos infantiles camaradas. Deseaba formar parte de esa alegría con la que ellos vivían su locura. Y hoy, sin ninguna duda la estaban haciendo feliz.
- Espadas, hachas… como me aparezcáis allí con un arma que no sea de fuego yo sí que os dispararé en el culo. Muchas gracias por todo, amigos. Me alegro de veros. Desde que me han dejado sin beber que no os veo el pelo. ¡Deseadnos suerte!
Con esas palabras abandonaron La ocarina nasal. Algo había cambiado ya en la actitud de Sandra. Iba por la calle con una media sonrisa, y esa sensación dibujaba para ella un mundo distinto.
- Quiero una última cosa, Ro -dijo cuando ya llevaban diez minutos andando hacia el burdel.
- ¿Qué quieres ahora?
- Paremos en esa tienda. Quiero comprar dos atuendos más. Un sombrero de vaquero y unas gafas de sol.
- Tus deseos me están llevando hoy por el camino de la amargura.
Más pronto que tarde se estaba probando todos los sombreros de la tienda de ropa bajo la mirada de odio de la dependienta.
- Ro, entra un momento al probador. ¿Qué te parece este?
- ¿Qué coño haces probándote sombreros en un probador?- Dijo él, que estaba mirando el móvil en un rincón de la tienda maldiciendo a Sandra.
Se acercó al probador y descorrió la cortina. Se encontró con una Sandra especialmente sexy. Los nuevos atuendos le aportaban un morbo increíble. Pero sin duda lo que más llamaba la atención era que no llevaba puesta su camisa. Nada tapaba sus pechos salvo su mano izquierda, y con la derecha apuntaba con la pistola a Ro.
- ¿Estoy de foto, verdad?- Decía acercando la pistola a su hombro y dando media vuelta sin dejar de mirarle.
A Ro se le aceleró la respiración. Sabía que si hablaba iba a tartamudear. Por desgracia sus ojos en vez de mirar a los de Sandra buscaban justo ese pequeño porcentaje de piel que ella tapaba. Se sintió estúpido, pese a que veía que su primera terapia estaba funcionando bien. Una vez hubo reaccionado así, Sandra descubrió sus senos un momento sin ningún tipo de vergüenza dejando hipnotizado a Ro. Se agachó, cogió la camisa y se vistió del mismo modo que lo estaba antes en pocos segundos. Puso las dos armas en el bolso y se dispuso a salir del probador para ir hacia la caja. Cuando pasó al lado de Roberto le cogió suavemente de la barbilla y poniéndose de puntillas le dio un beso en la mejilla.
- Me encanta como has reaccionado.
- ¿De qué vas? ¿Qué quieres decir?
- Que me has hecho sentir deseada. Y del modo en que lo has hecho me ha encantado. He visto como te sentías débil, y eso es algo que no me suele pasar - dijo eso con total normalidad mientras pagaba por el sombrero y las gafas.
- Vete a la mierda. Vamos a acabar ya con esto.
Ro se dirigió hacia fuera intentando hacer ver que no había pasado nada. El temor creció en ambos, aunque de distinto modo, cuando estuvieron frente al letrero luminoso del SweetyDreams. Realmente era enorme. Esperaba que la negociación fuera fácil. Salvador habría hecho esa tarea mucho mejor que él debido a su poder de coacción y persuasión. Ahora se encontraba él solo y debía demostrar que era digno de ocupar el puesto de su jefe y amigo si este lo necesitaba.
- Déjame hablar solo a mí, Sandra. Tú solo llévame hasta tu jefe.
- Está bien - dijo ella tragando saliva.
Se dirigieron a la tercera planta y se acercaron a un despacho enorme. Llamaron a la puerta, entraron y vieron a un ridículamente estereotipado proxeneta fumando un puro tras su escritorio. A Sandra ese hombre le daba un miedo increíble. Cuántas veces la había hecho llorar… en ese mismo momento ella estaba temblando y daba gracias por el hecho de que Ro estuviese a su lado.
- Señor, soy Roberto, y deseo hablar con usted.
- Yo me llamo Francisco. Menudo nombre de telenovela tenemos los dos. Llámame Paco.
Una vez había dicho eso se levantó y fue caminando tranquilamente hacia Sandra. Llevaba unas botas de piel de serpiente, unos pantalones tejanos apretados y una camisa blanca. Lo vil que era su rostro se acentuaba con un cuidado, oscuro y frondoso bigote. Tenía el pelo aceitoso, colocado estratégicamente para que no se notase que empezaba a caersele el pelo. Cogió las gafas de Sandra, las tiró al suelo y las pisoteó quebrándolas. Tiró atrás su sombrero que quedó en el suelo y le dio una bofetada muy fuerte. Entre el golpe y lo que ella estaba temblando, las piernas de Sandra fallaron y quedó en suelo llorando. A Ro se le aceleró la respiración y apretó los puños; iba a golpear él, ahora.
- ¡No, Ro!-Gritó ella. Miró hacia arriba a los ojos de Roberto-.Sé diplomático por favor.
- Tú tienes trabajo, así que no sé qué haces aquí. Hay un señor esperando fuera y quiero que se quede bien contento -dijo Paco-. Déjame hablar con tu novio a solas.
El hecho de que se creyera que era su novia aumentó muchísimo la rabia de Ro. Su honor había sido insultado gravemente. Ese señor se creía que acababa de golpear a su novia delante suyo y que él no había hecho nada. Sandra se levantó, lo cogió de la mano y lo sacó un momento del despacho.
- Júrame que intentarás que salgamos de aquí sin pelear. Recuerda que he elegido seguir con vida, y esta gente es muy peligrosa. Por favor Ro, sácame de aquí sin pelearte. Y sé rápido, mi cliente me da bastante asco.
Ro estaba conmocionado por sus lágrimas. ¿A dónde le estaba llevando la pena aquel día? Se acercó al oído de Sandra y le dijo: “te juro que saldremos de aquí sin problemas y que ese será tu último cliente.”
- Muchas gracias, Ro.
Tenía toda una parte de la cara enrojecida por el golpe pero se dirigió con la cabeza alta hacia el señor que la estaba esperando, lo cogió de la mano y se metió con él en la habitación que estaba justo al lado del despacho. Ro decidió esperar unos pocos minutos antes de volver a entrar en el despacho. Sabía que si no se relajaba no podría negociar correctamente y todo acabaría muy mal. Quería matarlo, pero le había hecho una promesa a Sandra. Él siempre cumplía sus promesas, al menos en su trabajo. Salvador le había enseñado que eso era esencial para que su empresa funcionase. Tenía que entrar y no podía ejercer la violencia.
Sandra ya estaba totalmente desnuda, pero el cliente estaba desconcertado.
- ¿Pero qué haces?-Le preguntaba él al ver como ella pegaba la oreja a la pared para escuchar cómo iba la negociación entre Ro y Francisco.
- Shh, cállate.
Al otro lado de la pared no paraban de escucharse los amenazantes gritos de Roberto. A veces Francisco reía burlonamente. “No la voy a dejar ir, chaval” oía que decía el proxeneta. El cliente se empezaba a impacientar.
- Me estoy hartando - le dijo el viejo mientras la cogía por los muslos estirándola hacia atrás. Estaba dispuesto a hacerlo por la fuerza. Sin ninguna duda, nadie tomaría eso por una violación.
- ¡Espera!-Gritó ella- Ponte un preservativo. Deja que lo coja del bolso.
Él carraspeó con indignación pero se apartó. Sandra no podía soportar más la tensión de escuchar lo que estaba pasando allí. Estaban discutiendo muy fuerte y temía que pudiese acabar mal. Fue enorme la sorpresa que se llevó el pobre señor al encontrarse el cañón de la Desert Eagle en su cara en vez de un condón. Sandra le indicó que debía callar. Con una mano se puso las bragas mientras con la otra seguía apuntando a ese hombre que se había quedado totalmente pálido mientras su apetito sexual se esfumaba totalmente. Descalza y sin nada más que unas bragas salió de la habitación y se dirigió hacia el despacho del proxeneta. Tanto Roberto como Sandra se llevaron una gran sorpresa. A Ro le sorprendió mucho ver entrar a la joven prostituta en paños menores y tan bien armada. Cada vez le parecía más atractiva. Pero mayor fue la sorpresa de Sandra al ver que Roberto había clavado un cuchillo algo curvo en el ojo de su jefe haciéndolo salir por la parte trasera del cráneo. Tenía un pie encima del esternón de Paco y estiraba haciendo grandes esfuerzos por extraer de nuevo el puñal.
- Joder.-Fue lo único que se le ocurrió decir a ella.
- Perdón, se me ha ido un poco de las manos la negociación- dijo contrayendo su cara por el esfuerzo justo cuando conseguía recuperar su cuchillo-. Siempre cumplo todas las promesas. Salvo la que te he hecho a ti y la de mi matrimonio.
- ¿Porque te pones una camisa blanca si sabes que puedes acabar manchado de sangre?
- Y ¿por qué tú no te pones un sujetador o algo? Quizás tenga que disparar y me gustaría poder fijarme en dónde disparo.
- Yo no uso de eso y he corrido hacia aquí porque he escuchado gritos.
Ro cogió el sombrero que antes había dejado en el suelo Sandra y tomo prestadas las gafas de sol de Paco que yacían encima de la mesa. Al fin y al cabo, no parecía que fuera a necesitarlas de nuevo . Como máximo servirían para taparle el enorme hoyo en el que se había convertido su ojo izquierdo. “¿Por qué siempre clavas en el ojo izquierdo si eres diestro?” le había preguntado alguna vez Salvador. Sin duda que era un enigma, pero le salía siempre así. Se acercó a Sandra, le puso el sombrero y las gafas de sol.
- No sé si saldremos de esta, pero oficialmente ya no eres prostituta.
Ambos sonrieron y esa vez fue él el que le fue a dar un beso en la mejilla. Ella giró rápidamente la cara y el beso acabó siendo breve, suave pero intenso en los labios. Por suerte a Ro no le dio tiempo a pensar, ya que oyó gritos y salió rápidamente fuera seguido de Sandra. El cliente al que ella había amenazado ahora corría desnudo con su diminuto pene al aire bajando las escaleras y atravesando el local. Tres hombres del personal de seguridad empezaron a subir por las escaleras y se quedaron perplejos al verlos a ellos dos. No reaccionaron aún pero les indicaron que estuvieran quietos. Ro llevaba una americana y debajo una camisa empapada de sangre y ella era una cawboy desnuda que escondía algo en la mano tras la espalda y con un pequeño rastro de sangre cerca del ombligo a causa del leve acercamiento con Ro. Uno de ellos entró en el despacho. Sabían que en cuanto vieran el cadáver de Francisco estaban perdidos. Sandra, en un momento de locura, aguantó la pistola en la parte trasera de su única prenda de ropa interior, sacó la navaja de la misma, y se lanzó con un grito acuchillando el cuello del guardaespaldas más cercano. Ro rápidamente lanzó un tajo horizontal con su navaja barbera al cuello de su compañero y se apresuró a cerrar la puerta del despacho justo cuando el tercer hombre descubría el cuerpo de su jefe. El guarda empezó a tirar del pomo intentando salir, cosa que demostró ser un craso error, pues mientras Roberto mantenía la puerta cerrada como podía, Sandra disparó tres veces a través de la puerta haciendo un escandaloso estruendo. Si sobrevivía a esa loca situación, al día siguiente sabría lo que es el dolor de hombros a causa del retroceso de un arma. Ro notó que el pobre hombre dejó de hacer fuerza y se oyó el ruido de cómo éste caía dentro del despacho. Por debajo de la puerta empezó a asomar un charco de sangre.
- A ver, Sandra, explícame, ¿por qué usamos armas blancas para asegurar el sigilo y vas tú y para acabar disparas tres veces con la pistola más ruidosa del mercado?
- Y yo que sé.
- Haz fuego de cobertura mientras llamo a La ocarina.
- ¿Fuego de qué?
- Que si sube gente a matarnos dispares aunque no aciertes para mantenerlos a una cierta distancia. No asomes demasiado la cabeza por favor. Las balas son peligrosas.
Por suerte el muro era de mármol y aguantaría bien los disparos. Se agacharon cubriéndose con él. Más valía que la llamada fuera rápida, pues el lugar más seguro del mundo era justo delante de los disparos de Sandra. Pocos segundos después de empezar la llamada empezó a subir mucho personal de seguridad por las escaleras. Sandra, tal como se le había indicado, disparó sobre ellos. Tuvo suerte, pues aunque distó mucho de acertar le dio a un enorme cuadro en el que aparecía Marilyn Monroe, este cayó sobre ellos, el vidrio se quebró y provocó varios cortes en dos de los guardas.
- Chavales, venid aquí tan rápido como podáis -decía Ro por el móvil a Isaac.
- Espera que pongo el manos libres.
- ¡Pero tú eres gilipollas! Estamos en un puto tiroteo dentro del Sweety Dreams en la tercera planta, intentaremos abrirnos paso hacia abajo, pero venid ya y bien armados. Quedarán una docena de seguratas.
Se oían continuos disparos y saltaban trozos de mármol por todas partes, en cuyo lugar quedaban agujeros de bala.
- ¡Le he dado a uno!- Dijo Sandra entusiasmada.- Pero se me ha acabado el cargador.
- ¡Eso no se dice en voz alta!- Le gritó Ro, que aguantó con el hombro su móvil, y en cinco segundos colocó un nuevo cargador en la pistola.
- Chavales, -susurró- esta llamada tiene que acabar antes de que se enteren de que Sandra no tiene ni puta idea de disparar. Venid ya.
- Yo no pienso ir- dijo Isaac.
- Vosotros mismos, pero si venís traed algo de ropa si podéis.
- ¿Porqué?
- Ah, es que Sandra ha tenido que dejar a un cliente a medias para empezar a disparar y va completamente desnuda.
Al otro lado del teléfono se oyeron gritos al unísono de los tres miembros de La ocarina. Ro decidió acabar ahí la llamada, sacó el mismo puñal con el que había matado a Paco y lo lanzó con increíble potencia hacia el segundo piso, desde el cual les estaban disparando. No dio a nadie, pero todos se asustaron al ver la destreza con la que se había lanzado ese filo que había quedado incrustado en la pared. Aprovechando esa sorpresa se puso de pie y empezó a bajar las escaleras. Poco a poco iba teniendo más ángulo de visión. Ya podía ver a uno que quedaba al descubierto al que no tardó ni un segundo en disparar, luego salió otro dispuesto a disparar, pero Ro fue más rápido y acertó en su corazón. El último que quedaba bajó rápidamente las escaleras al verse en desventaja y no consiguieron acertarle. Le indicó a Sandra que bajase creyendo que el piso ya estaba vacío. Tenían que darse prisa y coger cobertura antes de que empezasen a subir el resto de guardias. Además, su munición no era infinita, y las armas de los que habían caído les irían de lujo. Lo que no sabía Ro es que una empleada asustada se había escondido tras una planta, y cuando tuvo buena posición avanzó con unas tijeras y atacó a Roberto en su corazón. El sicario se cubrió con el brazo evitando la muerte, pero las tijeras atravesaron con fuerza todo el tejido muscular de su bíceps desgarrándolo. Ro gritó de dolor y se dispuso a dispararla, pero Sandra empujó con fuerza su brazo desviando la trayectoria de la bala.
- ¡Celia!-Gritó Sandra que era muy amiga de esa señora de la limpieza.
- Pero querida, ¿qué haces así?- Preguntó la señora.
- Da lo mismo, escóndete corriendo.
Empezaban a subir ya varios hombres armados mientras otros se quedaban abajo asegurando la entrada. Un sudor frío recorría la frente de Ro al tomar conciencia de la grave herida que le inmovilizaba el brazo izquierdo. Le daba grima tener aún la tijera clavada, pero sabía que al mismo tiempo esta taponaba la herida y no debía sacársela. Tenía que mantenerse con fuerzas en ese momento. Rezó para que su brazo derecho fuese suficientemente certero y les sacase de allí. Sandra no sabía qué hacer. Tras sus gafas de sol se empezaron a derramar algunas lágrimas al observar al hombre que quizás estaba a punto de dar la vida por ella. Ro sacó fuerzas de flaqueza, se levantó y disparó a diestro y siniestro con su único brazo útil. Esa acción transmitió coraje en el corazón de Sandra que lo imitó. Ambos gritaron mientras disparaban a la barandilla del piso inferior. La imagen era rocambolesca. Ro parecía un espantapájaros ensangrentado y con una tijera clavada en el brazo. Los pechos de Sandra botaban con cada disparo que daba su potente pistola, mientras que su sombrero y sus gafas no ayudaban a dar seriedad a la escena. “Ojalá tuviese puestas las botas de cocodrilo de ese hijo de puta ahora, me quedarían genial” pensó ella. Y no fue un pensamiento absurdo, pues estaba indiferente frente a las balas que silbaban a su alrededor, vaciando otro cargador sobre todos aquellos que antaño la habían esclavizado. Solo acabaron con uno, pero todos sus contrincantes sintieron temor frente a esa alocada pareja.
- ¿Estás bien?-Preguntó ella.
- Que va, ¿y tú?
- Me siento muy viva, Ro.
Tras decir eso se miraron sonriendo. De repente se oyó el sonido de unas ruedas derrapando y acto seguido un coche que se estrellaba contra la puerta del burdel haciendo gran estruendo. Se notó cómo atravesaba la vidriera tintada y opaca del local y entraba en este. Luego se oyó una ametralladora disparando a toda velocidad y múltiples gritos. La bronca que le iba a caer a Ro de Salvador iba a ser épica, pero en aquel momento sintió un gran júbilo. Ro y Sandra se miraron y dijeron al unísono:
- La ocarina nasal.
- ¡Bajad!- Se oía gritar a Alejo.
Colocaron el jeep de forma que saltando desde donde estaban podían caer sobre la parte trasera. El hecho de que hubiera un coche pasando por encima de las mesas de un local de alterne ya era bastante perturbador, pero cuando ambos saltaron desde el segundo piso ya renunciaron a cualquier imagen de cordura en ese día. La caída hizo un daño tremendo a ambos pero la sensación de felicidad cuando el todoterreno arrancó fue increíble. Todos, salvo Romas que conducía y Ro, se quedaron mirando embobados a Sandra. Llevaban puesto los tres un pasamontañas y solo se podía ver en su rostro una boca y dos ojos mirando fijamente los senos de Sandra. Ro se quitó la americana que quedó totalmente desgarrada y se la puso a Sandra para que pudiera taparse un poco. “¡Oh, no!”, “¡aguafiestas!”, “¿Y para eso reventamos un jeep?” empezaron a quejarse todos en broma. Sandra miró hacia arriba, el sol le daba en la cara y sintió una euforia que ni siquiera recordaba. Lo que empezó siendo una sonrisa acabó siendo una risa a carcajadas. Se sentía libre. Se empezaban a oír las sirenas de la policía a lo lejos, pero en ese momento le daba igual si la llevaban presa. Acababa de terminar la parte más oscura de su vida y nadie la iba a volver a someter. Isaac le hacía una rudimentaria cura a Roberto que observaba el rostro de Sandra riendo mientras miraba al sol.
- Oye Sandra -dijo Ro-, no creo que te vayan a contratar para desfilar en una pasarela así vestida. Pero estás de foto ahora mismo.
Ella cogió su mano, y se quitó las gafas. En sus ojos de madera se podía ver un sincero agradecimiento.
- Tengo dos malas noticias- dijo Romas que empezaba a conducir en curvas inexplicablemente-. Se nos ha pinchado una rueda con los cristales del local, y ese coche nos está siguiendo y debe ser de los del burdel.
- ¿Cómo sabes que es de ellos?-Preguntó Alejo.
- Mira bien.
Todos miraron hacia atrás y vieron como de la ventana del copiloto empezaba a salir medio cuerpo de un hombre que apuntaba hacia el jeep con una metralleta. Todos empezaron a chillar a la vez mientras agachaban las cabezas. Cuando dispararon la primera ráfaga, Romas desvió el coche en un acto reflejo que lo hizo estrellarse. La gente corría desesperada por la calle. Ninguno sufrió grandes daños al chocar, pese a que al día siguiente, si sobrevivían, sería difícil que se levantasen de la cama.
- ¡Vamos al High Gardens!-exclamó Isaac.
- Salvador me mata- asumió Ro.
Todos salvo Roberto saltaron del coche y empezaron a correr. Sandra se estaba haciendo daño en los pies descalzos. Mientras Ro, que se había demorado un poco, salía del coche, los cuatro hicieron una parada y empezaron a disparar al coche que les había estado siguiendo. Habían saltado muy rápido y el momento en que sus perseguidores frenaban les dio toda la ventaja. Fue Alejo el que acertó en la sien del copiloto cuando el coche estuvo parado, y al ver que los estaban acribillando, el conductor se agachó en su puesto y no saldría de allí por varios minutos. Empezaron todos a correr por un callejón. Tan solo estaban a doscientos metros del High Gardens, pero cada uno de ellos podría asegurar que fueron los más agotadores de toda su vida. Eran cinco personas corriendo en batería, y los que menos miedo daban de ellos iban con un pasamontañas y una metralleta en la mano. La gente no daba crédito a lo que veía. O se quedaban en el puesto sin creerse lo que pasaba ante sus ojos, o directamente salían corriendo.
Los últimos pasos fueron los más triunfales, a la par que los más vergonzosos. Entraron en el vestíbulo del hotel, y el conserje, que no podía soportar a Ro, lo miró con un odio irremediable. A pesar de su ira, directamente llamó al médico de confianza de Salvador y le dijo que por favor fuese inmediatamente al ático del hotel. Entraron los cinco en el ascensor y Ro empezó a marcar la combinación. Cuando llegaron al despacho de Salvador se dejaron caer todos en el suelo exhaustos. Con agónico placer descansaron allí, todos en el suelo, disfrutando de la paz que otorga la fatiga.