PAÍS RELATO

Autores

amber michel

el petirrojo y el club secreto

Llevo la resortera en una de mis manos, y con la otra, junto piedras medianas mientras llego hasta el bosque; me reuniré allí con mis amigos para pasar la prueba final; si la paso; seré parte de su club; de lo contrario, me ignorarán y tendré que ser su juguete de bromas pesadas, lo que resta del curso.
Tengo una sensación extraña en la nuca, una comezón, un cosquilleo… me palpo el cuello en busca de un insecto, pero no hay nada, giro sobre mis talones, pero estoy sólo. Sigo mi camino y acumulo más piedras, pero la sensación sigue allí, apresuro el paso.
Cuando llego, veo que siete chavales me esperan con impaciencia; se cruzan de brazos y patean el suelo con impertinencia, el más grande de todos me preguntan que si estoy listo; les respondo que sí, me da las instrucciones: debo matar con mi resortera a siete pájaros, uno por cada miembro del club, en el menor tiempo posible, si lo logro; me aceptarán, si fallo; las pagaré caro.
—Adelante—me dicen, —muéstranos tu valor— y se escuchan varias risas de burla.
Respiro hondo, sé que no puedo fallar; busco a mi primera víctima: un petirrojo que está cantando. Cargo mi resortera con una de las piedras y apunto directo a su pecho, controlo el temblor de mis manos, y vacilo; una punzada en el pecho me hace flaquear, escucho más risas, apunto de nuevo al pájaro, pero entonces, capto una sombra a mi derecha: estoy convencido de que algo se movió tras un árbol, fijo mi mirada pero todo está en calma, las risas de burla vuelven a resonar en el bosque, pero yo estoy seguro que vi algo.
Los chavales me presionan para que dispare, sé que no hay tiempo, vuelvo apuntar, y entonces, caigo en cuenta de lo absurdo: siete pájaros muertos para salvar mi pellejo durante un año, todo por ser un cobarde que quiere demostrar valentía. Flaqueo; tiro la resortera al piso, los demás sueltan carcajadas estrepitosas, uno a uno pasa por mi lado mientras me empujan y me escupen, la amenaza está dicha: mañana acabarán conmigo. Resignado me quedo en el bosque.
Quiebro la resortera con mis manos, y justo cuando me voy a deshacer de las piedras, algo se vuelve a mover, esta vez sí estoy seguro que hay algo tras el árbol, busco mi resortera pero no la encuentro, saco las piedras de mi bolsillo, estoy convencido que ellos ya vienen por mí, ¿para qué esperarían a mañana? Sé que son siete, incluso podrían ser más; me resigno ante el año que me espera, pero para mi sorpresa, un rostro delicado se asoma tras el árbol, la conozco, es la chica de mi curso, nunca encuentro valor suficiente para hablarle, pues pienso que ella es inalcanzable . Me mira expectante y yo la miro a ella; comienza a sonreírme, mira al petirrojo y luego camina hasta llegar a mí. No entiendo nada.
—Sabía que no lo harías— dice.
— ¿Ah?
—Sabía que no lo harías.
Y me da un beso, en los labios.
Gano siete enemigos, pero ¿saben? ya no me importa, en lo absoluto.
Le devuelvo el beso, el petirrojo retoma su vuelo.