PAÍS RELATO

Autores

amber michel

en terciopelo

Me dijeron que te hirieron hace tiempo atrás; no fue una herida física, pero fue herida profunda. Dijeron que cambiaste tu personalidad; te volviste más frío, incluso indiferente, no te interesa conocer nuevas personas, no quieres conocer nuevos lugares, no quieres vivir más experiencias, caminas por el mundo, sin estar en él. Pregunté la razón; dijeron que una chica jugó contigo: clavó varias puñaladas en tu corazón, dijeron que quisiste morir pero que no podías, las puñaladas invisibles no matan al cuerpo, pero sí al alma. Pareces recuperado pero dicen que no lo estás; es sólo una máscara que muestras para que no hagan más preguntas, no quieres dar explicaciones y tampoco quieres compasión, no buscas nada, sólo esperas el momento en que la vida…
Dijeron que no podías soportarlo; el dolor, la pérdida, el resentimiento, el abandono y la soledad que te ahogaban en aguas oscuras, así que hiciste lo que te pareció más sensato; abriste tu pecho con algo filoso, separaste las dos capas de piel hasta hallar tu corazón maltratado, lo sacaste cortando venas, arterias y una vez en tus manos, viste las heridas irreparables que tenía. Lo diste por muerto; lo echaste entre una pequeña caja metálica y lo enterraste en algún lugar remoto del bosque, ese que está detrás del pueblo, al que nadie va por tenebroso y sombrío. Dijeron que desde entonces, eres incapaz de sentir algo; ni tristeza ni alegría, ni enojo ni felicidad, ni odio ni amor, ya no tienes sufrimiento alguno pero tampoco gozo o deleite. Aceptaste tu nueva forma de existencia, pero yo no.
El bosque es más tenebroso y oscuro de lo que parece, ruidos sordos me hacen estremecer de espanto, las sombras y el viento hacen que me paralice de terror; sigo adelante, en busca de la caja metálica que contiene tu corazón, no pienso rendirme, así que no intentes detenerme. Con brújula y mapa en mano recorro el bosque hasta el atardecer, exploro cada rincón y todos los escondrijos posibles, pero sigo sin encontrar la caja, me pregunto qué haré; la noche cae, el bosque es amenazador, estoy muy lejos de la salida y la escasa luz se extingue junto con mis esperanzas. La oscuridad no me permite caminar más, tengo que sentarme a la fuerza, la tierra está húmeda, temo que aparezca algún animal que pueda atacarme, con profundo pavor cubro mi rostro y espero a que amanezca.
Resulta que en este bosque nunca amanece; o por lo menos no del todo, después de varias horas, cuando por fin soy capaz de ver la forma de mis pies, sigo caminando desorientada entre las tinieblas, la desesperación puede conmigo, tropiezo y me caigo varias veces, estoy cubierta de suciedad y desamparo; me pregunto si así era como te sentías; estoy al límite de mis fuerzas y las ampollas no me dejan continuar, caigo de rodillas sobre raíces de árboles imponentes, trato de ahogar los sollozos y sofocar las lágrimas pero estas me ganan, pierdo la conciencia.
Despierto y sigo deambulando entre vegetación escalofriante por varios días, no me preguntes cuántos, pues no lo sé; de mis provisiones debo y como lo mínimo, pero cuando estas escasean: regreso.
Justo cuando me carcome la decepción, encuentro lo que tanto buscaba: tierra amontonada sin hojas ni raíces, diferente a la tierra del bosque por haber sido revuelta y manipulada; escarbo con afán la tierra amontonada hasta dar con la caja de metal (es más pequeña y fría de lo que imaginé), la abro cautelosa pues siento que me miras, dentro está tu corazón; gélido, herido, vulnerable, aún con sangre de cuando fue apuñalado, aún con sangre de cuando fue extraído de tu cuerpo. Con ternura lo saco del metal y lo coloco en la piel de mi pecho para darle calor, lo cobijo con mis manos y voy a casa; enciendo la leña, tu corazón poco a poco entra en calor, poco a poco toma de nuevo su color, cierro las heridas, limpio los restos de sangre y poco a poco vuelve a la vida; lo coloco en una cajita de terciopelo para devolvértelo: pero no lo quieres, dices que no lo necesitas, que lo devuelva a donde estaba o que si no tú mismo lo harás, y por último me aconsejas que no pierda mi tiempo en un caso perdido, que entierre todo lo que tenga que enterrar, incluso mi propio corazón antes que me lo destrocen.
¿Sabes? No creo que seas un caso perdido y sigo la mitad de tu consejo: no dejaré que destrocen mi corazón; espero a que sea de noche, voy a tu casa y entro de puntillas, me asomo a tu habitación y veo que duermes; entro en silencio y llego hasta tu cama, abro tu camisa y con un nuevo filo abro tu cicatriz, saco tu corazón del terciopelo y lo devuelvo a donde pertenece… De inmediato sonríes y aunque tus ojos siguen cerrados, percibo que brillan, levanto tu brazo y me acurruco en el lado derecho de tu pecho; dormido me abrazas y me das un beso tierno en la frente, la herida se cierra; sé que tu corazón late con fuerza y con esa certeza, me duermo tranquila.