Tomo una hoja de papel azul; el extremo de arriba lo uno con el de abajo, el lado izquierdo lo uno con el derecho, queda así, doblada por las mitades. Extiendo la hoja, ahora está dividida en cuatro cuadrados iguales que corto y doblo para formar 32 pétalos, con los cuales hago una rosa.
Repito el proceso con distintas hojas de color: rojo, blanco, amarillo, negro y violeta. Cada rosa queda mejor que la anterior; cada rosa parece ser real, las huelo emocionada, pero no tienen aroma.
Tomo otra hoja de papel y lo doblo en distintas figuras geométricas hasta que la simple hoja se convierte en un hermoso piano blanco. Con delicadeza pinto las teclas negras y marco las teclas blancas, luego confecciono dos rosas diminutas y con ellas lo decoro. Quedó bien; pero no tiene sonido alguno.
Me alejo para contemplar mis creaciones, y sí; son bonitas, sencillas y elegantes, representan dos de las cosas más bellas de la vida, pero aunque se acerquen a la perfección, no son reales, son sólo papel doblado. Estas rosas nunca liberarán ningún aroma y el piano nunca cantará ninguna canción: el papel no da para tanto.
Mi vida; no tiene aroma, no canta melodías: mi vida real, al igual que el papel no da para tanto.