En la noche, entre muros y árboles, me escondo sólo para verla. Cuando oscurece y se vislumbran las estrellas, ella viene al parque con su bicicleta, para hacer magia; viene cuando cree que no hay nadie, pues le gusta la soledad, le encanta la velocidad y la naturaleza. No tiene idea que yo existo, no tiene idea que ansío conocerla, no tiene idea de que yo…
Ella pedalea con todas sus fuerzas, es ágil esquivando árboles y saltando bancas con su bicicleta; unos dirían que entrena para una competencia, pero yo sé que no, ella guarda un secreto: ella es una hadita nocturna, una bailarina encantada que se mueve a la luz de la luna y al son de una música imaginada, que la cautiva, que me cautiva. Ella cierra sus ojos y sonríe, mientras recorre el parque, pedaleando un sueño profundo.
Comienza a llover, su cabello se empapa, se pega a su rostro. Ella no se detiene, sigue bailando, sigue cantando. La oscuridad no la intimida. Así pasan los minutos, así pasan mis pesares.
Es hora de marcharse; la hadita termina su espectáculo y pedaleando se va a casa. Yo la sigo con la mirada hasta que ya no puedo distinguirla en la penumbra.
Mañana, a la misma hora, estaremos los dos aquí; ella por su pasión y yo por ella.