PAÍS RELATO

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julio de lemaitre

la princesa lilith

I
Nacido Jesús en Belén, en tiempo del rey Herodes, ciertos Magos de Oriente llegaron a Jerusalén y dijeron:
—¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Vimos su estrella en el Oriente y hemos acudido para adorarlo.
Al saber esto turbóse el rey Herodes, y reuniendo a los sacrificadores y los escribas, inquirió dónde debía nacer el Cristo.
Y dijéronle:
—En Belén.
Entonces Herodes llamó secretamente a los Magos e indagó la fecha en que habían visto la estrella, y mandándolos a Belén les dijo:
—Id, informaos exactamente acerca de ese pequeñuelo y cuando lo hayáis encontrado, hacédmelo saber para ir también a adorarlo.
Pero luego que los Magos, conducidos por la estrella, hubieron encontrado y adorado al niño, advertidos por un sueño de que no debían volver a ver a Herodes, regresaren a su país por otro camino.
Herodes, al verse burlado por los Magos, fue presa de gran irritación (San Mateo. II. 1-16).
II
La princesa Lilith, hija del rey Herodes, recostada en un lecho de púrpura, soñaba, mientras la negra Num agitaba sobre su frente un abanico de plumas y su gato Astaroth dormía a sus pies.
La princesa Lilith tenía quince años. Sus ojos eran profundos como el agua de las cisternas, y su boca igual a una flor de malvavisco.
Pensaba en su madre, la reina Mariana, fallecida cuando Lilith era todavía muy pequeña.
Ignoraba que su padre la había muerto por celos; pero sabía que conservaba en el fondo de una habitación secreta el cuerpo de la Reina, embalsamado con miel y plantas aromáticas, y que la lloraba aún.
Pensaba en su padre, el rey Herodes, tan sombrío y siempre enfermo. Solía encerrarse en su cuarto y allí se le oía lanzar gritos. Era que creía volver a ver a los que hiciera morir; su cuñado Kostobar, su mujer Mariana, sus hijos Aristóbulo y Alejandro, hermanos de Lilith, su suegra Alejandra y el hijo Antipater, el doctor de la ley Bababen-Buta, y muchos otros. Y aunque Lilith ignoraba aquello, su padre le inspiraba un gran terror.
Pensaba en el Mesías esperado por los judíos y del que le hablara frecuentemente su nodriza Egla, muerta ya. Y aunque el Mesías debiera ser rey en lugar de Herodes, decíase que, sin embargo, desearía mucho verlo; pues el lejano atractivo de ese acontecimiento maravilloso la desviaba de indagar cómo podría realizarse.
Pensaba, en fin, en el pequeño Hozael, hijo de su hermana de leche, Zebuda, que residía en Belén. Hozael era un varoncito que reía y comenzaba a hablar. Lilith lo amaba entrañablemente. Y casi todos los días hacía atar las mulas a su carro de cedro e iba a visitar al pequeño Hozael.
Lilith pensaba en todo aquello, en que se encontraba muy solita en el mundo, y en que sin el pequeño Hozael se aburría mucho.
III
Sucedió que Lilith bajó al jardín, a pasearse bajo los grandes sicomoros.
Allí encontró al viejo Zabulón, en otros tiempos capitán de la guardia del Rey. Herodes había reemplazado aquella guardia judía por soldados romanos, pero, como confiaba en el viejo Zabulón, encomendábale la vigilancia de la parte del palacio en que habitaba la princesa Lilith.
El viejo Zabulón, enfermo hacía algunos años, se calentaba al sol, sentado en un banco de piedra; la edad lo encorvaba de tal manera que su ancha barba le tocaba las rodillas.
Lilith le dijo:
—¿Estás triste, viejo Zabulón?
—He sabido por un centurión que el Rey ha dado orden de matar, mañana, al amanecer, a todas las criaturas de Belén que tengan hasta dos años.
—¿Por qué?
—Los Magos han anunciado que ha nacido el Mesías. Pero no se sabe cómo reconocerle, y los Magos no han vuelto a decir si lo habían encontrado. Matando todas las criaturas de Belén, el Rey está seguro de que el Mesías no se les escapará.
—En verdad —dijo Lilith —eso está muy bien imaginado—. Y después de un momento de reflexión—: ¿Se le puede ver? —preguntó.
—¿A quién?
—Al Mesías.
—Para verlo sería preciso saber dónde está. Y si se supiera dónde está, el Rey no necesitaría matar todas las criaturas del pueblo.
—Es exacto —dijo Lilith. Y agregó en voz baja, como con miedo de sus propias palabras—: Mi padre es muy malo—. Luego, de pronto, exclamó—: ¿Y el pequeño Hozael?
—El pequeño Hozael —dijo Zabulón— morirá como los demás, pues los soldados registrarán todas las casas.
—Sin embargo, estoy bien segura de que el pequeño Hozael no es el Mesías. ¿Cómo quieres que sea el Mesías? Es el hijo de mi hermana de leche.
—Pide su gracia a tu padre —dijo Zabulón.
—No me atrevo —dijo Lilith. Y agregó—: Voy a ir con Num a traer yo misma al pequeño Hozael y lo ocultaré en mi cuarto. Estará seguro, porque el Rey no va allí casi nunca.
IV
Lilith hizo atar las mulas a su carro de cedro, fue a Belén con Num, entró en la casa de su hermana de leche, Zebuda, y le dijo:
—Hace demasiado tiempo que no he visto a Hozael. Quisiera llevarlo a palacio y tenerlo una noche y un dio. La criatura está destetada y no necesita ya de tus cuidados. Le daré mi vestido color de jacinto y un collar de perlas.
Nada dijo a Zebuda de lo que supiera por Zabulón; tanto temía al Rey.
Pero notó que el semblante de Zebuda resplandecía con inusitada alegría:
—¿Por qué estás tan alegre?
Zebuda, un instante indecisa, respondió, sonriendo:
—Estoy alegre, princesa Lilith, porque amas a mi hijo.
—¿Y tu marido, dónde está?
Zebuda, nuevamente indecisa, contestó con el mismo tono:
—Fue a reunir su majada en la montaña.
V
Num ocultó bajo sus velos al pequeño Hozael, y Lilith y la buena negra entraron en palacio a la hora en que el sol desaparecía detrás de Jerusalén.
Cuando Lilith estuvo en su dormitorio, tomó a Hozael sobre las rodillas y la criatura reía y quería asir los largos pendientes de la Princesita.
De pronto Num, que en la sala vecina preparaba un cocimiento de maíz, acudió presurosa y dijo:
—¡El Rey! ¡Ahí está el Rey!
Lilith tuvo apenas tiempo de esconder a Hozael en el fondo de un gran cesto y cubrirlo con un hacinamiento de sedas y lanas deslumbrantes.
El Rey entró con paso pesado, con los hombros encorvados y los ojos inyectados de sangre en su faz terrosa, haciendo entrechocar los collares y chapas de oro que llevaba encima. Su barba se agitaba temblorosa.
Dijo a Lilith:
—¿De dónde vienes?
Ella contestó:
—De Jericó.
Y levantó hacia el Rey sus ojos tranquilos como el agua de las cisternas.
—¡Oh, cómo se le parece! —murmuró Herodes.
En ese instante un gritito partió del cesto.
—¡Quieres callar! —dijo Lilith al gato Astaroth, que dormía sobre los tapices.
Enseguida dijo al Rey:
—Padre mío, parecéis afligido, ¿queréis que os cante una canción?
Y tomando su citara, cantó una canción sobre las rosas.
El Rey murmuró:
—¡Oh, esa voz!
Y huyó como poseído de espanto, porque las miradas y la canción de Lilith le habían recordado la voz y los ojos de la reina Mariana.
VI
Poco después Lilith fue al jardín y vio al viejo Zabulón que lloraba.
—¿Por qué lloras, viejo Zabulón?
—Ya lo sabes, princesa Lilith. Lloro porque el Rey quiere matar a ese pequeñuelo, que es el Mesías.
—Pero —dijo Lilith— si fuera realmente el Mesías, los hombres no podrían matarlo.
—Dios quiere que se le ayude —contestó Zabulón—. Princesa, tú que eres buena y compasiva, debías avisar al padre y a la madre de ese pequeñuelo.
—Pero, ¿dónde lo encontraré?
—Interroga a la gente de Belén.
—Pero, ¿debo salvar al que arrojará mi raza de este palacio, al que quizás un día me convertirá en una pobre prisionera o en una mendiga de las calles?
—Esos tiempos están lejanos —dijo Zabulón— y el Mesías no es aún más que una criaturita, más débil que el pequeño Hozael. Por otra parte, el Mesías tendrá suficiente poder para ser Rey sin hacer mal a nadie. Y si algún día tienes una hija, princesa Lilith, el Mesías, cuando sea grande, podrá tomarla por esposa.
—Pero, ¿es realmente el Mesías? —preguntó Lilith.
—Sí —dijo Zabulón—, puesto que nació en Belén, en el tiempo señalado por los profetas, y puesto que los Magos han visto su estrella.
—Aunque pequeño, debe ser hermoso, ¿verdad, Zabulón?
—Está escrito que entre los hijos de, los hombres será el más hermoso.
—¡Iré a verlo! —dijo Lilith.
VII
Llegada la noche, Lilith envolvióse en velos negros, y los brazaletes y los aros de oro de sus brazos y de sus tobillos, y los collares de su garganta, y las piedras preciosas que la cubrían toda, resplandecían a través de sus velos tan suavemente como las estrellas en el cielo, y así Lilith, asemejábase a la noche, cuyo nombre llevaba.
Porque Lilith, en lengua hebraica, significa «la noche».
Salió secretamente del palacio con la negra Num y pensaba en el camino:
—No quisiera que el Mesías quitara la corona de mi padre; pues me sería muy penoso no seguir viviendo en un hermoso palacio, y no tener ya lindos tapices, bonitos vestidos, joyas y perfumes. Pero tampoco quiero que se haga morir a esa criatura recién nacida. Entonces diré a mi padre que he descubierto su escondrijo y en recompensa de ese servicio, le suplicaré que perdone a esa criatura y que la tenga en su palacio. Así no podrá perjudicarnos; al contrario, si es el Mesías, nos asociará a su poder.
VIII
Lilith encontró a Zebuda orando con su marido Méthuel. Ambos parecían rebosantes de alegría.
Entonces Lilith se sirvió de un ardid:
—Hozael va bien —dijo—: os lo devolveré mañana. Pero, ya que sabéis dónde está el Mesías, conducidme hasta él. He venido para adorarlo.
Méthuel era un hombre sencillo y poco inclinado a creer en el mal.
Contestó:
—Yo te conduciré, princesa Lilith.
IX
Cuando llegaron al lugar en que se encontraba la criatura, Lilith se admiró sobremanera, pues esperaba algo extraordinario, sin saber qué y vio solo una choza arrimada a la roca, y en ella un asno, un buey, un hombre que tenía aspecto de artesano, una mujer del pueblo, bella sin duda, pero pálida, débil y pobremente vestida, y en un pesebre, sobre pajas, una criaturita que en un principio le pareció igual a muchas otras.
Más, habiéndose aproximado, vio sus ojos y en sus ojos, una mirada que no era la de un niño, de una dulzura infinita y más que humana, y notó que el establo no estaba alumbrado sino por la luz que emanaba de él.
Dijo a la joven madre:
—¿Cómo te llamas?
—María.
—¿Y ese varoncito?
—Jesús.
—Parece muy juicioso.
—Llora algunas veces, pero nunca se le oye gritar.
—¿Quieres permitirme que lo bese?
—Sí, señora —dijo María.
Lilith se inclinó y besó a la criatura en la frente. María se enfadó algo porque no se arrodillaba.
—De manera —dijo Lilith— que este pequeñuelo es el Mesías.
—Tú lo has dicho, señora.
—¿Y será rey de los judíos?
—Con ese objeto lo ha enviado Dios.
—Pero entonces hará la guerra, matará a muchos hombres y destronará al rey Herodes o a su sucesor.
—No —dijo María—, pues su reino no es de este mundo. No tendrá guardias ni soldados; no tendrá palacios ni tesoros; no establecerá impuestos, y vivirá como el más pobre de los pescadores del lago de Genezaret. Será el servidor de los humildes y de los pequeños. Curará a los enfermos, consolará a los afligidos. Enseñará la verdad y la justicia, y reinará sobre los corazones, no sobre los cuerpos. Sufrirá, para enseñarnos el valor del sufrimiento. Será el rey del amor, pues amará a los hombres, y a los que atormente un deseo de amar, a aquellos a quienes la tierra no baste, les dirá que sus pobres corazones hallarán su satisfacción y su alegría. Tendrá inagotable misericordia para todos los que aun culpables, hayan conservado el don de amar y la virtud de sentirse hermanos de los demás hombres y de no preferirse a ellos, y sin duda tendrá un trono.
—¡Ah, ya lo ves! —dijo Lilith, resistiéndose aún.
—... Pero —prosiguió María— ese trono será una cruz. Sobre una cruz morirá para redimir los pecados de los hombres y para que Dios, su Padre, tenga piedad de ellos.
Lilith escuchaba con admiración.
Lentamente volvió la cabeza hacia el establo. Vio que la criatura la miraba, y bajo la caricia de sus ojos profundos, vencida, arrodillóse, murmurando:
—Nunca me habían dicho esas cosas. Y adoró.
Hacía tiempo que Num se había arrodillado y lloraba.
—Sé —dijo Lilith, incorporándose— que el rey Herodes busca al niño para hacerlo morir. Toma el asno, yo lo pagaré a su dueño y huye con él.
X
Por los caminos estrechos que serpenteaban alrededor de las redondas colinas, Jesús y su madre, José y Lilith, y la negra, y el asno llegaron a la llanura.
—Aquí es —dijo la Princesa— donde es preciso que os deje. Soy la princesa Lilith, hija del rey Herodes. Acordaos de mí.
Y mientras María montada en el asno conducido por José y teniendo a Jesús en los brazos, se alejaba por el camino de la derecha, Lilith seguía con los ojos la aureola que rodeaba la frente del pequeñuelo.
Y precisamente en el momento en que detrás de un bosque de sicomoros desaparecía la pálida luz misteriosa, por el camino de la izquierda oyóse un ruido de corceles, de entrechocar de aceros, y rápidos fulgores de cascos bajo la luz de la luna. El escuadrón de guardias romanos marchaba hacia Belén.
XI
Y todos saben que la princesa Lilith fue una de las santas mujeres que siguieron a Jesús el dio de su sacrificio, y el pequeño Hozael uno de los primeros discípulos del Cristo Salvador.