PAÍS RELATO

Autores

estefanía jiménez

atrezo

1
El teatro se deshizo en aplausos. Era la segunda vez que los actores salían a saludar, nada mal para una noche de jueves. Nora echó un vistazo al público desde bastidores y sonrió orgullosa, sintiéndose por un momento parte de la compañía «Atrezo». No lo era, por supuesto, ella era una actriz pésima, pero aquellas personas sí que eran parte de su mundo. Especialmente Gared, el joven director.
Se habían conocido hacía cosa de un año, en el pub en el que por ese entonces trabajaba como camarera. Le cayó bien desde que cruzaron las primeras palabras, a pesar de que él trató de ligar con ella desde el principio. Nora huía de los buitres como de la peste, y eso que era uno de los tíos más guapos con los que se había topado, un bombón de origen alemán de los que hacían volver las cabezas. Sin embargo, era inevitable sentir atracción hacia Gared, atracción en el sentido estricto: era como un imán, desbordante de energía y buenas vibraciones.
Nora lo había etiquetado desde el primer instante como «macizo peligroso», porque Gared no era hombre de relaciones serias, en absoluto, solo había que ver cómo cambiaba de amante como de calzoncillos, pero para él la amistad era sagrada, y, una vez que establecieron sus límites, se convirtieron en inseparables.
En ese momento, al verlo adelantarse en el escenario para saludar por tercera vez, sintió que el pecho le crecía de puro orgullo. Era formidable, llevaba el teatro en la sangre; pisaba los escenarios como si fueran su mundo y el mundo como si fuera su escenario. Energía en movimiento.
Nora se acercó a los actores cuando llegaron a los vestuarios para abrazarlos de uno en uno.
—Lo habéis hecho genial, chicos, espectaculares.
Cuando le tocó el turno a Gared lo estrechó con fuerza y él la hizo girar en el aire antes de besarla en la mejilla. Sus besos siempre le producían cosquilleos eléctricos.
—¿Qué planes tenéis para esta noche, chicos? —preguntó Alberto antes de entrar en la ducha.
—Yo estoy sin un céntimo, así que me voy a casa —resopló Nora.
—¿Qué dices? —se horrorizó Gared, mientras le pasaba un brazo por los hombros—. Es jueves noche, muñeca, falta justo un mes para Nochebuena y las calles huelen a Navidad. La ciudad es un hervidero de estudiantes juguetones deseando divertirse. ¡No te puedes perder eso!
—¿Qué te apuestas? —rio ella apartándole el brazo—. Date una duchita, Gared, apestas.
—¡Oye! Yo no… —Se acercó la nariz a la axila y puso los ojos en blanco—. Vale, no hay discusión posible ante esto.
—No, no la hay —aseveró Fani, riéndose—. Tamara y yo pensábamos ir al Cum Laude a tomar unas copas, ¿os apuntáis?
—¡Por supuesto! —respondió Alberto, que salía en ese momento de la ducha con su melena negra mojada, envuelto en una diminuta toalla y luciendo cuerpazo como cada vez que tenía la oportunidad—. ¿Te vienes, Pablo?
—No lo sé, voy a llamar a Lidia a ver qué le apetece hacer.
—¡Qué rollo eres, tío! No pienso echarme novia en la vida.
—Así hablan todos los solteros —bufó Tamara—. Y en sus noches de soledad sueñan con una pareja.
—Eso tal vez sería así, corazón, si yo pasara noches en soledad, pero no suelo tener de eso, y cuando las tengo estoy demasiado agotado para pensar.
—Tú no piensas nunca, Alberto —replicó Gared, dándole un tirón de su frondosa melena negra—. Venga, Nora, déjate de historias, me arreglo en un momento y nos vamos.
—Que no puedo, Gared —refunfuñó ella con voz cansina—. Mi padre…
—¡Venga ya! Si Sami me llamó esta mañana y me amenazó con pegarme si no te obligaba a salir hoy.
Nora resopló. Genial, sus mejores amigos eran cómplices. Con razón se había puesto tan contenta cuando le había pedido que recogiera a su padre del Centro de Día y se quedara con él unas horas.
—No tengo dinero… —insistió.
—Ni falta que hace, hoy yo seré tu caballero andante. Me han pagado los talleres y la pasta me quema el bolsillo —anunció el actor antes de meterse en la ducha.
—¡No quiero que te gastes tu dinero en mí!
—Es mi dinero, ¿a ti qué te importa lo que haga con él? Nos vamos a ir de fiesta hasta que nos cansemos o hasta que nos quedemos sin blanca.
—Venga, Nora, no seas tonta, lo vamos a pasar bien. —Tamara le revolvió su alocado pelo rojo y cogió a Fani de la cintura para marcharse—. Nos vemos allí, chicos.
—¡Esperad, que me voy con vosotras! —vociferó Pablo saliendo de su vestidor—. Nos vemos, Nora.
—¡Sí, tranquilos, que yo la arrastro! —gritó Gared para hacerse oír por encima del agua—. Tardo dos segundos, muñeca.
—No me llames muñeca, capullo —protestó ella—. ¡Voy con vosotros pero recuerda que me tienes que acompañar a casa! Llamaré a Samanta para pedirle que se quede a dormir. Joder, le debo un millón de horas.
—Sabes que no te va a cobrar, tonta —dijo él, mientras salía de la ducha envuelto en una toalla.
—¡Eso no me consuela, Gared! —gruñó mientras rebuscaba en las bolsas de aseo de sus amigas para darse unos toques de maquillaje—. No tiene por qué pasar la noche cuidando de un anciano con Alzheimer que ni siquiera es familia suya.
—Claro que lo es, para Sami sois su familia. ¿Quieres dejar de gruñir ya, muñeca?
—¡Que no me llames muñeca!
Gared le dedicó un guiño y una sonrisa arrebatadora. Estaba guapo el condenado, con su pelo rubio chorreando y revuelto destacando unos enormes ojos color miel, y ese cuerpo musculoso y bronceado casi desnudo. Nora no pudo evitar seguirlo con la mirada cuando entró en uno de los vestuarios. Tiró de la puerta pero no se molestó en encajarla, así que esta acabó abriéndose un poco, lo que provocó que fuera testigo a través del espejo de cómo su amigo se libraba de la toalla de espaldas a ella. Se quedó quieta con el cepillo de la máscara de pestañas a unos milímetros de su ojo, sin conseguir apartar la mirada de ese trasero de glúteos firmes; embobada contemplando el baile de músculos de su espalda, brazos y piernas mientras él se cubría con unos ajustados bóxer.
—Bonitas vistas, ¿no?
La voz de Alberto a su lado la hizo dar un respingo y meterse el cepillo dentro del ojo. Ni siquiera se había dado cuenta de que había salido ya del vestidor, con sus músculos embutidos en una camisa y pantalón negros.
—¡Ay, gilipollas, mira lo que has hecho! —se quejó Nora mientras trataba de limpiar el pegote que acababa de destrozar su maquillaje.
—Esa lengua, Norita… Además, ¿qué se supone que he hecho yo? —el chico lanzó una carcajada mientras contemplaba a Gared que salía ya, abrochándose una camisa.
—Me peino y listo —murmuró este, acercándose también al espejo.
—Tranqui, tío, no creo que a Nora le importe mucho que te entretengas.
—¿Qué?
—¡Bah, no le hagas caso al «putero» este! —resopló ella, dándole un empujón.
—¡Esa lengua, Nora! —la reprendieron los dos a la vez.
—El día que aparezca tu príncipe azul saldrá corriendo cuando abras esa bocaza. —Gared chascó la lengua con desaprobación.
—Pues te aseguro que si se planta ante mí un tío azul, esta bocaza se abrirá para dar un grito, por muy príncipe que sea —replicó ella, provocando que sus dos amigos soltaran una carcajada.
—¿Qué, nos largamos? —propuso Alberto.
Nora echó un último vistazo a su imagen en el espejo.
—Estás para comerte, muñeca, como siempre —le susurró Gared, antes de darle un beso en la mejilla.
Olía bien, a gel de lavanda y a su perfume masculino, mezclado con un ligero deje de pintura de atrezo, cuero de vestuario e hierba. El beso volvió a hacerle cosquillas, como siempre, y el recuerdo de su cuerpo desnudo hizo que algo se revolviera en su estómago. «Pensamiento peligroso, Nora. ¿Cuánto hace que no te lías con alguien?». Siglos… Y al parecer estaba más susceptible a los hombres de lo que le gustaría.
—¡Vámonos ya!
2
El local estaba bastante concurrido aunque aún era temprano. El Cum Laude era un lugar agradable, la música no era nada del otro mundo pero había buen ambiente, por no hablar de la decoración. Todo un claustro medieval universitario hecho y derecho con una réplica de la Plaza Mayor en su interior.
—¡Ey, tío! Todavía me sorprende que te dejen entrar con esas pintas —le dijo Pablo a Gared cuando se acercaron a la mesa donde estaba con Lidia.
—¿Qué pintas, imbécil? Saben que yo doy caché, Pablito, otros como tú tienen que usar chaqueta. O colgarse de una novia guapa como Lidia.
—Sí, eso no te lo discuto —rio el otro.
—Claro, soy su mejor complemento —resopló la aludida—. Voy a dejar pasar ese comentario tan machista y estúpido.
—¿Dónde están las chicas? —preguntó Nora.
—Bailando, supongo.
—Pues me voy con ellas a ver qué veo —anunció Alberto guiñándoles un ojo con actitud de depredador.
—¿Qué quieres beber, muñeca? —le dijo Gared a Nora mientras la cogía por la cintura.
—No me llames así, pesado. ¿De verdad eso te funciona con tus ligues?
—Es que mis ligues no son mis muñecas. Mi muñeca solo eres tú —se rio él—. ¡Nora Helmer! Protagonista de «Casa de muñecas». Una mujer de apariencia débil pero que es capaz de revolucionar el mundo.
—¿Mi apariencia es débil?
—Como la de una rosa con espinas —le susurró al oído. Su aliento le produjo un pequeño escalofrío.
—¡Ya! —resopló ella separándose, no era buena noche para tenerlo tan cerca.
—Hola, guapa, un Ballantine’s cola para mí —pidió Gared al llegar a la barra.
—Lo mismo para mí.
—¡Guau! Mi Nora bebiendo algo más que agüita. ¿Estás bien?
—Bastante agobiada, Gared, así que gracias por insistir en que saliera, en verdad lo necesitaba —confesó ella a la vez que se pellizcaba el puente de la nariz.
—¿Algo va mal? —Le cogió la barbilla y le alzó la cara para que lo mirara a los ojos—. ¿Está bien el viejo? Sabes que puedes contar conmigo. Para lo que sea, Nora, te lo digo en serio.
—Lo sé, y no sabes cuánto te lo agradezco, pero no hay nada que puedas hacer —susurró—. Se apaga, Gared. Cada vez está más perdido y no lo puedo ayudar.
—Lo siento mucho, muñeca.
—Lo que ahora necesito es un trabajo con urgencia, la semana que viene me cumple el contrato y ya me han dicho que no me van a renovar.
—Ok, pues preguntaré por ahí —la animó con una de sus sonrisas luminosas—. Seguro que conozco a alguien que necesite a la mejor mujer del mundo para levantar su negocio.
Nora soltó una carcajada, era imposible no contagiarse de su energía.
—Pues entonces te convertirás en mi príncipe azul, sin lugar a dudas, y ni siquiera gritaré cuando cambies de color.
—Qué pena que solo hables por hablar —suspiró Gared haciendo una mueca—. Si tú quisieras sería el mejor príncipe azul.
—Claro, y del resto de las mujeres de Salamanca —se rio ella, dándole un empujoncito en el hombro—. Anda, cállate.
Gared sacudió la cabeza con una sonrisa. La miró mientras daba un sorbo a su copa, complacido por haberla hecho reír, aunque apesadumbrado por otras cosas. Odiaba que Nora tuviera esa imagen de él. Le gustaba más cuando veía la admiración y el cariño en sus bonitos ojos castaños, pero era difícil esconder su fama de mujeriego. Aunque, siendo realistas… Bueno, es que era un mujeriego.
—¡Gared, cariño, qué alegría!
Y hablando del diablo… Se giraron para toparse con una rubia oxigenada, con una delantera que parecía un airbag hinchado. Nora puso los ojos en blanco y le lanzó una miradita de guasa a su amigo.
—¡Hombre, Irene! —la saludó él—. Cuánto tiempo, ¿no?
—Mucho, y eso es imperdonable —respondió la chica, a la vez que se echaba la melena sobre el hombro comiéndoselo con los ojos—. Ay, no sabes lo providencial que eres, cielo, estaba tan sola esta noche…
La tal Irene comenzó a sobarle el pecho y a acercarse hasta aplastar sus melones contra él. Nora resopló y se levantó de su asiento.
—Bueno, Gared, voy a la mesa con los chicos, ¿vale? Te busco luego para que me prestes para el taxi.
—¡Espera, Nora! —la llamó él, apurado, ella se volvió y le guiñó un ojo antes de alejarse.
Adiós a la esperanza de pasar un rato a solas con ella. Gared suspiró resignado y regresó su atención a la leona rubia.
—Bueno, Irene, ¿dónde te has metido todo este tiempo?
***
Cuando Nora se acercó a la mesa, Pablo y Lidia se estaban levantando para irse.
—¿Os vais?
—Sí, lo siento, me ha llamado mi hermano para pedirme que lo recojamos de la estación —explicó Lidia con gesto compungido.
—Ok, no hay problema. ¿Y los demás?
—Pues creo que siguen dando vueltas por la pista, no tardarán en venir a repostar.
Cuando se fueron, Nora se dirigió a la «Plaza Mayor» con su copa en la mano. El local estaba más lleno que cuando llegaron y si hacía apenas unos minutos se alegraba de haberse dejado arrastrar, ahora se arrepentía. ¿Para qué tanta historia de «Nora, vente» si la iban a ignorar?
Divisó a las chicas en la pista, bailando. De Alberto no había ni rastro. Con un resoplido de fastidio se giró para irse y se topó de bruces con alguien. La copa se le escurrió de la mano y se estrelló en el suelo, al lado de la del chico con el que acababa de colisionar.
—¡Maldita sea! ¡Cuánto lo siento! —se disculpó él, antes de apretar los dientes ante la catástrofe del suelo.
¿Maldita sea? Un «joder» con mayúsculas es lo que le apetecía gritar a ella, sin embargo, cuando miró al chico a la cara, se mordió la lengua y dibujó una sonrisa.
—Bueno, ha sido doble daño.
—Sí, es cierto —se rio él, rascándose la cabeza con gesto nervioso.
«¡Tremendo!», pensó Nora. Era guapo a rabiar, con unos ojos azules que parecían luminiscentes con las luces del Cum Laude y que resaltaban aún más gracias a su pelo oscuro, bien cortado pero revuelto con gomina. Tenía una cara armónica, con unos labios bien dibujados y prominentes en su punto justo. En ese momento los abría de nuevo con una sonrisita preciosa y casi tímida.
—¿Puedo invitarte a otra? —preguntó algo indeciso—. Sé que puede sonar a intento de ligar cutre, pero te juro que mis intenciones son puras, ¿eh?
Eso la hizo reír con sinceridad. Era un encanto.
—¿Me dices tu nombre primero?
No es que Nora tuviera por costumbre ligar con desconocidos, de hecho, normalmente no tenía tiempo ni de interactuar con sus amigos, pero charlar con aquel Adonis un ratito, era mejor opción que quedarse allí viendo cómo sus amigos se comían los morros y pasaban de ella.
—Me llamo Jaime, ¿y tú?
—Yo soy Nora —se presentó y le dio dos besos en las mejillas.
—¿Aceptas una copa entonces? —insistió él regalándole una nueva sonrisa de hoyuelos.
—Pues la verdad es que me da un poco de apuro que invites, los dos la hemos perdido… —«¿Pero qué dices, Nora, leche? ¡Si tú no tienes un céntimo!», pensó—. Pero, acepto, claro, ¿cuándo voy a volver a encontrarme con un caballero así en mi vida?
—Caramba, ojalá hubiera grabado eso para que mi madre pudiera escucharlo —dijo él con sorna mientras caminaban juntos a la barra.
Los dos se rieron. Jaime parecía un poco nervioso, pero Nora solía ser bastante cotorra cuando el momento lo requería y ese momento lo requería. Charlar un rato de cosas banales, eso era lo que necesitaba esa noche, evadirse de su realidad todo lo que pudiera. Por descontado, no tenía ninguna intención de ir demasiado lejos con aquel desconocido. Charlar, coquetear… Y si las cosas se ponían feas, emigrar.
—Tú no eres salmantino, ¿no?
—No —respondió Jaime, mientras pagaba sus nuevas consumiciones—. Llevo en Salamanca desde el comienzo del curso. Estudiaba Medicina en Valencia, pero a mi padre lo han contratado aquí, así que hice traslado de expediente. Una suerte, la verdad, aunque sea el último año, siempre quise estudiar en Salamanca.
—¿Y por qué no lo hiciste? —Saltaba a la vista que ese muchacho tenía pasta, podría haber estudiado donde quisiera—. ¿No alcanzaste la nota?
—La alcancé. —Hizo una mueca—. Mis padres no se fiaban mucho de enviarme lejos de casa.
—Padres controladores, ¿eh? —lo picó Nora. Jaime sonrió sin ganas.
—¿Y tú? ¿Qué estás estudiando?
¿Estudiando? ¿Qué le hacía pensar que lo estaba? Nora no había tenido más opción que ponerse a trabajar en cuanto terminó el bachiller, y eso que no era mala estudiante. Nunca se había arrepentido, estaban solos su padre y ella y él estaba enfermo, así que había hecho lo que había que hacerse y punto.
Lo realmente triste fue que, en ese momento, al mirar a Jaime, tan guapo como era, con su ropa cara y sus modales de niño bien, le dio vergüenza decirle la verdad. ¿Por qué? Tal vez porque ese día estaba al límite. Su padre no la había reconocido por la mañana, la iban a echar del trabajo… Jaime la estaba mirando con ese brillito en los ojos que indica que alguien te gusta y Nora pensó que ese interés desaparecería cuando se enterara de que era una muerta de hambre. ¿Y qué importaba? Total, probablemente nunca se volvieran a encontrar.
—Derecho —soltó, antes de dar un largo trago a su bebida, evitando mirarlo a los ojos.
—¿En serio? ¡Vaya! Una amiga mía estudia allí, se llama Amalia, ¿la conoces?
—Ehm… pues…
—¡Claro que no, qué tontería! Con la de gente que hay allí. —Se rio Jaime—. ¿Y qué tal te va?
—Bueno, no está mal… Ey, ¿y no echas de menos Valencia? —preguntó para cambiar de tema.
—No mucho. Oye, pues pensarás que soy idiota, pero desde que te vi pensé que tenías pinta de abogada.
Nora casi se atragantó con su bebida al escucharlo.
—¿En serio? Eh… me queda un mundo para serlo…
—Sí, ya, pero vas en camino. No sé, tal vez sea por tu postura o tu forma de hablar —explicó—. Es la misma seguridad que tiene mi amiga Amalia. Pisáis fuerte por el mundo.
Lo dijo como si esa seguridad fuera el mayor tesoro sobre la tierra y él lo codiciara. ¿Cómo era posible que un joven como Jaime no se sintiera seguro en el mundo? Era rico, guapo y brillante, ¿qué más se podía pedir?
—¿Sí? Pues no sé, nunca me había dado cuenta de que caminara diferente. ¿Y qué haces solo aquí esta noche?
—No estoy solo —le guiñó un ojo—. He tenido que utilizar mi mayor truco de seducción, pero he conseguido invitar a una chica guapa.
—¿Tirar copas es tu truco de seducción? —se rio ella.
—Ha funcionado, ¿no?
—Sí, la verdad es que sí —respondió Nora con una carcajada.
—No he venido solo, estoy con unos compañeros de clase. Están por algún lado, bailando o ligando.
—Pues igual que tú entonces, ¿no?
—No, yo solo… te tiré la copa.
Los dos se rieron y a partir de ahí la conversación fue brotando hacia otros derroteros menos comprometidos para Nora: música, cine, libros y hasta de teatro pudieron hablar. Resultaba que no se había equivocado en su apreciación, a pesar de ser un pijo, Jaime era encantador y, dejando a un lado los ceros en la cuenta bancaria y los títulos, tenían bastantes cosas en común. Así que las horas pasaron sin que ninguno de los dos se percatara, como si una burbuja se hubiera formado en torno a ellos, aislándolos del resto del mundo. Al final, lo que iba a ser una copa se convirtió en mucho más, y, el chico que comenzó siendo tímido no tardó en ser un conversador excelente. Quizá fuera culpa del alcohol o de lo deprimida que había estado ella todo el día, pero lo cierto es que se sintió afortunada por ese encuentro, afortunada y a la vez melancólica.
Jaime le gustaba, bastante, de hecho. Había algo dulce en esos ojos azules que la miraban de manera especial, con un brillo cristalino y tierno, admirativo y triunfal, como si hubiera encontrado a la chica más maravillosa del mundo por casualidad. Pensó que tal vez él también fuera el chico más maravilloso, pero había un gran abismo entre los dos. Quizás las cosas podrían haber sido diferentes en otras circunstancias, en otra vida, pero no en aquella. Y no solo se trataba de Jaime, aunque a él no le hubieran importado las diferencias sociales y el dinero, todavía quedaba por sortear las complicaciones de Nora.
Llevaba tres años sin salir con nadie porque no tenía tiempo para ello; había espantado a su último novio justo por eso. Su mundo se centraba en trabajar, cuidar a su padre y descansar para poder seguir el mismo ciclo. Lo único que rompía ese ciclo eran «Atrezo» y sus visitas al teatro.
¡Qué injusta era la vida! Sería realmente agradable salir con alguien como Jaime, empezar poco a poco, irse conociendo y descubriendo… «¡Y sería un bombazo cuando te llevara a su casa y te presentara a sus padres! O mejor aún, cuando lo llevaras tú a la tuya y tu padre saliera preguntando por tu madre muerta justo cuando os besáis en el sofá del salón», le dijo una vocecita en su cabeza.
—¡Ay, Dios! —gimió Nora llevándose la mano a la frente.
—¿Te encuentras bien? —se preocupó Jaime.
¿Por qué le pasaba eso a ella? ¿No podía haberse topado con un capullo como siempre? ¿Por qué tenía que ser tan guapo y encantador? ¿Por qué tenía que encontrarse con el príncipe azul de toda mujer justo cuando más hecha polvo anímicamente se encontraba? Miró su copa y se dio cuenta de que la veía doble. Vale, iba comprendiendo a qué venía tanto dramatismo.
—¿Cuántas copas me he bebido? —preguntó, sintiendo la lengua pastosa.
—Uhm… pues más o menos las mismas que yo, diría que tres o cuatro. —Él tampoco parecía muy sobrio a decir verdad.
—¡Madre mía! ¡Yo no suelo beber casi nunca! —exclamó escandalizada, mientras se levantaba del taburete. El mundo dio un giro y tuvo que agarrarse del brazo de Jaime.
—¡Te tengo, te tengo! —murmuró el chico, tambaleándose un poco—. La cosa es que ahora necesitamos a alguien más para que me sujete a mí.
Nora comenzó a reír y él la coreó.
—Ay, creo que debo irme a casa, me lo he pasado muy bien, pero mañana tengo que trabajar.
—¿Trabajar? —preguntó él, extrañado.
—Ehm… ir a clase, quiero decir. Debería despedirme de mis amigos, pero… —Cuando intentó fijar la vista en la pista todo le dio vueltas—. Creo que paso.
Buscó a Gared con la mirada y, al no verlo por ningún lado, la alarma hizo que su cabeza se despejara un poco. ¿Dónde diablos se habría metido? ¡Tenía que acompañarla a casa o prestarle para el taxi, se lo había prometido!
—Tengo que hacer una llamada, se supone que un amigo me llevaría a casa pero no lo veo por aquí.
—Vale, te acompaño fuera, así tomamos un poco el aire.
Una vez en la puerta, el frío nocturno de finales de noviembre los acarició agradablemente y consiguió que el mundo dejara de dar vueltas. Jaime se apartó un poco para concederle algo de intimidad al teléfono, pero Gared no lo cogió. A la quinta llamada, guardó el móvil en el bolso con un cabreo de mil demonios, y regresó a su lado.
—Creo que tengo un problema, mi amigo no coge el teléfono —resopló.
—Tal vez esté ahí dentro y no lo escuche, hay mucho ruido. Entremos a buscarlo, ¿quieres?
Y eso hicieron, buscarlo hasta en los servicios, pero Gared no estaba en el pub. ¡Grandísimo hijo de perra! Y ella era idiota. ¿Por qué diablos no le había pedido el dinero para el taxi antes? Aparte de eso, le dolía que la hubiera dejado tirada, sobre todo después de haberla llevado casi a rastras hasta allí. Así era Gared, mujeriego, juerguista e irresponsable. Tan solo se tomaba en serio el teatro, para todo lo demás…
—Oye, Nora, ¿necesitas volver con ese chico? —preguntó Jaime.
—No necesariamente, es solo que no me gusta ir sola a estas horas —murmuró.
—¡Claro, es lógico! —respondió él con una sonrisa que casi le pareció aliviada—. Lo decía porque yo te puedo acompañar si quieres.
—Oh, pero… —«Mala idea, Nora, muy mala idea», dijo su parte sensata—. No quiero fastidiarte la noche, Jaime. Tú estabas aquí con tus amigos y…
—¡Ah, por eso no te preocupes! Cuando tú te vayas ya no habrá nada aquí que me retenga —le dijo encogiéndose de hombros—. En serio, la verdad es que… Me encantaría acompañarte a casa. ¡Por supuesto pillaremos un taxi! Nunca cojo el coche cuando salgo de fiesta.
—Bueno, si de verdad no te importa… —musitó ella como si fuera una damisela rescatada.
—¡Por supuesto que no! Además, así aprovecho y le digo que me acerque a mi casa, porque a mí me queda un buen trecho aún. ¡Yo vivo en Villamayor!
—¡Vaya, es muy bonito ese pueblo!
—Sí que lo es, aunque es un rollo ir y venir a diario; pero mi madre quería un gran chalet con piscina mientras estuviera en Salamanca —resopló.
Nora identificó algo curioso en su voz, ¿amargura? Quizás resentimiento al hablar de su madre.
—¿Y tú, dónde vives?
—¿Yo? —¡Mierda! En eso no había pensado.
Bueno, que él viviera en un súper chalet no quería decir que todo el mundo tuviera que vivir en uno, ¿no? En realidad, ella nunca había dicho que fuera rica ni nada por el estilo, solo que estudiaba Derecho… «¿De verdad estás pensando en llevar a este dios griego forrado de pasta hasta el mugriento portal de tu mugriento apartamento?». ¿Y qué tenía de malo vivir en una casa humilde en un barrio humilde? Aunque su vivienda fuera vieja y le faltaran unas cuantas reformas. ¡Pues claro que no tenía nada de malo! Lo miró e inspiró hondo. ¿Por qué diablos esa noche se avergonzaba de su vida?
—¿Nora, me has oído? —insistió Jaime.
—Ehm… ¡Sí, claro que sí! —Se mordió el labio con nerviosismo—. Yo… en realidad vivo cerca, en Gran Vía —mintió como la vil bellaca que era.
—¡Caray! ¿En serio? —dio un silbidito y sonrió—. ¿Te gustaría ir dando un paseo para terminar de despejarnos o está demasiado lejos?
—¿Pasear? ¡Claro, podemos ir caminando perfectamente!
Caminar y charlar… eso fue sencillo y agradable, y Nora imaginó que siempre sería así con Jaime. ¿De verdad tenía que terminar? Cuando llevaban un buen trecho de Gran Vía recorrido, se dio cuenta de que debía elegir destino cuanto antes. «¿Por qué le he tenido que mentir?», volvió a repetirse. Si ahora le decía la verdad quedaría como una auténtica idiota. Con el corazón encogido y sin pensarlo demasiado, se detuvo frente a uno de los portales y suspiró. Jaime lanzó una mirada al edificio, un inmueble clásico con grandes ventanales incrustados en arcos de piedra.
—¿Es aquí?
—Ajá… —respondió ella sin entrar en más detalles.
—Oh, pues… supongo que es hora de decir adiós, ¿no? —murmuró Jaime con pesar.
—Sí… —De repente se había desinflado. Con lo mucho que había hablado a lo largo de la noche y ahora era incapaz de decir nada—. Muchas gracias por acompañarme, y por las copas y por todo. Me lo he pasado genial, de verdad, hacía mucho que no…
El bolso de Nora empezó a vibrar antes de que su móvil entonara su musiquilla.
—¿Doraemon? —susurró Jaime con una sonrisa. Nora sonrió también.
—Lo siento, tengo que cogerlo. —Miró la pantalla y se sintió aliviada al comprobar que se trataba de Gared. Curiosamente, ya no estaba tan enfadada con él—. ¿Dónde te habías metido, granuja? —le dijo medio en broma.
—¡Lo siento, lo siento, muñeca! —comenzó a disculparse él con la voz llena de ansiedad—. Perdóname, se me fue la olla y… Dime dónde estás, no te veo por aquí.
—Tranquilo, tranquilo, estoy bien. Un amigo me ha acompañado a casa.
Se escuchó cómo Gared inspiraba hondo. Una de las famosas respiraciones de Gared, que decían un millón de cosas sin decir nada.
—¿Un amigo? ¿Qué amigo?
—Hablamos mañana, ¿vale? —le dijo ella ignorando su pregunta—. Estoy agotada y quiero irme a dormir.
—¿Con ese amigo?
—Buenas noches, Gared —se despidió sin darle explicaciones.
Miró a Jaime y sintió pena por la despedida inminente. ¡Ah, si en verdad esa fuera su casa, si realmente aquella fuera su vida…! Pero el sueño acababa, era tarde y tenía que regresar a casa, a su verdadera casa.
—Debería de irme ya.
—¿Puedo darte mi número? Puedes llamarme, si te apetece, y quedamos a tomar un café o algo —dijo Jaime—. Podemos ir al cine o…
—¡Claro, me encantaría! —respondió ella con entusiasmo, porque era cierto, le encantaría, pero bien sabía que no lo haría.
Jaime sonrió y le dio el número de teléfono, que ella grabó en la memoria de su móvil.
—Dame un toque para que tenga tu número —pidió.
—Vale, pero ahora cuando esté en casa te lo doy, de veras que tengo que subir ya —se excusó Nora.
—¡Oh, bien!
Pero no parecía estar bien, se le veía decepcionado, como si intuyera que aquello terminaba allí. ¡Maldición, ojalá no le gustara tanto! No se pudo resistir, Nora se acercó, le cogió las mejillas y lo besó con suavidad. Lo notó tensarse un momento antes de responder al beso con timidez.
—Gracias por esta noche, Jaime —le susurró cuando se separaron.
—Ha sido una cutre-noche, Nora. ¿Un pub y unas copas? —bufó él antes de reírse—. Si llego a sospechar que iba a conocer a la mujer de mi vida hubiera reservado en el mejor restaurante de Salamanca. La próxima cita será mejor, prometido.
Eso la hizo reír, aunque fue una risa amarga. La mujer de su vida… Y él bien podía ser el hombre de la suya, de la que acababa de inventar como suya, al menos.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Nora.
Se quedó parado frente a ella, sin moverse, sin apartar su mirada de la suya, hasta que se removió, incómoda.
—Esto… ¿No te vas?
—No pienso moverme de aquí hasta que no te vea entrar en el portal, así me quedaré más tranquilo.
«¡Mierda!». Un caballero de brillante armadura…
—No es necesario, en serio…
—Como sea, de aquí no me muevo hasta que no entres.
Joder, era testarudo el muchacho.
—Es que… —Lanzó una mirada por las cristaleras del portal y una bombilla se encendió en su cabeza—. Verás, el portero es un cotilla y le dirá a mi madre que he venido con un chico y ella… bueno, no tienes ni idea de lo pesada que se llega a poner.
—¡Ah, claro! —exclamó—. Te entiendo perfectamente. ¿Por qué los padres se niegan a ver que somos adultos?
—Quizás esperen a que cumplamos los cuarenta —bromeó ella.
—Sí, tal vez. Bueno, pues… Me voy. ¡No olvides darme un toque! ¿De acuerdo?
—¡Desde luego!
Nora fingió buscar las llaves en su bolso sin dejar de mirarlo con un pellizco en el corazón, mientras se alejaba de su vida. Cuando estuvo segura de que ya no la veía, se apartó de la puerta y volvió a sacar el móvil, rezando a todos las deidades del universo porque Gared no se hubiera ido a casa y pudiera pasar a recogerla, de lo contrario, le aguardaba una larga caminata. Por fortuna, no tardó ni dos toques en coger el teléfono esta vez.
—¡Nora! ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Gared, ¿puedes venir a por mí? Estoy en Gran Vía.
—¿Gran Vía? ¿No decías que un amigo…?
—Sí, bueno, es una larga historia. ¿Me puedes acercar a casa?
—No te ha pasado nada malo, ¿verdad, muñeca? —su voz sonó tensa y mortal, como si hubiera sido capaz de saltar al cuello del que tuviera más cerca si ella respondía que sí.
—Estoy bien —repitió—. Te lo cuento por el camino, ¿ok?
—Ok —respondió, no demasiado convencido—. Dime dónde estás exactamente, ya estoy subido en la moto.
3
Al día siguiente…
—¡Ya estoy en casa! —anunció Nora con cansancio, dejando las llaves sobre la mesita de la entrada.
Fue hasta el salón y su vecina, Samanta, la recibió con una sonrisa. Estaba sentada a la mesa, dando de comer a su padre. Era una mujer de mediana edad, que había comenzado contratando por horas para que echara una mano en casa cuando su padre empezó a manifestar la enfermedad, y que ahora se encargaba de recogerlo del Centro de Día para personas con Alzheimer y cubrirla el tiempo que ella estaba fuera. Había intentado conseguir una ayuda económica para la asistencia domiciliaria, pero la burocracia era muy lenta.
Por fortuna, Samanta no tenía cargas familiares, era viuda, sin hijos y cobraba una pensión decente, con lo que, en realidad, no necesitaba el dinero para vivir. Normalmente echaba muchas más horas de las que solía cobrar y muchas veces cobraba tarde, pero ella jamás se quejaba. Gared tenía razón al decir que la buena de Sami los consideraba a ella y a su padre su familia.
—Ey, papá, ¿cómo estás? —Nora se agachó y le dio un beso al hombre en la mejilla.
Él ni siquiera alzó la vista del plato, se tensó y no relajó los hombros hasta que Nora se apartó con un suspiro de pesar. Le partía el alma cuando no la recordaba, pero era infinitamente peor cuando la temía.
Su padre ya tenía cuarenta años cuando ella nació, diez más que su madre, que había muerto hacía ocho. No obstante, la maldita enfermedad lo había alcanzado demasiado joven y había evolucionado asquerosamente deprisa. Los sesenta y tres años no eran la edad común para un Alzheimer tan avanzado. El destino estaba empeñado en ensañarse con su familia.
—En el centro dicen que ha comido bastante bien y que ha hecho algunos ejercicios, ¿verdad, Gero?
—¿En serio, eso es genial?
—Sí que lo es. ¿Y qué tal el trabajo, Nora?
—Agotador. Una reunión de antiguos alumnos que decidió escoger nuestro «glamuroso» café-bar para echarse unas copas, ¿cómo lo ves?
—¿En serio? Un poco cutre, ¿no?
—Ya te digo… —suspiró ella, mientras se desplomaba en el sofá que era también su cama—. No vuelvo a salir de fiesta ni muerta si tengo que trabajar al día siguiente.
—Tienes veintitrés años, por amor de Dios, claro que vas a salir —la riñó Samanta—. No va a ser todo trabajo y preocupaciones.
—Pero es que es lo que hay, Sami: trabajo y preocupaciones.
—Deberías de salir con algún chico. Darle una alegría al cuerpo —Sami le sonrió y le guiñó un ojo antes de meter otra cucharada de puré de verduras en la boca de su padre.
—Chicos… —bufó Nora, sintiendo un pellizco de remordimientos al pensar en Jaime, al que, por supuesto, no le había dado el toque prometido al móvil.
—Y bueno, cuéntame, ¿qué tal lo pasaste anoche? —preguntó la mujer—. Me alegro de que Gared fuera convincente y salieras a dar una vuelta.
—¿Convincente? Cualquiera le dice que no, ya sabes cómo es…
—¡Ay, sí, claro que lo sé! —suspiró Samanta—. Guapísimo, divertido, educado, atrevido…
—¡Demasiado atrevido, sí! —se rio ella—. Estuvo bien, pero bebí mucho y esta mañana me ha costado horrores centrarme en el trabajo, y encima, por la tarde, la dichosa reunión de alumnos. Estoy muerta.
—Pobrecita. Anda, cena algo, tienes una pizza en la cocina.
—¡Pero Sami! —exclamó Nora poniéndose en pie—. No tienes que comprar comida. Demasiado que me hiciste el favor de quedarte anoche con papá.
—Tu padre se metió en la cama a las ocho, Nora, no fue un infierno precisamente. Además, mi casa vacía y solitaria está en la puerta de enfrente.
—Pero…
—Pero nada —le dijo, antes de cogerle la cara para darle un beso—. Cariño, vosotros sois mi única familia y aquí me tendréis para lo que haga falta, ¿estamos? ¡Sin peros!
—Gracias, Sami —susurró Nora, emocionada.
Samanta se marchó tras ayudarla a acostar a su padre. Después de cenar, abrió el sofá-cama y, justo cuando iba a tumbarse, la canción de Doraemon comenzó a sonar en su móvil. Miró la pantalla y sonrió antes de descolgar.
—¿Todavía te remuerde la conciencia? —preguntó.
—Hasta la muerte, muñeca, jamás podré perdonarme haberte dejado sola anoche —le dijo Gared al otro lado del teléfono.
—Estoy segura de que la tetona esa mereció la pena.
—En absoluto —murmuró él, sorprendiéndola con su seriedad—, nadie la merece, Nora. De verdad que lo siento.
—Bueno, tranquilo, ya te conté que no estuve sola. La verdad es que te agradezco que me obligaras a salir, me lo pasé muy bien.
—¿Vas a volver a ver a ese tío? —inquirió él con curiosidad.
—No lo creo.
—¿En qué la cagó el muy pardillo? —resopló—. Si me concedieras una sola cita, no dejarías de pensar en mí.
«Y ese ha sido siempre el problema contigo, Gared», pensó Nora, haciendo una mueca.
—Eres modesto, ¿eh? —le dijo en cambio.
—Solo constato un hecho, pero no me cambies de tema. ¿Te hizo algo? Porque si te hizo algo lo busco y lo mato.
—Tranquilito, Charles Bronson, que no me hizo nada. Fue encantador en todo momento. Ya te conté que fui yo la que la cagó.
—¡Bah, unas mentirijillas de nada! Si le gustas, no se enfadará —resopló el chico.
—Eso no te lo crees ni tú, pero gracias por los ánimos —respondió ella con una risita—. En cualquier caso, da igual, Gared, no creo que la verdad le gustara demasiado, así que…
—¿Por qué? —exclamó Gared, envarado—. La verdad es una mujer trabajadora, responsable, inteligente, divertida… preciosa, la más preciosa.
Nora sonrió con ternura y deseó tener a Gared al lado para poder estrecharlo en un abrazo fuerte, esconder la cabeza en su cuello como había hecho muchas veces y dejarse acunar. Sentir la fuerza de sus brazos a su alrededor, respirar su tranquilizador aroma. Su aroma… A su mente regresó el recuerdo de aquel beso casto con olor a jabón de baño, su cuerpo desnudo y musculoso. Sacudió la cabeza, reprendiéndose en silencio. «¡Pensamiento equivocado, Nora!».
—Puede ser, pero también soy una mujer asquerosamente pobre y vulgar.
—¡Vulgar una mierda! —escupió él—. Eres delicada y…
—Vaaale, soy una princesa de cuento de hadas.
—Eres el hada del cuento, muñeca, mucho mejor que la princesa cursi y desvalida.
Una nueva carcajada. ¡Ah, sí, nada mejor que una conversación con Gared para recobrar el ánimo y la autoestima!
—Muy bien, ¿me has llamado para subirme el ánimo con tus piropos de rompecorazones?
—Nop, te he llamado para subirte el ánimo con un trabajo —respondió con orgullo.
—¿Cómo? ¿Me has encontrado un trabajo tan pronto?
—¿No te dije que te ayudaría? —resopló él, como si la duda fuera absurda—. A ver, ¿cuándo tienes que dejar esa mugrosa cafetería?
—El miércoles día treinta es el último día.
—Vale, pues el jueves por la mañana te recojo en tu casa y vamos a ver a una amiga mía. Es encargada en la empresa de limpieza que se ocupa de la Universidad y te ha conseguido un hueco.
—No me lo puedo creer…
—Créetelo, además, agárrate: ¡contrato de ocho horas legal! De momento durante tres meses, aunque me ha dicho que, si funcionas bien, te lo ampliarán. Claro que tienes una semana de prueba, eso es inevitable, pero te la pagan, ¿eh?
—¡Joder, es alucinante! —exclamó Nora sin dar crédito. Pero ella era negativa por experiencia, desconfiada por naturaleza. Las cosas no podían ser tan perfectas—. ¿Gared?
—Dime.
—¿Has tenido que hacer algo a cambio de ese favor?
Fueron unos breves segundos de vacilación, muy breves y que podrían haber pasado desapercibidos para cualquiera que no lo conociera como ella lo conocía.
—¿Gared? —insistió.
—Bueno, no es que…
—¡Gared!
—¡Vale! —estalló—. Es Irene, ¿contenta? Ella es la amiga de la que te hablo.
—¿Irene? —¿Y quién diablos era Irene? Una bombillita se encendió en su mente—. Irene… ¿La tetona de anoche?
—En el fondo es buena chica —confirmó él con una risilla—. Ya ves, resulta que el reencuentro mereció la pena.
—Madre mía, Gared, ¿mendigaste un trabajo a la tipa que te cepillaste anoche? ¿Cuándo? ¿Antes o después? De verdad que eres… —No sabía por qué aquello le había molestado tanto. Ya conocía a su amigo, sin embargo…—. ¿No es eso algún tipo de prostitución?
Se arrepintió nada más decirlo. ¿Pero cómo podía ser tan hija de perra? Le acababa de solucionar todos sus problemas durante tres meses y ella lo llamaba «puto». «¿Y a ti qué diablos te importa lo que haga con su vida, imbécil?», la riñó la voz de su conciencia. ¿Quién era ella para recriminarle? Gared era el mejor amigo del mundo, pero la cuestión era que le había dolido escucharlo hablar con esa frialdad, como si esa chica solo fuera un utensilio, le había traído a la mente una imagen que no casaba con la que ella tenía.
—Gared… —Él respiró hondo al otro lado de la línea, una señal inequívoca de lo mucho que le había dolido—. Gared, lo siento mucho, no quería decir eso.
—Sí, claro que querías, solo has puesto en palabras tus pensamientos —murmuró con lo que Nora identificó una sonrisa triste en los labios. Por supuesto, Gared nunca podía enfadarse demasiado, no con ella, al menos—. En realidad, respondiendo a tu pregunta, fue antes.
—¿Cómo?
—No es que tenga por costumbre hablar de lo que hago con una mujer en privado, pero ya que parece afectarte tanto, te diré que anoche me fui con Irene a dar una vuelta porque la pobre estaba como una cuba y necesitaba tomar el aire. No escuché el puto móvil cuando me llamaste porque lo había puesto en silencio para la actuación y se me había olvidado cambiarlo. Cuando vi todas tus llamadas perdidas, te llamé. Cuando me pediste que fuera a por ti, la dejé plantada en el pub. Y el resto ya lo sabes.
—Lo siento, yo…
—Esta mañana, la llamé para invitarla a desayunar y disculparme. Estuvimos charlando y me contó lo de su trabajo, y ahí fue cuando le hablé de ti y le pregunté si podía conseguirte algo. Resulta que necesitaban a alguien de confianza. Así que, respondiendo a tu pregunta, le pedí el favor antes de acostarme con ella, ya que para eso no ha habido ocasión todavía —le explicó él con resentimiento, antes de soltar su bomba—: Cosa que espero se solucione esta noche, porque tengo intención de verla de nuevo en un rato. Así que llámame mañana y te informo si quieres.
—Eso no es de mi incumbencia…
—Por supuesto que no, y tampoco tengo que darte explicaciones, pero ahí las tienes —le soltó con sequedad—. Si vas a pensar siempre lo peor de mí, al menos prefiero que estés al corriente de los detalles.
—Vale, Gared, ya te he dicho que lo siento —insistió Nora—. ¿Qué quieres que te diga? Hoy ha sido un día duro y estoy cansada, ya sabes que me pongo insoportable cuando estoy cansada.
—No, qué va… —susurró él, antes de inspirar aire y soltarlo con paciencia—. Tú nunca resultas insoportable, muñeca.
—¿Me perdonas? —le pidió ella con su tonito de niña buena más convincente.
—No hay nada que perdonar. ¿Estás contenta con tu nuevo curro? —Cambio de tema radical, y ahí estaba de nuevo la voz alegre y llena de vida que le daba la energía para pisar fuerte.
—¿Tú qué crees? —exclamó ella contagiada de su sonrisa—. Gared…
—Lo sé, soy el mejor y me adoras.
—Eres el mejor y te quiero. Y mi vida sería una mierda sin ti.
—¡Esa lengua, Norita! —Se rieron y Gared volvió a tomar aire antes de hablar—. Ojalá algún día me dijeras eso con el corazón.
—¿El qué? —preguntó ella, perdida—. ¿Que mi vida es una mierda?
—Buenas noches, muñeca —se despidió riendo, antes de colgar.
4
—¿Quién tiene trabajo? ¿Quién tiene trabajo?
—¡Mi muñeca tiene trabajo! —gritó Gared, alzando los brazos y dando saltos para hacer un amago de Rocky Balboa al terminar de subir los famosos escalones.
—¡Yo tengo trabajo! —voceó ella a su vez lanzándose a sus brazos.
Él la hizo girar sin dejar de reír antes de dejarla en el suelo y estamparle un besazo impulsivo en los labios.
—¡Gentuza! —escupió una anciana al pasar por su lado, cosa que les hizo reír más fuerte.
—Bueno, quizás ponerse a gritar en la Plaza Mayor a las doce de la mañana no sea muy correcto.
—O quizás algunas deberían de sacarse la escoba del culo, se va más ligerito —respondió Gared en voz lo bastante alta como para que la mujer lo escuchara. Lo hizo, a juzgar por cómo aceleró el paso para alejarse de ellos lo más deprisa posible—. Venga, te invito a una cerveza para celebrarlo.
—¡Yo te invito a una cerveza! Esto es gracias a ti. ¡Tengo trabajo!
Y así fue como Gared y Nora comenzaron una ruta de cerveza que terminó a las once de la noche en la casa de ella. Se despidieron de la buena de Samanta, que una vez más se había quedado con su padre para que tuviera un respiro, y se desplomaron cansados y medio borrachos en el sofá, acurrucados uno junto al otro. Gared la rodeó con un brazo y ella suspiró, con la cara aplastada contra su pecho, como siempre hacían cuando tenía uno de sus días negros, solo que, en esta ocasión, el día era luminoso y feliz. En las buenas y en las malas, siempre. Sintió tal ola de calor y agradecimiento hacia su amigo que lo estrechó más fuerte.
—Eres mi héroe —le dijo por enésima vez ese día, con la lengua algo pastosa.
—Claro que sí —se rio él, mientras jugueteaba con su pelo.
—Creo que nos hemos colado bebiendo.
—La ocasión lo merecía, además, no empiezas a trabajar hasta el lunes, tienes tiempo de dormir la mona.
—Pero tú no, te recuerdo que tienes varias funciones para Navidad con tus chavales. —Gared gimió exageradamente y ella se rio—. ¿Has pensado ya en la nueva función para el próximo año?
—Algo ambicioso —asintió.
—¡Cuéntamelo!
Gared la miró con los ojos iluminados de ilusión.
—Creo que… estoy listo para mostrar mi obra —le confesó.
—¿La tuya? ¿Esa que has escrito y que no me dejas leer? —preguntó dándole tironcitos del jersey—. ¿Esa obra?
—Esa obra —se rio él.
—¿Eso significa que voy a poder leerla al fin?
—Tal vez, ya veremos —hizo una mueca.
—¿Por qué estás tan preocupado? —le preguntó Nora.
—¿Por qué lees mi mente, muñeca? —resopló él—. Lo estoy, ¿cómo no voy a estarlo? He escrito mil cosas, pero nunca he sacado ninguna a la luz. Es imposible no estar preocupado por eso.
—¿Tú? ¿Gared Reeve? ¿El torbellino de energía, el rey del teatro? —exclamó ella, mientras se ponía de rodillas en el sofá y lo zarandeaba—. ¡Venga ya, hombre! A ti todo te sale bien, donde pones el ojo pones la bala. Siempre triunfas.
Gared la miró un instante, con intensidad, antes de sacudir la cabeza desplegando una sonrisa resignada.
—Podría hablarte de una cosa en la que he fracasado, Nora —murmuró demasiado serio. Se obligó a cerrar la boca y a apartar la mirada. El alcohol podía soltarle la lengua y luego se arrepentiría. «Amigos, Gared, solo amigos», se repitió.
—¡Ah, pero yo sé que será maravilloso! Todo lo que haces es maravilloso, así que no te agobies —lo animó la muchacha, trabándose un poco al hablar—. Ven acá, te voy a dar un masaje espectacular.
Gared volvió a gemir pero esta vez de placer y se sentó al filo para que ella pudiera situarse a su espalda y acceder a sus hombros. Comenzó a apretarlos enérgicamente y sintió un estremecimiento recorrer a su amigo.
—Quítate el jersey —le ordenó con una risita—. La calefacción del bloque está a tope, así que no te vas a morir congelado.
—Tú lo que quieres es verme en bolas —se burló él, obedeciendo.
—Por supuesto que sí, quién no lo querría —bufó ella.
Nora se quedó quieta un momento al ver que no llevaba nada más bajo la prenda, había esperado una camisa o algo, pero toparse con la amplia espalda de Gared, así, de sopetón… Vale, lo había visto un millón de veces sin camisa, pero debía de reconocer que últimamente estaba bastante sensible y, para qué engañarse, su amigo estaba como un tren. Cuando volvió a acariciar sus hombros, el contacto de su piel le lanzó una descarga que casi la hace suspirar. Energía, sí, y una piel caliente, suave y tersa que cortaba el aliento y olía de maravilla. Debía de estar realmente muy borracha, porque, de alguna manera, no pudo parar sus manos cuando comenzaron a recorrer esa espalda despacio, recreándose en cada tramo. «Alcohol y abstinencia sexual… ¡Muy mala mezcla, Nora!».
Gared contuvo el aliento mientras sus manos iban y venían. Aquel masaje, en lugar de relajarlo, lo estaba poniendo al límite.
—Nora…
¿Qué? ¿Qué iba a decirle? ¿Que parara? ¡Ni en sueños! Ella había extendido el masaje a los brazos y los movimientos oscilantes sobre su piel le habían secado la garganta. ¿Lo había tocado alguna vez así? No, fuera de sus sueños nunca… Masajes sí, ambos se los habían dado, pero había algo en cómo lo estaba acariciando en ese momento que le produjo un inquietante calor en el estómago. Tragó saliva y sintió el sabor del alcohol en la boca. Había bebido demasiado, demasiado para pensar con claridad, demasiado para controlar lo que llevaba controlando un año. Nora volvió a subir por sus brazos y él inspiró hondo. Era peligroso, tenía que detener aquello… La cuestión era que no conseguía reunir las fuerzas para hacerlo.
—Me muero por descubrir ese secreto tan bien guardado —habló ella de nuevo en voz baja sobre su hombro.
Su aliento le hizo cosquillas en el cuello y Gared tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para seguirle el hilo y continuar hablando como si un volcán no estuviera entrando en erupción dentro de él. ¿De qué hablaba? ¡Ah, del guion!
—Es… —Gared se aclaró la garganta porque su voz había sonado demasiado ronca. «¡Jesús, Gared, ya está bien!»—. No es un secreto, es que aún no lo tenía terminado. Pero te lo daré para que le eches un vistazo cuando le dé unos retoques.
—¡Genial!
Nora le dio un beso en la mejilla, un acercamiento que provocó que sus pechos se pegaran a su espalda desnuda de manera desquiciante. «Nota mental: no vuelvas a emborracharte con Nora, no vuelvas a quedarte a solas con ella en un salón cuando estés bebido, no vuelvas… ¡A la mierda, Gared, hagas lo que hagas estás perdido desde que la conociste y lo sabes!».
Giró la cabeza sobre su hombro para mirarla, consiguiendo con ese movimiento que sus caras quedaran a apenas unos centímetros. Las manos de Nora pararon el movimiento sobre sus brazos aunque no rompieron el contacto. Sonrió desconcertada. Gared pudo imaginarse el motivo, su cara debía de ser un poema en ese instante, estaba convencido de que reflejaba a la perfección lo mucho que la deseaba. Le recorrió el rostro con ojos ávidos, recreándose en cada rasgo que adoraba y anhelaba desde hacía una eternidad, hasta detenerse en esos labios suaves y voluminosos que lo volvían loco. Nora tragó saliva y Gared alzó la mano para enterrar los dedos en su cabello. Tenía un pelo absurdo, rojo y revuelto, que siempre le había recordado al del virus de «Érase una vez la vida», y era perfecto. Lo acarició de una manera mucho más íntima a como lo había hecho hacía un rato, como llevaba deseando hacer desde que la conoció. Ella separó ligeramente los labios en una encantadora expresión de sorpresa pero no lo apartó, por el contrario, sus ojos se oscurecieron un poco y creyó ver el mismo deseo que lo consumía a él escrito en ellos. ¡Ah, cuántas veces había soñado con ver esa expresión en su rostro! ¡Cómo la adoraba!
Se lanzó hacia su boca con desesperación y la besó, tratando de robar todo lo que pudiera de ese beso antes de que ella reaccionara y lo empujara lejos. Se fundió en sus labios y su mente se disolvió. De repente solo estaba Nora y lo mucho que la amaba. ¿Dónde había quedado ese pánico que siempre lo había frenado? El miedo a su rechazo, a perderla para siempre, a espantarla y que ya no le quedara nada de ella. Debía de estar en algún lado porque era algo que le daba pavor. Quizás regresara pronto, quizás cuando ella se diera cuenta de lo que estaba haciendo y le partiera la cara de una bofetada, entonces lamentaría haberla besado, pero en ese momento…
La lengua de Nora salió a su encuentro y de su garganta escapó un gruñido de excitación. Se giró con un movimiento rápido y la tumbó de espaldas en el sofá para cubrirla con su cuerpo. Una minúscula parte de su conciencia le decía que aquello era un error, que no podía acabar bien, pero el fragor de su volcán le impedía escuchar. Solo quería dejarse consumir, besarla y besarla, acariciarla. Sus manos se habían perdido debajo del jersey de Nora. Su piel estaba caliente y era tan suave… Su cintura, su estómago… Comenzó a mordisquearle el cuello, los gemidos de ella contra su oído le arrancaban escalofríos. Acarició uno de sus pechos por encima del sujetador de encaje y sintiendo el pezón tensarse contra su palma. Perdió todo control que pudiera tener y su cuerpo inició un ritmo erótico sobre el suyo.
«Basta, Gared, basta Gared, debes parar ahora. Después no podrás hacerlo y la perderás». Pero su boca buscó la suya de nuevo y ella volvió a entregarse con pasión. No podría parar… ¡No deseaba parar! Comenzó a pelear con el botón de sus vaqueros y ella arqueó la espalda para facilitarle las cosas, arrancándole un nuevo gruñido voraz.
—Diana, ¿qué haces?
Nora se quedó de piedra bajo su cuerpo y él se levantó de un salto, tambaleándose un poco al poner los pies en el suelo.
—Diana, ¿quién es ese hombre? —preguntó el padre de Nora desde la puerta del salón.
Estaba completamente desnudo, con la mirada perdida y el aspecto más desorientado que Gared le había visto en todo el tiempo que lo conocía. La joven corrió a su lado, mientras se recolocaba el jersey, y lo cogió del brazo para sujetar su cuerpo tembloroso e inestable.
—¡Papá! ¿Qué estás haciendo despierto? ¿Por qué te has quitado la ropa? —le susurró con infinita ternura—. Vamos, vas a coger frío.
—¿Diana?
—Aquí estoy, vamos, te llevaré de vuelta a la cama.
A Gared se le partió el corazón al ver la entereza con la que Nora afrontaba que su propio padre no la reconociera, que la confundiera con su madre, muerta hacía años. Corrió hasta ella para echarle una mano.
—¿Nora? —gimió el hombre al verlo, abrazándose a ella como si fuera un niño pequeño.
Ahora tenía miedo y necesitaba a Nora, llamaba a Nora, su protectora. Era la escena más triste que había visto en su vida.
—Márchate, Gared, lo estás asustando —murmuró ella sin mirarlo.
—Déjame que te ayude a vestirlo —le pidió—. Tú no podrás sola, pesa demasiado.
La joven soltó un resoplido.
—Claro que podré, quién te crees que lo viste cada día —respondió ella con sequedad.
Y Gared lo comprendió; aquella actitud distante no solo era por su padre, sino por lo que había pasado entre ellos. La aparición del anciano había activado su sentido común dejando al descubierto la locura transitoria, lo que había estado a punto de ocurrir en el sofá. Nora estaba horrorizada, podía verlo en el escaso brillo que le permitía discernir en sus ojos. Horrorizada por lo que para él había sido algo largamente esperado y maravilloso. Obviamente, para ella las cosas eran distintas. A sus ojos nunca dejaría de ser el irresponsable mujeriego que solo utilizaba a las mujeres. ¿Cómo podía hacerle entender que nadie más le importaba, que para él ella era el mundo?
—Nora…
—¡He dicho que te marches! —espetó con frialdad, mirándolo al fin a la cara con un resentimiento que le heló el alma.
Solo atinó a asentir en silencio antes de darse la vuelta, recuperar su jersey y su abrigo y salir por la puerta.
5
Nora entró en la cafetería de la facultad de Derecho en su descanso. Se acercó a la barra, saludó al chico con el que ya había trabado la típica amistad entre cliente habitual y camarero habitual, y pidió el segundo café con leche del día, un martes trece de diciembre helado, con olor a Navidad y a excitación vacacional.
El destino a veces tenía un humor curioso. ¿Quién le iba a decir a ella, aquella noche en el Cum Laude hacía tres semanas, que acabaría en Derecho? De entre todas las carreras posibles en Salamanca se le había tenido que ocurrir justo esa para su vida inventada. Y ahora estaba allí, aunque no como estudiante; por fortuna, no trabajaba en la facultad de Medicina donde habría sido fácil encontrarse con Jaime, solo de pensarlo se le formaba un nudo.
En cualquier caso, estaba feliz con su nuevo trabajo. Quizás a aquellos chicos llenos de sueños y ávidos de éxito con los que se cruzaba a diario, ser limpiadora les pareciera algo triste, pero para alguien como Nora, que hacía años que había caído de morros en lo que era la vida real, aquello era un chollo y lo único a lo que aspiraba era a hacerlo lo mejor posible para conservarlo por mucho tiempo.
Solo había una nube que ensombrecía aquella felicidad: Gared. No había vuelto a hablar con él después de aquella noche. Casi dos semanas… Desde que lo conocía jamás había pasado tanto tiempo separada de él o sin escuchar su voz. Se sentía apagada, triste, sensible, como si realmente Gared fuera su cargador de energía. Y lo peor era que había sido ella la que lo había apartado de un manotazo, porque él la había estado llamando incansablemente desde entonces, a pesar de que no le cogía el teléfono. También se había presentado en su casa varias veces, pero no le había abierto. ¿Por qué? Si se moría por verlo, por arreglar las cosas, ¿por qué seguía evitándolo? Estaba avergonzada y también enfadada, desde luego, pero no con Gared, exactamente. Con ella, con la situación… ¡Ni siquiera estaba segura de qué diablos le pasaba!
No podía culparlo por lo que había ocurrido, porque ella lo había deseado igualmente, aunque no hubiera estado muy en sus cabales esa noche; ninguno de los dos lo había estado. Pero se sentía dolida, quizás más con ella misma que con su amigo, porque al final lo había estropeado, porque por mucho que lo hablaran, las cosas no podrían volver a ser como eran. Tal vez sí para Gared, que estaba acostumbrado a pasar la noche con una mujer y después estar con ella como si solo hubieran tomado café, pero no para Nora.
No, porque desde que se habían besado, no podría volver a mirarlo y solo ver a un amigo. Gared siempre había ejercido un poder de atracción peligroso en ella y ahora se había acercado demasiado al fuego, tanto que se había quemado y la quemadura dolía, y seguiría doliendo mucho tiempo, puesto que no conseguía olvidarlo.
Cuando se tumbaba en el sofá, los recuerdos la atormentaban: su boca, su cuerpo duro contra el suyo, sus manos enormes y calientes en su piel… A todas horas su mente volaba e imaginaba mil posibles finales para eso, pero su imaginación siempre había sido fantasiosa y se iba por unos derroteros que jamás podrían ser. Gared no era hombre de «juntos para siempre» y ella no era mujer de una noche.
Cuando veía a Irene, su nueva jefa, algo muy feo se retorcía en su estómago. Llegaba todas las mañanas con una gran sonrisa y ella, con su mente calenturienta, no podía dejar de pensar que era el tipo de sonrisa que una mujer tendría al haber pasado la noche con Gared. Estaba enferma. Y triste, muy triste. Porque, por encima de todas aquellas ideas absurdas, de ese nudo en el pecho, estaba lo muchísimo que añoraba a su amigo, el mejor de los amigos. La vida era infinitamente más oscura sin él. Hacía tres días que ya ni siquiera la llamaba; toda persona, por paciente que fuera, tenía un límite. Había perdido lo mejor que tenía porque le daba miedo hacer frente a ese torbellino de emociones que había liberado aquella noche. ¡Cobarde!
Pero allí estaba. La vida seguía, después de todo. Con un suspiro resignado se volvió hacia la puerta con su café en la mano. El local comenzaba a llenarse con los primeros estudiantes que iban a por su dosis de cafeína antes de comenzar la jornada.
—¡Buenos días, Nora!
—¡Hola, Lía!
La joven se puso a su lado y pidió su desayuno. Había conocido a Lía el primer día que entró a trabajar allí y le había caído bien en seguida. El sentimiento era mutuo, al parecer, pues la chica aprovechaba cualquier oportunidad para pasar un rato con ella, sin importarle lo más mínimo que Nora fuera una limpiadora y ella una estudiante de Derecho perteneciente a una familia pija.
—Estoy muerta, anoche me acosté tarde y hoy no tiro de mí —le dijo con gesto cansado.
—¿Saliste un lunes? —se extrañó Nora.
—No, un amigo vino a hacerme una visita y estuvimos hablando hasta las tantas. No tenemos la oportunidad de pasar mucho tiempo juntos, pero cuando nos pillamos, acabamos con la lengua seca —se rio—. Ya sabes cómo es eso.
—Sí —murmuró, el nudo de su pecho se retorció un poco más—. ¡Ey! Pero esa sonrisita me habla de algo más que amistad, ¿no?
—Ay, Nora… —suspiró Lía con una mueca triste—. Llevo colada por ese chico desde hace siglos y eso que casi siempre nos hemos comunicado por chat. Pero para él solo soy una amiga, y no creo que llegue a verme de otra manera nunca. Él… bueno, tiene bastantes problemas en casa y lo cierto es que necesita ayuda para salir del hoyo en el que está. Y es curioso, ¿sabes? Porque es una especie de Sherlock, tiene una agudeza sorprendente para intuir lo que está mal en los demás, pero no llega a ver lo que se cuece en su interior, o, al menos, no sabe cómo arreglarlo.
—Pero habla contigo, ¿no? —la animó dándole un empujoncito—. Eso es genial.
—Para él sí, genial; para mí, no tanto —resopló Lía—. Ayer se pasó todo la tarde hablándome de la chica que le gusta.
—¡Vaya! Lo siento
—En fin, qué le vamos a hacer. Por lo menos, estoy en su vida, ¿no? Tal vez pronto se me pase el enamoramiento y comience a disfrutar con calma de su amistad, porque es un gran chico.
Nora no pudo evitar pensar en Gared de nuevo. Lía luchaba por conseguir como amigo al hombre del que estaba enamorada, y ella alejaba al mejor amigo del mundo por miedo a enamorarse de él. ¡Qué complicada era la amistad a veces!
—¡Caray, mira qué hora es! —se horrorizó la joven tras echar un vistazo a su reloj. Se bebió el resto del café de un trago y le dio un beso rápido—. Oye, ¿te apetece conocerlo? Me ha dicho que se pasaría hoy para comer conmigo.
—¡Me encantaría!
—He quedado aquí con él a las dos, ¿te vale?
—Perfecto, nos vemos a las dos —se despidió Nora.
***
La mañana pasó rápida, después de la limpieza de primera hora no había mucho trabajo hasta la tarde, solo un poco de mantenimiento. Nora seguía sin creerse la suerte que había tenido al encontrar ese trabajo. «De suerte nada, amiga», le dijo su conciencia. Acalló la voz con un gruñido mientras se adecentaba un poco para ir a almorzar con Lía y su amigo.
Llegó a la cafetería a las dos y cinco, a esas horas estaba atestada de jóvenes que iban y venían. Echó un vistazo a las mesas ocupadas en busca de su amiga y la vio en una del fondo, charlando con su acompañante con una sonrisa gigante en los labios, el tipo de sonrisa que solo pone allí la persona por la que suspiras. Nora se acercó hasta ellos pero cuando le quedaban unos pasos para alcanzarlos se frenó en seco.
—¡Mierda! —masculló, deseando que la tierra se la tragara.
Buscó una vía de escape, cruzando los dedos para que Lía no la viera y no le llamara la atención. Comenzó a zigzaguear entre los estudiantes, evitando ser vista, escondiéndose como una delincuente, o, más bien, como una asquerosa embustera a punto de ser pillada en su embuste. Porque sí, por supuesto que sí, el destino se había confabulado en su contra. Lía… Muy bien, ahora sabía de dónde venía el diminutivo. ¿No le había dicho él que tenía una amiga que estudiaba Derecho? Amalia, sí, recordaba su nombre a la perfección porque por unos segundo la había envidiado, había deseado su vida. Lía…
—¡No habrá gente estudiando aquí, Norita! —gruñó—. Tenías que hacerte amiga justo de ella.
No había necesitado más que un vistazo a ese perfil aristocrático para saber a quién pertenecía, ese pelo oscuro y algo revuelto, esa risa que escuchaba entre el ruido: Jaime. ¡Maldita fuera su suerte! Con lo mucho que le habría gustado volver a encontrarlo en una situación distinta. ¿Por qué demonios había tenido que mentirle? Y Lía… ¿Ese era el chico por el que estaba colada desde hacía años? El mismo que ella había pateado semanas atrás.
—¡Perfecto, Nora!
Una vez fuera, echó a correr por el pasillo sin mirar atrás. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que su huida no había resultado tan efectiva como ella había pensado. Lía se quedó mirando un instante la puerta por la que había visto salir corriendo a su amiga, con la boca abierta por la sorpresa. Entonces, una bombillita se encendió en su cabeza. Miró a Jaime y de nuevo hacia la puerta. Siempre había sido una chica despierta e intuitiva, demasiado…
—Perdona, Jaime… —le dijo entrecerrando los ojos—. ¿Cómo me dijiste que se llamaba la estudiante de Derecho que conociste la otra noche?
6
Se pasó el resto del día esquivando a Lía ¿Qué explicación iba a darle? Se había quedado bloqueada al ver a Jaime. En una ocasión, cuando salía de dar una pasada a uno de los baños, le pareció distinguirla torciendo la esquina del pasillo. No estaba segura de que fuera ella, pero en cualquier caso se metió a toda prisa en el baño y cerró la puerta de golpe para que no la viera. Con los nervios, tropezó con el cubo de la fregona, lo volcó y se resbaló con el agua, consiguiendo una dolorosa caída de culo. El karma le devolvía sus mentiras en forma de patinazos.
Ese día, su turno acababa a las seis y media pero la tarde se le hizo eterna. No sabía muy bien cuál era el horario de su amiga, pero, por si acaso seguía en la facultad, fue con cuidado, agazapándose en los pasillos y las escaleras hasta que al fin llegó a la salida. Estaba agotada y dolorida por la estúpida caída en el baño. Cuando cruzó la puerta, era casi de noche y el aire frío le sentó bien. Al menos hasta que se fijó en la figura que la esperaba apoyada contra la barandilla de la escalera, con los brazos cruzados sobre el pecho y expresión malhumorada.
—¡Mierda! —escupió.
—¡Esa lengua, Norita! —la riñó Gared.
Nora gimió, se dio media vuelta e intentó huir de nuevo hacia el interior del edificio. Por supuesto no llegó ni a abrir la puerta.
—¿A dónde crees que vas, muñeca? —le dijo él con los dientes apretados, cogiéndola del brazo.
—He olvidado…
—¡Ya está bien de huir! —le gritó, dejándola con la boca abierta. Gared nunca alzaba la voz a no ser que fuera para mostrar alegría. Cerró los ojos e inspiró hondo antes de volver a abrirlos y hablarle con su voz calmada de siempre—. Tenemos que hablar, Nora.
Ella lo miró a los ojos y sintió una añoranza terrible, lo echaba tanto de menos…
—Sí —claudicó con un suspiro.
Gared la tomó del brazo con suavidad y bajaron la escalera para encontrar un lugar más apartado.
—Mira, Nora, ya sé que piensas que soy un cerdo, un gusano, lo más rastrero que pisa la tierra, pero déjame decirte que…
—No creo que seas nada de eso, Gared —replicó ella con una triste sonrisa.
—¿Ah no? Pues dime por qué no me has cogido el teléfono, por qué me has apartado de tu vida sin siquiera darme la oportunidad de explicarme.
—No es eso…
—¡Ya! —bufó—. Mira, muñeca, los dos estábamos bebidos y ya está, las cosas a veces pasan por un motivo, tal vez… tal vez fuera lo que ambos…
—Es cierto, Gared —lo cortó ella haciendo una mueca con los labios—. Ambos estábamos bebidos y no controlábamos. Y yo… tú… Bueno, de verdad que no creo seas una criatura rastrera.
—No, solo un cerdo que se aprovecha de una chica borracha, ¿no? —escupió él, dolido—. Oye, ¿nunca se te ha pasado por la cabeza que tal vez yo esté…?
—¡No he dicho eso en ningún momento! —volvió a cortarlo Nora, molesta.
Gared apretó los dientes para armarse de paciencia. Habían sido unos días horribles sin ella, ya no podía más. Tenía que decirle la verdad, quizás así Nora dejara de pensar lo peor de él y comenzara a verlo de otra forma. O tal vez se estrellara de boca contra la realidad y la terminara de perder para siempre. En cualquier caso, ella tenía que saber, tenía que verlo de verdad.
—Nora, lo que intento decirte es que… —«Venga Gared, es sencillo, vamos»—. Yo… no quiero perderte. Te quiero.
Nora le sonrió con ternura y los ojos se le llenaron de lágrimas. Sacudió la cabeza y se lanzó hacia él para estrecharlo en un abrazo. Gared se quedó de piedra por un instante. «¿Así de fácil?». La abrazó a su vez con fuerza y ya iba a apartarla para besarla cuando ella habló y el alma se le cayó a los pies.
—Yo también te quiero, tonto, eres el mejor amigo que una mujer podría tener.
—Amigo… —murmuró con un pellizco en la garganta
—No sabes lo mucho que te he echado de menos —continuó ella, aunque el cerebro de Gared se había quedado anclado a aquella palabra—. Y sí, sé que me he comportado como una estúpida, pero es que me daba vergüenza mirarte a la cara.
—¿Por qué? —susurró.
Nora se apartó y lo miró con el ceño fruncido. Gared forzó una sonrisa para que no se diera cuenta de lo dolido que estaba.
—¿Cómo que por qué? Joder, Gared, nos enrollamos en mi sofá —resopló.
El corazón le dio un vuelco, atormentado por los recuerdos; era más fácil cuando no sabía qué se sentía al besarla.
—Estábamos borrachos —habló como una autómata, sin expresión.
—¡Exacto! —Nora suspiró con alivio—. Y yo me porté como una cerda contigo. Te eché de casa, y después me dio vergüenza cogerte el teléfono, y luego, me dio vergüenza no habértelo cogido. Y estaba enfadada, pero no contigo, conmigo… No sé, con la situación, porque creí que te había perdido, pero soy demasiado imbécil y orgullosa para llamarte y…
—¡Nora, Nora! —Gared detuvo su parloteo cogiéndola de los brazos. Se miraron a los ojos y vio lo mal que ella había estado por culpa de todo aquello. Tragó saliva, por un instante valoró la idea de aclarar que lo que él sentía no era solo amistad. En cambio, no se arriesgó. No, era y siempre sería un jodido cobarde. Prefería mil veces tenerla así que no tenerla, así que sonrió y le dio un beso en la mejilla—. Vamos a olvidarlo, ¿quieres?
—¡Jesús, sí, claro que quiero! —respondió ella con alivio—. ¿Amigos?
Gared tardó un rato en responder, la palabra le sabía a hiel en los labios, Al final, amplió la sonrisa y asintió.
—¡Amigos!
Nora le dio un abrazo impulsivo y él cerró los ojos sobre su hombro, sintiendo que algo se le rompía dentro.
—¿Nora? —la llamó alguien.
Gared abrió los ojos al sentir la tensión de su cuerpo. La joven se apartó despacio y miró a su izquierda con expresión atormentada. También él observó al chico que, parado a unos metros de ellos, los contemplaba con sorpresa. Guapete, pijo…
—Jaime —jadeó Nora, bajando la vista al suelo.
—¡No bajes la cara! —la regañó Gared apretando los dientes—. Tú ni tienes que bajar la cara por nadie.
Haciendo de tripas corazón y sintiendo que no podía quedarse allí sin más, viendo como la mujer que amaba se desmoronaba, le dio un empujoncito en la espalda, para animarla a caminar.
—¡Ve a saludarlo, no seas idiota!
Nora comenzó a andar pesadamente hacia Jaime, sintiendo plomo en el estómago y la cara ardiendo a pesar del frío.
—Jaime —saludó con voz débil cuando llegó frente a él—. Me alegro de verte.
—¿Te alegras? —le preguntó él torciendo una sonrisa triste—. Cualquiera lo diría…
Nora sonrió y se acercó para darle dos besos.
—Lo siento, de verdad que me alegro mucho de verte.
—Y yo a ti. —Jaime se removió un poco y abrió la boca un par de veces para hablar, como si no supiera cómo decir lo que tenía en la cabeza.
Ella lo contempló sintiéndose culpable. De nuevo se miró en aquellos bonitos ojos azules y se vio especial. Adivinó pesar en ellos y se le hizo un nudo en el estómago, así que tragó saliva antes de soltar una nueva mentira.
—Sí que me alegro de verte, porque no grabé bien tu número en mi móvil y lo perdí, así que no tenía manera de ponerme en contacto contigo.
La cara de Jaime cambió por completo y Nora pensó que había merecido la pena la mentira con tal de ver esa luz brillar en su semblante.
—¿De veras? —preguntó sonriente—. Vaya, y yo que había pensado que no querías saber nada de mí…
—Pero ¿qué dices? —resopló ella haciendo un gesto con la mano.
—Entonces, no sabes cómo me alegro de haberte encontrado al fin —reveló, suspirando con alivio.
—¿Encontrarme?
—Así es. —Jaime hizo un mohín avergonzado—. Ya sé que te voy a sonar un poco patético pero… lo cierto es que he venido varias veces por aquí para ver si te veía. ¡Menuda idiotez, esto es enorme!
—Ninguna idiotez, pues ya ves que me has encontrado. —Nora no se lo podía creer. ¡Menos mal que no la había pillado con su uniforme de limpiadora!
—Pues sí —se rio el chico con esa risa tan bonita que conseguía contagiarla.
«¿Qué estás haciendo, tonta? ¿Vas a volver a mentirle? Ya has escuchado a Lía, este chico tiene problemas y tú le gustas de verdad. ¿Vas a seguir haciéndole ilusiones para destrozarlo después?». No, el destino no lo iba a permitir, porque, en ese momento, Nora vio a Lía corriendo hacia ellos. Gimió para sí. «¿Y ahora qué?».
—¡Nora! —exclamó la chica al llegar a su lado—. Pero ¿se puede saber dónde te has metido en el almuerzo?
—Pues… —El corazón le bombeaba tan deprisa que le ensordecía los oídos. Ni siquiera sabía qué le estaba diciendo Lía, solo alcanzaba a pensar que la iba a desenmascarar y que se iba a morir de la vergüenza. «Bueno, mejor así, mejor esto que seguir creciendo la bola. Afronta el ridículo y date la vuelta con orgullo, no la cagues más».
—No me dirás que otra vez te quedaste en la biblioteca, ¿no? —le recriminó su amiga.
—Pues… ¿Qué? —exclamó Nora alzando la cabeza para mirarla, sorprendida al procesar las palabras.
—Nora es una empollona incorregible —continuó Lía dirigiéndose al chico—. Se le olvida comer tan a menudo que tengo que llevarla a rastras. ¿A que sí, Nora?
—¿Qué? —repitió ella con una voz aguda y rara.
Lía soltó una de sus alegres carcajadas y le dio un empujoncito en el hombro.
—No sabía que vosotros dos os conocíais. Y yo que estaba deseando de presentaros.
—¡Ella es Nora! —exclamó Jaime señalándola, como si eso lo explicara todo.
—Ya sé que es Nora —bufó Lía, riendo—. El mundo es un pañuelo, ¿no?
—¿Lía? —susurró ella, mirándola sin dar crédito.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la estaba respaldando con su mentira? Nora entendió que, después de todo, su amiga sí que la había visto en la cafetería comportándose como una prófuga, seguro que había atado cabos. Pero aun así, seguía sin comprender por qué le seguía el rollo.
A unos metros de ellos, Gared sí que creía comprender por qué lo hacía. Los observaba en silencio, sufriendo en sus carnes los nervios de Nora, además de su despecho. Si seguía con sus absurdos «¿qué» iba a echar a perder todo el teatro que había montado la muchacha de la sonrisa bonita. Seguro que se estaba preguntando por qué la ayudaba. Así era Nora, tan falta de confianza en sí misma que era incapaz de darse cuenta del efecto que causaba en la gente. Deslumbraba por su luz, por esa forma de pisar el mundo, de mirarlo todo y ser capaz de sonreír a pesar de los problemas. Era la mujer más fascinante sobre la tierra y todo el que se cruzaba con ella lo notaba, todos excepto ella misma. Por eso aquel muchacho la miraba como si ella fuera una estrella, por eso la chica mentía a su amigo, por eso él guardaría sus sentimientos en un lugar muy, pero que muy profundo de su corazón y acudiría al rescate.
Chascando la lengua sacó su móvil y comenzó a hablar en voz alta, haciendo aspavientos para captar la atención de los otros tres, que hasta ahora no le habían hecho ni caso. Con un gruñido, fingió que cortaba la conversación, volvió a guardar el móvil en el bolsillo de su chaqueta y se acercó a Nora con paso enérgico. Ella lo miró con una ceja alzada y ojos inquisitivos.
—¡Ah, lo siento, Nora! No podré darte la clase hoy, me ha surgido un imprevisto que no puedo desatender —dijo con fingido apuro.
—¿Cómo? —preguntó ella débilmente.
—¡Ya lo sé, ya lo sé! Sé que te debo dos horas, pero de veras que mañana mismo me paso por tu casa, lo prometo. Esto ha sido… —Gared alzó la vista a unos pasmados Lía y Jaime—. Lo siento, estoy algo descolocado aún por esa llamada —se disculpó con una sonrisa—. Soy Gared Reeve, el profesor de piano de Nora.
La escuchó tomar aire como si le hubieran cortado el suministro de oxígeno y le dio un codazo con disimulo para que siguiera respirando.
—¿Das clases de piano? —se maravilló el chico. Si antes le había parecido una estrella común, Nora se acababa de convertir en Polaris a sus ojos—. ¡Me encanta el piano! Pero soy un negado para eso, nunca he tenido paciencia.
Menos mal, pensó Gared, solo les faltaba haberse topado con un joven Holopainen que lo complicara todo.
—A Nora aún le falta mucho —aclaró con una sonrisa—. Acaba de empezar y con los estudios es difícil concentrarse, pero no pienso rendirme con ella.
—¡Claro que no! No lo dejes nunca, Nora. —Esa era la chica. Era aguda y rápida, sí señor, sería buena como actriz—. Hola, yo me llamo Lía; bueno, me llamo Amalia, pero como me llames así, te mato.
Gared se rio y le dio dos besos antes de volverse a Jaime y estrechar su mano.
—Pues lo dicho, muñeca, tendremos que dejar la clase de hoy. Me alegro de estar de vuelta. —Se volvió a los chicos para explicarse—. Acabo de regresar de Alemania.
—¡Ah, así que por eso os abrazabais antes! —se le escapó a Jaime con alivio, antes de ponerse como un tomate.
¡Premio! Gared había estado fino, desde luego. Pensó que si él encontraba a Nora abrazada de otro hombre, los celos se lo comerían. Al parecer, Jaime había sentido algo parecido, lo cual lo consoló un poco. Un consuelo de tontos descubrir que el hombre que te ha robado a la mujer que amas la quiere de verdad; pero, eso era el amor, ¿no?
—Siento el cambio de planes, Nora —suspiró—. Qué pena que ahora tengas toooda la tarde libre para aburrirte sola, sin nadie y…
—¿Tienes la tarde libre? —lo cortó Jaime—. ¿Te apetece venir al cine con nosotros?
Gared giró la cabeza para ocultar su sonrisa triste y se topó con la mirada aguda de Lía. Aguda y apagada, como suponía que debía de verse la suya. Frunció el ceño y la observó con atención.
—Chicos, lo siento, pero creo que yo voy a pasar de ir al cine, hace mucho frío y además tengo que hacer un trabajo.
—¡Pero si me dijiste que te hacía ilusión ver esa película! —protestó Jaime—. ¡Venga ya, Amalia, no seas plasta!
—Te lo dije porque me daba apuro dejarte solo, pero ahora que está Nora…
Amalia. Gared sacudió la cabeza, cruzando una mirada cómplice con la muchacha. A él lo mataría si la llamaba así, pero Jaime tenía permiso para hacerlo. ¡Ah, sí, el amor era sacrificio, al parecer! Y él no era el único que acaba de ceder el papel protagonista en aquella función. Bien, ¡arriba el telón! Por lo que a él concernía, haría lo que estuviera en su mano por ver a su muñeca brillar.
—Somos idiotas, ¿verdad? —le preguntó Lía un rato después, cuando la pareja se fue y se quedaron a solas Gared y ella.
—Totalmente —resopló él, antes de volverse con una sonrisa—. ¿Te invito a algo y ensayamos la obra?
Lía soltó una carcajada a medio camino de las lágrimas.
7
Fue una extraña semana aquella, como una especie de juego entrecruzado: el juego del escondite y el de la princesa y el príncipe. Y también fue una semana muy estresante.
Un estrés absurdo que se podía haber evitado con una sencilla conversación, una conversación que se volvía más complicada de mantener mientras más tiempo pasaba. Era como la pescadilla que se muerde la cola: cuanto más tiempo pasaba con Jaime, más trolas tenía que soltar, mientras más trolas soltaba, más difícil se le hacía contarle la verdad, mientras más guardaba la verdad, más mentiras tenía que inventar para mantener su teatro. ¡Estrés!
Y luego estaba Gared… ¡Gared, Gared, Gared! Que había pasado de ser su mejor amigo a poner cara a todos sus sueños, y no solo a los húmedos, por desgracia, cosa que le aterraba. Desde que lo había conocido había sabido contener cualquier pensamiento peligroso, cualquier desliz emocional con respecto a él, ahora… Ahora tenía un cacao mental que no se aclaraba. Debía alejarlo de su mente, al menos de esa manera que sabía la devastaría, además, ¿no se suponía que estaba saliendo con Jaime? Se suponía, como también se suponía que estudiaba Derecho, que su madre era una prestigiosa abogada y su padre arqueólogo.
Odiaba mentir a Jaime tanto como temía que descubriera la verdad. Y no solo por la humillación que supondría, sino porque en verdad le gustaba y no quería perderlo. No sabía bien cómo clasificar sus sentimientos hacia él. No era lo mismo que con Gared, eso seguro, pero, teniendo en cuenta que tampoco sabía cómo clasificar eso…
Era agradable pasear y charlar con él, la hacía sentirse especial, ¿a quién no le gustaba eso? Sin embargo, lo que realmente hacía que Nora se odiara por estar mintiéndole, era que, tal como le había dicho Lía, Jaime parecía tener mucho que arreglar en su interior.
El joven nunca hablaba de sus problemas, aunque era fácil deducir que no era demasiado feliz y que todo giraba en torno a su familia. Ya se había dado cuenta de que sus padres eran controladores y estrictos, que habían hecho de un hombre brillante como él un muchacho débil e inseguro que necesitaba apoyarse en la energía de personalidades más fuertes. Eso era lo que le atraía de Nora y ella lo sabía, como también sabía que Lía ejercía un poder especial y beneficioso en él, aunque Jaime no parecía darse cuenta.
¿Por ese motivo seguía saliendo con él, porque quería ayudarlo? Tal vez, o tal vez porque ella también necesitaba apoyarse en algo para no desmoronarse y caer en el abismo que supondría dar rienda suelta a los pensamientos prohibidos que protagonizaban Gared.
Durante una semana, la vida de fantasía que había inventado para Jaime fue su vida y fuera de su conciencia y su cabeza, parecía perfecta, el deseo de toda mujer. Él iba a diario a buscarla a la facultad y, con ayuda de Lía, Nora conseguía mantener su farsa. El chico era demasiado educado para presentarse sin avisar, así que era fácil esquivar a sus compañeros y a todo el que la conocía. Aun así, se daba cuenta de que las cosas se iban complicando cada vez más, especialmente porque, una vez pasado el deslumbramiento inicial, ni siquiera tenía claro hacia dónde iba aquella relación.
Se limitaban a pasear y a charlar de un millón de cosas. Y Nora lo disfrutaba, cuando conseguía dejar los remordimientos aparcados, realmente lo disfrutaba. Pero Jaime no parecía buscar nada más y eso la descolocaba. ¿Estaban saliendo? Estaban comenzando algo, eso seguro, pero ella lo veía más parecido a una amistad que a otra cosa. Eso era un alivio en parte, un amigo tal vez podría perdonar y olvidar, pero un novio… O eso esperaba, porque, de verdad, de verdad que quería a Jaime en su vida.
Estrés, sí, y caos mental, eso podía ser una descripción perfecta para esa semanita de locos víspera de Nochebuena. Por otro lado, Gared y Lía parecían haber sido poseídos por la Celestina, porque no paraban de idear situaciones para que estuvieran a solas. Y mentiras, sí, también inventaban una buena colección de chorradas para adornar su vida de arcoíris, del estilo a las puñeteras clases de piano del profesor Reeve.
La actitud de Gared también le quitaba el sueño. ¿Por qué tanto interés de repente en que saliera con otro chico? ¿Acaso se había dado cuenta de que estaba a un tris de cruzar el límite prohibido con él y quería ahorrarle el batacazo?
El ambiente navideño hacía que se sintiera peor consigo misma por tantas mentiras, las que le decía a Jaime, las que se decía a sí misma, las cosas que ocultaba a Gared… Las luces que decoraban las calles y los escaparates hablaban de momentos felices, de compresión y perdón. Olía a Navidad, un olor cuya procedencia jamás había sabido identificar pero que estaba allí, año tras año, por mal que estuvieran las cosas. Era época de desnudar el alma sin miedos ni vergüenzas. Era época de amor y amistad, aunque sonara cursi. Era época de decir la verdad y confesar la mentira.
Aquella noche, después de haber celebrado juntos la Nochevieja Universitaria comiendo doce gominolas en la Plaza Mayor, al llegar frente al portal de «su casa», Jaime le dio un beso y Nora se sintió un monstruo. Lo miró y suspiró con pesar. Él le regaló su preciosa sonrisa, esa que alejaba las sombras que normalmente poblaban sus ojos. Le cogió la mano y ella la sintió reconfortante, pero la boca le sabía a remordimientos. Sería tan fácil librarse de ellos…
—Jaime… —Se arrebujó en su abrigo y se aclaró la garganta—. Jaime, me gustaría contarte algo…
Él la miró un poco alarmado al percibir la debilidad de su voz.
—¿Todo va bien?
—Ah… sí, más o menos, es que…
En ese momento sonó el teléfono de Jaime y él soltó un gruñido de fastidio.
—No te preocupes, ya volverán a llamar —le dijo, pero el chisme sonaba y sonaba y era desquiciante. Resopló y lo sacó del bolsillo. Cuando echó un vistazo a la pantalla, su semblante se tensó y sus ojos volvieron a cubrirse de nubes negras—. Lo siento, Nora, tengo que cogerlo.
Se alejó unos metros para atender la llamada y no tardó mucho en iniciar lo que parecía una discusión. Imaginó que se trataba de uno de sus padres, porque esa tristeza solo la provocaban ellos. Cuando regresó a su lado, sus ojos azules parecían tormentosos.
—¿Estás bien? —le susurró ella acariciándole el brazo.
—Sí… —Suspiró—. O no, más bien no. Mi padre se ha enterado de que ayer me salté un par de clases y…
—¿Te saltaste unas clases? ¿Por qué? —exclamó Nora, aunque lo que realmente quería decirle era: ¿Por qué te regaña tu padre por esa tontería si tu expediente es brillante? Y, sobre todo: ¡Tienes veinticinco años, joder!
—Fui a comprar tu regalo de Navidad —explicó él con una sonrisa, dejándola boquiabierta—. Y, ¿sabes qué? Que mañana me saltaré alguna más, porque resulta que quiero quedar contigo para almorzar y que después me ayudes a comprar algo para Amalia. ¿Qué me dices?
—¿Me has comprado un regalo? —susurró Nora sintiendo algo muy cálido en el pecho.
—¡Claro, es Navidad! —respondió él con un encogimiento de hombros.
Claro… pero ella no había pensado en regalos, se le había pasado por completo con tanto lío. ¡Ni siquiera había comprado algo para su padre!
—Pues me parece una idea genial, así me ayudas tú con mis compras también.
—¡Perfecto!
—¿Qué te regalo a ti? —masculló Nora con la frente arrugada.
—Ehm… déjame pensar… ¡Un Gusiluz! —exclamó el chico con una carcajada—. Eso era lo que pedía cada año cuando era niño.
—¿Cada año? ¿Es que los coleccionabas? —Él volvió a reír.
—No, mujer, es que nunca llegaron a regalármelo. A mí los Reyes siempre me traían libros y juegos educativos.
—¿En serio? —bufó Nora. ¡Hasta ella había tenido un Gusiluz, con su gorrito verde y su cara risueña!—. Pues menuda gracia.
—Bueno, en realidad ahora eso me da igual. —Jaime le dio un abrazo—. ¡Este año he conocido a una muñeca!
Una muñeca… Nora sonrió distante con un pellizco conocido en el pecho. Jaime debió de darse cuenta de que algo iba mal porque la miró con preocupación.
—¿No es así como te llama tu profesor de piano? Creo que lo escuché el otro día.
—Sí, Gared siempre me llama así, aunque yo le digo que lo odio —musitó.
—Pero no es cierto —afirmó Jaime.
El tono serio y maduro con que habló le resultó extraño.
—¿Cómo dices?
—Que no es cierto, no lo odias. De hecho, diría que te encanta que te llame así.
Nora tragó aire temblorosamente y miró a Jaime con detenimiento; sí, como había dicho Lía, era todo un Sherlock, capaz de ver mucho en los demás y arreglar poco en sí mismo. Parecía algo triste después de esa inoportuna llamada, pero era obvio que su compañía le daba paz. Recordó que había estado a punto de contarle la verdad hacía solo unos minutos. En ese momento se alegró de no haberlo hecho. Esa noche, Nora dormiría de nuevo con sus remordimientos, pero Jaime lo haría con su sonrisa y la sensación de haber conocido a una «muñeca».
—Mañana… —se dijo mientras lo veía alejarse por la calle—. Sí, Nora, mañana…
8
—¿De verdad no te molesta que os acompañemos?
—¡Pues claro que no, Lía! Me alegra muchísimo que almorcéis con nosotros. —Nora resopló—. De hecho, llevo un siglo sin ver a Gared, así que gracias por arrastrarlo.
Al menos a ella le había parecido un siglo. Entendía que no se vieran tan a menudo porque había estado muy ocupado con las funciones de Navidad de los talleres de teatro, pero es que, cuando se veían o hablaban por teléfono, las conversaciones iban siempre sobre la salud de su padre o su relación con Jaime. Nada de las tonterías o la complicidad de antes, nada de ese chute de energía que siempre le había recargado los ánimos. Lo echaba tanto de menos…
—¡Mira, ya está aquí tu profe de piano! —exclamó Lía con una risita.
Nora echó un vistazo a través de las cristaleras del restaurante donde habían quedado para almorzar y el corazón le dio un vuelco cuando lo vio apoyado en la barra. ¿Por qué? Siempre había sido impactante verlo, él era impactante y el ambiente crepitaba a su alrededor, pero aquello ya era preocupante.
—Todavía no entiendo por qué tenía que tener yo un profesor de piano —gruñó.
—Porque queda perfecto —le dijo su amiga con un guiño.
—¡Por Dios, Lía! ¿Qué nos pasa? ¿Nos posee el espíritu de Pinocho o qué? Cada vez se enreda más y Jaime no se merece esto. Le voy a hacer daño y lo único que quiero es hacerle bien.
Ese día se había levantado muy deprimida. No paraba de darle vueltas a toda aquella charada absurda y mientras más lo pensaba menos comprendía cómo habían llegado a eso.
—¡Ay, Nora! —suspiró Lía con seriedad—. Créeme que si hago todo esto es porque es la primera vez que veo a Jaime realmente feliz y… No sé cómo explicártelo. Está cambiando, lo noto, está luchando contra un montón de fantasmas y creo que tú has sido el empujón definitivo para ello.
—¿Y por qué no podemos decirle la verdad? No tiene por qué cambiar nada.
—Lo cambiaría, y no por él. Sus padres lo tienen… Todavía necesita un tiempo para ser capaz de mandarlos al infierno. Aun ejercen una influencia negativa sobre él y estoy segura de que se apartaría de ti con tal de no buscar conflictos con ellos.
—¿Tan terribles son?
—Buf, ojalá jamás tengas que conocerlos —masculló—. Mira, Nora, de verdad, no lo pienses demasiado, te aseguro que soy la primera interesada en ayudar a Jaime. Quiero extender su felicidad todo lo posible y creo que salir contigo lo está ayudando mucho.
Bien, Lía podía decir lo que quisiera, pero ella no consideraba que mentirle fuera la mejor de las terapias. Eso tenía que acabar ya.
Unos antiguos villancicos les dieron la bienvenida al abrir la puerta del restaurante. Había un ambiente agradable y caldeado que sabía a gloria después del frío del exterior.
—¡Ey, Gared! —saludó Lía dándole un abrazo.
Una cosa fea y posesiva mordió a Nora en el pecho, hasta que él la miró y le sonrió, extendiendo los brazos hacia ella. Lo estrechó fuerte y se demoró en soltarlo. Inspiró hondo para empaparse de su olor. Olía a hierba y pintura de atrezo, a gel de baño y cuero, y sus brazos seguían sintiéndose fuertes y protectores, el mejor sitio en el que refugiarse. Fue inevitable recordar sus besos. Cuando él se separó, por unos segundos se sintió vacía, descolocada.
—¿Qué tal, Nora? —la saludó.
«Nora», advirtió, no «muñeca». La nostalgia creció y la hizo sonreír con añoranza.
—Bien, ¿y tú?
—Vamos tirando —respondió él vagamente.
—Chicos, voy al servicio, ¿vale? —anunció Lía en voz baja.
—¿Y tu chico?
—Estará al caer. ¿Cómo llevas el guion?
—Bueno, no he tenido mucho tiempo…
—Ya, pero no lo vayas a abandonar, ¿vale? —le dijo alzando un dedo amenazante.
Gared le sonrió.
—Tranquila.
Tan escueto, tan distante… Nora suspiró y miró el lugar por donde se había ido su amiga.
—Me ha dicho Lía que os veis a menudo, ¿no? —soltó, fingiendo un tono casual.
Él la miró con seriedad y dio un largo trago a su cerveza.
—Sí, a veces —respondió sin dar demasiados detalles.
—Gared… —Tragó saliva antes de decir lo que pensaba—. Lía es una buena chica, no es como… como…
—¿Cómo las tías con las que me suelo acostar? —terminó él con sequedad—. Lo sé, no hace falta que me lo digas.
—Solo te pido que tengas cuidado, ¿vale? No le hagas daño.
—Porque yo solo soy capaz de hacer daño a las mujeres, ¿verdad?
—No es eso lo que quería decir, es solo que ahora está sensible, no me gustaría que se hiciera ilusiones contigo —explicó Nora.
—¿Por qué? A lo mejor soy justo lo que necesita — espetó él a la defensiva.
—Gared…
—Tranquila —la cortó bruscamente—. Solo somos amigos. Está interesada en el taller de teatro, eso es todo. Mira, ahí está tu príncipe azul.
Nora se giró y vio a Jaime a través de la cristalera. No venía solo. Lía se acercó hasta ellos con los ojos como platos.
—¡Ay, Señor! —gimió.
—¿Qué? —jadeó Nora con un terrible presentimiento.
—¡Es su madre, la bruja!
—¡Mierda!
Si hubiera una imagen para la indignación, la rabia y la vergüenza, sería sin duda la cara de Jaime en ese momento.
—¡Buenas tardes, señora Salas! —saludó Lía cuando entraron—. ¡Qué sorpresa!
—Amalia, querida, qué placer verte —lo dijo con la nariz arrugada, como si en vez de besar ligeramente sus mejillas, acabara de oler un pedo—. No sabía que vendrías.
—Bueno, sí, me apunté. ¡Hola, Jaime! —lo saludó dándole dos besos.
—Hola, Amalia, ¿cómo estás? —Nora se dio cuenta de que sus ojos brillaron al ver a su amiga y que la tensión de sus hombros se mitigó un poco—. Mamá, ella es Nora y él es Gared, su profesor de piano.
—¡Ah, qué profesor tan competente que acompaña a su alumna en sus almuerzos! —exclamó la mujer, lanzándole una mirada ardiente y más que apreciativa.
—Así soy yo, señora, me tomo mi deber muy en serio —respondió él, desplegando todo su arrebatador encanto.
Nora creyó que ya la odiaba. ¿Qué clase de madre lanzaba esas miradas a un hombre veinte años más joven que ella delante de su hijo y sus amigos?
—Nora… —Dio un respingo cuando se dirigió a ella—. Ya sabía yo que mi hijo escondía algo —murmuró con malicia, mirándola de arriba abajo, como si estuviera valorando cómo desarmarla y ridiculizarla lo más pronto posible.
—Mamá… —amonestó Jaime a su lado.
Nora irguió la espalda con orgullo y le estampó dos besos.
—Encantada de conocerla, señora —la saludó empalagosamente.
—¿Qué tal si nos sentamos? —propuso Amalia antes de dirigirse hacia una mesa.
—Lo siento, Nora, no sabía que iba a venir —se disculpó Jaime en un susurro—. Se presentó en mi facultad y se empeñó en comer conmigo, le dije que había quedado con unos amigos, pero insistió en venir.
—¡Tranquilo, no pasa nada! Solo es una comida, no es el fin del mundo. Además, parece simpática.
Jaime soltó una carcajada cuidándose de que su madre no lo escuchara. Aún se veía nervioso pero entre Lía y ella habían conseguido quitar esa extraña expresión de derrota con la que había entrado al local.
Gared se sentó al lado de Nora y ella se lo agradeció infinitamente. Mientras pedían sus platos, le dio un pequeño apretón en la mano, infundiéndole ánimos.
—Y… ¿qué estás estudiando, Nora?
Lanzó una rápida mirada a su amigo y sus ojos color miel le sonrieron con complicidad. Bien, ¡arriba el telón! De nuevo…
***
La comida se desarrolló como era de esperar. Preguntas, preguntas, preguntas… Mentiras, mentiras, mentiras… Parecía que, mientras más tiempo pasaba cerca de esa mujer, más trolas se le ocurrían. Lo gracioso era que Gared y Lía la ayudaban a secundarlas. ¿Dónde había quedado su propósito de decir toda la verdad? En fin, definitivamente, con esa mujer allí eso era imposible, una cosa era que Jaime dejara de hablarle y otra que esa víbora la hundiera.
—Bien… —Cuando terminaron el postre, la bruja aprovechó que Jaime y Lía habían ido al servicio para dirigirse a ella con expresión helada—. Seré franca, Nora. Sé que mi hijo y tú estáis saliendo. Entenderás que me preocupe por él.
—Claro, señora, pero…
—No me interrumpas —espetó—. Lo que quiero decir es que pareces una buena chica, pero no sé si eres lo bastante buena para él, y perdona mi sinceridad.
—¿Por qué no iba Nora a ser buena para Jaime? —soltó Gared, que se puso tenso como una cuerda de arco—. Es una gran mujer y salta a la vista que los dos se gustan.
—Sí, bueno, eso siempre salta a la vista —se rio ella—. Mi Jaime es… impresionable. Sé que vosotros lo veis como un hombre, pero en realidad solo es un muchacho demasiado inocente, se suele dejar engañar con facilidad. ¡Oh, no digo que tú lo estés engañando, querida! Pero sí es cierto que su padre y yo nos hemos topado ya con ciertas malas hierbas que solo pretendían florecer al lado de mi hijo. Es mi deber como madre arrancar esas malas hierbas de raíz. No voy a consentir que ninguna golfilla se arrime a mi Jaime para aprovecharse de su dinero y de su inocencia.
Nora tragó saliva y estuvo a punto de escupirle una de sus palabrotas, pero Gared apretó su mano debajo de la mesa y acabó por serenarse un poco.
—Nora es una gran chica y su familia es de las más respetadas de Salamanca, así que le voy a rogar que no vuelva a dirigirse a ella en esos términos, ni siquiera como vaga insinuación.
—No era mi intención ofender, si apenas te conozco, niña…
—¡Exacto, no la conoce! —escupió él.
—Y ese es problema, joven. —La señora Salas le dedicó a Gared una de sus miradas calenturientas—. Mi hijo cree conoceros, al parecer, Lía también, pero ninguno de sus compañeros saben nada de ti, muchacha.
¡Joder! ¿Había estado haciendo preguntas sobre ella? Las cosas pintaban muy, pero que muy mal.
—No llevamos mucho tiempo saliendo…
—Pero te habrá acompañado a casa, ¿no? A ese ático en Gran Vía… —Lo expresó con una sonrisa taimada que le decía que no había creído ni por un segundo aquella historia.
—Sí, señora, me ha acompañado —respondió ella, tratando de infundir orgullo a su voz.
—¡Ah, eso me alivia y me entristece a la vez! Fíjate, tus padres ya conocen a mi Jaime y yo ni siquiera sabía que existías.
¿Sus padres? Nora se lamió los labios y Gared volvió a apretarle la mano.
—N… no… Jaime no conoce a mis padres…
—¡Por favor, estamos en siglo XXI! —masculló Gared—. ¿Qué pareja joven mezcla a sus padres cuando apenas llevan saliendo una semana?
—Una pareja que va con buenas intenciones, querido. —Ese «querido» sonó tan sexual que hasta Gared torció el labio con asco—. ¡Oh, no digo que sea una presentación formal, por supuesto! Pero sí algo amistoso, ¿no os parece?
—Creo que eso solo les incumbe a ellos.
—¿Es usted el representante de Nora? —preguntó la mujer con sorna—. Se toma sus competencias muy en serio.
—Pues sí, la verdad es que Nora es como una hermana para mí, su familia siempre me ha tratado como a un hijo.
—Qué maravilla. Me preguntaba… ¿No sería posible conocer a tus padres, Nora?
—¡Mamá! —exclamó Jaime tras ella.
La mujer se volvió con una falsa sonrisa en sus labios.
—¡Ah, querido, ya estás de vuelta!
—¿Qué estás haciendo? —protestó él con indignación.
—¡No hago nada! Sales con una chica y yo lo ignoraba hasta hace un rato, solo decía que tal vez podíamos conocer a sus padres, ¿no? No creo que sea mucho pedir, ¿verdad, querida?
—¡Por favor, mamá! —gruñó Jaime avergonzado—. Nora y yo llevamos solo unos días saliendo.
—Y yo no pretendo pedir una alianza, tesoro. Había pensado en compartir un momento entre suegros. —La bruja se rio ella sola de su estúpida gracia y de repente abrió mucho los ojos, como si se le hubiera ocurrido una idea genial—. ¿Qué te parece si los invitamos a cenar en Nochebuena al chalet, cariño? ¡Oh, a tu padre le encantará! Ya sabes cómo le gusta compartir esa noche con amigos.
Nora la miró fijamente con los ojos entornados. Sabía bien lo que pretendía. No se había tragado nada de lo que le había dicho, y con razón. Ahora tocaba la parte en la que la humillaba y la pisoteaba. Estaba segura de que estaba bien acostumbrada a eso y que lo disfrutaría con gusto.
—¡Eso es ridículo! —insistió Jaime—. No os conocéis de nada.
—Y ese es el principal motivo de mi invitación, hijo. —Su sonrisa de hiena hizo que Nora sintiera ganas de subirse encima de la mesa, arrancarle la lengua y aplastársela a pisotones.
—Me encantaría y seguro que a mamá y papá también, pero mis padres nunca celebran las fiestas fuera de nuestra casa, es la tradición —se excusó Nora fingiendo una sonrisa compungida.
Escuchó a Gared inspirar hondo y sintió cómo se tensaba. Solo entonces entendió el error que había cometido. «¡Maldición!».
—¡Oh, pero qué tradición tan bonita! Nosotros no la guardamos, de hecho, no nos importaría trasladarnos si ese es el deseo de tus padres.
—¿Te estás invitando sola, mamá? —exclamó Jaime con los ojos como platos—. Eso es algo tan absurdo que…
—Creo que a tu padre le gustará la idea de cenar con la familia de tu chica en Nochebuena, hijo. —Fue contundente y fría como un látigo de hielo. Una orden en vez de una sugerencia.
Nora tuvo ganas de mandarla al infierno pero Jaime… La sola mención a su padre provocó que se ensombreciera con una expresión de rabia y miedo. Se había desinflado por completo, el brillo de sus ojos extinguido de golpe.
Aquello la enfureció como nada lo había logrado hasta ahora. ¿Qué le habían hecho para mermar de esa manera su personalidad? Tenía casi la misma edad que Gared y a su lado parecía un niño asustadizo e inseguro. Bien, ¿esa perra quería humillarla en público? Pues que lo hiciera, pero no se iría sin llevarse unas cuantas palabritas de su parte. Apretó los puños, pero, justo cuando iba a hablar, Gared se le adelantó.
—La verdad es que es una idea fantástica, ¿no te parece, Nora? —le dijo sonriente. Ella se quedó helada. ¿Qué diablos hacía?—. Seguro que a tus padres también les entusiasma.
—¿Qué? —exclamó Lía en un jadeo.
—Señora Salas, ha tenido usted una idea formidable —continuó él—. Hablaré con los padres de Nora para organizarlo.
—¡Oh, no sabe lo feliz que me hace!
Nora miró a su amigo como si se hubiera vuelto loco. Él le devolvió la mirada y le sonrió tranquilizador. En sus ojos leyó que lo tenía todo controlado, pero por muy bueno que fuera, por muy seguro de sí mismo que estuviera… ¿Cómo demonios se las iba a ingeniar para crearle una vida completa en menos de tres días?
9
—¡Ey, Pablo! ¿Tienes un minuto?
Gared caminaba con rápidas zancadas hacia la cafetería donde había quedado con Alberto. Esa era la tercera llamada que hacía desde que había dejado a Nora y a los demás. Primero Sami, después Alberto… y todavía quedaba un mundo por hacer.
—Estoy currando, tío —respondió Pablo al otro lado del teléfono—. ¿Pasa algo?
—Más o menos. Verás… ¿Hay alguna posibilidad de que cojas prestado un carro guapo del concesionario para el veinticuatro?
Así, de sopetón, ¿para qué dar rodeos? Pablo era su primera opción para ese cometido ya que trabajaba como jefe de ventas en Mercedes Benz. En realidad, lo del coche era solo para fardar un poco, quedaría perfecto mandando un cochazo con chofer a recoger a la familia de Jaime.
—¿Que haga qué? —exclamó el otro boquiabierto.
—¿Estás sordo?
—¿Y tú te has vuelto gilipollas o algo? ¿Cómo narices me voy a hacer con un coche, Gared? Trabajo aquí, no soy el dueño, por si no te acordabas.
—No eres un simple currante, eres todo un jefazo.
—Déjate de zalamerías que nos conocemos.
—Y por eso sabes que, si te lo estoy pidiendo, es por una buena razón.
—¿Y si me cuentas esa razón para empezar y luego pides, colega?
No hizo falta suplicar mucho más después de contarle a Pablo lo que había pasado con Nora, Jaime y la perra de su madre. Natural, todo el mundo adoraba a Nora.
—A ver… Hay un cliente que no pasará a por su coche hasta el dos de enero. Tal vez podría sacarlo unas horas…
—¡Fantástico! Le diremos a Alberto que haga algo con las cámaras de seguridad.
—Madre mía… debo de haber cogido un virus cerebral. En fin, llamaré a Lidia también, supongo que te vendrá bien la ayuda de una estilista.
—¡Genial, tío! Te debo una.
—Ya lo creo que me la vas a deber…
Bien, dos pájaros de un tiro. Gared guardó el móvil en el bolsillo de su abrigo justo al llegar a la cafetería. Alberto lo esperaba sentado en una mesita, le estrechó la mano y pidió un café antes de sentarse.
—Gracias por venir.
—No hay problema, he salido temprano del curro —le dijo el muchacho quitándole importancia—. Te veo acelerado, Gared. ¿Pasa algo?
—A ver por dónde empiezo…
—No voy a hacer de Papá Noel en ninguna jodida obra infantil, eso que quede claro —le advirtió Alberto.
Gared soltó una carcajada y sacudió la cabeza.
—Va a ser algo más difícil lo que tengo para ti.
En esta ocasión empezó por contar toda la historia primero antes de pedir el favor. Cuando terminó de explicar la situación, Alberto se le quedó mirando con la boca abierta.
—Vale, por lo que cuentas, has metido a Nora en un lío de pelotas, ¿no?
—¡No! —se indignó Gared, antes de recapacitar un poco—. Bueno… no es un lío exactamente, solo quiero ayudarla.
—Gared, tú te das cuenta de que eso ha sido una gilipollez, ¿verdad? O sea, ¿era necesario invitarlos a cenar? Y lo de las mentiras… Pase que Nora se colara aquella noche en el Cum Laude, pero lo de crecer la bola para conseguirle una cita es absurdo, tío. Si está metida en esto, es por tu culpa.
—Yo no creo que… —Se quedó pensativo un momento. Sí, tal vez había sido culpa suya que las cosas se liaran, pero no demasiado, él solo quería que Jaime tuviera la oportunidad de conocer por dentro a su muñeca. Sabía que, una vez supiera como era, lo de los estudios, el dinero y esas mierdas no tendrían importancia. ¿Cómo no iba a enamorase de Nora? Que él había liado las cosas… Salían juntos, ¿no? Pues había funcionado, punto—. Mira, no me calientes la olla ahora, colega, hay que solucionar este problemilla y quiero hacerlo de la mejor manera.
—No, si yo estoy de acuerdo y sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras, hermano —se rio el otro—. Solo puntualizaba que, ligar con mentiras, no es buena idea, solo eso.
—Y eso lo dice Mister Sinceridad, de apellido Honradez —bufó Gared.
—Pero yo nunca busco nada serio, ahí es donde Norita y yo caminamos por rumbos distintos. —Alberto se rio y lo miró con guasa—. Lo que realmente me alucina es que tú estés haciendo todo esto para que otro tipo se la lleve, Gared, de verdad que me deja flipando.
—¿Por qué lo dices? —preguntó él irguiendo la espalda, a la defensiva. ¿Tan obvio era para todo el mundo lo que sentía? Menos para Nora, al parecer… Alberto soltó una carcajada.
—Por nada, tío, por nada. Venga, ¿en qué puedo ayudarte?
Gared sonrió con picardía antes de soltar su bomba:
—¿Has trabajado en alguna casa de Gran Vía?
—He trabajado en muchas —respondió el joven—. Casi todos los sistemas de seguridad de esa zona los ha colocado mi empresa, y yo he supervisado todos y cada uno de ellos.
—O sea, que nadie mejor que tú para conocer los puntos débiles de cada piso, ¿no?
Alberto lo miró con los ojos entrecerrados con sospecha.
—Yo nunca dejo puntos débiles.
—¿Y podrías provocar alguno? —preguntó Gared como si tal cosa.
—¿Cómo?
—Como… no sé, que la casa quede sin seguridad cuando el dueño salga a cenar en Nochebuena con su familia, o se vaya de viaje o…
—¡Para, para, para! —lo cortó Alberto sin dar crédito a lo que estaba escuchando—. Aclárame una cosa antes de seguir, ¿vale? ¿Estamos hablando de allanamiento, Gared? ¿Es eso? ¿Me estás pidiendo que sabotee mi propio trabajo para poder entrar en una vivienda de lujo sin permiso? Porque ni siquiera tú estás tan loco como para pensar que…
—Solo por unas horas, Alberto, y lo dejaremos todo tal y como estaba. Si nos los curramos bien, el dueño no tiene que enterarse —explicó con calma.
—¡Me cago en la puta! —susurró el otro, llevándose las manos a la cabeza—. ¡Que estás hablando en serio, joder!
Gared se cruzó de brazos y se quedó mirándolo con las cejas alzadas.
—¡Mierda, Gared! —escupió Alberto. Al final, chascó la lengua, sacó un billete de su cartera y lo echó sobre la mesa—. Vámonos, hijo de puta, creo que tengo una idea mejor y que no supondrá pena de cárcel para nadie. Allanamiento de morada… ¡Ya puede ese tipo echarle el polvazo del siglo a nuestra Nora después de esto!
—¡Oye, gilipollas, no voy a consentirte que…! —Gared cerró el pico y lo fulminó con la mirada al ver su sonrisa triunfal.
—¡Ah, Gared! ¡Cuánto me alegro de ser incapaz de enamorarme, colega!
***
—Este es el edificio, el ático —informó al llegar ante el «portal» de Nora.
—Hay que joderse, macho —resopló Alberto—. Es modesta Norita, ¿eh?
Sin esperar respuesta, Alberto se acercó al portero automático y comenzó a echar un vistazo a los distintos timbres con expresión pensativa.
—A ver… —dijo al cabo de un rato—. ¿El A, el B o el D? El C y el E ni de coña, son viejas amargadas, por ahí no paso.
—¿Qué? —preguntó el otro sin entender.
—En el A vive un matrimonio rancio con una hija juguetona, supongo que ese podemos descartarlo también, porque no creo que consiga convencer a sus padres, pero los otros dos… —sonrió con malicia—. D es encantadora, pero B… ¡Ah, B es el sueño húmedo de cualquiera!
—¿De qué coño hablas, tío?
—Viuda, rica, juguetona y muy enrollada. Yo me decantaría por llamar a B. ¿Dijo Nora en qué piso vivía exactamente?
—No, creo que no, pero sigo sin entender…
—Perfecto. —Alberto pulsó el timbre del ático B ante la mirada sorprendida de su amigo.
—¿Sí? —contestó alguien.
—Hola, buenas tardes, soy Alberto Santana, de Seguresal. ¿Podría ver a la señora Salinas?
—Un momento, por favor.
Al cabo de unos segundos, alguien accionó el portero dándoles acceso.
—Y, ¿qué se supone que vas a hacer? —le preguntó Gared, mientras lo seguía hacia el ascensor—. ¿Le vas a pedir amablemente a esa señora que nos preste su casa en Nochebuena?
—¿Has probado alguna vez a hacerlo, Gared? ¿A usar el camino más lógico y sencillo?
—No puedes creer de verdad que eso va a funcionar, ¿no?
Alberto le sonrió con suficiencia. Gared cerró los ojos y suspiró. Tenía que ser un farol, no podía haberse acostado con todas aquellas mujeres. ¿Y si hubiera sido otro portal? ¿Es que en todos tenía amantes? Cuando salieron del ascensor, una mujer se abalanzó sobre su amigo, le rodeó el cuello con los brazos y comenzó a besarlo y a acorralarlo contra la pared. Gared se quedó parado con los ojos como platos, mientras se daban el lote.
—Sandra, Sandra, cariño…
—Ay, Alberto, cuánto tiempo más pensabas dejarme esperando. ¡Eres cruel! Te he echado tanto de menos. —La mujer volvió a besarlo sin darle tiempo a hablar.
Gared se recuperó de su sorpresa y carraspeó para hacerse notar. Ella se apartó un poco de su presa y lo miró. Sus ojos azules lanzaron un destello de apreciación y soltó a Alberto con una sonrisa sensual.
—¡Caramba! —exclamó, mirándolo de arriba abajo—. ¿Y esto? ¿Has pensado algún nuevo tipo de perversión, querido? De ser así, te lo agradezco, tu amigo es todo un ejemplar.
Gared sonrió con chulería y le dedicó una miradita presuntuosa a su amigo.
—Hola, soy Gared —se presentó antes de estrecharle la mano.
—Hola, querido, soy Sandra. —Ella fue infinitamente más osada, se acercó contoneando sus caderas y lo besó lentamente en los labios.
—Sandra, tesoro, déjalo, anda. —Alberto la apartó cogiéndola del brazo—. Es un hombre enamorado, pobre.
Gared le hizo un sutil gesto con el dedo corazón.
—Bueno, cariño, ¿qué te trae por aquí? Te pasas meses sin visitarme y ahora vienes acompañado de un intocable. ¿He de deducir que no has venido a jugar?
—Tengo que pedirte un favor gigante, mi amor.
—¡Ah, ya decía yo! —bufó la mujer fingiendo sentirse dolida.
Alberto la cogió por la cintura y le dio un beso en la mejilla.
—Deja que Gared te cuente la historia completa y después tú valoras si te apetece o no ayudarnos. Luego… bueno, mañana entro a trabajar por la tarde, así que…
Sandra sonrió con coquetería y los acompañó hasta un enorme salón con ventanales que regalaban sorprendentes vistas de la ciudad. Se sentaron frente a la chimenea de mármol y su anfitriona les ofreció algo de beber.
—¿Y bien? —dijo al cabo de un rato—. Soy toda oídos.
Cuando Gared terminó de relatar la historia se dio cuenta de que había estado raspándose los padrastros con las uñas de puro nerviosismo. Mientras más veces la contaba, más absurdo le parecía todo. ¿Cómo diablos habían llegado a esos extremos? ¿De verdad estaba dispuesto a poner todo el mundo patas arriba por entregar a Nora a otro hombre? Era una locura.
—Así que queréis que os preste mi casa para celebrar una cena de Nochebuena falsa —resumió Sandra alzando sus perfiladas cejas.
—Ajá —murmuró Gared en voz baja. La mujer lo miró seriamente durante un intenso minuto. Era absurdo, absurdo… ¿Cómo había podido Alberto siquiera pensar que…?
—Con una condición —exclamó ella.
Gared y Alberto contuvieron el aliento y la miraron sin parpadear. Sandra sonrió lentamente antes de hablar:
—Me pido el papel de sirvienta sexy.
10
La mañana del veinticuatro de diciembre llegó demasiado deprisa. Nora se despertó con un nudo en el estómago, los nervios se la estaban comiendo. ¿Por qué seguía adelante con aquella locura?
—Por Jaime, Nora —le respondió Lía con voz cansina camino a su destino. Esa mañana olía a nieve y hacía un frío de perros, pero ninguna de las dos pareció notarlo a causa de los nervios—. Lo hacemos por él, para que sonría un poco, y porque tal vez, si se tragan vuestra relación, lo dejen independizarse de una buena vez.
Si se tragan vuestra relación… Esa parte del discurso tenía gracia. O sea, que ni Lía creía en aquella relación. Pero Jaime sí que era su amigo, así que, definitivamente, cuando pasara esa noche le diría al fin la verdad.
Cuando llegaron al precioso ático de Sandra Salinas, ya estaban allí todos los «actores».
—¿Has dormido bien? —le preguntó Gared.
—¿Bromeas?
—Si te sirve de consuelo, yo no he pegado ojo, pero aquí estamos, muñeca, la función es esta noche y todo acabará.
—Eso espero… —suspiró—. Ojalá que no le hagan la vida más difícil a Jaime por esto.
—Nosotros le vamos a echar un cable, después, tendrá que ser él el que luche por ti —murmuró Gared con seriedad.
Nora ya le había explicado que la misión principal de toda aquella función era ayudar a su amigo a librarse de sus padres, puesto que ya se había cansado de mentiras e iba a decirle toda la verdad al día siguiente. De lo que Gared no parecía haberse dado cuenta era de que ella no estaba enamorada de Jaime, pero le daba vergüenza confesárselo después de todo lo que había montado por ellos. Por otro lado, ¿qué le iba a decir? «Sé que no lo quiero porque no consigo olvidar lo del sofá». Mientras lo veía caminar, con esa fuerza y encanto que destilaba, sintió pánico. Tenía que dejar de pensar en Gared de esa manera, porque dolería. Dolería horrores.
—¡Venga, Nora, a qué esperas! —la llamó Gared desde el fondo del salón. Se volvió y dio instrucciones aquí y allá a sus actores, como el director exigente y perfeccionista que era—. ¡Venga, chicos, la obra al completo! Saludos, mesa, conversación y despedida. No, no, no, Nicolás, tienes que coger a Samanta por el brazo, no por el culo, ¿vale?
—¡Gracias! —exclamó la aludida, indignada, apartando la mano de «su esposo».
—Pensé que un poco de improvisación le daría realismo a la cosa —se defendió el hombre.
—La improvisación es el último recurso, ¿estamos? Y no te da derecho a sobar culos, Nico —le reprendió el director con voz severa.
Nora cogió a Gared del brazo y le susurró al oído:
—Repíteme otra vez por qué el portero de tu apartamento es mi padre, por favor. ¿No había nadie más?
—Es mi mejor alumno del grupo de adultos y sabe un montón de historia, es perfecto. Relájate, muñeca, lo hará bien, lo que pasa es que Sami lo ha deslumbrado —sonrió—. Pero mírala, es que está tan guapa que casi me dan ganas a mí de ir a tocarle el culo.
Nora soltó una carcajada y sintió que se relajaba un poco. Sí que lo estaba, con el maquillaje y el peinado que le había aplicado Lidia, Sami parecía una gran dama. Por la tarde sería su turno de pasar por el salón de belleza. Jesús, qué locura…
—Me siento como Annie Manzanas —suspiró.
—¿Y yo soy el gánster? —rio él.
—Estoy tan asustada…
—El miedo es bueno, muñeca. Nos vuelve cautos y precavidos —le dijo Gared cogiéndola por los hombros para ponerla de cara a él. Nora clavó los ojos en los suyos y su corazón volvió a desbocarse—. Lo vais a hacer bien.
—Lo que más odio de todo esto es no poder cenar con papá esta noche —se lamentó.
—¡El día es lo de menos, mañana celebrarás con él! Tranquila, Nora, Tamara y Fani se encargarán de que lo pase bien.
—¡Y hoy cenarás de lujo, nena! —anunció Alberto, agarrando a Sandra de la cintura y besándola—. Gentileza de esta belleza.
—Que no se diga que no atiendo bien a mis invitados —rio la mujer como si todo aquello fuera un juego.
—Señor, cómo os voy a pagar todo esto que hacéis por mí…
Sandra le sonrió con ternura.
—Ay, cielo, las cosas jamás deben hacerse pensando en una recompensa. —Toda una lección en una sola frase—. Aunque si te recompensan, mejor, ¿no es cierto, cariño?
Alberto le guiñó el ojo y ella soltó una carcajada.
—¡Venga, chicos, que os dispersáis! Papá y mamá, a vuestros puestos —ordenó Gared por encima de la cacofonía de voces excitadas—. Alberto, tú harás de bruja, y tú, Pablo, serás el papá cabrón. ¿Listos?
***
Gared daba vueltas por el salón como un gato en una jaula. Vuelta, paseo, vuelta, paseo…
—¡Basta, chico, me vas a gastar la alfombra! —protestó Sandra.
—Llega tarde…
—Todavía falta una hora para que se presenten nuestros invitados, relájate, Gared —lo calmó Sami acariciándole el brazo.
—¿Pero por qué tienen que tardar tanto? —resopló—. Nora ya tenía que estar aquí, podríamos haber ensayado una vez más y…
—Joder, tío, no se puede ensayar más, nos estás saturando —bufó Alberto—. ¿No sabes cómo son las mujeres cuando hay una puta fiesta? Lidia la estará emperifollando como a una diosa.
—Aun así…
El timbre sonó sobresaltándolos a todos. Sandra saltó del sofá y corrió hacia el portero con su traje de doncella. Había dado la noche libre a su propio servicio, ella y Alberto serían los encargados de atender a los invitados. A los pocos segundos regresó con una sonrisa aliviada.
—Son las chicas.
Gared suspiró. Poco después se escuchó el parloteo alegre de Lía en el pasillo, que asomó la cabeza por la puerta del salón y anunció:
—¡Atención, atención! Admiren ustedes a estos dos bombones salmantinos.
Entonces abrió la puerta y dio una vueltecita para que todos vieran lo preciosa que iba con su vestido verde botella, sus tacones y su pelo recogido. Todos empezaron a silbar.
—Venga, Nora, tu turno.
Nora dio un paso adelante y saludó como una gran estrella en el escenario mientras sus amigos le gritaban piropos. Todos menos Gared, que había perdido la voz. Se lamió los labios y la recorrió de arriba abajo. El maquillaje era sencillo, lo justo para destacar sus rasgos, su pelo se veía más rojo y lo llevaba peinado como si fuera una muñequita de los años veinte. Lía le había prestado un vestido negro salpicado de florecitas plateadas que se ajustaba con sutileza a sus voluptuosas curvas.
Decir que estaba guapa era injusto. Era tan preciosa que le dolía el corazón de mirarla y no poder tocarla. Señor, qué duro iba a ser aquello.
—¿No dices nada? —le recriminó ella con una sonrisa deslumbrante.
Gared intentó sonreír, lo intentó con todas sus fuerzas, pero le salió una mueca patética.
—Estás preciosa —susurró.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó ella con preocupación.
—Perfectamente. —Se giró para evitar mirarla. Dolía, joder, cómo dolía…—. Bien, Alberto y Sandra, ¿están todos los entremeses y demás chorradas preparados?
—Que sí, pesado, todo listo.
—Pues a esperar —suspiró Nora.
No tuvieron que esperar demasiado. Cuando sonó el timbre del portal, todos dieron un bote.
—A vuestros puestos —ordenó Gared, aunque no hacía falta, todos estaban preparados.
Alberto se puso en pie junto a la gran mesa, que ya estaba dispuesta con un elegante servicio, y Sandra corrió hacia la puerta, recolocándose su cofia. Al cabo de unos instantes, la escucharon saludar y todos contuvieron el aliento hasta que asomó de nuevo por la puerta, seguida por Jaime, la bruja y un tipo alto y malencarado que no podía ser otro que su padre.
—¡Buenas noches! —saludó la señora Salas con una sonrisa, lanzando miradas apreciativas al fabuloso comedor de Sandra.
—Por decir algo, hace un frío terrible —se rio Samanta, mientras se acercaba para darle un beso. Se movía y hablaba como una gran dama; Sandra y Lía habían hecho un trabajo genial «educándolos» a todos—. Cómo me alegro de conocerlos al fin.
—Y yo, no lo sabe bien. Estos chiquillos... Mira que guardar su noviazgo en secreto…
Jaime miró a Nora y puso los ojos en blanco. Ella sonrió, pero el corazón se le iba a salir del pecho. Pasaron a las presentaciones y Samanta abrazó a Jaime.
—Querido, qué ganas tenía de conocerte. ¡Ah, pero qué guapo eres! —Él se puso colorado pero le dio dos besos y su sonrisa pareció más relajada.
Sus padres no fueron igual de cariñosos, especialmente el doctor Montoro. Nora lo odió desde que cruzó la primera mirada con él. Era la criatura más fría y desprovista de sentimientos con la que se había topado en su vida, y cruel. La crueldad se leía clara como el agua en sus helados ojos azules. Jaime parecía apenas una sombra del chico divertido y dulce que ella conocía, engullido por completo por la autoritaria figura de su padre. Por fortuna, cuando Lía se acercó para besarlo, su mirada se iluminó y la recorrió apreciativamente.
—¡Vaya, estás preciosa, Amalia! —lo escuchó susurrar.
Nora sonrió satisfecha. ¡Ay, Jaime! Cuando todo aquello acabara, lo obligaría a ir a un psicólogo aunque tuviera que llevarlo a rastras; sin embargo, estaba convencida de que su amiga sería la mejor terapia. ¡Cuántos errores habían cometido todos desde el principio! Lanzó una mirada Gared y suspiró.
Él siempre resultaba fascinante, sin más, pero en ese momento había algo casi mágico en el brillo de su mirada. Parecía un ángel, ¡no, un duende de Navidad! El mejor de los amigos. Tan fiel que era capaz de convertir el mundo en un escenario por ella, por verla feliz. Amigo… La palabra le escoció en el pecho.
La cena no fue mal, a pesar de los nervios, la tensión y la tendencia de Nicolás a «improvisar». Todo era delicioso y caro, Sandra había invertido un pastizal solo por diversión. Una vez más, Nora se preguntó cómo podría pagar a sus amigos lo que estaban haciendo por ella.
Jaime estuvo tenso y alicaído, pero Lía se había sentado a su izquierda y de vez en cuando la veía cogerle la mano para darle ánimos. El doctor Montoro era todo lo desagradable que cabía esperarse. Borde, seco y antipático, no dejaba de mirar a Nora de arriba abajo con desconfianza, y la mantuvo asustada todo el rato. La señora Salas era un zorrón y una arpía y se comportó como una auténtica perra, haciendo preguntas comprometidas a cada instante.
Nora estaba segura de que, en el fondo, ambos esperaban descubrir el engaño, la cuestión era que esas víboras no contaban con que se habían topado con el mejor director de teatro de la ciudad y con unos fieles actores que lo admiraban y lo seguirían al fin del mundo.
Todos supieron solventar las dificultades. Samanta evitó las preguntas comprometidas sobre su trabajo como abogada alegando secreto profesional y estrés, aunque Lía le había enseñado algunos términos y frases para que saliera del paso, hasta se había aprendido de memoria algunos casos curiosos para poder relatar anécdotas durante la cena. Nicolás resultó ser todo un erudito en historia, con lo que bordó su papel de arqueólogo algo excéntrico, deleitándolos sobre todo con un sinfín de datos sobre la Piedra Rosetta, que al parecer adoraba. Lo cierto es que acaparó casi toda conversación y no aburrió a nadie, salvo, tal vez, al padre de Jaime, pero ese era un hueso duro de roer. Alberto y Sandra también hicieron su parte interrumpiendo en los momentos oportunos en su papel de sirvientes competentes. Y luego estaba Gared…
Gared era el alma de la noche. Cortando en los momentos justos, introduciendo conversaciones sencillas y que habían ensayado, haciendo las preguntas perfectas, controlando las que hacían los padres de Jaime… Y desplegando un encanto que era difícil de ignorar. Era carisma y energía en estado puro y era imposible no admirarlo. La señora Salas no se molestaba en ocultar su deseo, lo miraba como si quisiera comérselo allí mismo sin importarle lo más mínimo que su marido estuviera a su lado. También le lanzó alguna que otra mirada a Alberto, pero Gared la tenía completamente fascinada. Nora la hubiera despellejado viva.
Después de la cena, Samanta los invitó a todos a pasar al salón. En un rincón había un enorme árbol de Navidad de película y a su lado, un precioso piano de cola que brillaba con los destellos de las velas que había repartidas en la estancia.
Alberto sirvió champán y Sandra llevó bandejas de dulces que habían traído sus invitados, todo un detalle. Al cabo de un rato, se habían reanudado las conversaciones, aunque la tensión se respiraba en el aire. Gared y Jaime eran los que peor lo llevaban. Gared, porque tenía que estar en mil sitios a la vez sin que se le notara, Jaime… bueno, Jaime sencillamente parecía que quería que la tierra se lo tragara. Miraba constantemente a Nora como pidiéndole disculpas y destilaba desprecio cada vez que sus padres soltaban alguna de sus preguntitas o indirectas. Con su padre su tensión podía traducirse en temor, con su madre en asco. Porque era asquerosa, sin duda, babeando ante Gared y tratando a su hijo como si fuera un crío, tratando de dejarlo en ridículo cada vez que podía. Y, aunque parecía más relajada por haberse salido con la suya, no por ello dejó de ser peligrosa, cosa que puso de manifiesto cuando ya iba por la tercera copa y se dirigió a Nora.
—¡Ay, Nora, querida! ¿Por qué no nos tocas algo?
—¿Cómo? —jadeó ella. ¿Tocar? Le hubiera gustado tocarle la garganta con las palmas de las manos, pero supuso que no se refería a eso—. Es que…
—Señora Salas, por favor, no sea usted mala —se rio Gared, siempre al rescate—. Nora apenas ha dado unas pocas clases, ya me está costando lo mío quitarle su inseguridad para que lo estropeemos esta noche, ¿no?
—Ah, lo siento, pensé que llevaba más tiempo. Bueno, entonces imagino que al profesor no le importará deleitarnos un poco con su… ¿magia? —Le lanzó una mirada entre desafiante y sexual.
Nora contuvo el aliento y miró a Gared, alarmada. ¿Y ahora? Él contemplaba a la arpía con una sonrisita de suficiencia. Su gesto seguía siendo educado y encantador, pero algo en sus ojos denotaba repulsión hacia ella. Todos en el salón guardaron un silencio tenso que les pareció eterno. Jaime estaba tieso, como si sospechara que las cosas se habían puesto feas. Finalmente, Gared respondió:
—Será un placer.
Nora abrió unos ojos como platos y lo observó mientras caminaba hacia el piano. Sabía que saldría de aquella como siempre, pero, ¿cómo lo haría? Lo siguió sin pestañear.
Gared se sentó en el banco de cara a su público. Ella se quedó de pie, dando la espalda a los demás, observándolo con horror. Su amigo alzó los ojos y en ellos vio un brillo de diversión antes de que le hiciera un guiño rápido y se concentrara en las teclas. Probó unas cuantas y después extendió los dedos.
Cuando sonaron los primeros acordes a Nora se le aflojaron las piernas y tuvo que sujetarse para no caerse de culo. ¿Beethoven? ¿Gared estaba interpretando a Beethoven? ¿Gared estaba tocando «Sonata de Claro de Luna», su favorita, con sus propias manos? ¿Gared sabía tocar el piano?
Tuvo que contener la tentación de mirar debajo del instrumento para ver dónde estaba el truco, pero después se fijó en su cara, en la expresión de sus ojos, perdidos en la música, en sus facciones extasiadas y llenas de dulzura; se fijó en sus dedos largos y elegantes, cuidados, bailando sobre las teclas. Gared tocaba el piano… Lo amaba, de hecho. Y ella no lo sabía. ¿Cuántas cosas no sabía de él? ¿Cuántas cosas se había perdido y jamás se había molestado en averiguar?
En ese momento, mientras lo veía hacer el amor a ese piano, se dio cuenta de lo egoísta que había sido, lo injusta. Gared siempre había estado a su lado, para bien o para mal. Él lo daba todo por ella, solo había que echar un vistazo alrededor para darse cuenta. Pero, ¿qué había hecho ella por Gared? A parte de acusarlo de mujeriego y de mostrarle su desconfianza una y otra vez. No sabía mucho de él, no se había molestado en preguntar y a Gared nunca le había importado. Nada de lo que ella hiciera, por feo que fuera, parecía molestarle, no lo suficiente como para alejarla de su vida. ¡Era una hija de perra! Él era un ángel y ella llevaba desde que lo conocía tratándolo como a un demonio.
Necesitó verlo allí, frente a ese piano prestado, con el alma desnuda, para darse cuenta de todas esas cosas que debían haber sido tan obvias desde el principio. Aspiró hondo y percibió que tenía las mejillas llenas de lágrimas. El nudo de su pecho se había estrechado hasta su garganta y sintió un deseo casi irrefrenable de abrazarlo y de aspirar su aroma de cerca.
La música siguió vibrando un instante en el aire después de que Gared levantara las manos de las teclas. Nora lo contempló fijamente, con los ojos llenos de lágrimas y el pecho atorado. Él alzó la mirada de nuevo, serio, demasiado serio, con un destello de añoranza y pesar en sus facciones que le encogieron el corazón. La miel en sus iris parecía caliente, más clara y líquida. La recorrió con esos fascinantes ojos, que sabían ser dulces y picantes, y Nora encontró algo en ellos que siempre había estado ahí, siempre, aunque ella no lo había visto hasta entonces. Ese descubrimiento la desconcertó más que cualquier otra cosa acontecida esa noche.
Alguien aplaudió en otro lugar, en otro mundo, arrancándolos de su burbuja y trayéndolos de regreso a la realidad.
—¡Ha sido soberbio, señor Reeve! —aplaudió la madre de Jaime mientras se acercaba.
Se inclinó sobre el banco, poniéndole las pechugas muy cerca de la cara, y le estampó dos besazos que dejaron sus mejillas marcadas de carmín. Gared siguió contemplando a Nora un instante más, antes de desviar la vista con desgana y forzar una sonrisa para la bruja.
Todos sus amigos se habían quedado con la boca abierta con la actuación. Cuando se fijó en Jaime, lo encontró sonriendo de manera tierna, parecía que quería decirle con la mirada: «¿Al fin te das cuenta?».
—¡Dios mío! —jadeó Nora.
11
—Y… bueno, creo que eso es todo…
Nora soltó el aire en un suspiro tembloroso de liberación. Miró a Jaime, sentado a su lado en un escalón de la Plaza del Corrillo, lugar que habían elegido para mantener esa difícil conversación. Tenía la vista clavada al frente, no parecía enfadado, ni siquiera triste.
Le había costado un trabajo terrible coger el teléfono esa mañana para llamarlo. No era la mejor manera de celebrar la Navidad, pero ya no podía seguir mintiéndole más.
—Por favor, Jaime, dime algo —suplicó Nora cuando el silencio se extendió más de lo que sus nervios podían aguantar.
El joven suspiró.
—¿Estás segura de que no te dejas nada?
Nora arrugó la frente. ¿Todavía esperaba más? Le acababa de contar todo con pelos y señales y aun así parecía tranquilo.
—Uhm… creo que no —dijo con voz insegura—. Eso es todo.
—Todo… —Jaime la miró al fin, sacudiendo la cabeza—. No, Nora, creo que te dejas algo.
—Bueno…
—Bueno, sí —sonrió él.
Se le quedó mirando, completamente desconcertada.
—Esto… Jaime, ¿qué me estoy perdiendo? ¿Por qué no estás enfadado? Te acabo de soltar una bomba.
—Es que… —Se rascó la cabeza con su característico gesto nervioso, torciendo la boca en una sonrisa culpable.
Y fue entonces cuando Nora lo vio todo con claridad. Abrió los ojos como platos y tragó aire sonoramente.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó—. ¡Tú lo sabías! ¡Maldición! ¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde lo del Cum Laude —confesó el chico con un encogimiento de hombros. Ella lo miró horrorizada y él bufó—. Maldita sea, Nora, puede que dé la impresión de ser un pardillo, pero da la casualidad de que tengo un coeficiente intelectual por encima de la media.
—No me lo puedo creer —repitió poniéndose la mano en la cabeza—. Pero… ¿por qué?
¿Estaba cabreada? ¿Ella? Había imaginado esa conversación un millón de veces, pero nunca habría pensado que sería ella la que acabara enfadada.
—La verdad es que, cuando te vi esa noche, pensé que estabas tan fuera de lugar como yo, supongo que por eso me acerqué a ti. Después, bueno, sencillamente me lo pasé bien. Eras divertida, hasta cuando mentías —informó con una sonrisa.
—¿Cómo un payasito? —gruñó ella.
—No, como una liberación en una vida rígida y de mierda —respondió Jaime con seriedad, soltando el primer taco que le había escuchado desde que lo conocía—. Era divertido fingir, inventar una vida distinta en la que, por una vez, yo fuera lo bastante atractivo como para que una chica, segura de sí misma, sintiera la necesidad de inventarse una vida para impresionarme.
—Eso es…
—Ridículo, lo sé —resopló él—. Sobre todo porque estoy seguro de que me habrías impresionado más hablándome de tu vida real. Pero ya ves, fingir que te creía parecía más sencillo que decirte que sabía que me estabas engañando.
—Ridículo… —repitió Nora—. Tan ridículo como mentirte para que siguieras charlando conmigo aquella noche.
—Sí, eso está claro, ¿no? Somos dos payasos de circo. —Jaime soltó una carcajada y al final Nora tuvo que reír también.
—Pero no lo entiendo, dijiste que habías ido a buscarme varias veces a la facultad.
—Iba a ver a Amalia. Mis padres me habían prohibido verla y yo quería joderlos de alguna manera. Un absurdo desafío, pero me hacía sentir bien. Cuando te vi aquel día, no me lo podía creer. Por un momento pensé que había estado equivocado y que me habías dicho la verdad. Pero tu cara, la expresión de Lía… ¡Sois unas actrices de pacotilla! —se carcajeó—. Gared lo bordó, eso sí. Y Amalia me descolocó al seguirte el juego, pero bueno, supuse que, si yo era capaz de inventar que te creía con tal de conservar tu amistad, a ella también la habrías hechizado con tu magia.
—¡Magia! —resopló Nora—. O sea, que te uniste al juego de las mentiras.
—Y fue la semana más divertida de mi vida, sí —reveló Jaime con una sonrisa maliciosa.
—¡Qué bastardo! —bufó ella, provocándole otra carcajada.
—¡Ay, Nora! No quiero que pienses que he jugado contigo, en realidad… —Chascó la lengua y se puso serio—. En realidad, me gustas, me gustaba lo que me decías y, no sé… Lo pasaba bien contigo y, una vez que te dejé soltar tu rollo, no sabía cómo cortarlo sin que te sintieras amenazada y salieras huyendo. No quería perderte.
—Y yo no sabía cómo decirte la verdad por el mismo motivo. Y las cosas cada vez se iban complicando más. Tú cada vez exigías más y… ¡Espera! ¡Serás cerdo, tú cada vez exigías más!
—Vale, confieso que hice alguna preguntilla aquí y allá para ver cómo te desenvolvías. ¡Pero es que no podía parar! Era como si juntos estuviéramos creando la vida perfecta para los dos, solo que…
—Era falsa —terminó ella.
—En más sentidos de los que ambos creíamos, Nora, porque yo nunca te gusté a ti.
—¡Pues claro que sí! —se defendió.
—No como Gared —le dijo el chico con suavidad.
—Ah… —Nora bajó la vista al suelo—. Pero él… Tú no lo conoces, Gared es el mejor de los amigos, pero nunca podría tener una relación sería con nadie. Yo… necesitaba alejarme de mis sentimientos.
—Eso que dices es tan absurdo… ¡Ha puesto el mundo patas arriba por ti! Para él eres mucho más que una amiga, no hace falta ser muy inteligente para verlo.
—¿Me estás llamando tonta?
—Te estoy llamando ciega —le sonrió con afecto—. Y cobarde.
—¡Gracias! —se indignó ella.
—Parece increíble en alguien como tú. ¿Cómo puedes rehuir una relación con Gared? Estás tan colada por él que saltan chispitas cuando lo ves.
—Ya, pero él es…
—Él ha hecho realidad la vida que nosotros solo nos atrevimos a imaginar —le susurró—. Te quiere tanto que no le ha importado mover el mundo solo para que tú seas feliz, porque también está ciego y no ha visto que, para lograr eso, bastaba con su persona.
—Ya, pues que sepas que tú también estás ciego —le soltó ella como una niña pequeña defendiéndose.
—Ya no —respondió él con una mueca—. Al fin me he dado cuenta de lo que supongo que para ti fue obvio desde el principio. Siempre he estado enamorado de Lía.
—¡Madre mía! Eres un auténtico coñazo, ¿lo sabías? —se exasperó Nora—. ¿No puedo revelarte nada que tú no sepas?
Jaime soltó una carcajada que la contagió.
—Puede que sea pésimo arreglando mi vida pero suelo ver muchas cosas, y, al final, también las que están dentro de mí. —Guardó silencio un rato antes de volver a chascar la lengua—. Supongo que ahora lo vamos a tener un pelín difícil para convencerlos de que no vamos a ellos por despecho ni nada por el estilo. —Nora gimió, y Jaime sonrió de nuevo—. Pero, si hemos sido capaces de crear una vida de la nada, podremos superar ese pequeño inconveniente, ¿no te parece?
—Eso espero, porque necesito a Gared con toda mi alma. —Decirlo en voz alta se sentía raro, pero hacía que las cosquillas de su estómago crecieran.
—Tengo que confesarte que ayer, cuando entramos en ese ático, por un momento me planteé de nuevo si no me habrías dicho la verdad. ¿Cómo montasteis todo ese teatro? ¡Y en tan poco tiempo!
—Gared —respondió Nora sacudiendo la cabeza—. Es director de teatro y actor, y muy bueno, por cierto. Además es el tío con más recursos del mundo —se rio, llena de orgullo hacia él—. Lo he visto preparar una adaptación de «Entre bobos anda el juego» en dos semanas y levantar al público en pleno con su papel de Cabellera.
—Lo del piano fue la leche. ¡Creí que se lo había inventado y resulta que es el puto Mozart!
Nora y él se rieron, sintiéndose liberados de un gran peso. Mentir era horrible. Volvió a mirar a su amigo y se mordió el labio antes de lanzarse a hacer la pregunta.
—Jaime… tus padres…
Él se tensó y su rostro se ensombreció automáticamente. Permaneció un buen rato en silencio y, justo cuando ella iba a decirle que daba igual, que no hacía falta que se lo contara, comenzó a hablar con voz baja y triste.
—En eso sí que debo pedirte disculpas. Debí parar la maldita cena, pero… no pude. Como no he podido detener un buen montón de cosas en mi vida. Tuve miedo. He tenido miedo tantas veces y me he sentido tan insignificante y débil... Supongo que, en parte, también ese fue el motivo por el que te seguí el juego desde el principio, ¡me sentía fuerte y vivo contigo! —Apretó los puños y su rostro se demudó en odio—. Mi padre es el hijo de puta más grande que pisa la tierra; y mi madre, bueno, ya la has visto. Nunca me han querido, ni se han esforzado en ocultarlo. ¿Un niño entorpeciendo sus vidas? No, yo solo era necesario para dar una imagen de familia ante los demás, porque ellos nunca han sido tal cosa. Pero mi abuelo, el único que me quería de verdad, murió siendo yo niño y me dejó toda su fortuna, una gran fortuna. Por ello no me dejan escapar, por ello ahondan en mis miedos. Quizás pienses que un tío con veinticinco años ya es mayorcito para liberarse de ciertas cosas, pero… No es fácil, ellos me han hecho débil.
—Yo no creo que seas débil en absoluto, Jaime —le dijo cogiéndole una mano.
—¡Oh, sí que lo soy! Pero creo que estoy superando eso. No sé cuándo empezó el cambio, pera tal vez fue al venir a Salamanca, tú me ayudaste, desde luego, eres… luminosa; pero, en verdad, creo que fue Amalia la que lo activó. Ella hace que quiera salir del hoyo, que quiera ser fuerte.
—Eres fuerte. Hay muchos tipos de fortaleza, Jaime.
—Estoy cambiando —musitó él, asintiendo—. ¡Quiero cambiar! Pero todavía tienen un poder sobre mí que odio.
—Lo lograrás, y nosotros te vamos a ayudar —lo animó ella, ganándose una sonrisa iluminada.
Jaime metió la mano en un bolsillo de su abrigo y sacó una cajita envuelta en papel brillante.
—¡Feliz Navidad, Nora! —exclamó extendiéndole el regalo. Ella se rio.
—¡Que te den, esta vez no me has pillado por sorpresa! —le dijo mientras rebuscaba en su bolso y sacaba un paquete—. Entre los ensayos y el trabajo aún me dio tiempo a ir de compras. ¡Feliz Navidad!
Nora abrió su regalo y sacó una cadena con un colgante de plata que le hizo soltar una carcajada. Eran las máscaras del teatro, la comedia y la tragedia: Talía y Melpómene. Cuando Jaime abrió el suyo, jadeó y la miró con los ojos brillantes de lágrimas.
—Un Gusiluz —susurró.
—El clásico, verde y con gorrito, como el que tuve yo cuando…
No la dejó acabar, se abalanzó hacia ella y la estrechó en un abrazo, mientras dejaba que las lágrimas se escurrieran por sus mejillas, aunque, por primera vez en veinticinco navidades, eran lágrimas de felicidad.
12
Nora llegó a casa sintiéndose más ligera. Ahora solo quedaba conseguir que Gared la perdonara por haber estado tan ciega y todo sería perfecto. Lo había llamado un par de veces por el camino, pero tenía el teléfono apagado.
—¡Hola, Nora! —la saludó Sami al entrar—. Estaba a punto de llamarte. ¡Vamos, no aguanto más! ¿Qué ha pasado?
Se rio y su amiga suspiró con alivio.
—Jaime es la leche, pero te contaré los detalles más tarde, ¡porque ha venido Papá Noel! —exclamó con alegría antes de darle un beso a su padre—. ¡Hola, papá!
—¡Feliz Navidad, Nora! —la saludó él con una sonrisa.
Nora lo miró sorprendida y los ojos le ardieron de emoción como cada vez que la reconocía. Lo estrechó en un abrazo muy fuerte.
—¡Feliz Navidad, papá! Te he comprado un regalo que te va a encantar.
—Querrás decir que Papá Noel lo ha traído.
Lo miró y soltó una carcajada al ver sus ojos brillar de hilaridad. Sabía que era solo un espejismo de cordura, que no duraría demasiado, pero ella lo sintió como el mejor regalo de Navidad del mundo. Corrió hacia el armario donde había guardado los regalos y regresó con un enorme paquete en los brazos.
—Ayúdame, Sami —pidió.
Fue el propio Gero el que lo desenvolvió y se quedó con la boca abierta al toparse con el tocadiscos estilo retro de los setenta y los vinilos de segunda mano. La estrella de la colección era un recopilatorio con los mejores temas de Paul Anka. Cuando sonó «Diana», la canción con la que había pedido matrimonio a su madre, el hombre sacó a su hija a bailar con paso renqueante pero seguro. La pusieron una y otra vez y bailaron los tres hasta caer rendidos entre risas.
Por la noche celebraron su propia Nochebuena tardía y la comida les supo mil veces mejor que todas las pijadas del día anterior. En su pequeño salón sabía a Navidad y a familia. Solo había algo que ensombrecía el ánimo de Nora. Le hubiera gustado que Gared los acompañara, pero su teléfono seguía apagado. Se negó a ver un mal augurio en ello y lo volvió a intentar antes de irse a dormir. Nada.
A la mañana siguiente, se levantó temprano, desayunó con su padre y lo llevó al centro de día. La facultad estaba cerrada pero le habían asignado unas oficinas cerca de donde Gared vivía, así que, antes de regresar a casa al acabar la jornada, pasó por allí, pues su teléfono seguía desconectado. ¿Dónde diablos se habría metido?
Después de tocar diez veces al portero sin obtener respuesta, llamó a Nico, que también tardó lo suyo en abrir.
—¡Hola, Nora! —la saludó—. Lo siento, estaba en el baño. La cena del otro día me ha dado diarrea, se ve que no estoy hecho para las cosas pijas.
—Vale, Nico, hay detalles que no necesito saber —resopló ella—. Oye, ¿sabes dónde anda Gared?
—¡Claro! Te estaba esperando, él me dijo que a lo mejor venías por aquí. —Nico volvió a entrar en su piso y salió con un sobre—. Me dijo que te diera esto.
—¿Cómo? ¿Por qué no me lo da él? —Entonces el hombre se puso triste y el estómago le dio un vuelco—. ¿Dónde está? ¿Le ha pasado algo?
—No, está bien, pero se fue ayer por la tarde a Dresde.
El alma se le cayó a los pies. De repente fue más consciente que nunca del frío que hacía esa tarde y de lo negro que se veía el cielo. Le costó hilar las palabras para preguntar:
—¿Cómo que se ha ido? ¿Por qué?
—Eso no me lo dijo, solo me pidió que te diera la carta. Lo siento, Nora —le dijo con pesar.
Nico entró en su casa y la dejó a solas. Después de haberla leído dos veces, la guardó en el bolso y regresó a casa como una autómata, con la mente completamente perdida en nubes de tormenta. Se negó a llorar hasta que no estuviera encerrada, pero las lágrimas estuvieron empañando su visión todo el camino.
Cuando se sentó en el sofá, ese sofá que tantos recuerdos le traía, sacó el papel y lo leyó una vez más. Papel… Nada de mensajes de wasap, el papel era infinitamente más romántico, como un teatro clásico.
«Lo siento, Nora.
Siento un millón de cosas que no te dije, que no hice y otro buen montón que hice pero las hice mal. Perdona que no haya tenido valor para decirte en persona que regreso a Alemania, algo más que lamentar; pero necesito alejarme de ti un tiempo. Dicho así suena horrible, es horrible de cualquier forma. Me cuesta decirte adiós, no sabes bien cuánto.
No lo soporto, muñeca. Lo he intentado, te lo juro, todo un año, un mes y siete días, justo el tiempo que hace que el destino te puso en mi camino. Maldito cabrón el destino, cruzarme con la mujer de mi vida y no poderla tener. Porque te he querido desde entonces, Nora, aunque te suene a teatro. Creo que me enamoré de ti esa misma noche, mientras esquivabas mis elogios entre carcajadas y palabrotas. Y no he logrado dejar de quererte por mucho que lo he intentado.
Fue difícil conformarme con tu amistad, pero lo hice, conseguí convencerme de que tú jamás lograrías verme de otro modo. Eso es lo que más lamento, que no me vieras. Y no por ti, sino por mi culpa, porque siempre fue mi culpa. Te quería y en lugar de luchar por ti peleé por arrancarte de mi mente. Soy un cobarde, y por eso te di la peor imagen. No puedo culparte por no confiar en mí.
¿Sabes lo más jodido? Que llegué a tener la absurda ilusión de que también me querías, aunque no te habías dado cuenta. Mientras, cada noche moría un poco pensando en cómo sería estar contigo, besarte, tocarte. Y cada mañana moría más, al despertar y no sentirte a mi lado. Verte después siempre era traumático y doloroso, pero prefería eso a nada.
Podría haber seguido así, hasta que apareció Jaime y le vi las orejas al lobo. Y aun así no hice nada. Aquella noche en el Cum Laude estuve a punto de confesarte que te quería. Me sentía osado y… No sé, supongo que hubiera sido una gilipollez más. Y de nuevo la cagué, te dejé marchar cuando debí haber mandado a Irene a la mierda y haberte retenido a mi lado. La cagué, pero no tanto como aquella noche en tu casa.
Lo siento, pero no lamento nada de lo que ocurrió esa noche. O sí, claro que sí, lamento no haberme quedado aunque me echaras, no haberte dicho que te quería. Si digo que la cagué no es por lo que pasó entre nosotros, sino porque, desde esa noche, estoy enfermo, muñeca, y ya no lo soporto más.
Besarte fue el gran error de una vida que está destinada a vivirse sin ti. Ese recuerdo me está matando. Por eso me voy, y lo siento porque sé que te voy a hacer daño, porque me quieres, no como me gustaría que me quisieras, pero lo haces como quieres tú, con el alma y ese corazón enorme que tienes. Lamento joderte las navidades, me hubiera gustado estar ahí contigo, pero de verdad que ya no puedo más.
He apagado el teléfono y lo he dejado en mi apartamento, así que no me llames ni me mandes mensajes. Nadie sabe mi nuevo número y así debe ser. Necesito un tiempo lejos y desconectado, no para olvidarte, eso será imposible, sino para convencerme de que no eres para mí, aceptarlo y asumirlo. Cuando regrese me alegraré de estar a tu lado y verte feliz en la vida que elijas, pero ahora, ahora no puedo, perdona.
Cuando regrese a Salamanca tal vez no te avise, ni vaya a verte. No te enfades conmigo, por favor, solo concédeme el tiempo que necesito, te lo ruego.
Nada más, se feliz, Nora. Te quiero.
Gared.
Pd: Prometo que te enviaré tu regalo de Reyes por correo».
Nora se desmoronó en el sofá y lloró durante horas. ¿Que él la había cagado? ¿Y cómo se llamaba a lo que ella había hecho? Si solo se hubiera dejado llevar, si hubiera visto la clase de hombre que tenía su lado… Cuando no le quedaron más lágrimas comenzó a pensar con claridad de nuevo. Gared había dicho que tenía que volver, ¿no? ¿Cuánto podía durar una baja laboral por mal de amores? Sabía dónde estaba la escuela de teatro así que iría y preguntaría.
Se secó los ojos y cogió su móvil. De acuerdo, el mensaje no le llegaría ahora, pero Gared no se había deshecho del teléfono, lo había dejado en España, cuando regresara tendría que encenderlo.
«Sí que te veo!», tecleó en wasap.
«Te veo, Gared. Y no fue una ilusión, te he querido siempre, pero me daba miedo porque eres enorme».
«Tú te has visto? Cómo no iba a temerte, cómo no iba a quererte? Casi quemas de la fuerza que desprendes».
«Llámame cobarde, estúpida, niñata… Pero llámame, por lo que más quieras».
Podría aguantar. Si Gared había soportado más de una año queriéndola y dejándola hacer el imbécil, ella podría aguantar hasta que regresara.
***
Los siguientes días fueron largos y desabridos. Se sentía apagada, se levantaba y caminaba por inercia, no tenía ganas de hablar con nadie y las lágrimas acudían a sus ojos con facilidad. Los dos únicos consuelos que tenía eran las conversaciones telefónicas con Jaime y las sesiones de música con su padre, que se veía muy animado desde que ponían esos discos viejos.
Por las noches se acostaba en su sofá cama y releía la carta de Gared varias veces mientras su cabeza daba vueltas a cómo podría contactar con él. Había preguntado a todo el mundo, pero ninguno de sus amigos sabía cómo localizarlo. Después de llorar hasta no poder más, caía rendida y se quedaba al fin dormida, apenas unas horas hasta que sonaba el despertador. Un ciclo constante sin luz, sin pilas… Señor, ¿cómo había dudado siquiera por un instante de que lo amaba? ¡Cómo lo necesitaba!
La noche del veintinueve de diciembre fue como las demás. Estaba agotándose, lo notaba. Llevaba varias noches sin dormir apenas y su cuerpo comenzaba a acusar el cansancio y la depresión. Tal vez fue por eso por lo que no lo escuchó en seguida. Ella siempre había tenido el sueño ligero, pero en esa ocasión…
En sueños oyó una canción, ¿«Diana»? Una voz alegre la desafinaba una y otra vez, como un bucle. Como acompañamiento sonaban golpes y tintineos. Era curioso cómo funcionaba la mente, el subconsciente de Nora identificó los sonidos antes que la voz. La cocina. Alguien estaba rebuscando en el mueble de las ollas y las sartenes. El reconocimiento la fue anclando a la realidad, pero solo cuando escuchó la vajilla haciéndose añicos contra el suelo despertó por completo.
Abrió los ojos. La canción se había detenido y ahora sí que identificó la voz.
—¡Papá! —jadeó, poniéndose en pie de un salto. Se tambaleó hasta la cocina y cuando llegó el corazón se le detuvo—. ¡Papá!
Gero estaba tirado de medio lado en el escaso espacio que había entre la encimera y la nevera, rodeado de fragmentos de porcelana, vidrio y sangre. ¡Dios mío, había tanta sangre! El estómago se le subió a la garganta. Se agachó junto a su padre y lo giró con cuidado. Siseó al ver la enorme brecha rezumante de sangre que se había abierto en la frente.
—¡Papá, papá! —lo llamó, pero el hombre no respondió.
Puso el oído en su corazón y comprobó que latía. Con la mente nublada miró por todas partes, tal vez tratando de encontrar una razón. ¿Por qué? ¿Por qué su padre sangraba sobre el suelo de su cocina? ¿Por qué ella no lo había evitado? Se había caído y de algún modo se había golpeado con la encimera. Nora se negó a dejarse llevar por el pánico. Corrió hacia el salón y pidió una ambulancia. Entre la bruma de su aturdimiento escuchó unos golpes en la puerta. Los ignoró y regresó junto a su padre.
—Tranquilo, papá, tranquilo, ya vienen —repitió una y otra vez mientras le acariciaba la mejilla, con los ojos anegados de lágrimas.
Alguien le habló y alzó la cabeza para encontrar el rostro demudado por el horror de Samanta.
—Sami… —sollozó, la mujer se arrodilló a su lado y la abrazó—. Sami, ha sido mi culpa, yo le puse esa estúpida canción.
—¡Pero qué dices, niña!
—Quiso prepararle la cena a mamá, me lo dijo anoche y no hice caso —balbuceó—. No lo escuché, Sami, estaba tan cansada… Lo he tenido tan desatendido…
—No digas tonterías, cariño —la consoló acariciando su cabeza—. Se va a poner bien, ya lo verás, se va a poner bien…
13
Fueron de las horas más largas que había vivido en su vida. Gero recuperó la consciencia antes de que llegara la ambulancia y fue terrible. Estaba tan aterrado y nervioso que tuvieron que atarlo para que no se hiciera daño en el trayecto. La brecha era tan fea como parecía. Lo sedaron para poder coserlo porque no lograba calmarse y, después de hacerle varias pruebas, determinaron que lo mejor era que se quedara en el hospital al menos un día.
Eran las ocho de la mañana cuando Nora salió de la sala de espera de Urgencias para tomar un poco de aire fresco. Había llovido por la noche y el ambiente era húmedo y helado. Se acercó a una de las máquinas de café y una voz conocida llamó su atención. Se quedó petrificada al distinguir a la figura alta y elegante que había a su izquierda, hablando cordialmente con el médico que los había atendido.
—¡Mierda! —masculló encogiéndose para evitar captar su atención.
Sin embargo, de algún modo esos días los astros se habían alineado en su contra. Lo vio alzar la mirada de su interlocutor y clavarla en ella. Esos terribles ojos de hielo se entrecerraron dubitativos. Nora echó a correr, rogando al Cielo porque no la hubiera reconocido. Cuando entró de nuevo en la sala, Samanta no estaba sola.
—¡Nora! —la saludó Lía con el rostro muy pálido—. Sami me llamó hace un rato y me lo contó todo. ¿Cómo está?
—Mejor, menos mal. Oye, Lía, quería preguntarte…
—¡Nora! —Fani y Tamara llegaron corriendo hasta ellas.
Al final tuvieron que salirse a la calle porque, en menos de una hora, estaban allí todos sus amigos. Se sintió tan agradecida que volvió a llorar, derramando toda la tensión acumulada. Sin embargo, a pesar de todo, extrañaba tanto a Gared que se ahogaba.
—¿Y cómo estás tú, Nora? —le preguntó Jaime después de arrastrarla a la cafetería para desayunar.
—Más tranquila ahora. Jaime… ¿tu padre trabaja en este hospital? —La cara del joven lo dijo todo—. ¡Perfecto! De entre todos los sitios…
—Director gerente —murmuró—. Y, por supuesto, te lo has encontrado, ¿no?
—No sé si me vio, pero…
—Bah, no te preocupes por eso —la calmó—. Lo importante es tu padre. Nora, necesitas ayuda.
—¿Y crees que no lo sé? No es fácil conseguir plaza en una residencia y además…
—Te entiendo, no quieres separarte de él, pero es lo mejor. Prométeme que lo vas a pensar, ¿vale?
—Vale. Jaime, ¿si tu padre me ha visto…?
—No te preocupes por eso —le repitió.
Pero sí que había que preocuparse por eso, porque, por supuesto, el señor Montoro la había visto, la había reconocido y había hecho preguntas. Si al menos hubiera sido aguda… Podría haberse acercado, saludado, inventar algo, pero no había tenido la cabeza para muchas pruebas.
Se presentó a la hora del almuerzo en la habitación, aprovechando que sus amigos habían ido a comer algo. Nora se irguió al verlo entrar, buscando un resquicio de dignidad para hacer frente a lo que estaba por venir. El hombre le dirigió una mirada penetrante y luego se fijó en Gero, que buscaba con la boca la cuchara de puré que Nora había dejado suspendida en el aire. Torció los labios con una despreciable sonrisa burlona.
—¿Qué tal está la comida, señor Medina? —preguntó con simpatía. Nora entrecerró los ojos—. Caramba, hay que ver cómo cambian las fiestas navideñas a la gente. Dígame, ¿quién dijo usted la otra noche que había descubierto la Piedra Rosetta? Llevo toda la mañana tratando de recordarlo pero… Fue un soldado francés, ¿no? —Gero lo miraba asustado, con su venda en la cabeza, pálido y con aspecto de estar aún medio atontado. El corazón de Nora se encogió de pena—. ¿Cómo era? Pierre…
—¡Basta! ¡Márchese de aquí! No le voy a consentir…
—¿Que me marche de mi hospital? —Soltó una carcajada—. ¿Qué es lo que no me vas a consentir, maldita zorra embustera? Sabía que todo era falso. ¡Menuda panda de titiriteros! ¿Qué pretendías? ¿Engañar a mi hijo, sacarle dinero? Ya me he topado muchas veces con gentuza como tú.
—Solo tiene que mirarse al espejo para ver gentuza —lo desafió ella.
Por sus ojos cruzó una nube oscura que le puso el vello de punta. En ese momento entendía mejor que nunca el miedo de Jaime.
—Déjame decirte una cosa, putita estúpida —habló con desprecio—. Has tratado de estafar a la persona equivocada. Disfruta de tu estancia aquí, y tú, viejo, disfruta el puré, porque me voy a encargar de que sea la última comida decente que te eches a tu asquerosa boca en lo que te queda de vida, ¿me has entendido, Nora? ¿Te llamas Nora o también era mentira?
—¡Váyase a la mierda! —escupió ella en un susurro. Las lágrimas le abrasaban los ojos.
—¡No, no lo has entendido! —chascó la lengua—. Allí vais a ir vosotros, porque yo me voy a encargar…
—¡Porque yo me voy a encargar de destruirte! —dijo alguien en la puerta, completando la frase con una voz grave y fingida. Nora alzó unos ojos como platos y el hombre se volvió con la cara demudada por la rabia—. Qué poco original eres, papá —escupió Jaime sacudiendo la cabeza—. Siempre la misma frasecita, siempre la misma amenaza.
—Vete, Jaime, estoy hablando con…
—¡No me da la gana!
Los ojos del hombre lanzaron un destello letal.
—¿Cómo has dicho? —preguntó con voz sedosa.
—Que no me da la gana — repitió el chico con voz suave.
—Supongo que has tomado algo, ¿no? —Jaime soltó una carcajada—. Espérame en mi oficina, Jaime, después hablaremos tú y yo.
—¡Que no me da la gana! —gritó. Gero gimió y Nora se acercó a consolarlo—. Lo siento, Nora.
—Jaime… —gruñó el doctor a modo de advertencia.
—Mira, papá, voy a ser breve, ¿eh? Te propongo algo, en lugar de destruir a Nora, vas a hacer otra cosa. Vas a utilizar todo ese poder que tienes para conseguirle a Gero una plaza en una residencia, ¿qué te parece?
—Que estás drogado y que probablemente esta puta sea la responsable.
—¡MEEEE! ¡Error! —voceó el chico, dando un manotazo en la pared—. Vas a llamar a tus putos amigos y le vas a conseguir esa plaza, y además vas a hacer que contraten a Nora en esa residencia para que pueda estar cerca de su padre.
—Me estás empezando a hartar, niño…
—Y, una cosa más, me vas a dar la herencia que me dejó mi abuelo, ¿sabes? Porque ese dinero es mío y me lo dejó para que pudiera irme de tu jodida casa, porque sabía que era un infierno.
—¡Ah, mi hijo el pusilánime se siente valiente delante de la zorrita embustera!
—Y como vuelvas a insultar a Nora a lo mejor llegamos a las manos. —El doctor Montoro soltó una carcajada. Jaime sonrió mientras se quitaba el jersey y comenzaba a desabrochar los botones de su camisa. El hombre borró la sonrisa y lo miró con desafío mientras él se abría la prenda para dejar al descubierto un torso bien formado pero con la piel retorcida y arrugada—. Vas a hacer todo lo que te digo, papá, porque si no lo haces, adivina quién va a ir por ahí diciendo cómo me hice todas estas cicatrices.
—Eres imbécil…
—Injerto de piel en el tórax a los once años —lo cortó señalándose la cicatriz—. Un arrebato de ira cuando jugaba cerca de la cocina. El aceite hirviendo es jodido, ¿eh?, deja señales difíciles de justificar incluso para ti. —Señaló otra que le cruzaba el pecho y se perdía bajo su pantalón—. Las consecuencias de sacar un seis en matemáticas en quinto.
—¡Cállate, estúpido!
—Brazo roto a los ocho y doce años, muñeca dislocada… uf, tantas veces que ni me acuerdo. Y agradece que por respeto a Nora no enseñe las marcas del culo, porque… ¿Qué me dices, hijo de puta?
—Te voy a…
—¡Destruir, destruir, destruir! —bramó Jaime. Abrió la puerta y Lía y Sami casi cayeron dentro de tan pegadas como habían tenido las orejas—. Lía, ¿me haces el favor de ir a buscar al doctor Alfonso Carrión? Es el jefe de Urgencias y un gran amigo de mi padre. También es un cotilla de los gordos, estoy seguro de que le gustará escuchar lo que tengo que contar.
—Me las vas a pagar, Jaime.
—No, tú me vas a pagar mi dinero, y le vas a conseguir a Gero su plaza y a Nora su trabajo. Hazlo y a lo mejor me abrocho la camisa antes de ir a hablar con unos cuantos médicos de por aquí.
Las últimas palabras de Jaime retumbaron durante unos intensos segundos antes de que todo quedara en silencio. Las mujeres miraban a padre e hijo conteniendo el aliento, hasta Gero se había quedado callado y quieto, contemplando la escena. Al cabo de unos segundos interminables, el doctor Montoro irguió la espalda y salió de la habitación sin añadir nada, aunque con la mirada desterró a Jaime de su vida para siempre. Transcurrió aún un rato hasta que alguien se atrevió a hablar.
—Jaime… —susurró Lía.
El aludido la miró, aspiró aire temblorosamente y la cogió de la nuca para aplastar su boca contra la suya. La chica se quedó tiesa y sorprendida hasta que al final rodeó su cuello con los brazos y correspondió al beso. Nora y Sami se miraron y comenzaron a reír con carcajadas nerviosas mientras los otros dos seguían a lo suyo.
—¿Qué hay de postre? —preguntó Gero, haciendo que sus carcajadas se incrementaran.
***
Le dieron el alta el día treinta y uno y fue un alivio. Gero parecía animado y feliz de nuevo cuando llegaron a casa. Sami planeó algo para celebrar la Nochevieja en su casa, una cena sencilla a la que toda la panda se apuntó. La cena de Nochebuena había sido falsa, pero esta la compensaría con creces.
Vinieron todos. Jaime, se había alojado provisionalmente en casa de Lía y por fin disfrutaba de lo que era una familia de verdad. Fue una gran cena en la que cada uno aportó su parte. La pasaron recordando las anécdotas de su gran actuación y las palabras de Jaime con el doctor Montoro. El chico se sentía exultante, relajado; rio más en esa noche de lo que lo había escuchado nunca.
Fue una gran Nochevieja y, aun así, Nora no consiguió llenar el vacío que sentía. Por algún absurdo motivo había pensado que la felicidad podría ser completa, que Gared aparecería con su sonrisa y su descarga de energía y todo sería perfecto. Pero, cuando la doceava campanada sonó y todos vitorearon dándole la bienvenida al nuevo año, perdió la esperanza.
Poco después se despidió de sus amigos y se fue a casa, Gero estaba cansado y dolorido aún. Lo acostó y regresó a su solitario salón, desde el cual podían escucharse los sonidos de la fiesta que había en la puerta de enfrente. Sonrió con tristeza y se asomó a la ventana.
En su calle no había demasiado movimiento, pero se colaban los sonidos típicos de una noche de juerga. Abajo, en la acera, una pareja sorteaba una moto aparcada, mientras corrían y reían bajo la lluvia, probablemente de camino a un cotillón. Nora miró al cielo.
—Pide un deseo —murmuró.
Sintió tal añoranza que estuvo a punto de dejarse llevar por la tristeza. Pero no lo haría, todo aquello había sido su culpa y lo que tenía que hacer era planear la manera de recuperar a Gared, no sentarse a lamentar. Aun así, no pudo evitar la tentación de coger el teléfono y enviarle un mensaje para felicitarle el año, a pesar de que sabía que no le llegaría. Sin embargo, cuando abrió la aplicación, el corazón le dio un vuelco en el pecho. ¡Había visto sus mensajes anteriores!
—No puede ser… —susurró, emocionada y asustada de tener esperanza.
Echó un vistazo y vio que solo hacía medía hora que Gared se había conectado por última vez. De repente su mente dibujó una imagen que había pasado por alto. Regresó a la ventana y se fijó mejor en la moto que había aparcada abajo. Jadeó al reconocerla al fin.
—¡Gared! —exclamó, echando a correr hacia la puerta de su apartamento.
La abrió de un tirón y el aire se le quedó atascado en el pecho al verlo en el portal con su melena rubia desordenada y mojada, la chupa desabrochada, una camiseta arrugada de Saint Seiya y una bolsa de viaje colgada del hombro. Estaba rodeado por todos sus amigos que le hablaban a la vez contándole los últimos acontecimientos mientras él los escuchaba y se reía.
—Gared —susurró desde su puerta.
Él alzó los ojos de aquel barullo de voces excitadas y los clavó en los suyos. La miel de sus iris se calentó volviéndose dorada cuando le sonrió.
—¡Venga, muchachos, es hora de abrirse! —ordenó Jaime, mientras daba empujoncitos a todos para que bajaran las escaleras. Antes de marcharse, le hizo un gesto a Nora con los pulgares hacia arriba.
Ella le respondió con una sonrisa que tembló en sus labios. Gared no había vuelto a apartar los ojos de ella y la estaba abrasando con esa mirada que iba volviéndose más ardiente a cada instante.
—Feliz año nuevo, muñeca —le dijo cuando se quedaron a solas y se acercó a ella. Nora abrió la boca pero fue incapaz de pronunciar una palabra—. Parece que tu chico se ha convertido en héroe malhablado al fin, ¿no?
—No es… Él no es…
—Siento no haber llegado antes —se disculpó—. Cogí el primer avión que pude, pero en estas fechas es difícil hacer reservas de última hora. ¿Cómo está el viejo?
—Mejor, está dormido ahora. Espera, ¿cómo te has enterado?
—No pensarías que desconectaría del todo, ¿no?
—Pues sí, eso fue lo que dijiste —respondió ella algo molesta. ¡Estúpida! Debía de haber supuesto que Gared jamás haría eso—. Dejaste a alguien tu número de teléfono —resopló.
—Alberto tenía terminantemente prohibido revelárselo a nadie. —Se acercó un poco más hasta tenerla a solo un palmo de distancia.
—¿Por qué? —gruñó—. ¡Llevo queriendo hablar contigo días! Necesitaba hablar contigo, maldita sea. ¡Eso que has hecho es la cosa más infantil y absurda y…!
—No lo aguantaba más, Nora —murmuró Gared, que dio algunos pasos hacia ella para obligarla a entrar de espaldas en su apartamento—. No te haces una idea de cómo era.
—¡Lo siento! —exclamó Nora—. Lo siento mucho, Gared, pero… ¡Joder, mírate! ¡Abrumas! ¿Cómo ibas a tomarme en serio?
—Al final fuiste tú la que no me tomó en serio a mí —dijo él con una mueca.
Ella bajó la mirada al suelo y asintió.
—Es uno de los peores errores que he cometido en mi vida, pero lograré que me perdones, ya lo verás, lo voy a arreglar.
—Siempre lo arreglas todo, ¿no?
Nora alzó la cabeza y frunció el ceño.
—¡Lo haré! Te juro que voy a conseguir que me quieras de nuevo y te voy a demostrar que yo te quiero a ti, con toda mi alma. ¡Mi vida es un teatro sin ti! ¡Te quiero, Gared!
—Con el corazón… —musitó con una sonrisa triste.
—¿Qué?
Gared tomó aire antes de hablar.
—Hace un tiempo, te dije que daría lo que fuera por escucharte decir eso con el corazón.
Nora hizo memoria y al fin lo recordó. Fue aquella noche, al teléfono, cuando él la llamó para decirle que le había conseguido trabajo y ella lo acusó de aprovecharse de Irene. Tragó saliva.
—Lograré que me perdones —repitió con voz ronca—. Te demostraré que te quiero de verdad, solo dame un tiempo, ya verás. He sido una estúpida pero ya no, ya…
—¿Me ves? —inquirió él refiriéndose al mensaje de wasap.
—Siempre te he visto, pero te temía. Me daba pánico reconocer que estaba enamorada de ti. —Se pasó la mano por la cara y se limpió las lágrimas—. No sabes la impresión que das, eres…
—¿Un sinvergüenza?
—Como el sol. Tan intenso y poderoso que quemas.
—Como el sol —resopló Gared.
—Me daba miedo quemarme —su voz se apagó.
Nora se dio la vuelta para alejarse, pero él la cogió del brazo y la obligó a darse la vuelta.
—¿Dónde crees que vas, muñeca? Quiero mi sesión de piropos y cosas bonitas, me la merezco.
Lo miró arrugando la frente y se dio cuenta de que sus ojos brillaban con sorna.
—¿Te estás riendo de mí?
—¿Yo? En absoluto —Pero una sonrisa traviesa se desplegó en sus labios.
—Eres un…
Gared le puso un dedo en los labios para silenciarla.
—A ver cómo te lo digo, muñeca. No he venido a buscar tus disculpas, ni siquiera a escuchar una confesión o una declaración de amor, pero, ¡joder, me ha gustado! ¿Sabes la de veces que he querido escuchar algo así?
—Serás…
Nora hizo ademán de apartarse de nuevo, pero él la cogió por la cintura y la inmovilizó, pegándola a su cuerpo.
—He venido porque no llevaba ni un día lejos de ti y ya me quería morir. He venido para luchar. —Inclinó la cabeza hacia ella y le susurró muy cerca de los labios—: No puedo vivir sin ti. He regresado dispuesto a hacer todo lo posible para arrancar al pijo de tu corazón y meterme dentro a la fuerza.
—Eso no será necesario, imbécil, llevas dentro desde el principio —confesó ella con una sonrisa lenta.
—¡Sí, maldita sea, qué pérdida de tiempo tan grande!
Gared la besó entonces despacio, alargando el momento que tanto había deseado, sin poderse creer aún que aquello no fuera un sueño. Al cabo de un rato, se apartó y le sonrió.
—Te he traído un regalo.
Se giró y sacó un manuscrito encuadernado de su bolsa. Nora lo cogió y su rostro se iluminó.
—¡Lo has terminado! —exclamó mirando con devoción el título: «Muñeca de atrezo», por Gared Reeve.
—Y quiero que seas la primera en leerlo.
—Pero si es malo te lo digo, ¿eh?
Gared soltó una carcajada.
—Eso es imposible, yo nunca hago nada mal.
—Tu vida amorosa es una basura —se burló ella con una carcajada.
Él volvió a besarla, esta vez con pasión, devorando su boca y despertando con cada baile de su lengua un hambre voraz por ella.
—Ya no —ronroneó.
—Este regalo deja el Cd que te he comprado yo por los suelos —rumió Nora.
—Pues compénsame —la picó él con una sonrisa tan caliente que le temblaron las piernas.
—Uhm… Teníamos algo pendiente tú y yo en un sofá, si no recuerdo mal.
Gared se rio, la cogió en brazos y la llevó hasta el salón donde la dejó caer sobre el sofá antes cubrirla con su cuerpo. Se besaron lentamente, mientras las manos de ambos se perdían descubriendo sus cuerpos como no se habían atrevido a hacer antes.
—«Yo te adoraba» —recitó Nora con el aliento entrecortado, mientras lo desprendía de su camiseta para recorrer su torso con los labios—. «Tuya fui, tuya soy. En pos del tuyo, mi enamorado espíritu se lanza».
—Muñeca —susurró Gared, con la piel de gallina allí donde ella lo besaba—, tras esa frase, los amantes de Teruel mueren.
—En mi versión es donde los amantes de Salamanca empiezan a vivir.
—Me gusta esa versión —musitó él antes de besarla de nuevo, haciéndose la firme promesa de que aquella sería una función en la que jamás caería el telón.