Vendo galletas para reunir dinero e ir de vacaciones a fin de año, pero no iré a cualquier lugar, iré al mejor. El negocio va muy bien; estoy sorprendida, no creí tener dinero para viaje de forma tan fácil… Vendo galletas de chocolate y de fresa, de vainilla y de coco, mermelada y de mantequilla, dulces y saladas… Vendo, vendo y vendo.
Una niña de ropa desgastada y rota se acerca a mí y me pide una de mantequilla. Se la doy, ella me da el dinero, pero para nuestra sorpresa no es suficiente, faltan unas cuantas monedas. Nos miramos angustiadas.
—Lo siento —le digo, y le quito la galleta de las manos.
La niña me mira con ojos grandes, mordisquea sus uñas y se marcha mirando el suelo.
Siento un vacío en el pecho; intento llamarla de vuelta, pero no encuentro mi voz, la busco entre la gente, pero la perdí.
No vuelvo a verla; cada vez que miro al cielo, veo los ojos grandes de la niña, no puedo ver las estrellas, incluso si el cielo está despejado. Esa mirada me seguirá por siempre; el vacío en mi pecho no me deja dormir.
Una vida de viajes para escapar de la conciencia; y una galleta de mantequilla para engañar al hambre.
Cancelo el viaje.